Título: Anthony and Cleopatra
Director: Charlton Heston
Música: John Scott
La estrecha relación que ha existido y existe entre la obra de William Shakespeare y la música es tan antigua que habría que remontar ríos de tiempo para encontrar las primeras huellas de esta promiscua relación. El propio Shakespeare la entendía de la siguiente manera: “El hombre a quien no conmueve el acorde de los sonidos armoniosos es capaz de toda clase de traiciones, estratagemas y depravaciones”. Quién mejor que el autor de Hamlet para expresar esta idea. Lo cierto es que, a lo largo de la historia, son muchas las obras musicales inspiradas en los textos shakesperianos, desde la musica incidental compuesta por Louis Spohr (Macbeth) o Richard Strauss (Romeo & Juliet) –por citar solo las obras de algunos clásicos–, hasta las partituras escritas en las últimas décadas para la gran pantalla, donde músicos como Doyle, Rota o Morricone han escrito algunas de las páginas más sobresalientes del séptimo arte. Ahora bien, de entre todos ellos, y esto es cosecha propia, destaca la obra del músico inglés John Scott Anthony and Cleopatra, película dirigida en 1972 por el actor norteamericano Charlton Heston.
Una de romanos
Anthony and Cleopatra narra la historia de amor que tuvo a Marco Antonio y a Cleopatra como protagonistas. Prendado por la belleza de la reina egipcia, Marco Antonio deja de lado sus funciones como máximo dirigente del Imperio mientras los conflictos de su hermano con el César reclaman su presencia. Marco Antonio decide volver a Roma para luchar contra Pompeyo, pero cuando llega tiene que casarse con la hermana del César como símbolo de lealtad. Al enterarse de esta política unión, Cleopatra se vuelve loca de celos, provocando que Marco Antonio vuelva a caer bajo el embrujo de su verdadero amor, despertando la ira del emperador. Cuando el César se entera de la noticia decide declararles la guerra, ocasionando que Cleopatra huya presa del pánico, situación que lleva a la reina a anunciar su muerte provocando, a la postre, el suicidio de su fiel amado.
Scott y Ostracia
Para ambientar este péplum de cartón piedra producido en la Hispania de los 70, el director contó con la participación de John Scott, quizás el músico más desaprovechado de la industria cinematográfica de los últimos cuarenta años. La filmografía de Scott está tan repleta de obras interesantes que el mero hecho de nombrarlas asusta al más pintado. Títulos tan sugerentes como Greystoke, Legend of Tarzan, The scarlet tunic o Anthony and Cleopatra son solo una pequeña muestra del talento de este autor que, por razones que aún no logro entender, fue desterrado al país de Ostracia, patria de grandes genios como Holdridge, Conti o Wiseman.
Anthony and Cleopatra es una partitura escrita para orquesta y coro que contiene los elementos necesarios para recrear el universo trágico de la obra shakesperiana. El amor, la traición, la venganza o la fatalidad del destino son algunos de los elementos que están implícitos en la obra de Scott, ideas que el músico retrata a partir de un poderoso y retentivo leitmotiv –Main titles– que sirve de obertura a la historia, una melodía donde la épica y el lirismo juegan con las emociones del espectador. Scott utiliza esta idea para mostrar la lírica que envuelve el amor de los protagonistas –Undying love–, un amor tan grande e inabarcable como las fronteras del propio Imperio. Este motivo sufre toda una suerte de variaciones –One last night love– que responden a las distintas situaciones por las que atraviesan los protagonistas, cambios que van desde lo lírico, donde los oboes y las flautas recogen las lágrimas vertidas por los dos amantes, hasta lo épico, donde los coros mecidos por la cuerda cantan –Epilogue: eternal rest– al terrible infortunio. El tema principal de Anthony and Cleopatra es el paradigma de una forma de escribir música que hoy por hoy ha desaparecido. El segundo leitmotiv representa la hostilidad y la fuerza de un imperio –Battle of actium/He goes forth gallantly–, que tiene en la conquista del otro su razón de ser, conquista que otorga a los vientos metales el carácter marcial que las huestes imperiales tienen en su implacable victoria. La obra se completa con una bella melodía –Give me to drink mandrágora–, enigmática y embriagadora, que seduce los hedonistas oídos del espectador.
Desterrado o no, lo cierto es que Scott no solo conquisto la temible tierra de Ostracia, sino que además venció a la ignorancia de todos los Cesares de la industria…