Por Diego Manuel García
El pasado mes de noviembre se cumplieron los primeros cien años del estreno de «Adriana Lecouvreur» de Francesco Cilèa (Palmi 1866-Varazze 1950), que tuvo lugar el día 6 de noviembre de 1902 en el Teatro Lírico de Milán. Los protagonistas de aquel estreno fueron Angela Pandolfini, en el papel de Adriana y Enrico Caruso como Mauricio de Sajonia. Una versión más reducida, que puede considerarse como definitiva, se estrenó en 1930 en el Teatro San Carlo de Nápoles.
Los teatros españoles se han olvidado por completo de este centenario. Afortunadamente y como descargo a esta omisión, en el Teatro Municipal de Santiago de Chile se representaron el pasado septiembre, cuatro funciones de esta ópera, con Verónica Villarroel, interpretando a Adriana, y Luciana D’Intino, como la princesa de Bouillón, en una producción dirigida escénicamente por Renata Scotto, gran Adriana en los años setenta del pasado siglo.
Adriana Lecouvreur, al igual que otras óperas como «Andrea Chènier» y «Fedora», ambas de Umberto Giordano, y también la «Tosca» de Puccini, pueden encuadrarse dentro de un «verismo aristocrático», donde los desaforados argumentos, tan característicos de este movimiento operístico, se desarrollaban en ambientes elegantes, pero sin perder un ápice de trágico tremendismo.
Arturo Colautti, autor del libreto de esta ópera, se inspira en el drama homónimo de Eugene Scribe y Ernest Legouvé, quienes se habían basado en un personaje real, Adrianne Lecouvreur (1692 – 1730) miembro de la Comedia Francesa y una de las más grandes actrices de su tiempo, quien mantuvo una apasionada relación con el conde Moritz de Sajonia, finalizada antes de la muerte de la actriz, ocurrida en extrañas circunstancias.
En el argumento, escrito por Arturo Colautti, Adriana Lecouvreur siente una gran pasión amorosa por el conde Mauricio de Sajonia. La princesa de Bouillón también esta enamorada de Mauricio y siente terribles celos de Adriana, quien en una reunión social y a petición del público asistente, recita un monólogo de «Fedra» de Racine, alguna de cuyas estrofas tienen un tono de auténtica reprobación hacia la conducta de la princesa, que se siente aludida y humillada. Su venganza consistirá en enviarle a Adriana un ramo de flores envenenadas. La actriz muere en brazos de Mauricio.
La ópera está estructurada en cuatro actos, los dos últimos de magnífica factura melódica y gran tensión dramática. Francisco Cilèa, influido por Puccini, construye su ópera en torno a un entramado musical continuo, en perfecta interacción, con el desarrollo dramático de la historia y donde se insertan diferentes momentos, para lucimiento de los cantantes. Una serie de motivos musicales recurrentes (algunos demasiado reiterativos) hacen progresar la acción dramática.
Esta ópera precisa un conjunto de muy buenos cantantes. El papel de Adriana requiere una soprano lírico-spinta de buena línea vocal pero, a la vez, gran actriz, ya que ha de hacer teatro dentro del teatro, durante el transcurso de sus tres grandes intervenciones, en los Actos I , III y IV, e incluso al final de la ópera, cuando ya moribunda y delirante se cree Melpómene. Cilèa también le reserva dos apasionados dúos con Mauricio de Sajonia, papel para tenor lírico-spinto a la italiana, que puede lucirse en dos brillantes ariosos en los Actos I y II y en un aria en tono heroico en el Acto III. La princesa de Bouillón requiere una mezzo aguda, buena actriz. Su papel en la ópera es de corta duración, pero cuando interviene se apodera totalmente de la escena, como en el caso de su aria del II Acto. El papel de Michonet, amigo de Adriana y secretamente enamorado de ella, esta concebido para un barítono lírico, cuyo principal momento se centra en un largo dúo con Adriana, al comienzo del Acto IV.
Francesco Cilèa alternó la docencia con la composición, estrenando entre 1889 y 1932 cinco óperas, de las que sólo se mantiene en el repertorio habitual «Adriana Lecouvreur». Otra ópera suya, «L’Arlesiana», estrenada por Enrico Caruso en 1897, suele reponerse esporádicamente. Dicho título contiene un aria, «È la solita storia del pastore…» (Lamento di Federico), que ha sido habitual en los recitales de grandes tenores del siglo XX como Enrico Caruso, Tito Schipa, Beniamino Gigli, Ferruzzio Tagliavini o Jussi Björling y los últimos cuarenta años del gran Alfredo Kraus, que siempre solía incluirla en sus conciertos.
Son pocas las ocasiones en toda la historia de la ópera, en que haya habido una confluencia tan perfecta entre un personaje y un cantante como en el caso de Adriana Lecouvreur y Magda Olivero. Nacida en Saluzzo, cerca de Turín, el 25 de marzo de 1910 y que mantiene aún a sus 93 años una increíble energía vital. Hace cuatro años, en el transcurso del «Ciclo Puccini» que organizó El Palau de la Música de Valencia. Olivero participó en una conferencia. El público asistente quedó impresionado por su gran lucidez mental, exhibiendo una prodigiosa memoria para evocar, con verdadera pasión, diferentes momentos de su larguísima carrera.
La voz de Magda Olivero, no es la lírico-spinta que requiere el personaje de Adriana. Sin embargo, con su inmensa capacidad teatral supera carencias tímbricas. Cuando el papel se torna más dramático, hace un hábil uso del vibrato para suplir la falta de anchura vocal, pudiendo lucir por momentos su maestría en la recitación, el canto parlato y el recitativo, mostrando su extraordinaria técnica para los filados y las medias voces. Sus ataques al agudo, ensanchando paulatinamente el sonido, son una auténtica maravilla. Un aliento casi inextinguible le permitía increíbles regulaciones dinámicas.
Magda Olivero cantó por primera vez «Adriana Lecouvreur» en Roma, en octubre de 1939, junto a Beniamino Gigli como Mauricio de Sajonia. Pocas semanas después vuelve a triunfar con este papel en el Teatro Comunale de Carpi. Francesco Cilèa, se pone en contacto con ella y ambos comienzan a trabajar juntos para matizar al máximo el personaje. El encuentro entre autor y cantante, va a propiciar su definitivo triunfo como «Adriana» en el transcurso de las representaciones que tuvieron lugar en el Teatro Real de la Ópera de Roma en marzo de 1940. En aquellas cuatro funciones romanas se alternarían en el papel de Mauricio Beniamino Gigli y Galliano Massini. Al año siguiente, ya en plena guerra mundial, Magda Olivero, se casa con el industrial Aldo Busch, produciéndose su retirada del mundo de la ópera, más por motivos personales que por cuestiones matrimoniales. Profundamente impresionada por la guerra, intentó paliar como enfermera los desastres de la contienda. Su despedida se producirá en mayo de 1941, en el Teatro Dante Alighieri de Ravenna, cantando «Adriana Lecouvreur».
Francesco Cilèa, poco antes de morir, le escribe una carta, instándole a que vuelva a la escena, considerando que ninguna soprano después de su retirada había logrado aportar su intensidad dramática en el papel de Adriana. Finalmente, la cantante reinicia su carrera en enero de 1951, interpretando «La Bohème», a la que seguirá, de nuevo «Adriana Lecouvreur». Desgraciadamente -y de ello Olivero siempre se lamentará- el maestro ya había muerto.
Entre su debut romano de 1939 y la última vez que canto «Adriana» en un escenario, en Newark (New Jersey) en diciembre de 1973, Magda Olivero interpretó esta ópera en 115 representaciones por todo el mundo. En 1993, con 83 años, graba para el sello BONGIOVANNI, acompañada al piano, una selección de la ópera junto al tenor Alberto Cupido. Olivero mostraba aún, una increíble capacidad interpretativa y, para la edad de la artista, un nada desdeñable fiato, con el que aún era capaz de realizar regulaciones dinámicas de magnífica factura. Todo un milagro canoro.
Paradójicamente, nunca fue requerida para grabar en estudio esta ópera. En compensación existen hasta nueve grabaciones en directo, que constatan para la posteridad su incomparable creación del personaje de «Adriana». De todas ellas cabría destacar la realizada en el transcurso de cuatro funciones, en noviembre-diciembre de 1959, en el Teatro San Carlo de Nápoles. Olivero, convaleciente de una delicada intervención quirúrgica, fue llamada a última hora para sustituir a una indispuesta Renata Tebaldi. El conjunto vocal era de autentico lujo: Franco Corelli en el papel de Mauricio de Sajonia, Giulietta Simionato como la princesa de Bouillón y Ettore Bastianini como Michonnet. Todos bajo la dirección de ese gran director-concertador que fue Mari Rossi, quien ya había dirigido a Olivero en ese papel en el transcurso de las representaciones de 1940 en la Ópera de Roma que la consagraron, ya definitivamente, como gran Adriana. La grabación en directo (MELODRAM MEL 27009, 2CD) de estas funciones napolitanas permite comprobar la extraordinaria interpretación de Olivero. Ya su entrada en escena es antológica, consiguiendo pasar sin solución de continuidad de recitar «Del sultano amuratte m’arrendo all’imper…» para atacar a plena voz «Tutti uscite…» y ya finalmente cantar la preciosa aria «Io son l’umile ancella del Genio creador…» (Sólo soy una humilde servidora del genio creador…). El recitado, del monólogo de Fedra de Racine, en el III Acto «Giusto cielo! che feci in tal giorno…» mirando a Mauricio «credi tu che, curante di Teseo la fama…» y finalmente dirigiéndose a la princesa «le audacissimi impure, cui tradir, una fronte di gelo» y sin solución de continuidad, y cantando a plena voz, «che mai, mai debba arrossir!» (las impuras criaturas que disfrutan traicionando y cuyas sienes de hielo nunca se ruborizan) palabras que en última instancia le costarán la vida.
Esta interpretación no tiene posible parangón ni antes ni después de Olivero. En su aria del Acto IV «Poveri fiori…»ofrece una autentica lección de canto «spianato» en tono intimista, para en la sección final abrir el sonido, (en una magnífica regulación dinámica) y expresar la desesperación que le produce su triste suerte. Su intenso enfrentamiento del final del II Acto con Giulietta Simionato (otro auténtico animal de teatro) marca otro momento de inusitada intensidad dramática. Los dúos con un Corelli de precioso timbre son un verdadero regalo, destacando en el dúo final, la sección en que, con un precioso acompañamiento musical, Adriana canta «No, la mia fronte, che pensier non muta…» y a continuación Mauricio con idéntico tema musical, «No, più nobile sei delle regine tu signora dei sensi e dei pensier…», para finalmente ambos unir sus voces en el ardiente «Il nostro amor sfida la sorte fuga la morte nel sogno d’or…». Resulta también magnífico su dúo del IV Acto con un Ettore Bastianini, intentando llevar sus poderosos medios vocales a un tipo de canto de corte más intimista. Esta «Adriana Lecouvreur», napolitana, resulta de audición indispensable, para todos aquellos amantes de la ópera que quieran recuperar un momento cumbre de la lírica en el siglo XX.
Magda Olivero, como «Adriana Lecouvreur», coincidió con hasta cuatro generaciones de cantantes, desde Beniamino Gigli y Galliano Masini, sensiblemente mayores que ella, pasando por coetáneos como Ferruccio Tagliavini y Giacinto Prandelli. A su vuelta a los escenarios a comienzos de los años cincuenta, compartió escenario con una brillante pléyade de jóvenes tenores como Giuseppe Campora, Carlo Bergonzi o Franco Corelli. En Caracas, el año 1972, ya con sesenta y dos años, tendrá a su lado a un joven Plácido Domingo (el último gran Mauricio de Sajonia), treinta años más joven que ella. En compañía del tenor madrileño, cantará en un escenario su última «Adriana Lecouvreur»; la fecha y lugar: 4 de noviembre de 1973, en el Symphony Hall Theatre, de Newark (New Jersey).
Su amplísima carrera se desarrolla durante más de cincuenta años desde su debut en Turín, el año 1932, hasta su último concierto en 1986. Durante ese período afrontará un repertorio de varios siglos, que incluye ochenta y cinco óperas de Monteverdi, a numerosos autores del siglo XX como Franco Alfano, Gian Francesco Malipiero, Giancarlo Menotti, Francis Poulenc, Ermanno Wolf Ferrari, Renzo Rossellini o Nino Rota. En el repertorio verdiano, realizará una extraordinaria creación de Violetta Valery en «La Traviata», que llegó a cantar en más de cien representaciones. Como cantante pucciniana no tiene parangón en las creaciones que realiza de sus dolientes heroínas: Mimì, Butterfly y Liù. Magnífica resulta su interpretación, en los tres personajes de «Il Trittico»: la desgarrada «Giorgietta» de «Il Tabarro», la patética «Sour Angelica» y la dulce «Lauretta» de «Gianni Schicchi». La «Tosca», junto a «Manón Lescaut» y «Minnie» de «La Fanciulla del West», constituyen su gran trío de papeles puccinianos.
De «Manón Lescaut» existe una antológica toma en directo, realizada en el Teatro Municipal de Caracas, dirigida por Miguel Angel Veltri y donde Olivero comparte reparto con un extraordinario Richard Tucker en el papel de «Des Grieux» y con nuestro tristemente desaparecido Vincent Sardinero, que realiza una gran interpretación de Lescaut. El sello discográfico Ópera D’Oro (OPD-1198, 2CD) la ha editado recientemente.
De la «Fanciulla del West» es de audición obligada una toma en directo, de 1967, desde el Teatro «La Fenice» de Venecia, editada por el sello Myto Records (MCD 933.83, 2CD), con magnífico sonido en estéreo, y donde podemos escuchar a Magda Olivero como incomparable Minnie, acompañada de Daniele Barioni, en el papel Dick Johnson, y Gian Giacomo Guelfi como Jack Rance, con la Orquesta y Coros del Teatro «La Fenice» de Venecia, dirigidos por Oliviero de Fabritiis.
Resulta ciertamente complicado resumir en unas pocas líneas una carrera tan intensa como la desarrollada por la cantante de Saluzzo. Conjugando línea vocal y arte interpretativo, Magda Olivero junto a Rosa Ponselle, Claudia Muzio y María Callas, pueden considerarse las cuatro más grandes sopranos del siglo XX.