Por Antonio Tabares
Usted a los 14 años ya se había graduado en el Conservatorio de Bari con las más altas calificaciones, además obtuvo la beca Guido Agosti y el diploma de honor en la Accademia Chigiana de Siena. ¿Para triunfar en el mundo de la música es imprescindible ser un niño prodigio?
No lo creo. La historia está llena de muchísimos pianistas que no han sido niños prodigios. Y viceversa. Desde luego es muy importante la forma en que un pianista crece en su vida musical. En ese momento dependes mucho de un profesor que descubra tus posibilidades y sepa mirar más allá, sepa descubrir de lo que eres capaz no sólo mientras eres un niño. Humanamente es un período muy difícil que tiene que pasar, y que a veces incluso puede ser traumático, pero es cierto que en lo musical es una ventaja porque tienes una gran capacidad para asimilar las cosas, y cuanto haces te sale de una manera espontánea, casi sin pensar.
¿Puede contarme cómo se produce su entrada en el mundo de la música y su predilección por el piano?
A los siete años me regalaron un teclado electrónico y mis padres se dieron cuenta en seguida de que se me daba bastante bien. A los pocos meses empecé a tomar clases de órgano, que me gusta muchísimo como instrumento, de hecho es mi primera pasión. Y bueno, necesitaba un órgano, y de un teclado pequeño pasé a otro más grande y a otro más grande. En un primer momento yo quería estudiar órgano porque el piano no me gustaba en absoluto. En el conservatorio, sin embargo, insistieron en que antes del órgano debía comenzar con el piano, al menos durante cuatro o cinco años. Y esos cuatro o cinco años de piano se prolongaron hasta hoy.
En su trayectoria usted ha concurrido a infinidad de concursos, muchos de los cuales ha ganado. ¿Cuál es el ambiente que se respira?
Hay mucha presión. Quizá no tanto al principio del concurso como al llegar a las fases finales, aunque a mí personalmente es lo que más me gusta puesto que ahí actúas con orquesta y la gente que toca es de muy alto nivel. Para mí es casi como un descanso y me siento muy a gusto. Y una vez en la final lo último en que piensas es en conseguir un premio, porque hay demasiada tensión acumulada de dos o tres semanas antes y acabas muy cansado. Desde luego te encuentras de todo. Incluso hay gente que quiere hacer guerra sicológica y cosas por el estilo, pero yo nunca voy pensando si voy a pasar una prueba o qué tal tocan los otros. Nunca escucho a los otros participantes a no ser que yo haya terminado completamente mi participación.
¿No cree que la mayoría de los concursos actuales responden a una simple cuestión de marketing y que existe un riesgo de que se lleguen a convertir en fábricas de «pianistas-gana-concursos», pero que en el fondo no establezcan los cimientos de futuros grandes intérpretes?
Sí. Pero creo que ahora las cosas van en una mejor dirección. Porque hay demasiados «pianistas-gana-concursos», como usted dice. En Japón eran unos cien pianistas a concurso y todos tocaban muy bien las notas, más deprisa, más fuerte, más claro que yo. Pero el jurado y el público empiezan a buscar algo distinto; una ideología más musical que técnica. Nunca sabes lo que va a pasar en un concurso, pero yo estoy convencido de que si tocas bien, o ganas el concurso o hay gente que te oye y eso puede abrirte algún camino. Creo que los concursos se me han dado bien porque al final la mayoría de los participantes tienen un carácter muy similar. Todo está demasiado preestablecido. Algunos muy buenos amigos míos quieren borrar las ideas para que el jurado encuentre un pianista muy correcto, sin ideas extrañas que puedan no gustar. Y yo creo que jamás hay que pensar de entrada: «voy a tocar esto de esta manera». Hay mucha gente que lo hace. Lo que yo procuro es tocar y pasármelo bien, y comunicar con el público que es muy importante.
¿A qué edad dio su primer concierto? ¿Recuerda el programa?
¿Con esa edad, de lo que se trata es de exhibir una técnica impecable o realmente se puede aportar algo a la lectura de la obra?
La verdad es que cuando tenía ocho años no tenía mucha idea de lo que hacía, pero sí sé que me gustaba mucho tocar. Ahora escucho aquellas cintas y bueno, no están mal. Pero si las volviese a tocar sería todo más natural, ¡y también más fácil desde luego! Probablemente porque no sabía lo que hacía. Cuando se es consciente de lo que hace, es más fácil estar satisfecho con uno mismo.
Buscar el equilibrio entre la técnica y la expresividad parece la mayor obsesión de todos los intérpretes, no sólo de los pianistas. ¿Usted cómo se enfrenta a esta disyuntiva?
Creo que al final todo confluye en una misma cosa. Desde luego hay una parte que podemos llamar más «atlética». Pero cuando acabas de trabajar una obra nunca vas a pensar: «este pasaje es muy difícil y lo voy a hacer lo más claro posible». Cada pieza tiene una concepción general que hay que seguir. A la hora de trabajar tienes que afrontar los problemas técnicos, pero una vez que te encuentras tocando ante el público, las cosas son muy diferentes. Esta es una de las cosas que he aprendido con Achúcarro. Cuando llegué a Dallas yo tenía talento pero poco más. Y él trabajó muchísimo primero mis problemas técnicos antes que cualquier otra cosa. Son como etapas distintas.
¿Hay un antes y un después de conocer a Achúcarro?
Sí, desde luego. Si usted ve las cosas que he hecho, lo más importante ha sido siempre después de comenzar a estudiar en Dallas (aunque también es cierto que era muy joven y no podía tener una larga trayectoria profesional). Hay unas bases técnicas que debes tener para ir a los concursos y eso es inevitable hoy en día. Yo no las tenía. Pero eso tampoco es suficiente. He trabajado muy bien las dos cosas con Achúcarro.
Él contó que cuando le llamaron desde la Southern Methodist University de Dallas, tan solo quiso firmar por un año porque no le hacía ninguna gracia lo de tener que dar clases. Ahora ya lleva doce años. ¿Cómo le definiría como profesor?
Es un profesor increíble. En primer lugar él toca muy bien y esto es algo que se contagia. Pero no sólo es que toque bien, sino que es muy buena persona. Combinando las dos cosas a la fuerza obtienes un buen profesor. Achúcarro es muy generoso y posee mucho talento, y tiene el don natural de saber cómo transmitir las cosas. El trabajo en Dallas es duro, pero está muy bien porque el ambiente es estupendo, como de una gran familia.
¿Qué es lo que le ha aportado el trabajo con Achúcarro?
Sobre todo ser pianista. En primer lugar él me ha ensañado que para ser un pianista tienes que trabajar y muy duro. Y él es el primero en hacerlo. Él toca en muchos conciertos, da clases… pero a las siete de la mañana, si no antes, está ya estudiando sus partituras. Y me ha enseñado que también estudiar y practicar es algo bonito; buscar y encontrar cosas nuevas puede ser una de las grandes satisfacciones de esta profesión que nunca acaba. Como persona también me ha enseñado mucho. Creo que es una de las personas más increíbles que he conocido en mi vida.
Él habla de que el intérprete debe apropiarse de los sentimientos del compositor. ¿Cuando usted se enfrenta a una nueva obra se lo plantea de esta forma?
En 1997 ganó el primer premio en el Concurso Internacional de Ferrol, pero quizá lo más sorprendente a los ojos de un español es que en ese mismo concurso ganó el premio a la mejor interpretación de una obra española. Y digo esto porque aquí siempre ha existido el absurdo prejuicio de que para interpretar a Albéniz o a Falla había que ser español, que era algo que se llevaba en la sangre.
Esto es verdad. Pero verá, en Ferrol interpreté «Amor y muerte» de Granados y creo que es una obra tan universal, con unos sentimientos tan profundamente humanos, que aunque posea algunos rasgos específicamente españoles, es algo que trasciende. Son sentimientos puros. Creo que en un concurso en Santander otro alumno de Achúcarro ganó también un premio de interpretación de una obra española, y él es de origen chino.
Quizá se deba a que ambos son alumnos de un profesor español.
Puede ser. Él toca muy bien estas obras y a mí me gusta mucho la música española. Quiero tocar mucho más. Lo primero que voy a hacer en cuanto tenga tiempo es explorar más este repertorio. Siempre me ha gustado y Achúcarro me ha enseñado a amarla.
Ya que hablamos de repertorio ¿por qué compositores siente predilección?
Brahms es uno de mis compositores preferidos. Quiero tocar más Chopin, especialmente los conciertos, y también más Albéniz. Me gusta toda la música del siglo XX, especialmente Rachmaninov y Bartók. La música contemporánea me atrae bastante aunque la mayoría de las obras que he tocado hasta ahora han sido por obligación, sin poder elegir, y eso es algo que te condiciona bastante, además no creo que conocer una obra de un compositor sea suficiente para decir si un compositor te gusta o no. Todavía tengo que buscar más.
¿Y algún pianista al que admire especialmente? Aparte de Achúcarro claro.
Es difícil porque los grandes pianistas de este siglo ya no están. Me gustaban mucho Richter y Rubistein. Ahora hay muchos pianistas que me gustan, pero es diferente porque no tienen una personalidad tan marcada. Te puede gustar más o menos una obra tocada por un determinado pianista y por eso es difícil dar un nombre. Pero como veo que va a insistir, citaré a dos: Ashkenazy y Radu Lupu.
Al principio de esta entrevista comentaba que el órgano había sido su primera pasión. ¿No le ha tentado la idea de dedicarse en exclusiva a ese instrumento?
El órgano ciertamente me gusta mucho, pero eso es algo que ahora mismo no me planteo. El piano me ocupa demasiado tiempo y los días son demasiado cortos para hacer lo que uno quiera.
¿Y con poco más de veinte años no echa de menos una vida más propia de su edad, salir con los amigos, tomarse unas cervezas e ir a las discotecas?
Bueno, es cierto que no tengo mucho tiempo pero trato de aprovecharlo. Sí me gustaría hacer más deporte; estamos todo el día sentados y necesito estar un poco en forma porque un tren de vida con tantos viajes es agotador. Pero en esta profesión hay mucha relación entre la gente y yo tengo muy buenos amigos. Quizá de pequeño era más difícil porque cuando eres un niño lo único que quieres hacer es jugar.
Es usted joven y las puertas comienzan a abrírsele en todo el mundo. ¿Cuál es el sueño de Alessio Bax?
De momento seguir estudiando y tocando el piano. Es lo más importante. Lo mejor es que toda tu vida haces algo que te gusta, y siempre puedes estar en continua mejora. Por otro lado, creo que en la carrera de todo pianista los comienzos son difíciles, con años muy buenos y otros no tan buenos, aunque eso es algo que no siempre depende directamente de ti. Yo, de todas formas, a corto plazo sólo me planteo las actuaciones más inmediatas. Otra cosa es a la hora de estudiar, de ver personalmente en qué tengo que progresar, qué hay que seguir trabajando; en ese caso siempre miras mucho más lejos.