Por Carlos Tarín
Es un placer y una dicha poder disfrutar de su «terribilità» escénica, enfundado en el hábito del siniestro anciano, con la buscada ceguera y una voz inmensa, de cavernosos y hondos graves, tan versátil y poderosa que obligaba al monarca español a arrepentirse de la tensa disputa habida en su cámara. No era para menos.
¿Desde cuándo encarna este papel? ¿Es su primera aparición en España?
La primera vez fue en 1979, aunque también representé a Felipe II. En ese mismo año vine a España, pero con Dosifej de «Kovantchina», formando parte de una serie de actos culturales, fruto de un acuerdo diplomático entre Rusia y España, y que movilizó a más de trescientas personas que componían entonces la compañía, y que actuaron en Madrid y en Valencia.
Aunque ruso, su italiano es espléndido, y sus maneras y verbo fácil y agradable lo acercan más al carácter latino, abierto y dicharachero, que al tópico ruso circunspecto. ¿Por qué entonces no hace más veces de Felipe II que de Inquisidor, dada la personalidad más compleja y la mayor riqueza expresiva del monarca ideado por Verdi?
¿Cómo encara cada personaje, y en concreto el del Inquisidor?
Cada papel ha de sustentarse sobre todo en la veracidad que se le aporte, de manera que consiga que lo crean los espectadores que han ido a ver la ópera esa noche. El Inquisidor debe ser siempre -se despide entre risas- «molto forte, molto serio e molto cattivo…»
Su carrera ha estado siempre dominada por los papeles de «malo», de malvado, de «cattivo». ¿Por qué no le ofrecen papeles bufos, que encajarían extraordinariamente con su bienhumorado carácter?
Debo decir no soy «cattivo», sino «bueno» -dice nuevamente entre risas-, pero por lo que sea -su imponente presencia y su profundo registro han de influir decisivamente en ello-, siempre me asignan los roles más perversos, o al menos muy serios. Aunque el Don Basilio que haré ahora para la producción del Maestranza me redime un poco. Pero la verdad es que se aparta de mi línea; de hecho, en «Don Giovanni», en vez de Leporello me llaman siempre para el Comendador -la siniestra estatua que lleva a Don Giovanni al más allá-, o en «Rigoletto» para el asesino Sparafucile.
¿Cuál ha sido la relación de Anatoli Kotscherga con el maestro Claudio Abbado?
Llevamos ya quince años de gran amistad, en los que se ha convertido en mi dios, porque él ha hecho mucho por mi carrera, y por eso es en mi corazón el número uno, no sólo como músico, sino como persona. Sólo tengo palabras de muchas, muchas gracias. La ayuda del maestro Abbado ha sido siempre discreta, sutil y delicada, pero yo la he notado siempre, desde las actuaciones en directo hasta las distintas grabaciones que he hecho con él.
¿Cómo recuerda al maestro Karajan?
Parece tener preferencia por los personajes cortos, con excepción hecha del Boris Godunov. ¿A qué cree que se debe esto?
En primer lugar le diré que Boris no sólo es un papel enorme en cuanto a tiempo, sino también a dificultades; y sin embargo lo he llegado a hacer más de doscientas veces. De cualquier forma, no creo que haya roles pequeños, sino pequeños artistas: por ejemplo, este rol del Gran Inquisidor no lo pueden cantar todos los bajos, porque fluctúa constantemente entre un registro muy grave y muy agudo.
Se le suele llamar casi siempre para los mismos personajes. ¿Se debe a que tiene un repertorio reducido?
Le diré lo mismo que antes: hago los roles para los que me reclaman, y en todo caso habría que hacerle la pregunta a mi agente artístico, que él sabrá por qué. En la actualidad tengo casi cuarenta roles en mi repertorio, aunque es verdad que luego son los teatros los que suelen terminar eligiendo siempre los mismos.
Su formación junto a maestros de canto en Italia le permite interpretar por igual papeles de ópera italiana -fundamentalmente verdianos- y alemana. ¿Cuáles ha hecho más a lo largo de su carrera -tanto en representaciones como en el disco-, y cuáles prefiere?
No le podría decir con certeza si he cantado y grabado más bajos rusos o italianos, aunque lo que sí le digo es que no tengo preferencia por cantar unos u otros, ya que cada uno de ellos es fruto de una cuidada labor y son ya parte de mí.
También cultiva el concierto, aunque en menor medida que la ópera…
Creo que aporta otra dimensión a mi carrera, y lo considero interesante. Me hace una ilusión parecida cantar ópera que el «Réquiem» de Verdi, la «Sinfonía nº 13» de Shostakovich, la «Sinfonía nº 8» de Gustav Mahler o a las «Canciones y Bailes de la Muerte» de Mussorgsky, algo que tuve la oportunidad de hacer en distintos recitales en el Wiener Musikverein, la Stefaniensaal Graz y el Berliner Festwochen. Pero la verdad es que reconozco que mi carrera mira sobre todo a la ópera.
¿A quiénes destacaría entre los bajos que más le gustan de hoy?
Es una pregunta incómoda, aunque puedo darle al menos el nombre de Ghiaurov, al que he tratado mucho y con el que he trabajado.
¿Cuál ha sido el mejor Boris de la historia?
Christov, Christov…, y Chaliapin, naturalmente.
¿Y Ghiaurov?
Ghiaurov, si… mà non sempre», responde con aplomo.