José Prieto Marugán
Lotería para La Calesera.
En la publicidad aparecida en el periódico ABC. se anunciaba así la obra:
El gordo de Navidad
vino a caer en Madrid,
y alguien ha dado en el quid
de tanta casualidad:
iba a caer en Corcuera
y cambió de parecer
sólo por venir a ver
a Marcos, La Calesera.
Este Marcos era Marcos Redondo el gran barítono cordobés que estrenó la obra el 12 de diciembre de 1925, en Teatro de la Zarzuela.
Soprano desobediente.
Lo ha contado ella misma en varias ocasiones. En las Navidades de 1943, la familia de Montserrat Caballé tenía razones para estar alegre: la poliomielitis de su hermano iba cediendo y el muchacho mejoraba a ojos vista. En tal ambiente, sus padres la pidieron que cantara un villancico y Montserrat cantó Madama Butterfly, obra que conocía de memoria, de escucharla en una gramola.
Lo que no sabemos es si se ganó un aplauso o una reprimenda.
Eslogan publicitario
Anuncio publicado en El Sol, el 23–12–1926: “Turrón, pavo y Fleta, Navidad completa”.
Capricho real.
Gigantes y cabezudos, zarzuela escrita por Manuel Echegaray, con música de Manuel Fernández Caballero, se estrenó en el Teatro de la Zarzuela, el 29 de noviembre de 1898, y está considera una de las grandes obras líricas españolas por la exaltación de los valores humanos y nacionales. Esta zarzuela fue la primera obra del género que vio Alfonso XIII y cuando el monarca se casó y quiso llevar a su esposa a contemplar algo con esencias verdaderamente nacionales, pidió a la empresa del Teatro de la Zarzuela que representaran Gigantes y cabezudos.
Lo que no sabemos es qué pensó el monarca cuando tuvo que emprender el camino del exilio. ¿Serían gigantes, o cabezudos?
Portero descuidado.
Hugo Wolff, compositor de numerosas canciones hoy muy bien consideradas, ejerció como crítico musical. En esta faceta era especialmente virulento, duro y agresivo. Esto le acarreaba problemas con sus colegas. Uno de estos problemas lo tuvo con Arnold Rosé, director de la Orquesta Filarmónica de Viena (cuyos programas calificaba Wolff de “rancios”) cuando le entregó un Cuarteto con la intención de que se ejecutase. Rosé aprovechó la ocasión y no aceptó la obra, enviando esta nota al autor: “Hemos examinado atentamente su Cuarteto para cuerdas en Re menor, y hemos resuelto por unanimidad dejar su obra en manos del portero de la Ópera. ¿Quiere tener la bondad de retirarlo cuanto antes? Es muy fácil que ese hombre lo extravíe. Con los más cordiales saludos”.
A pesar de la exquisitez con que fue escrita la respuesta. la intención era auténticamente venenosa. Claro que si el señor Wolff era tan radical y violento en sus comentarios, no es extraño. Esto de la crítica parece difícil, porque casi todos los que la ejercen terminan teniendo problemas. ¿Se los buscan ellos?
Allí nos vemos.
En 1968, cuatro días antes de su debut oficial en el Metropolitan de Nueva York, Plácido Domingo fue avisado precipitadamente para sustituir a Franco Corelli en Adriana Lecouvreur, de Cilea. Mientras se dirigía en el coche al teatro iba probando en alto su voz, cuando descubrió que los del automóvil vecino empezaban a reírse.
– ¿Adónde van? –les preguntó Plácido Domingo.
– Al Metropolitan.
– Pues no se rían, porque me oirán allí dentro de unos minutos.”
No es extraño que los anónimos ocupantes del otro coche reaccionaran así. No es frecuente, ni mucho menos que en un atasco o ante un semáforo, el conductor vecino comience a cantar arias de ópera o a realizar ejercicios de canto, vocalizaciones o escalas. Lo normal, en estas tierras al menos, es que el conductor de al lado aproveche la espera para horadarse las narices con tanta profundidad como ahínco. Seguramente sería mejor cambiar una cosa por otra, pero para eso, todavía falta tiempo. Habrá que esperar.
Ideas claras.
Además de director de orquesta, violinista, hombre culto y políglota que hablaba cuatro idiomas, Enrique Fernández Arbós, el famoso director de la Orquesta Sinfónica de Madrid, tenía un gran sentido del humor y era un hábil narrador de cuentos y chismes. Cuenta Tomás Borras que estando de gira con la Sinfónica por los Estados Unidos, se le acercó un promotor proponiéndole una gira por las principales ciudades yanquis. Arbós hizo sus cálculos.
Como usted desea ciento cincuenta audiciones, además de los viajes, y como los profesores son ochenta…
¿Qué profesores?
Los de la orquesta.
No, si yo deseo contratarle a usted para que cuente cuentos y esas cosas.
A los norteamericanos se les suele acusar de muchas cosas: inocentes, ignorantes, despistados, etc. etc. Pero no que no se les puede achacar es no tener claro lo que quieren.
Compositores que componen.
Carta de Rostropovich a Britten en 1963: «Querido Ben. Tienes 50 años. Nunca me había parado a pensar en tu edad, pues tú y la idea de edad me parecen cosas incongruentes. Sin embargo es tu cumpleaños y la costumbre en el jubileo de un compositor es celebrar la ocasión con un libro y tocar su música con más frecuencia (si el compositor, por supuesto, ha compuesto música). Llevo interpretando tu música toda mi vida y siempre que lo hago te lo estoy agradeciendo. Cuando se toca tu música no sólo resulta una fiesta personal, es una fiesta para la música en general».
Pese al elogio hay una frase que llama la atención. Es la del paréntesis: «si el compositor, por supuesto, ha compuesto música». ¿Se refiere el gran violonchelista a que muchos «compositores» no componen música? En tal caso, ¿qué hacen?