José Prieto Marugán
Propinas y contrapropinas.
Que a uno le canten el “Cumpleaños feliz” es normal, pero que se lo canten en el Carnegie Hall, debe ser poco menos que excepcional, si no único. Pero, nada tiene de extraño si consideramos que la Caballé es una cantante excepcional: hay que serlo para que a uno –a ella– le pida el público hasta trece propinas.
Palabra de Rey.
Antes de empezar sus actuaciones en el Teatro Real de San Carlos era costumbre en Nápoles que los artistas fueran previamente presentados al monarca. La víspera de su primera aparición en escena, María Malibrán visitó al Rey Fernando de Borbón, que en 1830 había sucedido en el trono a su padre, Francisco I, Rey de las Dos Sicilias.
Fernando II la recibió paternalmente:
Señor, vengo a pedir a V.M. … la gracia de … si es lo mismo a V.M. … no venir mañana al teatro.
El Rey muy sorprendido respondió:
¿Y por qué? Creía que venías a pedirme que asistiese…
Pero, Señor, es que me he enterado de que en Nápoles, cuando V.M. está en el teatro, no se aplaude hasta que V.M. no toma la iniciativa, y yo temo que lo podáis olvidar.
El Rey se echó a reír y la tranquilizó, pero viendo que la cantante tenía aún alguna duda, le rogó que se explicase.
Señor, puesto que V.M. me lo permite os diré todavía una cosa. Es que yo tengo la costumbre de que el público me anime, enseguida, en cuanto aparezco en escena, hasta el punto de que si no oigo que me aplauden antes de comenzar, ya no puedo hacer nada bien.
Está bien. Aplaudiré en cuanto entres en escena.
La noche del debut todo resultó como deseaba la Malibrán. El Rey aplaudió nada más verla. El público le secundó, como era costumbre, y ella logró un verdadero triunfo interpretando la Rosina del Barbero de Sevilla.
La Malibrán daba a los aplausos. Puede que esta necesidad espoleara a la cantante para hacer semejante petición al Rey napolitano. Quizá solo fue una hábil maniobra para asegurarse un triunfo desde el principio, en una plaza operísticamente muy importante. Sea como fuera, el Rey cumplió su palabra. No podía ser de otra manera.
Temprana madurez.
Puede que Chailly tenga razón, pero su caso no es habitual. Cierto es que no hay una edad traspasada la cual se es maduro y antes de ella, no. Cierto es que la experiencia es la principal llave para abrir la puerta de la madurez del hombre. Pero también es cierto que estas experiencias -buenas y malas- van apareciendo a lo largo de la vida y que hay que tener cierta edad para asimilar unas y otras, y extraer de ellas la esencia que irá consolidando la personalidad. Cierto es también que un exceso de experiencias -buenas o malas- a edad temprana bien pueden anular la personalidad incipiente del individuo y llevarle a cualquier extremo alejado del equilibrio que se adquiere con la madurez.
Ideas claras.
Lo siento, don Guillermo, pero la empresa no quiere que haya nadie en el teatro.
Pues eso lo conseguirán en cuanto se estrene la obra.
Cabe pensar que en la reacción de Perrín hubo tanto de despecho como de ingenio. No acertó, sin embargo, pues aunque la obra no ha pasado al repertorio habitual, en su estreno la música fue aplaudida y vitoreada.
Derroche de medios.
Desde luego, no sería por falta de medios. Y considerando las dimensiones del escenario, seguro que cuando salieran los últimos, hacía tiempo que habrían llegado los primeros.
Detener el tiempo.
¿Funciona bien?
La verdad es que cuando uno se encuentra a gusto, cuesta mucho trabajo dejar lo que se está haciendo sólo porque el reloj sigue su curso sin la menor consideración. En lo único en que los hombres son iguales, se diga lo que se diga, es en el tiempo: un minuto es un minuto para todos, hombres, mujeres. ricos, pobres, religiosos, ateos, santos, criminales… Quizá el que inventó el tiempo no lo hizo tan bien; el tiempo debería correr de distinta forma para cada uno.