José Prieto Marugán
El órgano de piedra.
Todos cuantos han escuchado el órgano de piedra han quedado sorprendidos por el sonido dulcísimo y limpio y han elogiado el ingenio, habilidad e iniciativa de Iván Larrea, su inventor. Según el reportaje, la mismísima Reina Doña Sofía conoció el invento y sugirió que se prestase ayuda al inventor. Se plantearon alternativas y se consideró idóneo construir un gran órgano de piedra para la Catedral de la Almudena, recién consagrada entonces. Los responsables parece que se entusiasmaron y el propio Iván llegó a diseñar un gran instrumento de 800 tubos, 12 metros de alto y 6 de ancho. En el reportaje, Iván no oculta su entusiasmo y rechaza la posibilidad de que el primer órgano de piedra se construya fuera de España: “Yo de momento no me he planteado nada de eso, porque no creo que algo tan magnífico y novedoso lo dejen escapar”.
Pues parece que sí, que lo dejaron escapar. Y es que, a veces, nuestra visión de futuro no tiene precio. Por lo menos hubiera servido como reclamo turístico. Otros, con menos…
El Beethoven de Beethoven.
Es ésta una de esas opiniones que hay que valorar despacio y con cuidado aunque, de entrada, su planteamiento parece pedir nuestra conformidad inmediata. Claro está que el Beethoven que interesa a todos es el propio Beethoven, pero desgraciadamente no sabemos cómo interpretaba Beethoven sus propias obras. El sistema de notación musical es un intento vano de limitar y guardar en un papel el universo inmenso, intangible e inconcreto del sonido. Por eso, precisamente, son necesarios los intérpretes. Cierto es que, a veces, los intérpretes, forzados por la moda y el entorno, por sus propias condiciones y convicciones, se yerguen con una verdad que sólo lo es parcial, pero eso es otro tema. Para estos casos, sí que tenía razón el exigente Toscanini.
Instrumentos anti-natura.
En un artículo sobre el piano, al hablar de los cuidados que deben prestarse a este instrumento, pudimos leer: “Debe evitarse, si se desea mantener la salud del piano, el denominado piano preparado: clavos, chinchetas y cualquier otro objeto punzante o cortante puede irremediablemente dañar la textura de los fieltros o rayar las cuerdas”.
Parece que cl compositor norteamericano John Cage no debía conocer este artículo cuando proyectó su “piano preparado”. Nunca hemos entendido por qué hay que utilizar los instrumentos musicales en contra de su propia naturaleza.
La misma distancia.
Una noche se presentó el Marqués de Viana para hacerle saber el deseo de S.M. el Rey de verla actuar en el Palacio de Oriente.
Rápida, Raquel contestó: “Dígale al Rey que la misma distancia hay de la calle Malasaña a la Plaza de Oriente, que de la Plaza de Oriente a la calle Malasaña. Así que si quiere verme, ¡que venga!.
A los pocos días el Rey acudió al teatro.
Raquel, conmovida por el gesto de Don Alfonso XIII estuvo espléndida, imprimiendo a sus cuplés todos los matices de su arte. Al terminar, Raquel acudió al palco para agradecerle su presencia. El encuentro fue emocionante. El Rey le decía a Campúa, que así se llamaba el empresario: “¡Ha sido una noche inolvidable! ¡Qué maravilla de artista! ¡Qué maravilla de público! ¡Qué maravilla de teatro”.
No tengo certeza (dice Olga Ramos, quien recuerda la anécdota) si esto es verídico pero dicen que desde esa noche el teatro se llamó Maravillas”.
Hay muchas veces que las apariencias engañan. En este caso la “distancia” que tuvo que recorrer el Rey fue menor, quizá porque se limitó a ir de Palacio al teatro. Sin mas carga que el interés, la admiración y la curiosidad. Si hubiera ido cargado de soberbia, le hubiera costado más trabajo recorrer la misma distancia.
El pozo de las nieves.
Era el nombre con que se conoció en Madrid al célebre Teatro Apolo, cuando todavía se llamaba Teatro Moratín, pues éste fue su primer nombre. Lo de las nieves se lo ganó porque tenía dos puertas laterales enfrentadas que no encajaban bien y por ellas, en los crudos días del invierno madrileño, se colaban el aire y la lluvia, la nieve y el granizo.
Lo de las puertas se arregló, pero el verdadero calor llegó con los aplausos de un público que, en ese teatro, pasó muchas de las mejores horas de la zarzuela y del género chico. ¡Lástima que, al final, venciera el gélido aliento del dinero!
El bailarín huido
Está bien claro quienes, en esta historia, metieron la pata. También parece evidente que hay quienes no saben qué es “la patria”, aunque se pasen el día hablando de ella.
Bonito epitafio.
Cuando Roberto Schumann conoció la muerte de Chopin, dijo: “El alma de la música ha pasado por el mundo.”1