José Prieto Marugán
Ligar en el teatro.
Tomamos la información de Pablo Meléndez–Haddad, en ABC (31-10-2004). El conocido Metropolitan Opera House, de Nueva York, con la finalidad de captar un público joven, organizó una función especial dirigida a solteros con ganas de encontrar pareja. Por 95 dólares, jóvenes entre 21 y 39 años, tuvieron ocasión de conocer y darse a conocer, en un lugar como el Met. La entrada incluía un cóctel, una cena fría y la asistencia a una representación de La Bohème, de Puccini, protagonizada por la soprano vasca Ainhoa Arteta. La idea debió cuajar, porque el Met pensó organizar otra sesión similar, para febrero de 2005, aunque esta vez para mayores de 40 años.
Si las gentes van a ligar a una discoteca, a un “pub” o a una terraza, ¿por qué no han de hacerlo en un teatro de ópera?. Debe haber precedentes, ¿alguien lo duda? Más todavía, hay quien va a la ópera, por haber ligado. Incluso a cantar.
Comparación discutible.
“Los músicos son caballos pura sangre a la espera de un jinete” (George Prêtre, director de orquesta).
¡Menos mal que añadió “pura sangre”, palabras que suavizan lo que de animal tiene el caballo! Además, conviene recordar que no todo el que monta sabe cabalgar, y que algunos caballos tiran al jinete por las orejas en cuanto se sienten incómodos o mal tratados.
Prestar al músico.
“En mayo de 1950 se celebraba en Madrid la Fiesta de la Flor una cuestación a beneficio del Patronato de la Lucha Antituberculosa. La Sociedad de Autores, cuyo presidente era Jacinto Guerrero, había colocado una mesa. Nadie se acercaba a depositar su aportación, quizá porque era muy temprano. Guerrero, que era hombre hiperactivo, no podía ver que la gente pasara sin acercarse a la mesa. Tomó un puñado de insignias y empezó a dar gritos: “Vengan… pasen… señoras y señores… las señoras especialmente… No es necesario dejarse aquí ni cinco duros, ni cuatro duros, ni dos duros, ni tres pesetas. ¡Por la módica cantidad de treinta céntimos en calderilla pueden ustedes quedar como las propias rosas! ¡Insignias de la Fiesta de la Flor a treinta céntimos! ¡Nadie se las dará más baratas! Estas otras más pequeñas, a quince… A las de Toledo les hago un buen precio. ¡Dos un real!.”
Diez minutos más tarde el corro que se había hecho alrededor de nuestra mesa [la historia la cuenta Josefina Carabias] interrumpía la circulación. El mismo Maestro prendía las insignias en el pecho de cuantos se acercaba, y había una cola tremenda. Hubo que pedir en un café de enfrente bandejas y cacharros para canalizar aquel río de calderilla. Las señoras que presidían una mesa próxima, que estaba tan desanimada como lo estuvo la nuestra un rato antes, mandaron un recadito diciendo: “Puesto que todos pedimos para el mismo fin, hagan el favor de prestarnos al Maestro Guerrero, aunque no sea más que media horita. Le regalaremos un puro”.
Esto de prestarse a los músicos no es tan infrecuente como pueda parecer. De alguna manera, es lo que hacían algunos de los grandes señores de antaño y lo que, a veces, hacen hoy los promotores y agentes de conciertos. Pero en casos como este no, a Jacinto Guerrero no le hubiera importado nada; no se le caían los anillos por tratar de hacer el bien a los demás.
¿De quién será?
Durante el siglo XIX era costumbre en las representaciones de zarzuela, que los nombres de los autores se dieran a conocer la noche del estreno. La primera ocasión en que estos nombres fueron anunciados antes de la representación fue el 6 de mayo de 1891, cuando se estrenó en Apolo El Sr. Luis el tumbón, o Despacho de huevos frescos, sainete en un acto con texto de Ricardo de la Vega y música de Barbieri. Parece que el autor literario fue muy aplaudido, pero no tanto el de la música.
¿Quiénes serán los próximos?
“Cuando empecé a sacudir al mundo de la música con mis pecados, la calamidad era la primadonna. Ahora tenemos la tiranía del director. Malo, malo; era menos malo lo anterior” (Giuseppe Verdi, compositor italiano).
Si nuestro tocayo viviera ahora, ¿qué diría ante el desmadre, despropósito, despotismo, desvarío, desafuero, desaliño, desafecto o desvergüenza con que algunos desaprensivos presentan este grandioso espectáculo? Antes fueron los divos, luego los directores de orquesta, hoy los directores de escena. ¿quiénes serán los próximos tiranos de la ópera?
Besos a “tempo”.
“La gente va al teatro a escuchar el vals, tarareándole en voz baja, y para regodearse viendo cómo se besan. El beso es tan importante que Oscar Strauss, en la partitura de El encanto de un vals, ordena que el beso que han de darse los personajes en medio de un dúo debe durar precisamente 36 batutas, es decir, cincuenta y seis segundos”
Este comentario, a propósito de la afición a la opereta en el Madrid de principios del siglo XX, nos da una idea de por dónde iban los gustos “musicales” de algunos. Por otra parte, es de suponer que ninguno de los protagonistas sufriría de halitosis, porque, de lo contrario, tendrían que volver a otros espectáculos mas “castos”.
Los florecidos.
El tenor peruano Juan Diego Flórez (Lima, 1973) puede presumir de un grupo de aficionados que le siguen a todas partes para escucharle y aplaudirle. Este grupo de incondicionales es conocido en el mundillo de la ópera como “Los florecidos”.
Por cierto, Flórez es un extraordinario aficionado a la cocina. Tanto que, para aprovechar su popularidad, la televisión de su país le ofreció un programa titulado “La cocina de Juan Diego”.
Lo que no sabemos es si guisa para sus fans y se los gana, además de por la voz, por el estómago.
No a los retretes.
Juan Antonio Llorente en entrevista al bajo-barítono italiano Ruggero Raimondi (ABC 13-3-2001), le pregunta sobre sus relaciones con el Teatro del Liceo: “Hice algunas cosas en el pasado, pero un teatro donde se representa Un ballo in maschera en unos retretes por el simple hecho de llamar la atención de un sector del público para que hablen de él, no me interesa”.
Declaraciones como éstas deberían ser muy tenidas en cuenta. No le faltó valentía al cantante italiano y supongo que esta opinión le cerraría las puertas de algunos teatros. Si todos sus colegas, o los más importantes, actuaran de parecida manera, seguramente desaparecerían muchos de los desmanes que se están cometiendo con la ópera y con alguna zarzuela. Porque, una cosa es cantar en la ducha y otra en los retretes.