José Prieto Marugán
Instrumentos de época.
“No es estrictamente necesario utilizar instrumentos de época para hablar de autenticidad”. (Anner Bylsma, violonchelista holandés).
Tiene toda la razón. Autenticidad, concepto muy relativo cuando hablamos de un arte tan esquivo e inmaterial como la música, debería entenderse como sinceridad y respeto a la intención del autor. Y para respetar a los antiguos, no es necesario ponerse peluca o vestirse de librea. Ya se sabe: El hábito no hace al monje.
Vocación.
En su biografía de Julián Gayarre, F. Hernández Girbal incluye esta frase sobre el famoso tenor Francisco Viñas: “Hijo de un humilde labrador de Moyá era dependiente de la cerería Abella, situada en la calle de Archs, casa que surtía de bujías esteáricas al Liceo. Entraba con los paquetes por la puerta del escenario y llevado por su afición al canto, en el que a solas trataba de ejercitarse, se ocultaba en cualquier rincón y escuchaba”.
Hay personas que nacen con una vocación tan definida que nada ni nadie puede evitar que la cumplan. ¿Qué mueve a estas personas a realizar cualquier sacrificio por acercarse a un mundo, inicialmente, tan opuesto al que para ellos parecía ser natural? ¿Qué magia, por ejemplo, encontró Francisco Viñas para quedar embelesado por los ensayos de los cantantes que pasaban por el teatro de las ramblas barcelonesas?
Caballito listo.
“La mayor diversión de Adelina Patti cuando se encuentra en su residencia de Craig-y-Noi, es el guiar cuatro caballitos endiablados, que ponen en revolución a todas las calles del pueblo cuando transitan por ellas. La Patti es una excelente cochera y tiene sumisos a sus cuatro rebeldes con una habilidad superior a todo elogio. ¿Qué no hará bien la Patti? Sam -su predilecto- es un poney de grande inteligencia, y una personalidad, por decirlo así. Está suelto en su box desde el cual puede inspeccionar todo cuanto sucede en las cocinas de su dueña. Ha encontrado hasta el secreto para abrir la puerta de su establo.
Todas las mañanas apenas ve la señal que le hace su amiga, la cocinera de la casa, abre la puerta, atraviesa brioso el patio, sube los escalones que conducen a las cocinas y se adelanta con el aplomo de un animal que sabe que será bien recibido en el santuario en donde se prepara la comida de los ruiseñores.
Después de haber sido regalado con una zanahoria bien monda o de un terrón de azúcar, da una vuelta dando con un meneo de cola signos de satisfacción y agradecimiento”.
Desde luego, parece que el tal Sam era bastante listo. Así se cuenta, al menos en “La Ilustración Musical” de 1884..
No toda la razón
Nuestro colega, la revista Ritmo, preguntó en diciembre de 2000 a seis de sus colaboradores ¿Cómo se hace una crítica? De entre las respuestas, destacamos una frase de Raúl Mallavibarrena: “Ser crítico es como ser inspector de Hacienda o peor. El crítico, en general, cae mal. Sin embargo, todo aficionado a la música, es, quiera o no, “crítico””.
No creemos que tuviera toda la razón, aunque sí mucha. Al inspector de Hacienda sólo le temen los defraudadores, como al crítico. Entiéndase bien, estoy refiriéndome al crítico serio, preparado, constructivo, veraz, honesto e independiente, que expresa sus juicios y opiniones con ecuanimidad, delicadeza y sin recurrir a términos despreciativos, ofensivos o insultantes.
El fuego, ¿llama al fuego?
El 30 de enero de 1918, en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, durante el estreno de La llama, ópera en tres actos de Gregorio Martínez Sierra con música de José María Usandizaga, pudo ocurrir una catástrofe. Así lo cuenta Javier Angosto: “una antorcha encendida prendió en el velo de la señorita Gloria Alcaraz. Ella se apartó con presteza. Ofelia Nieto, la gran cantante, recogió la antorcha, apagó las llamas con los pies y salvó la situación con su serenidad”.
La historia tenía precedente en nuestro teatro lírico. El 18 de enero de 1862, en el Teatro de la Zarzuela, durante el estreno de El mudo, zarzuela del maestro Luis Cepeda, la protagonista, María Soriano se acercó demasiado al proscenio y una candileja prendió su vestido de gasa. El apuntador y Francisco Salas consiguieron apagar las llamas, aunque no pudieron impedir que la Soriano sufriera alguna quemadura. A pesar del accidente, la cantante continuó interpretando su papel, hasta que el libreto la obliga a salir de escena.
Lo que está escrito.
Riccardo Muti, el conocido director de orquesta napolitano nacido en 1941, tiene fama de exigente y de ser muy riguroso con el respeto a la partitura. No extraña que con solo treinta años, se dirigiera así a Luciano Pavarotti en un ensayo en el Maggio Musicale Fiorentino: “O canta lo que ha escrito Bellini o se busca otro director”.”
Esta es una historia recurrente. Suele ocurrir que, a veces, nos mostramos exigentes, y otras condescendientes. Hasta los propios autores tienen estas dudas pero, por principio, hay que ponerse del lado de Muti.
Huir del asedio.
Joaquín Espín y Guillén, compositor español, autor de alguna de nuestras primeras óperas, escribió una titulada Padilla o el asedio de Medina. Estaba tan orgulloso de ella que en cuanto tenía ocasión hacía escuchar a cualquiera la introducción, la parte, para él, de más calidad. Esta insistencia llegó a convertirse en manía, contra la que convenía defenderse. Así lo entendió el poeta Villergas que escribió:
Del principio de la ópera hasta el fin
retumba fiero el eco del cañón.
Huye, muchacho, que te coge Espín
y te quiere soplar la “Introducción”.
Quizá el señor Espín lo hacía sin mala intención; hoy día, a esta insistencia, a veces rayana en la impertinencia, la llaman campaña de promoción. ¡Y lo peor es que consiguen que compremos el disco!
En honor a la verdad hay que decir que Espín estrenó su ópera, en el Teatro del Circo, de Madrid, el 9 de julio de 1845 y obtuvo un éxito considerable.
Otros tiempos.
En los comienzos del siglo pasado, en los tiempos en que el cine era mudo, en el madrileño Cine Ideal (Doctor Cortezo, 6, frente a la Plaza de Benavente), un sexteto acompañaba regularmente las proyecciones, pero, en circunstancias excepcionales, como para exhibir Tosca, con Francesca Bertini, la orquesta aumentó a 30 profesores y el éxito la mantuvo en pantalla un mes entero. El cómputo de asistencia fue de 102.000 espectadores.
Hoy el cine no tiene músicos; peor todavía, algunos espectáculos musicales no tienen músicos. Con un disco, a veces malo, basta. Quizá por eso muchos no llegan, ni siquiera, a los cien mil espectadores. ¡Ya quisieran!