José Prieto Marugán
Polvos de pica–pica
En entrevista publicada por El Imparcial (viernes, 2 de mayo de 1925), el periodista insiste en que el compositor Francisco Alonso le cuenta alguna anécdota. Este accede, y dice:
“Pues sólo recuerdo una chiquillada que pudo ocasionarme un serio disgusto. Siendo músico mayor en Granada, asistí a un concurso de bandas en Andújar. Yo estaba satisfecho de mis músicos, pero temía una parcialidad del Jurado o más bien del público, y pare vencer a toda costa, compré en Granada todas las cajitas que encontré de polvos para estornudar. Mientras las bandas concursantes ejecutaban la pieza obligada, yo, rodeado de unos cuantos amigos, paseaba alrededor, vaciando cajitas y más cajitas. ¡Allí no soplaba nadie! El que no estornudaba, daba un “gallo” en un solo o abandonaba las llaves del instrumento para frotarse las narices. Cuando tocó mi banda, que era la última, le dieron una ovación formidable… Y a mí no me dio un estacazo el director de la banda de un pueblo vecino, que había encontrado las cajitas vacías, porque uno de mis amigos, sujetándole, le dijo que le iban a juzgar por el fuero militar”
Sin duda alguna, fue gran imprudencia ir dejando por ahí las pruebas del delito.
Preparación familiar.
La soprano alemana Anja Silja (Berlín, 1940), que debutó profesionalmente a los quince años, aunque desde los diez años ya daba conciertos, y que es una de las históricas interpretes wagnerianas, estudió con un único profesor: su abuelo.
Ella misma lo confesó a Jerónimo Martín en una entrevista publicada por nuestro colega Ritmo: “Con seis años empecé a estudiar canto con mi abuelo. No solamente no he ido nunca a un conservatorio, sino que tampoco fui a la escuela. En este aspecto fue también mi abuelo quien me formó. Hasta su muerte fue el único profesor de canto que tuve, en total unos quince años. Mi abuelo era un gran wagneriano y me enseñó todo acerca de él. Todos los roles, desde Alberich hasta Brünnhilde; por eso estaba claro que más tarde o más temprano, me dedicaría a él. Como se suele decir, mi abuelo tenía pensado esto desde la cuna”.
Suponemos que, entre otras cosas, el “profesor” le saldría barato. A los precios que cobran algunos, no es una cuestión desdeñable.
Buen criterio, mejor buen ejemplo
Mario Quiñones, pregunta al crítico a Antonio Fernández-Cid:
¿Qué música escucha usted en casa?
La escucho toda, salvo aquella que va a interpretarse en fechas inmediatas en conciertos sobre los que voy a hacer crítica, porque no me parece moral comparar una realización que ha de considerarse perfecta a la sometida al momento mismo de la ejecución”.
Ejemplo a seguir, sin duda ninguna, porque críticos hay que se limitan a comparar lo que han escuchado en su casa en un disco, con lo que oyen en el teatro. Y claro, cuando la música no está grabada, se les nota enseguida: su crítica se limita a comentarios historicistas. O a hablar del tiempo.
Escalando montañas.
La Sinfonía alpina, Op. 64, de Ricardo Strauss es una obra descriptiva que trata de evocar un día en los Alpes bávaros y una ascensión a la montaña. Requiere una gran orquesta, compuesta por más de cien ejecutantes y fue dedicada “en prueba de gratitud” al conde Nicolaus Sebach y a la Real Orquesta de Dresde. Se estrenó en Berlín el 28 de octubre de 1915, por la Hofkapelle de Dresde bajo la dirección de su autor.
La música trata de describir el siguiente programa: Noche. Salida del sol. Entrada en el bosque. Marcha junto al arroyo. Junto a la cascada. Aparición. Sobre prados floridos. En los pastizales. Entrando a través de la maleza y la espesura. En el glaciar. Momentos peligrosos. En la cima. Visión. Las nubes se elevan. El sol se oscurece poco a poco. Elegía. Calma que precede a la tormenta. Tormenta y descenso. Puesta de sol. Noche.
El movimiento se demuestra andando.
”Aprender música leyendo teoría musical es como hacer el amor por correo” (Luciano Pavarotti, tenor italiano).
Es posible que esta frase fuera la defensa del tenor italiano ante aquella noticia que corrió el mundo entero y que le acusaba de no saber solfeo. La opinión resulta ingeniosa y la comparación un poco ociosa. Claro está que música y amor se pueden aprender en los libros, pero es verdad que ninguna de ambas artes estará completa sin la práctica.
Ni a tiros.
Cuenta la historia, casi un drama, Deleito y Piñuela en si historia del género chico.. Se estrenó en Eslava una obra, con música de Chapí titulada Los quintos de mi pueblo. El texto, de un tal Eloy Perillán y Buxó era malo, bastante malo, tanto que el famoso Julio Ruiz advirtió el fracaso y se las ingenió para no interpretar su papel. El fracaso fue total y el pateo sonoro e inmisericorde. Después de estos “quintos” se ofrecía Toros de punta, obra de Eduardo y José Jackson Veyán y música de Isidoro Hernández, que tenía un éxito extraordinario. Al llegar uno de los números de más tirón, el “Tango del ¡Zangá, zangá”, Julio Ruiz improvisó estos versos burlones:
El estreno de esta noche
sí que ha tenido que ver,
pues la grita que le han dado
se ha escuchado en Aranjuez.
El autor pedía
la repetición,
y la empresa ha dicho:
Lo repita Dios.
¡Zangá, zangá!
Al día siguiente, al llegar a este número, el autor de la fracasada obra del día anterior, que asistía embozado a la representación, se quitó la capa y apuntando con un revolver al cómico le espetó:
¡Cante usted la copla de anoche, so…!
Ni que decir tiene que no lo hizo. La orquesta paró, echaron el telón de boca y es posible que quien más, quien menos, se refugiara en los más apartados recovecos del escenario. El señor Perillán, a pesar de portarse como tal, no consiguió nada, y es que hay obras que no se salvan ni a tiros.
Mantener ilusiones.
“Nuestra finalidad es mantener al mundo en sus ilusiones y no arrancar bruscamente a los hombres de sus sueños para mostrarles la cruda realidad” (Claude Debussy, compositor francés).
Muchos compositores deberían pensar seriamente en esta frase. A veces nos llevan a la realidad con demasiada brusquedad. Y conviene recordar, que suelen ser los sueños, más agradables que la realidad.