José Prieto Marugán
Beethoven y el servicio doméstico.
En uno de los cuadernos utilizados por Beethoven cuando estaba sordo puede leerse lo siguiente:
31 enero – Despedida del criado.
15 febrero – Cocinera nueva.
8 mazo – Despedida de la cocinera.
22 marzo – Tomo un criado.
1 abril – Despacho al criado.
16 mayo – Despacho a la cocinera.
30 mayo – Tomo un ama de llaves.
1 julio – Tomo una cocinera.
28 julio – La cocinera se marcha.
29 agosto – Licencia al ama de llaves.
6 septiembre – Tomo una criada.
3 diciembre – La criada se marcha.
18 diciembre – Despido a la cocinera.
22 diciembre – Tomo una criada.
Además de su genio musical y de su carácter, Beethoven parece ser un precursor del trabajo temporal.
Público participativo.
El 17 de noviembre de 1854 se estrena en el Teatro del Circo una zarzuela con letra de Antonio Arnao y música de José Inzenga. Se titula El alma de Cecilia y han corrido rumores de que no es buena, lo que significa que el público va al teatro predispuesto. Emilio Cotarelo lo cuenta así en su documentada Historia de la Zarzuela: “El teatro completamente lleno parecía durante la representación una plaza de toros: tales eran los gritos, silbos, interrupciones y carcajadas. El público hablaba con los actores e intervenía en lo que se hacía en el escenario. así, debiendo Becerra leer una carta no le dejaron con las voces de “Que no lea” y otros: “Que la lea”, hasta que cansado, Becerra se encara con el público y dice: “¿En qué quedamos? ¿La leo o no la leo?”. Y entonces todos contestaron: “Sí, sí”. Había luego otra escena en que Becerra se desafiaba con otro actor; y cuando iban a sacar las espadas lo impidieron gritos de: “No, hombre, no. No matarse, porque no merece la pena”.
Menos mal que les dio por tomarlo a broma, porque, dicen los libros, el público de antes era mucho más primario que el de ahora. Por menos de nada, armaba un escándalo, tiraba cualquier cosa a las alturas o al escenario y los pateos eran temibles. Hoy las cosas han cambiado; hoy el público aplaude prácticamente siempre, cualquier cosa. Y tampoco es eso.
El telegrama de la paella
Se habían reunido en la casa que tenía Gayarre en Turín una serie de personas y el tema de conversación giró hacia la comida española. El tenor navarro alababa las excelencias del arroz cuando una tiple alemana intervino:
– No es posible que un plato en que se cuecen juntos carnes, pescados, verduras, mariscos, etc., no dé por resultado una soberana “porquería”.
– ¡Porquería! –decían los españoles, heridos en lo más profundo del amor patrio–. ¿Ha dicho usted “porquería”? Estamos obligados a convencerla de lo contrario.
– ¿Pero, cómo?
– Invitándola a usted a un arroz que haremos aquí mismo.
La idea fue secundada con entusiasmo. Sí, un arroz. Pero, ¿quién lo hacía? Se buscó por todo Turín un cocinero español sin resultado. ¿Iría a quedar malparado el pabellón de la cocina española? Gayarre se dio una palmada en la frente y dijo:
– No os preocupéis más de esto. Tendremos arroz.
Nadie sabía cómo iba a arreglárselas el cantante para resolver el conflicto. Y éste, muy sencillamente, telegrafió a una fonda muy famosa de Valencia para que por telégrafo y con respuesta pagada, le fueran transmitiendo la receta para condimentar una paella según todas las reglas del arte.
Los telegrafistas turineses no entendían ni una palabra de aquel galimatías de “échese el doble de caldo que de arroz, déjese reposar en el horno, téngase cinco minutos en un lado del fogón, etc…”.
Un amigo fue el encargado de confeccionar la “paella” según aquellas escrupulosas instrucciones y el éxito fue absoluto. La dama alemana, completamente convencida, pidió que le dejasen traducir a su idioma el telegrama descriptivo con objeto de hacer propaganda del arroz valenciano en Alemania.”
Además de agradecer a Gayarre la iniciativa y a pesar de la definitiva y sabrosa demostración circunstancial (porque suponemos que la paella no duraría mucho tiempo) hay que darle un poco de razón a la tiple alemana: no siempre da buenos resultados cocinar juntos carnes, pescados y verduras. Piensen ustedes, por ejemplo, en alguna ópera o zarzuela. El secreto no es la simple mezcla de ingredientes.
Todo inventado.
En julio de 1957 y en la Chopera del madrileño Parque del Retiro se presentó un festival de zarzuela organizado y dirigido por el prestigioso Pedro Terol y su compañía. Era una novedad absoluta, porque se podía ir a ver y escuchar la zarzuela ¡EN COCHE!. De la misma manera que los americanos tenían auto–cines, los madrileños, tenían auto–zarzuela.
La prensa acogió bien la idea y dijo, entre otras cosas: “En cuanto a los espectadores motorizados fueron ayer relativamente pocos, pero suficientes para señalar que esta modalidad rodada del espectáculo, ha de verse también asistida del asenso común”.
Las obras que se representaron fueron Luisa Fernanda y La verbena de la Paloma. La entrada de peatones estaba en la calle de Alfonso XIII y los que asistieran en coche debían hacerlo por la Cuesta de Moyano.
Suponemos que estaría rigurosamente prohibido a los asistentes motorizados, entrar/salir durante la representación. De si se podía “aplaudir” con el claxon, no sabemos nada.
Orquesta peligrosa.
Tomamos la información de uno de los primeros números de la Revista Musical de Bilbao, concretamente del publicado en junio de 1909.
“En la célebre prisión americana de Sing-Sing donde cientos de criminales expían sus delitos, se ha organizado una audición musical pública. La orquesta se componía de reclusos, el director, que apenas ha cumplido treinta años, ha sido condenado por desfalco en un establecimiento bancario; el primer violín por trigamia y viven sus tres mujeres; los dos flautas son italianos y pertenecen a la Mano Negra. En el programa figuraban trozos de Bach, Beethoven Wagner.”
Desconocemos detalles del programa y de las “biografías” del resto de los instrumentistas, pero seguramente nadie en tal concierto se habría atrevido a levantar la voz. Por cierto, adviertan ustedes el nombre de la prisión: Sing significa en lengua inglesa “cantar”.
Cantar después de muerto.
Asiste el joven Joaquín Turina, recién llegado a Madrid en 1902, a una representación de Tosca, en el paraíso del Teatro Real. Al concluir el segundo acto, recuerda él mismo, “bajé al escenario para saludar al barítono Blanchard, amigo mío y que en la Tosca hacía un Scarpia estupendo. Animadísimo estaba el cuarto de Blanchard … Y como gallina en corral ajeno, deslicé la siguiente tontería:
– ¿Canta usted mucho en el tercer acto, amigo Blanchard?.
El barítono me sonrió contestándome:
– No canto nada, porque ya me han matado en el segundo acto.”.
Para que luego digan que si los cantantes son presumidos o extravagantes: el barítono hacía lo que hace cualquier difunto: callar.