José Prieto Marugán
Flauta – I
“Entre pitos y flautas” es frase de la que conocemos variantes como estas: “Cuando pitos, flautas, cuando flautas, pitos”; “Cuando por pitos o por flautas”; todas significan que las cosas ocurren al contrario de lo que se esperaba. “Por pitos o por flautas”, pariente directa de las anteriores, equivale a, por una razón o por otra.
No es la única referencia a la flauta que aparece en los refraneros. “Tañe flauta quien no puede arpa”, viene a decir que quien no tiene mucho ha de conformarse con poco. “Quien tiene cañas, hace flauta, y quien no las tenga, a oírlas tocar se avenga”, no necesita explicación. También es fácil de comprender este consejo: “Lo que viene por la flauta, se va por el tamboril”.
“Sonar la flauta por casualidad” se relaciona con la conocida fábula El burro flautista, de Tomás de Iriarte, y significa, como es sabido, acertar por suerte en cualquier suceso o negocio.
Pero hay una flauta extraordinariamente conocida en nuestra paremiología, aunque ni nosotros ni nadie sabe de su propietario. Nos referimos a la “flauta de Bartolo”. Decir de una persona o cosa que es “como la flauta de Bartolo”, equivale a calificarla de inútil o inservible, ya que al tener el instrumento de este sujeto un solo agujero, deja escapar el aire y no sirve para hacer música.
Camilo José Cela, en su Diccionario secreto, otorga a la flauta un significado erótico que nadie puede negar, e incluye la coplilla que, por otra parte, hemos oído canturrear con frecuencia: “Bartolo tenía una flauta / Con un agujero solo, / Y a todos daba la lata / Con su flauta el gran Bartolo”.
¿Misoginia o prevención?
“Si las mujeres son atractivas trastornarán a mis músicos; si no lo son me trastornarán a mí” (Sir Thomas Beecham (1879-1961), director de orquesta británico).
Ignoro a qué mujeres se refería el venerable director, pero la frase es ingeniosa. Otra cosa es que sea cierta. ¿Podría ser la expresión del quiero y no puedo?
El hábito no hace al monje.
Luis Fernández de Sevilla, libretista de zarzuelas como Los claveles, La del Soto del Parral, o Don Manolito, se llamaba Luis Fernández García. Parece que al presentar su primera obra a un compositor (una y otro desconocidos) este le dijo que con esos apellidos no podía llegar a nada, y el muchacho adoptó como segundo el de su ciudad natal.
Una impertinencia del músico, porque en la zarzuela hay un libretista llamado Pedro Pérez Fernández, que tuvo varios éxitos en su momento y un tal Felipe Pérez González que escribió, nada menos que el texto de La Gran Vía.
Por imitación.
Cuando en Rey Jorge II tuvo ocasión de escuchar El Mesías se entusiasmó tanto con el célebre “Aleluya” que se puso de pie. Hay quien dice que creyó que este fragmento era un saludo hacia su persona. Sea como fuere, inmediatamente, todos los asistentes le imitaron y ahí nació la tradición inglesa (seguida en muchas otras partes del mundo) de escuchar este fabuloso fragmento coral de pie.
Colaboradores espontáneos.
Cuando el 28 de abril de 1914 se estrenó Maruxa en el Teatro de la Zarzuela, la belleza de la música levantó grandes ovaciones que hicieron innecesaria la ayuda de la habitual claque, a la sazón capitaneada por un personaje llamado Benito Calzado, más conocido por “padre Benito”. Este hombre estaba tan convencido de la utilidad de sus huestes que, al finalizar la obra, se acercó al escenario en el que Amadeo Vives recibía los aplausos de un teatro puesto en pie y le dijo: “No se quejará, ¿verdad maestro? ¡Menudo éxito “hemos” tenido!”.
Cuando las cosas van bien, es normal que crezcan, como hongos, los amigos y admiradores. Lo que no sabemos es si este “padre Benito”, convencido como estaba de su “colaboración”, llegó a pedir parte de los derechos.
Sorpresa, a pesar de todo.
La primera redacción de la ópera Guillermo Tell de Rossini, fue tan extensa que su representación duraba alrededor de cinco horas. Nada de extraño tiene este diálogo:
“- ¡Oh, maestro! -exclama un entusiasta admirador de Rossini- ¡Escuché anoche su Guillermo Tell!
– ¿Cómo? ¿Entera? -preguntó Rossini.”
Aunque el compositor italiano, siempre con mucho sentido del humor, debía saber que se le había ido la mano, su reacción mostraba su sorpresa, a pesar de todo.
La lista negra.
El manifiesto de la Unión de Compositores Soviéticos del 10 de febrero de 1948 redactó una lista negra formada por músicos que rechazaban “los principios básicos del Clasicismo, renunciaban a asociaciones sonoras caóticas y neuróticas que transforman la melodía en cacofonía”. Entre los componentes de la lista estaban Shostakovitch, Prokofiev, Khachaturian, Visarion Shebalin, Gabriel Popov y Nicolás Miaskovsky (que ocupó el lugar inicialmente destinado a Dmitri Kabalevske), quien, al parecer, tenía influencias en las esferas políticas de la extinta URSS.
Utilidad de la luz.
Es mucha y variada, como todo el mundo sabe. Pero lo que ya no es tan conocida es la utilidad que se le dio a la electricidad en los teatros madrileños. En tiempos ya pasados, la claque era verdaderamente peligrosa. Los individuos que la formaban, aprovechándose de la escasa iluminación de los teatros, proporcionada por lámparas de gas, cometían auténticos desmanes; su impunidad era casi absoluta. Pero llegó la luz y los responsables de los teatros encendían las luces de la sala al menor conato de bronca o escándalo provocado por estos energúmenos.
¡Hízose la luz y desaparecieron los “valientes”!