Por Andrés Ruiz Tarazona
No hace falta ser un experto en historia de la Música para comprender que un tema que se anuncia con el título «El Romanticismo» debería ser motivo de un libro y no de un artículo. Pero siempre se pueden dar conceptos generales válidos y el primero nos dice que este período es uno de los más fecundos y esplendorosos de cualquier arte en cualquier época, comparable por su significación y amplitud al período renacentista en la pintura o al barroco en la arquitectura.
En términos generales, el movimiento romántico abarca todo el siglo XIX y en muchos aspectos, sobre todo en el literario, se adentra en el siglo XX. justo es decir que, si atendemos a sus fundamentos últimos, el Romanticismo ha estado latente a lo largo de la historia del arte y de la literatura de todos los tiempos.
«¿Quién que es, no es romántico?». La pregunta del poeta es una afirmación incuestionable, pues ya encontramos espíritus románticos en el Renacimiento de signo manierista (pensamos en El Greco, en Gesualdo de Venosa, en Oriando di Lasso) y durante el neociasicismo aparece en aspectos de la pintura de Goya, del teatro y la poesía de Goethe y Hölderlin, en Carl Philippe Emanuel Bach, en el Haydn «Sturn und Drang», en Mozart.
Pero, ¿en qué se manifiestan románticos ciertos artistas? Acaso lo primero sea el cambio profundo de la visión de las cosas, que obliga a un giro radical en el lenguaje. Se busca una expresividad nueva para unos sentimientos que posiblemente sean los mismos de siempre, pero que ahora van a ser exaltados por una imaginación ilimitada que salta por encima de los valores puramente formales a la busca de una libertad conocida.
En la obra de los artistas -en este caso los músicos- anteriores al siglo XIX, la crítica ha visto, es verdad, pasajes aislados del conjunto que presentan un evidente fondo romántico y, extraídos de su contexto, se les atribuye un sentido estético que sus autores no sospecharon. Porque todo estado de alma, todo impulso de la imaginación, aquello que hoy constituye patrimonio del romanticismo, podemos encontrarlo en autores barrocos o clásicos; el amor al pasado, la relación entre amor y muerte, la noche, la soledad, el clima de misterio, la tradición, el gusto por lo popular, por los paisajes boscosos, los jardines abandonados, las ruinas. Sin embargo, nada de esto recibió especial atención antes y, sobre todo, no se disponía de los medios expresivos adecuados para abordarlo como lo hicieron los verdaderos románticos que, como siempre, son los de la primera generación.
La Revolución Francesa respecto a Europa, o la Guerra de la Independencia respecto a España, vinieron a poner fin al antiguo régimen restringido y tutelar, para ejercer una benéfica influencia en aspectos estéticos y sociales de la música. El ser humano vuelve a ser, como en el Renacimiento, centro de cualquier actividad, sea política o artística. Alemania, país donde el Romanticismo tiene sus raíces, lleva a cabo una profunda revolución a través de constantes y deliberadas transgresiones de la armonía tradicional y de la forma, incluso dentro de formas tan clásicas y aceptadas como la forma sonata. El arte musical va ganando en subjetividad y, poco a poco, descubre su increíble capacidad para erigir mundos de incalculable belleza y fantasía.
Cuestiones inamovibles anteriormente como la relación tonal en el discurso de la sonata clásica son obviados en favor de un uso continuo de la modulación. Eso es lo que distingue entre sus contemporáneos al mayor de los románticos españoles, Mariano Rodríguez de Ledesma (1779-1847), cuya extraordinaria obra sinfónico-coral parece, al fin, irse hoy abriendo camino en su ingrata tierra. Por otra parte, en el maestro aragonés se hace patente otra de las características de la revolución romántica, el cuidado de la tímbrica a través de un empleo inexcusable de determinados instrumentos, consecuencia acaso de la pérdida de importancia de las viejas leyes de la armonía y de los esquemas formales clásicos, lo que propiciarla esa mayor atención al color orquesta¡ a través de¡ uso obligado de instrumentos concretos.
Sabiamente utilizados en un marco cada vez más osado cromatismo melódico, alcanzará la música efectos impresionantes en autores como Hector Berlioz (1803-1869) y Richard Wagner (1 8 13-1 883).
Ello favorecerá el culto a la personalidad, por ejemplo, a través de¡ dominio absoluto de los instrumentos. Figuras como Liszt en el piano, Paganini al violín, María Malibran en el canto, son ejemplos de esa nueva figura del virtuoso venerado por las masas.