Por Juan José Prendes
Su extraordinaria calidad vocal y su gran capacidad dramática le han convertido en uno de los cantantes más brillantes de su generación y es, sin duda, uno de los cantantes más demandados por las grandes casas de ópera. Invitado habitual de los más célebres escenarios líricos del mundo como el Teatro alla Scala de Milán, la Ópera Estatal de Viena, Teatro La Fenice de Venecia, Royal Opera House de Londres, Deutsche Oper Berlin, Teatro Real de Madrid, Ópera Nacional de París, Ópera Estatal de Baviera, Festival d’Aix-en-Provence, Rossini Opera Festival de Pésaro o el Festival de Salzburgo, el famoso bajo-barítono italiano Alex Esposito está considerado como el mejor intérprete de la actualidad del malvado Assur, rol rossiniano con el que ha conseguido los más entusiastas aplausos de la escena lírica internacional.
Ha sido galardonado con el Rossini d’Oro por su éxitos en el Rossini Opera Festival de Pésaro. Este compositor ha estado muy presente a lo largo de su carrera: Fernando Villabella (La gazza ladra), Alidoro (La Cenerentola), Mustafà (L’italiana in Algeri), Faraone (Mosè in Egitto), Assur (Semiramide)… ¿Cuáles son los mayores retos para un cantante cuando se enfrenta a Rossini?
Los retos son, principalmente, dos: resistencia e interpretación. La primera, apoyada por el estudio y la técnica. Rossini no se improvisa, en realidad, ningún compositor, pero en especial Rossini. La preparación de estos roles requiere una gran atención a la parte vocal, a la voz entendida como instrumento. Rossini exprime al máximo las capacidades y las habilidades de cada registro vocal y las lleva al límite de sus posibilidades. La segunda consiste en evitar que la espectacularidad de la parte vocal domine o usurpe la parte dramática. Me explico: a menudo, cuando se ejecutan pasajes de extrema coloratura se corre el riesgo de eclipsar el drama que se tiene que interpretar porque son los pasajes que más sacuden al espectador. De hecho, Rossini no escribe notas por sí solas como si fueran notas que se disparan de manera sucesiva de una metralleta, desligadas de lo que está sucediendo en el escenario, sino que, en Rossini, la música y el teatro van siempre de la mano porque, de lo contrario, se corre el riesgo de no interpretar bien Rossini y de lucir solo la propia habilidad (virtuosismo, brillantez) además de aburrir al público.
Son muchos los que afirman que Alex Esposito es el mejor Assur de hoy (Semiramide), un rol que ya ha cantado varias veces, en los principales teatros de Europa ¿qué es lo más difícil, desde el punto de vista vocal, a la hora de enfrentarse a Assur?
Sin duda alguna, la sortita, que defino como una utopía musical. Para Idreno y Assur, Rossini escribe diez compases sin posibilidad de poder respirar en una tesitura agudísima y encima, al comienzo de la ópera, cuando la voz todavía no ha calentado.
En esta ocasión será en versión de concierto; ha cantado tanto en ópera como en recitales, ¿qué prefiere?
Prefiero hacer teatro. Semiramide es uno de esos casos raros que por belleza y complejidad musicales funciona muy bien en versión de concierto, pero a menudo no es así. La ópera en concierto es bonita pero falta siempre algo. Sería como comer el filete más bueno del mundo, pero soso y sin ningún acompañamiento. En definitiva, falta algo que exalte plenamente el sabor.
También ha interpretado a Mefistófeles en La Damnation de Faust de Berlioz, y a Faust de Gounod, ¿cuáles son las principales diferencias entre el personaje de Berlioz y el de Gounod?
Gounod y Berlioz crean dos personajes bastante diferentes. Aunque ambos procedan del personaje de Goethe, desarrollan dos caracteres opuestos. El primero, muy romántico y gótico… el diablo del placer, de la seducción y de la lujuria, que es precisamente aquello que más nos atrae. El segundo, es más psicológico y «enfermo», respaldado por una música menos popular y más compleja.
¿Le gusta cantar en francés?
Muchísimo, a pesar de que sea el idioma más difícil de pronunciar por la variedad de vocales y excepciones de pronunciación, pero me parece un idioma muy musical y, como el italiano, muy adecuada al canto.
Además del italiano, ¿cuál es su idioma favorito para cantar? Y ¿el que menos le gusta?
Pues tal vez sea precisamente el francés. En general, nunca hay cosas que no me gustan. A menudo, lo que no nos gusta es porque es difícil de entender y de hacer. Por ejemplo, cuando me puse a estudiar La flauta mágica en alemán hace muchos años, fue muy difícil y no me gustaba nada, pero me lo tomé como un reto y me di cuenta que, en realidad, era y es mucho menos complicado de lo que parece. Creo que el español también es muy adecuado para el canto, pero solo canté una vez en este idioma, y fue La vida breve.
Sus inicios están ligados a Mozart; de hecho, ganó el famoso Premio Abbiati de la crítica italiana por sus interpretaciones mozartianas y ha conseguido grandes éxitos como Leporello (Don Giovanni) en La Scala de Milán, la Deutsche Oper de Berlín, la Ópera Estatal de Baviera o en el Theater an der Wien… También ha sido Papageno (La flauta mágica), Fígaro (Le nozze di Figaro) o Guglielmo en Così fan tutte, ¿qué le enseñó Mozart?
De Mozart he aprendido a estar en escena, y acompañar la palabra cantada a la acción, a pronunciar cada palabra dando un significado a veces incluso onomatopéyico, y a comunicar todo un mundo con la simplicidad.
Últimamente ha cosechado también grandes éxitos como cantante verdiano: I Lombardi alla prima crociata en el Regio de Turín, Macbeth en el Macerata Opera Festival, Don Carlo en la Fenice de Venecia, ¿Mozart y Rossini son una buena escuela para cantar Verdi?
Son la mejor escuela que hubiera podido tener. Rossini te impone la técnica, porque si no, no lo haces, ¡no puedes! Mozart te enseña a estar en escena, es decir ¡el drama! Creo que la trilogía Da Ponte-Mozart es el máximo ejemplo de la unión entre música y teatro.
Retrocedamos al principio ¿cómo nació su interés por la ópera?
¡A decir verdad, no lo sé! Siempre he estado atraído desde pequeño por la representación a 360º, que abarca desde el pesebre de Navidad a la ópera lírica, pasando por el circo ecuestre, la misa del domingo, las fiestas en la plaza, el cine, la prosa, el cabaret… Digamos que me encanta la posibilidad humana de reproducir en ficción momentos de la vida vivida o incluso de situaciones irreales e imposibles. Lo encuentro muy bonito porque puedes hacer lo que quieras, ser quien quieras, expresarte como quieras (canto, hablado, danza, mímica, gestos). Creo que es una necesidad humana para evadirse de la propia naturaleza, de encontrar un plan (b) a lo que realmente somos. El carnaval, por ejemplo, es un modo universal de evadirse con el teatro, para ser quien no se es.
¿Recuerda cuál fue su primera ópera como espectador?
¡Por supuesto! Nabucco en La Scala. Todavía no sabía lo que iba a ver, pero sentía dentro de mí algo grande y así fue. Fue un antes y un después. Salí del Piermarini diferente, cambiado, proyectado a un futuro que todavía no visualizaba, pero que ya estaba allí, recibiéndome.
¿Es cierto que fue a estudiar Arquitectura a Milán, pero se pasaba los días haciendo cola para asistir al Teatro alla Scala?
Sí, en realidad, fue una coartada para estar en Milán, y estudiar y hacerme escuchar. Para poder ir lo más posible al teatro… No hice ni siquiera un examen. Mis padres se enfadaron mucho cuando lo descubrieron
¿Recuerda su primera actuación en La Scala? ¿Recuerda qué sintió?
Pues debuté en el Piermarini con la Filarmónica, cantando un aria de cámara de Mozart, pero la primera ópera fue Don Giovanni. Lo primero que hice fue mirar el palco donde estuve la primera vez en el 86 y pensé: «¡qué bella es la vida!». Fue una de las emociones más bellas.
¿Cuándo se dio cuenta de que podía hacer una carrera profesional como bajo-barítono?
Cuando sentí dentro de mí que lo de estar en la parte del público ya no era suficiente. Cuando al salir por la noche del teatro, estaba ya pensando en volver para ver la próxima ópera. Es como cuando te enamoras de una persona y no te basta con verla de vez en cuando, sino que quieres formar una familia.
¿Quiénes fueron sus maestros de canto?
Son dos, principalmente: Romano Roma en los inicios, un barítono de la vieja escuela que vivía en un lugar perdido en el Véneto. Era todo un viaje llegar. Dos trenes y dos autobuses para ir y lo mismo para volver. Vivía en una casa en el campo y se calentaba con una chimenea. Había cantado con los más grandes, pero hizo una carrera breve por motivos de salud. Un hombre un tanto huraño, pero un buen hombre. Me preparaba la comida y la mayor parte de las veces no quería que le pagase, así que, realmente, no era una fuente de ingresos para él, pero me quería mucho y yo a él también. Luego, un día alguien me dijo que mi voz era adecuada para Rossini pero mi coloratura era prácticamente inexistente, y entonces me llevaron con Sherman Lowe en Venecia (siempre el Véneto, ¡será un karma!), y me presenté diciendo: «quiero cantar Rossini pero no soy capaz, ¿cómo se hace?». Y él, como buen americano que había asimilado el pragmatismo veneto, me dijo: «¡se estudia!». Y ahora aquí estoy.
Son muchos los que además de su canto alaban su gran capacidad dramática, ¿se ha preparado como actor o es un talento natural?
Me alegra cuando me lo dicen, porque es algo que siento mucho. Sí, empecé en una academia de teatro hace muchos años, aunque sin llevarla a término, pero me gusta muchísimo el teatro de prosa.
¿Sigue algún ritual antes de subirse al escenario?
Sí, y es recordar cuando de joven hacía kilómetros y kilómetros, y gastaba mucho dinero para asistir a las óperas. Siempre me imagino que quizá esté alguien como yo en el público con aquella misma pasión e intento no decepcionar nunca al pequeño nuevo Alex que ahora está sentado ahí y me gustaría devolverle lo que los grandes de entonces me han regalado, ¡quién sabe si no quiere ser cantante también él!
¿Cuál es su método de estudio cuando prepara un nuevo rol?
Sin duda, estudiarlo con la partitura al piano, y ajustando los pasajes más delicados. Luego, me gusta entender de dónde viene un personaje, de dónde salió… y luego, me gusta escuchar cómo ha sido interpretado por los grandes del pasado. Es una cosa imprescindible, que forma parte de nuestro background. A menudo, los colegas dicen que no escuchan grabaciones de otros, sintiéndose casi ofendidos con la pregunta (aparte de que no es verdad porque luego cuando hablas de eso, se descubre que lo hacen). Y, además, sería un error, porque sería como si Zeffirelli o Fellini nunca hubieran visto las películas de Visconti y Pasolini. En definitiva, es una cosa de la que no podemos prescindir.
¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre?
Hacer lo que nunca hago, es decir, vivir una vida normal. El mundo del teatro es muy bonito, pero a veces te desconecta de la realidad. Se corre el riesgo de acostumbrarse y de tener solo eso en la vida, algo que encuentro muy peligroso por sí mismo y también para la propia profesión. A veces, para quien hace una vida como la nuestra, es mucho más reconfortante las llamas de la leña en el fuego que un agudo bien hecho. Así que me gusta el campo, el olor de la chimenea, hablar con gente que cultiva la tierra y cría animales, abrir la ventana de casa y ver a los ciervos pastando.
¿Cuál es su música preferida para escuchar?
Me gusta mucho la música de órgano, pero en general me gusta toda la música cuando es bonita e inteligente y, sobre todo, cuando transmite algo.
Por último, ¿cuáles son sus próximos compromisos?
La próxima temporada cantaré Marino Faliero de Donizetti en el Festival Donizetti Opera de Bérgamo, Don Giovanni en la Metropolitan Opera de Nueva York, Le nozze di Figaro en la Lyric Opera de Chicago, La flauta mágica en la Opéra National de Paris, Macbeth y Le nozze di Figaro en la Bayerische Staatsoper de Múnich.
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