Eduardo Fernández: el trabajo bien hecho
Por Susana Castro
Este artículo fue publicado en la revista Melómano de septiembre de 2017, número 233
¿Cómo fueron tus primeros pasos en la música?
Mi abuelo era director de banda en un pueblo de Cuenca. Comencé tocando el requinto, con 4 años. Él tenía un teclado eléctrico en casa, pero en mi familia no había ningún pianista. De repente me empezó a gustar el hecho de sacar las melodías que tocaba con la banda en el teclado. A raíz de eso, cuando empecé estudios en el conservatorio, me decidí por el piano, no por el clarinete. Al cabo de un tiempo, estudiando ya en el conservatorio, el profesor de clarinete se enteró de que yo tocaba el clarinete y me preguntó que por qué no hacía también la carrera de ese instrumento. Al final terminé haciendo las dos cosas a la vez. Aunque ya no toco el clarinete, creo que es muy beneficioso para un pianista haber tocado cualquier otro instrumento melódico, igual que para cualquier instrumentista melódico es muy bueno tener nociones de piano.
¿Existía tradición musical en tu familia, aparte de tu abuelo?
Sí, en la familia de mi abuelo casi todos sus primos eran directores o músicos de banda de algún pueblo cercano, en Castilla-La Mancha.
¿Cuándo decidiste que querías ser concertista?
El hecho de tocar el requinto en la banda hace que ya estuviera tocando solos con 4 o 5 años, porque tenía muchas partes a solo. Creo que el encontrarme con el piano hacía que tuviera a mi disposición todos los instrumentos para poder de alguna forma “dirigirlos”. No sé si lo que quiero es tanto tocar solo como dirigir al resto, lo que es seguro es que me dirijo a mí mismo (risas). Me llama la atención no el hecho de tocar solo, sino el tener las cosas bajo mi criterio o bajo mi control. Pero no por el hecho de ser el solista o el protagonista.
¿Cuáles han sido tus maestros?
Partiendo de mi abuelo, que es con quien empecé en la música, luego tuve la suerte de encontrarme con Carmen Aguirre —discípula de Magda Tagliaferro—, que fue mi profesora durante casi toda mi formación. En el conservatorio estudié con Almudena Cano y con Ana Guijarro. Posteriormente he recibido un montón de cursos y clases, pero ellas han sido mis maestras. También tuve la suerte de dar clase con Esteban Sánchez, justo antes de que falleciera. Yo era un chavalín, pero por aquel entonces ya tocaba el segundo cuaderno de Iberia, y pude tocar para él.
Además, he aprendido mucho escuchando a todos los grandes intérpretes que he tenido ocasión de ver en el Auditorio Nacional durante mi vida. Considero que no hay mejor forma de transmitir una enseñanza que con el propio ejemplo, viendo cómo afrontaban e interpretaban diferentes programas he podido el más amplio abanico de ejemplos y enseñanza. De cada concierto he salido con ganas de llegar a casa y probar diferentes cosas al teclado. He aprendido muchísimo de Richter, Pollini, Volodos o Sokolov, porque no me perdía ni un concierto.
Tu debut tuvo lugar en la Sala Principal del Teatro Real junto a la Orquesta Sinfónica de Madrid, con motivos del Centenario de la muerte de Isaac Albéniz, ¿qué recuerdas de aquel concierto?
En la actualidad no tengo muy claro que podamos hablar de debut con las mismas connotaciones que tenía hace 50 años. Era algo muy sonado, muy significativo,pero ahora hay muchas formas de llegar a tocar en los grandes auditorios. Creo que esa expresión ha dejado de tener el valor que tenía, aunque a mí me resulta muy carismático, ya que me he criado leyendo cosas como “Alicia de Larrocha debutó en el Teatro Real con 27 años”.
Sin embargo, como hoy en día es muy complicado tocar en el Teatro Real, ya que no hay recitales como tal, considero ese concierto como uno de los más relevantes de mi trayectoria. Recuerdo que la sensación fue muy diferente para mí, al tocar en un espacio tan vertical. Como pianista sueles estar acostumbrado a tocar en salas con un formato mucho más horizontal. Me daba la impresión de que había gente más arriba, más arriba, nunca se acababa, es muy peculiar y no me he encontrado eso en otro sitio. Sí que hay salas de cámara con mucha grada, como por ejemplo la Sala de Cámara del Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA), pero no tienes la misma sensación que en el Real.
Quizá como debut también pueda ser llamativo el concierto que hice para el Ciclo Scherzo en 2007, que por entonces se hacía en el Teatro de la Zarzuela, donde no se hacen recitales de forma habitual, y tuve la suerte de poder tocar.
Sobre las primeras veces que tocaste en el Auditorio Nacional de Música, ¿cuáles recuerdas más especialmente?
La primera vez que toqué en el Auditorio tenía 18 o 19 años, con obras de García Abril y Zulema de la Cruz, creo que se celebraba un aniversario de Luis de Pablo. Lo que más recuerdo son aquellos programas en los que he tocado un repertorio muy compacto, como cuando toqué las últimas piezas de Brahms —justo antes de grabarlas— o un programa de sonatas —Scriabin, Rajmáninov, Beethoven—, ya que tienes la sensación de hacer un recital en el que todo está focalizado hacia una historia que quieres contar. También tengo muy buen recuerdo de todas las veces que he participado en las “locuras” del CNDM, desde Iberia —cuando saqué el disco—, en el primer Solo Música en la Sala Sinfónica, la integral de sonatas de Beethoven o esta última, de junio, con las sinfonías de Beethoven/Liszt.
Tu disco con la integral de preludios de Scriabin, del sello OrpheusClassical, ha cosechado buenísimas críticas y ha tenido una acogida estupenda, ¿te esperabas esta repercusión?
Siempre he tenido la sensación de que Scriabin está por descubrir, y espero que esta sensación sea cada vez más pretérita, porque sí veo que poco a poco hay un mayor interés en torno a él, quizá una “moda” entre pianistas, pero creo que debe ir más allá, hay que hacer llegar cuál es el mensaje real de su música y la evolución de su obra para que el oyente, al comprender todo esto, pueda disfrutar de todas las piezas, estén ubicadas en el momento de su vida que estén ubicadas. De ahí que me parezca especialmente interesante poder trabajar todos los preludios, ya que abarcan desde una de las primeras obras que compone hasta las últimas que escribe antes de morir, que eran las últimas pruebas mientras escribía Mysterium.
Además, para mí fue un momento de grandes cambios, porque yo tenía un proyecto sobre la mesa para grabar las sonatas de Scriabin, no los preludios, con el sello que había grabado Brahms. Se me cruzaron varias posibilidades de hacer recitales con bastantes preludios, ya había tocado muchos de ellos, sobre todo la oportunidad de hacerlo en la Fundación Juan March.Vi como una posibilidad más interesante grabar todos los preludios para aprender realmente todo el mensaje, y poder aplicarlo ahora a las sonatas, aunque ya las estaba abordando antes, ahora puedo hacerlo con otro punto de vista más completo o más amplio. Ahora con los preludios conozco todos los pequeños huecos que hay en toda la vida de Scriabin, y las sonatas son grandes momentos, pero no rellenan toda su vida, como sí ocurre con los preludios, que son como el diario.
Por otro lado, me crucé con Félix Ardanaz, director artístico de OrpheusClassical. Me contó su proyecto y me encantó. Quedé muy satisfecho con el resultado del disco, luego llegó el concierto en la Fundación Juan March, el Premio “El Ojo Crítico”, muy buenas críticas y… no te voy a decir que me lo esperaba, porque no, estoy encantado de cómo están yendo las cosas, pero sí que han ido en la dirección que yo buscaba.
Todos los factores externos han confluido para que las cosas vayan en esa dirección, pero después de muchísimos años de trabajo y de estar tocando en cualquier parte del mundo. Creo que he tenido un rodaje externo que implica un conocimiento profundo de muchos aspectos.
En tu discografía cuentas con tres discos más, dedicados a Chopin, Albéniz y Brahms, además de uno de reciente aparición con obras de Ramón Paús. ¿Con cuál estás más satisfecho?
Estoy muy contento de todos ellos en el momento en el que han sido grabados, pero inevitablemente, igual que yo voy madurando y creciendo en el mundo de los conciertos en directo, en el mundo de la grabación es evidente que también hay una evolución. Voy estando más satisfecho con cada grabación conforme voy realizando una nueva. Probablemente si grabo un nuevo disco seguramente estaré más contento que con los anteriores, pero no los desecho, claro. De hecho, cuando grabé Iberia mucha gente me decía que con 26 años era muy joven para grabarla, pero en ese momento estaba muy convencido de mi versión y quería dejar constancia de cómo afrontaba tan magna obra con esa edad. Siempre tendré ocasión de volverla a grabar en cualquier momento de mi vida. Pero si no la hubiera grabado hace casi 10 años, sí que podría arrepentirme de no haberlo hecho. La mayoría de grandes pianistas españoles tienen varias versiones de Iberia. No es ni mejor ni peor.
En 2016 fuiste galardonado con el Premio “El Ojo Crítico” de la Música Clásica de RNE, ¿qué ha supuesto para ti este inesperado reconocimiento?
Fue una alegría y una sorpresa indescriptibles. Es un premio al que no se presentan candidaturas ni hay nominaciones, por lo tanto se convierte en algo completamente inesperado. Es un premio que reconoce la trayectoria y la carrera de artistas menores de 40 años. Es un honor recibir un premio que anteriormente ha recaído en músicos de la talla de Víctor Pablo Pérez, Juanjo Mena, Javier Perianes, Pablo Heras-Casado o el Cuarteto Quiroga. También lo ha hecho muy especial, y mantendré ese recuerdo siempre en mi memoria, el hecho de que uno de los miembros del jurado fuera el gran José Luis Pérez de Arteaga. Este premio me permitió poder conocerle más de cerca, y quedarme con un recuerdo entrañable y cercano de él.
Aún no puedo conocer todo el impulso que pueda dar este premio a mi carrera. Lo que sí es cierto es que es un galardón al que todo el mundo tiene un gran respeto y aprecio. Sí que soy consciente del enorme impacto mediático que me ha facilitado, y eso siempre es un punto muy positivo, que agradeceré siempre, y que se ha visto reflejado en una mayor presencia en diferentes programaciones.
Has tocado en numerosos países, como Rusia, China, México, Rumanía, Noruega, etc., ¿con qué público conectas mejor? ¿Dónde te has sentido más reconocido?
Yo no noto grandes diferencias, sí pequeños matices. Por ejemplo, en Rusia hay un respeto tremendo por el artista, cuando terminas el concierto la gente se acerca a darte flores mientras estás saludando en el escenario. Eso aporta un gran calor y cercanía. En China, siempre hay muchísimos niños con sus padres en el público, que al finalizar el concierto esperan ansiosos poder saludarte, hacerse fotos y que les firmes autógrafos. Recuerdo que antes de uno de los conciertos, un caluroso domingo por la tarde en pleno agosto, cuando iba de camino a la sala, me dijeron que si no me importaba que algunos niños del conservatorio se acercasen a verme estudiar. Yo les dije que no había ningún problema, pero cuando llegué había cámaras de televisión grabando cómo me bajaba del coche, cómo entraba en el auditorio, cómo estudiaba… ¡con el auditorio lleno! Esto en España es impensable.
Lo importante es encontrar qué es lo que tiene de positivo y especial cada público y disfrutarlo.
Con motivo de tu disco dedicado a la Iberia de Albéniz, la revista estadounidense Fanfare te nombró “príncipe heredero de Alicia de Larrocha”. Supongo que leer algo así es abrumador pero, ¿realmente es el repertorio español lo que a ti más te llena?
La música española me interesa muchísimo, por supuesto, de hecho, ese fue mi primer disco, y he abordado proyectos enormes de compositores españoles, como los preludios de García Abril en un solo concierto, o el disco que he grabado ahora de Ramón Paús —que además me ha dedicado un concierto que tenemos pendiente de estreno—, y hago conciertos de música española actual con frecuencia, sí que me siento muy identificado con ella. Pero va por temporadas, no es que sea volátil, sino que llevo una línea en la que si de repente, encuentro algo de un compositor que me llama mucho la atención, hace que me detenga un poco más. No me paro solamente en una pieza cuando quiero abordar algo, sino que investigo más allá, qué piezas le rodean, cuál era su mundo, qué era lo que estaba haciendo o pensando, etc., y eso me lleva a adentrarme por completo en un compositor. Cuanto más me llama la atención ese compositor y su entorno, más me adentro en él, pero eso no quiere decir que Brahms me guste más que Albéniz o que Scriabin me guste ahora más.
¿Cuál sería tu concierto ideal, soñado?
Por un lado siempre digo que no me pongo metas, porque de alguna forma sería ponerme límites, pero como concierto soñado sí que me queda la imagen de tener 80 o 90 años y estar tocando cualquier recital o con orquesta. Siempre tengo en la cabeza un video de Rubinstein tocando con 86 años bajo la emocionada mirada de los primeros atriles. Lo mismo que Achúcarro, con 85 años sigue estando al máximo nivel. Ese es mi sueño, no el de un concierto hecho realidad, que tiene un fin y se ha pasado, sino de toda una vida de trabajo, superación y disfrute.
Aunque vivas de lo que amas, ¿cómo desconectas de la música? ¿Tienes algún hobby?
Disfrutar con mis amigos, una buena cena, un buen vino y una buena conversación.
Deja una respuesta