Verdi tenía ya bien cumplidos los 70 años. Todo el mundo, incluso él mismo, daban por finalizado su tiempo de compositor operístico. Sus necesidades económicas estaban perfectamente resueltas y le satisfacía vivir en una relativa y pacífica soledad, acompañado de su mujer Giuseppina Streponi, inteligente y culta, y pocos amigos, puesto que muchos de ellos ya habían fallecido. Entre los pocos visitantes a su residencia figuraba Arrigo Boito, compositor de la excelente ópera Mefistófele. Este libretista extraordinario sentía por el viejo maestro -29 años mayor que él- una gran admiración, con quién, además, compartía inquietudes musicales y literarias. Los encuentros en Santa Ageda, residencia habitual del músico, tenían razón de ser: dos años después del estreno triunfal en 1887 de Otello, con libreto de Boito, Verdi recibió del escritor un boceto teatral sobre otra obra del dramaturgo: Falstaff.
Por Karmelo Errekatxo
El compositor se entusiasmó con el asunto y a partir de entonces comenzó a trabajar, con lentitud, en su música, sin los apuros que tantas veces habían sido motivo de sus compromisos con los teatros. Esta tranquilidad por la nueva obra, aparte de motivada por la edad, hay que asociarla con la creación de una música de gran originalidad que poco tenía en común con lo que el músico había escrito hasta entonces; incluso se alejaba del Otello que ya había significado un cambio rotundo en la trayectoria del veterano maestro.
La ‘espina’ de la comedia
Parece ser que durante buena parte de su vida Verdi había mostrado interés por escribir una ópera cómica. Triunfador absoluto en el melodrama, sabio en la música dramática, al final de su vida se apasiona por una comedia lírica. Algunos comentaristas argumentan que pudo ser porque en cierta ocasión Rossini puso en duda la capacidad del músico de Roncole para tal estilo de teatro musical. Otra explicación puede ser que el maestro jamás se sobrepuso del todo al fracaso de su segunda ópera, Un giorno di regno, comedia malograda que fue retirada al día siguiente del estreno. Ahora un asunto basado en el comedia de Shakespeare Las alegres comadres de Windsor y en las dos partes de Enrique IV le daba la oportunidad de crear algo largo tiempo deseado. Ante el bosquejo que le ofreció el libretista, músico y escritor se pusieron a trabajar conjuntamente en el invierno de 1889.
Para la primavera siguiente el libreto ya estaba concluido. El acto primero fue escrito en poco tiempo. El resto de la partitura costó mucho más. Verdi vivía por entonces una temporada de depresión motivada por la muerte de varios de sus amigos. Se temió, incluso, que el proyectado Falstaff no llegase a tener fin. Pasado algún tiempo los dos últimos actos fueron gradualmente compuestos. Cuando se cumplían casi los seis años desde el estreno de Otello, la Scala de Milán presentó la última obra operística de Verdi el 9 de febrero de 1893. El éxito fue grandísimo y pronto la nueva ópera se representó en los principales teatros líricos del mundo. El Teatro Real de Madrid lo estrenó el 10 de febrero del año siguiente.
Un gran colofón musical
A pesar de la edad del músico la partitura no muestra falta de inspiración, sino más bien lo contrario. Dentro de la trayectoria del maestro su última ópera supuso un avance con respecto al resto de sus composiciones. En Falstaff su autor empleó la flexibilidad de la ópera bufa. Sus escenas son cortas. Los personajes aparecen, dicen lo que conviene y salen. En esta farsa en la que todo es burla, ilusión y parodia, como se dice en su moraleja final, Tutto nel mondo é burla‘, el arte del conjunto vocal alcanza su apogeo, convirtiéndose en cierta medida en su ley fundamental.
A pesar de su importancia musical no es ópera que satisface igualmente a los aficionados. La novedad de su estilo vocal y orquestal, el recitativo melódico, su audacia armónica no han calado del todo en el gusto de los seguidores del Verdi de su período medio. Sin embargo tanto Otello como Falstaff han encontrado el reconocimiento de parte de la intelligenzia musical de nuestra época. De todos modos en los últimos tiempos hay indicios de que Falstaff puede llegar a ser tan ampliamente apreciada como cualquiera de las anteriores óperas. Es, como ha dicho un famoso barítono, una ópera que, como el vino, va ganando con el tiempo.
La última ópera de Verdi es una evolución que responde a una fecunda vida creativa que ha ido abandonando el sistema de arias de forma cerrada. Es fruto de una maduración interior que, al final, encuentra la salida para salvar a la ópera italiana del peligro de agotamiento en el que estaba sumida a finales del siglo XIX. Como acertadamente escribe Massimo Mila rompe ‘la vieja construcción estrófica de la melodía que paraba y aislaba los movimientos culminantes de la expresión dramática, fijándolas en arias, cabaletas, duetos y concertantes, elaborados pero estáticos oasis de expresión lírica’ y crea ‘a cambio un medio de revestimiento melódico de las palabras que no siguen esquemas preestablecidos y sin embargo modela obedientemente el empuje del devenir dramático’.
Verdi, gran dramaturgo musical, para Falstaff crea una partitura brillante, perfecta, de un refinamiento orquestal como hasta entonces no se conocía en la ópera italiana. El foso no acompaña al escenario, sino que ambos dependen entre sí. El ritmo teatral resulta extraordinariamente conseguido. Los personajes están perfectamente dibujados, especialmente el orondo y bonachón pícaro tragicómico, ya muy entrado en años, pero que por obra y gracia de Boito se convierte en uno de los grandes caracteres de la realidad humana.
De nada sirvió que Verdi advirtiera a su editor Ricordi: ‘el protagonista de Falstaff no es Falstaff, sino Alice’, la realizadora del complot de las comadres. Falstaff, que critica la sociedad en la que vive, y de la que se sirve para su pervivencia, con Boito y la música de Verdi quedó tan bien dibujado que es, sin duda, uno de los más geniales retratos operísticos de todos los shakespearianos que inundan el mundo de la ópera. Todo esto exige mucha madurez para su interpretación, fortaleza vocal y gran experiencia teatral.
Breve referencia de la trama
Unas burguesas de buen amor (Alice Ford y Meg Page) se mofan y quieren castigar poniendo en ridículo al viejo verde (John Falstaff) que, por carta, dos con el mismo texto y destinos diferentes, les dirige. También Falstaff tiene intención de robar las bolsas a los maridos de ambas. Una pareja joven (Nannetta, hija de Alice y Fenton) es el eje romántico en contraste con la serie de engaños que tienen lugar en la acción. Falstaff es engañado por las mujeres con intervención de otra -Mistress Quickly- y el marido (Ford) de Alice.
Huyendo de la ira de Ford, Falstaff se esconde en un cesto de ropa vieja y es precipitado al río. En una escena férica duendes, espíritus y diablillos disfrazados intentan atemorizar en la medianoche al incauto Falstaff. En la confusión tiene lugar la boda de la joven pareja no deseada por el padre de la novia, que pretende el matrimonio con el doctor Cayus. Al final se descubren los engaños. Falstaff reconoce su mal comportamiento y en la gran fuga final se canta la moraleja: ‘Tutto nel mondo é burla‘.