El 19 de enero de 1858 Il Trovatore se estrenaba en el Teatro Apollo de Roma con extraordinario éxito. Desde entonces la oscura y confusa historia creada por el libretista Salvatore Cammarano a partir del drama caballeresco El Trovador, del español de Chiclana Antonio García Gutiérrez, se ha convertido en uno de los títulos mejor apreciados por todos los públicos. Probablemente, más por la vibrante y muy teatral música creada por Verdi que por la rocambolesca dramaturgia de los cuatro actos que integran la ópera, titulados respectivamente El duelo, La gitana, El hijo de la gitana y La ejecución.
Por Roberto Montes
El aún joven Verdi -contaba 39 años cuando se adentra en el libreto- se sintió fascinado por la ambigua personalidad de la gitana Azucena y sus extremos sentimientos de amor a Manrico y odio a la saga de los Luna. También encontró en el deshilvanado argumento una espléndida base catalizadora para desarrollar el ímpetu expresivo de su creciente inspiración que, cada vez con más intensidad, se revelaba a través de una escritura vocal que incorpora enormes exigencias al modelo belcantista a través de una música de considerable empuje, enorme riqueza melódica y gran atractivo global.
A pesar del dramatismo ciertamente exagerado y hasta exacerbado de la novela original de García Gutiérrez, Verdi no duda en ningún momento y desde el primer instante en que comienza a trabajar en su nuevo proyecto operístico de la necesidad de no privar al libreto de los acusadísimos excesos narrativos que vierte García Gutiérrez en El Trovador. En este sentido, el compositor comunica a Cammarano -autor también del libreto de Lucia de Lammermoor– su decidida voluntad a través de una carta en la que incluye el siguiente párrafo: ‘Me tomo la libertad de decirle que si este tema no se puede tratar en nuestra obra con toda la novedad y bizarría del drama español, es mejor renunciar a ella’. Sin embargo, la temprana muerte de Cammarano dejó a medio hacer el libreto, que fue finalmente concluido por el joven poeta Leone Emanuele Bardare, quien no fue capaz de dotar la obra de la unidad y claridad argumental que exige un buen libreto romántico.
Il Trovatore forma parte, junto a Rigoletto y La Traviata de la llamada trilogía ‘belcantista’ de Verdi. Ciertamente, en estas tres óperas, Verdi hace convivir y concilia la tradición belcantista con su inagotable invención melódica para otorgar un protagonismo absoluto al fenómeno vocal, que se erige en protagonista casi absoluto de esta triada, que será la firme base sobre la que surgirán títulos como Aida, Otello o Falstaff, en los que el genio de Busetto afianzará y culminará la evolución de su inconfundible lenguaje musical.
Lugar y época
Zaragoza, 1413 (Actos I y IV)
Lugares cercanos a Castellor (Aragón) (Actos II y III)
Personajes principales
Manrico (supuesto hijo de la gitana Azucena), tenor
Leonora (dama del séquito de la reina Leonor, enamorada de Manrico), soprano
El conde de Luna (noble aragonés al servicio de Fernando de Antequera), barítono
Azucena (gitana procedente de los montes de Vizcaya), mezzosoprano
Plantilla orquestal
2 flautas + flautín. 2 oboes. 2 clarinetes. 2 fagotes. 4 trompas. 2 trompetas. 3 trombones. Timbales. Percusión. Órgano. Arpa. Cuerda.
Estreno
Roma, Teatro Apollo, 19 de enero de 1853.
Intérpretes del estreno: Carlo Baucardé (Manrico), Rosina Penco (Leonora), Giovanni Guicciardi (Conde de Luna) y Emilia Goggi (Azucena).
Coro y orquesta titulares del Teatro Apollo.
Dirección musical y concertino: Emilio Angelini.
Estreno en España:
Madrid, Teatro Real, 16 de febrero de 1854 (al Gran Teatro del Liceu de Barcelona llegó el 20 de mayo del mismo año).
Exigencias vocales
Las exigencias vocales de Il Trovatore son elevadísimas, y obedecen, fundamentalmente, de la sorprendente simbiosis de elementos aún belcantistas -o ‘neobelcantistas’ según matiza Arturo Reverter- heredados de Rossini, Bellini y Donizetti, con otros más propios del exacerbado romanticismo italiano de mediados del siglo XIX, impulsores de un lenguaje expresivo más libre, agresivo y hasta violento, que será embrión y fuente del Verismo. Con relación a la alta problemática vocal que presenta esta ópera, resulta célebre la ilustrativa respuesta de Arturo Toscanini cuando alguien le preguntó las razones por las que no quería programar Il Trovatore. El legendario director italiano fue tajante: ‘simplemente porque necesitaría disponer para la función de los cuatro mejores cantantes del mundo’.
Esos ‘cuatro mejores cantantes del mundo’ son los que deberían asumir los roles de Manrico, Leonora, el conde de Luna y Azucena. Manrico precisa una poderosa voz de tenor a caballo entre lírico y dramático; con extensión suficiente para superar la aguda tesitura de algunos pasases (particularmente los do de pecho de su famosa aria de ‘La Pira’), y, al mismo tiempo, el volumen y la carnosidad que requieren las corpóreas frases que inundan su particella. Para colmo, ha de poseer también la virtuosística agilidad que le permita salir airoso de los difíciles trinos de la cavatina ‘Ah! si, ben mio‘, así como sortear el escollo que suponen las ligeras semicorcheas de la virtuosística caballeta. Es decir, una voz imposible.
Leonora, por su parte, debe ser encarnada por una soprano lírico-dramática con coloratura para superar las agilidades vocales que asigna Verdi a un papel cargado de matices, acentos y fraseos de enorme efusividad y delicadeza. El conde de Luna es un barítono de corte dramático, pero con la fluidez y ligereza imprescindibles para atender con solvencia el talante lírico que también entraña el personaje, particularmente en el aria ‘Il balen del suo sorriso‘. Además de una excelente actriz, Azucena requiere una mezzosoprano dramática de gran vigor, y tesitura lo suficientemente ancha y poderosa para estremecer a todos con el sobrecogedor do sobreagudo que incluye el racconto del segundo acto.
Contenido musical y argumento
La ópera se inicia en un ambiente de gran misterio, reflejada en una especie de breve preludio de sólo 27 compases que comienza de manera muy original: con un redoble de tambor. Inmediatamente, un grave motivo de carácter solemne en los instrumentos de metal anuncia el inicio de la tragedia y su carácter oscuro y tenebroso. Se levanta el telón. La escena se desarrolla en la sala de guardia del castillo de la Aljafería, en Zaragoza. Es de noche. El capitán Ferrando comenta en su racconto cómo el conde de Luna, enamorado de Leonora, pasa las noches bajo su balcón intentando sorprender a un misterioso trovador que la corteja. El capitán cuenta la terrible historia del hermano menor del conde, que fue raptado y quemado vivo por la gitana Azucena como venganza por haber visto morir a su madre en la hoguera por orden del viejo conde de Luna.
La siguiente escena se emplaza en los jardines de palacio. Leonora confiesa en un cálido recitativo a su doncella Inés que está enamorada de Manrico, un trovador a quien años atrás coronó como caballero, y que ahora acude todas las noches a visitarla. Es el preámbulo de su bellísima aria ‘Tacea la notte placida‘, coronada por una vivaz caballeta que años más tarde reutilizará Verdi para diseñar el personaje del paje Oscar, de ‘Un ballo in maschera‘.
Tras esta belcantista y virtuosa caballeta, irrumpe en escena el conde de Luna, airado por no ser correspondido su amor por Leonora y, sobre todo, por escuchar en ese instante las notas de la serenata que, fuera de escena, canta el Trovador (‘Deserto in terra‘). En la oscuridad, Leonora confunde la figura del conde con la de Manrico, corre alegremente hacia él y provoca con su equivocación que ambos hombres se batan en duelo mortal. El acto concluye con un agitado trío protagonizado por el encarnizado triángulo amoroso.
El pintoresco segundo acto transcurre semanas después, en el amanecer de un campamento gitano en los montes de Vizcaya. Manrico duerme junto a su madre, la gitana Azucena, mientras los cíngaros emprenden alegremente sus tareas cotidianas (coro de yunques y martillos) y la gitana entona su famosa canzone ‘Stride la vampa‘. Cuando se quedan solos, la anciana recuerda la muerte de su madre en la hoguera en el detallado racconto ‘Condotta ell’era in ceppi‘. A preguntas de Manrico, Azucena le cuenta cómo intentó vengarse del Conde raptando a su hijo pequeño y arrojándole al fuego, pero también que, en su delirio, quemó a su propio hijo confundiéndolo con el del Conde. Al observar el desconcierto de Manrico, la gitana intenta convencerle de que ella es realmente su madre y que debe olvidar cuanto le ha contado (Dúo ‘Soli or siamo‘).
En el segundo cuadro, Leonora aparecer recluida en un convento cercano a Castellor. El conde de Luna, acompañado por Ferrando y algunos soldados, aguarda escondido para raptar a Leonora antes de que ésta tome los hábitos (‘Il balen del suo sorriso‘). En el momento en que el Conde intercepta a Leonora en su camino hacia el altar aparece Manrico con su lugarteniente Ruiz y sus hombres y, tras una breve escaramuza, consigue huir junto a su amada.
El Acto III se emplaza en el campamento del conde de Luna. Ferrando comunica al Conde que han apresado a una gitana que merodeaba por el entorno. Azucena disimula su personalidad, pero Ferrando la reconoce revela al Conde que esa mujer es la que arrojó a su hermano a la hoguera. La gitana pide socorro y sin darse cuenta pronuncia el nombre de Manrico. El conde de Luna jura vengar la muerte de su hermano, así como la ofensa que le ha infligido el misterioso Trovador.
En el último cuadro del tercer acto aparecen Leonora y Manrico, quienes dialogan sobre su inminente boda (duettino ‘L’onda de’ suoni mistici‘). De repente, irrumpe Ruiz, quien comunica a Manrico que el Conde ha apresado a su madre y quiere venganza. Indignado y lleno de furia, el Trovador entona su apasionada y casi verista aria ‘Di quella pira‘. Cae el telón.
Todo se resuelve en el dramático Acto IV, con una escena de gran patetismo en la que, tras el suicidio por envenenamiento de Leonora y la ejecución de Manrico por orden del Conde, Azucena revela la verdad y se conoce así el terrible equívoco que ha originado el drama: Manrico y el conde de Luna eran hermanos. ‘Y yo vivo todavía’, grita horrorizada la pobre Azucena.