Josep Vicent, rompiendo barreras.
Por María José García
Este artículo fue publicado en la revista Melómano de junio de 2017, número 231
Apasionado del sonido y su perfección, el maestro Josep Vicent confiesa estar casi obsesionado con este como hecho físico, incluso por encima de su propia identidad en el escenario.
Su indiscutible entrega en cada nueva experiencia sonora consigue atrapar a un público completamente rendido ante la magia resultante de cada una de ellas.
Su extensa e intensa carrera internacional dirigiendo las más importantes orquesta del mundo: London Symphony, Paris Chamber Orchestra, Liverpool Philharmonic, Teatro Real, Rotterdam Philharmonic, Royal Philharmonic Orchestra, Orquesta de Barcelona, Valencia, Nacional de España, Kiev Symphony, Gewandhaus Orchester, entre otras, así como proyectos escénico-musicales en el Teatro Real, Opera de Leipzig, Theatre Royal de la Monnaie, además de su estrecha relación con la transgresora Fura dels Baus o sus continuas colaboraciones con otros afamados creadores: Iannis Xenakis, Sagar, Víctor Ullate, Michael Nyman, Guy Caron o Carlus Padrisa, unido a su inteligencia y enérgica personalidad, hacen del maestro alicantino uno de los directores más carismáticos y activos del paisaje sinfónico europeo.
Asume desde 2016 la Dirección Artística y Musical del ADDA (Auditorio de la Diputación de Alicante), afrontando el reto de ser profeta en su tierra, a la que regresa, después de mucho tiempo, de una forma ilusionante, e impulsando nuevos proyectos creativos con la emoción y el eclecticismo como eje conductor.
Músico, director de orquesta, director artístico y musical, son algunas de sus facetas, ¿con cuál se siente más identificado? ¿Es posible separarlas?
Soy esencialmente un músico, ni más ni menos. En la actualidad dedico la mayoría de mi tiempo a la dirección de orquesta y es ahí donde he encontrado, a lo largo de la última década, el mayor espacio expresivo y el campo donde creo que me acerco más a la esencia del sonido. Pero en el fondo todos somos el resultado de la suma de las pequeñas influencias, de las experiencias y la trayectoria de nuestra historia personal. A ese nivel no puedo separar lo que he vivido como solista en el pasado y mi manera de entender la música hoy, del mismo modo que no puedo separar mi experiencia en los escenarios de mi trabajo como director artístico.
¿Cuál es su forma de entender la música?
Mi manera de entender en general el arte, estés en la parte del proceso que estés, seas compositor o intérprete, incluso público, ve como prioridad la comunicación entre seres humanos y pone todo lo demás al servicio de esa idea y de esa necesidad vital. La música no es el fin, la música es el medio.
Es un incansable explorador de la excelencia del sonido.
Sí, eso es un poco enfermedad, una carga a veces… (ríe).
¿Es posible conseguir el sonido perfecto?
No existe el sonido perfecto, lo que existe es la percepción del sonido perfecto. Me atrevo a decir que, en el momento del concierto, la energía colectiva te eclipsa la visión de un todo real y acabas creyendo, para poder sublimar el momento, que estás mucho más cerca de la gran verdad sonora. En la música sinfónica, la percepción, el hecho emotivo es casi más importante que la realidad.
Si nosotros somos capaces de construir la emoción, la ilusión de la percepción y del mensaje de un modo abstracto, todos habremos vivido esa experiencia como si hubiésemos alcanzado la perfección, pero es una búsqueda que no acaba nunca y el día que acabe te obligará a cambiar de profesión. El sentido está en el proceso, en la búsqueda.
Una misma obra no suena igual en un director e intérpretes que en otros, ¿qué debe ocurrir y qué barreras se deben romper para que ese sonido traspase y emocione?
Creo que nuestra profesión tiene como principal responsabilidad la construcción de un puente de comunicación. El director tiene que ser capaz de entregar toda su capacidad receptiva para que le llegue con claridad la necesidad, el deseo o la inquietud del público para, con esa energía, recoger el hecho físico sonoro que propone la partitura y con todo respeto ponerlo en armonía con todo lo demás. Ese es el trabajo diario de verdad, aprender a percibir y aprender a manipular de algún modo la abstracción del sonido para hacerlo llegar.
¿Existe una reciprocidad con el público? ¿Toda esa energía que usted derrocha se recupera de algún modo?
Yo no escatimo en entrega y me encuentro a gusto en la comunicación con el público. Toda la vida lo he sentido, incluso cuando ha habido otras dificultades, ese momento de comunión colectiva con el público ha sido absolutamente renovador. Me he sentido recompensado con creces y estoy muy agradecido. De hecho, la conexión entre músicos y público es profunda, un ritual casi religioso. Cuando se hace llegar el sonido con total sinceridad, se rompen las barreras y se comprende la música como un mensaje de un ser humano a otro.
¿Existen obras, composiciones que consigan emocionar por sí mismas?
Hay obras que tienen el equilibrio interno tan perfecto que, con aprenderlas bien, ya estás muy cerca. Pero la música no se encuentra en la partitura ni en la interpretación de la misma, sino en la conexión y percepción que con el sonido se alcanza con el público. Esa es la música.
¿Cuáles son las suyas?
Casualmente estas dos semanas voy a dirigir dos obras, sin duda magistrales, que han sido para mí una gran escuela y que son casi opuestas. Por un lado, la brutalidad sonora de La consagración de la primavera de Stravinski y por otro, la profundidad de la Sinfonía “Patética” de Chaikovski. Una por el gran discurso melódico y la otra por el gran discurso estructural y rítmico. Las dos, absolutas obras de arte, arquitectónicamente hablando. Pero son tantas y tantas… todo Beethoven o Xenakis.
Ciertamente, en su vida musical hay un predominio de Stravinski, ¿por qué?
Yo creo que es un compositor que ha puesto al mismo nivel, con una libertad absolutamente excepcional, el hecho estructural, el hecho armónico, el hecho rítmico y melódico. Hace un uso exhaustivo de todos los diferentes elementos del proceso compositivo. Me emociona esa capacidad que tiene para afectar a la vez el intelecto y los bajos instintos. Todos sus ballets me parecen un discurso de enorme belleza colorística. Siento que si uno observara la gran gráfica de la historia de la música podría ver, en un gigante trazo global, de Bach a Stravinski.
De entre todas sus facetas musicales, la más reciente es la que ejerce desde 2016 como Director General Musical y Artístico en el Auditorio de la Diputación de Alicante, ADDA, reconocido por la crítica como un espacio de acústica excepcional. En este tiempo ya ha programado varias temporadas sinfónicas y festivales Proms ¿Cómo lo combina con su carrera como director de orquesta?
Te he de confesar que considero el hecho programático intrínsecamente ligado al trabajo de un director de orquesta. He dedicado tiempo a construir programas, ideas de contenido, o crear proyectos musicales desde que empecé a dedicarme a la música. Lo hice en festivales de música diversos, orquestas o ensembles y en diferentes países, desde muy joven. El trabajo programático es parte del trabajo creativo de un director musical, porque el hecho del concierto y su equilibrio, lo construyes primero en la mesa programática. Decides sobre su armonía interna, decides un discurso, una temática, un contenido, un tipo de emoción, decides también cómo se ajusta el concierto que tienes previsto para un día determinado con el público al que te vas a referir. Mi cargo en el ADDA es el más reciente que he asumido, pero mi trabajo como director musical y artístico a la vez, me ha acompañado siempre en mi carrera.
¿Cómo fue su llegada al ADDA? ¿Qué ha encontrado en él?
He encontrado un espacio creativo excelente que no podía imaginar a priori. Fue casi un hecho romántico al principio, por la idea de influenciar en mi tierra, en casa, y sentirme cerca tras más de media vida fuera, como hemos hecho muchos en esta profesión. Me ha sorprendido encontrar a un equipo de gente con mucha ilusión y profesionalidad, un espacio que en muchos aspectos es un lienzo abierto a construir un camino que podemos soñar paso a paso, y un entorno en la gestión política de la provincia de Alicante que está muy dispuesto a ayudar al proyecto musical, con visión global. El ADDA ha conseguido una implantación social y territorial enorme y un efecto y capacidad de influencia en sus públicos, de verdad, espectacular. Esta temporada renuevan más de novecientos abonados en un auditorio de 1.300 butacas. Sinceramente, después de un año, está siendo un auténtico placer.
Dos años es poco tiempo para cambiar o empezar a ver resultados, pero es sorprendente el contenido que han presentado recientemente para las próximas temporadas.
Sí. No es mérito mío. El equipo que trabaja en el ADDA es un equipo con enorme energía positiva y una capacidad de trabajo que está situando al ADDA a un nivel, para mí mismo como músico, envidiable. Las programaciones que se acaban de presentar probablemente están formadas por algunos de los mejores solistas, orquestas y directores del mundo y son todos ellos los que han hecho el esfuerzo para estar a la altura de un sueño. El sueño es que el ADDA de verdad sea un espacio abierto a la modernidad, global en su ambición y cercano en el día a día. Un espacio que no se construya solamente con un indiscutible respeto a la tradición, que sorprendentemente es muy grande en Alicante, con una sociedad de conciertos histórica que ha programado desde muy jóvenes a algunos de los grandes solistas de la historia de la música, sino que también dé la mano a las nuevas generaciones. Todo eso lo están consiguiendo sus equipos, trabajando duro para estar a la altura de grandes proyectos, para poner en pie producciones escénicas-operísticas modernas, ciclos para compositores e intérpretes nuestros, así como una temporada internacional donde a la vez se recibe a la London Philharmonic o a la Orquesta del Teatro Mariinsky.
¿Hablamos entonces de un espacio que puede compararse con otros nacionales e internacionales?
Desde el punto de vista de la respuesta de públicos, nivel de abonados, influencia en la sociedad en la que vives, sí. Desde el punto de vista de la cantidad de días programados al año, también. Desde el punto de vista de su producto propio, estamos en proceso de que el ADDA poco a poco se consolide y pueda reforzar el hecho creativo desde sí mismo, no solamente como continente sino como “influenciador” directo del contenido programático final.
Desde el punto de vista de los recursos económicos tenemos unos presupuestos muy ajustados, pero que están dando un rendimiento que podríamos decir es diez veces más de lo que se supondría.
Desde la calidad programática, sin ninguna duda, sí.
Usted ha dirigido muchas de las grandes orquestas internacionales y prácticamente todas las nacionales. Este año, además, debuta con la Orquesta Nacional de Bélgica. ¿Cómo es el primer día en una formación nueva?
Estas próximas semanas tengo proyectos con repertorios muy diversos y formaciones sinfónicas diferentes en sus filosofías. El primer contacto con una nueva orquesta es un momento para aprender, para empatizar, para descubrir poco a poco cuál es la esencia del sonido que estamos creando. Entre director y orquesta no debe existir una relación paternalista, no hay uno que entrega y otro que recibe la información. Se trata de un trabajo colectivo, un aprendizaje colectivo, de descubrir cómo son los tipos de arco, dónde están los puntos fuertes de la formación, cómo alcanzamos nuestra máxima capacidad climática, nuestros colores, nuestra sensación rítmica conjunta y tantos detalles más… Poco a poco vas encontrando un lenguaje común, un puente entre la orquesta que tienes delante y tus sueños. Tu versión de una obra, la que pensaste en tu trabajo individual solitario, es fuertemente influenciada por los músicos que tienes delante. Para que sea de verdad, el sonido solo se construye con la suma de esas esencias diversas.
Respecto al debut en unos días con la Orquesta Nacional de Bélgica tengo una ilusión enorme, porque obviamente es una orquesta emblemática, porque se trata también de mi debut en el Palaux des Beaux Arts de Bruxellas y porque me hace muchísima ilusión el repertorio que vamos a compartir: Shostakóvich, Mendelssohn, Leduc, Manuel de Falla. Como siempre, en los debuts tienes esa emoción en el estómago como en una primera cita, pero sin duda, sí, es un paso importante.
¿En España nos cuesta creer que somos capaces de desarrollar proyectos orquestales o crear auditorios de máximo nivel? ¿Podríamos decir que todavía nos pesa un cierto complejo?
No tanto en los auditorios, sino en general. Creo que no hay que tener ningún miedo y ser conscientes de que este país ha dado algunos de los grandes solistas, directores y compositores de la historia y que nosotros podemos aprovecharnos de esa herencia, como mínimo, aprendiendo a amarla y a defenderla. Es cierto también que sigue habiendo una preponderancia del, permítame llamarlo, “imperio austrohúngaro” (ríe) de determinados repertorios, de determinadas épocas y geografías, pero, cada vez más, vamos siendo conscientes de que nuestra cultura, nuestras culturas, y nuestros músicos tienen mucho que decir, hoy y en el futuro, sin ningún complejo.
Un director no solo se embebe de la orquesta que dirige sino del lugar dónde se encuentra y su gente.
Sinceramente creo que lo más importante que puedo transmitir a mi entorno son mis vivencias, el aprendizaje y la experiencia en la diversidad cultural del viajero, que se tiene que impregnar del sitio al que va porque tiene que vivir, convivir, trabajar con los de allí. Esta profesión te obliga a ser uno más de la sociedad con la que vas a colaborar y ese es el camino hacia el descubrimiento de uno mismo y el mundo.
Su colaboración con el mundo de la ópera, con la escena, tiene también una larga trayectoria.
Sí, hace ya muchos años desde la primera vez que dirigí mi primera ópera en el Teatro Liceo. Tendría veintipocos años y desde entonces ha sido un largo camino: Poulenc, Montsalvatge, Falla, Rossini, Massenet, y ballets de Shostakóvich o Prokófiev, y Falla, y muchos estrenos, nueva ópera (en este territorio me encuentro muy a gusto, en casa). La verdad que siempre he estado relacionado con la escena. Veo incluso el hecho del concierto como una acción también escénica, un ritual que tiene un mensaje intrínseco, incluso con una simple iluminación blanca cenital.
Siempre lo vi parte de un todo, porque se trata de la comunicación con todos los elementos a nuestro alcance, por eso la ópera hoy no puede ser como la ópera del pasado, porque los elementos, experiencia y recursos a nuestro alcance son otros.
Los proyectos escénicos me renuevan la energía, son un cable a tierra.
¿Existen barreras dentro de la música en esta sociedad actual?
Desde mi punto de vista queda mucho por hacer y nuevas barreras que romper. Ten en cuenta que, en el fondo, nuestra responsabilidad como artistas es estar al servicio de la sociedad que nos rodea y servir de testimonio, reflejo e influencia a la vez. Cada día requiere de una nueva mirada y un replanteamiento. Yo intento mantenerme atento a mi entorno y sus cambios, su evolución, intento estar siempre permeable y sentir hacia dónde me lleva la inquietud de la sociedad. La música tiene una enorme capacidad para regenerar y creo que nos falta aprender a optimizar esas posibilidades aún más y hacer llegar el mensaje a todos los sectores y estratos sociales.
¿Le convence la gestión cultural-artística actual?
El entramado de la profesión no me convence. No me encuentro del todo cómodo ni feliz en él con las gestiones de la cultura, de la música, de las agencias. Un músico como yo tiene ya una larga navegación a sus espaldas y me doy cuenta de que vas llegando a puerto con marcas de la travesía, vas sintiendo que hay cosas que te han pasado y que son parte de ti. Mejores y peores. Es muy difícil empezar de cero. En la actualidad, en nuestro sector hay mucho producto de grandes agencias que se construye prácticamente desde cero, con currículums limpios, como un lienzo en blanco y lanzamientos rápidos. No es mi caso. En mi caso la trayectoria es larga, hecha muy poco a poco, aprendiendo en cada sinfonía, en cada nueva aventura y concierto, paso a paso. Tiene su parte negativa pero también positiva, creo que esa experiencia tiene un valor que quizá a largo plazo sea de más utilidad. Es la experiencia del viajero, pero con la música.
Aumentan las experiencia musicales pero se mantiene e incluso crece su compromiso con los jóvenes. ¿Por qué le gusta tanto trabajar con jóvenes?
Por puro egoísmo. Tuve la gran suerte, hace ya mucho tiempo, en 2004, en un concierto en el Auditorio Nacional de Música en el que dirigía a la Joven Orquesta Nacional de España, de recibir la visita en mi camerino de tres señores: Dag Franzen, Jordi Roch y Piere Goulet, que me invitaron a aceptar la titularidad de una orquesta internacional de jóvenes muy especial como es la Jeunesses Musicales World Orchestra. Es posible que sea una obviedad, pero la música, para que lo sea de verdad, ha de ser joven, ha de estar viva, llena de deseo. No significa que tengas que ser joven de edad, sino que la energía del sonido que emitas necesita de ese impulso de juventud para “llegar”, tengas la edad que tengas. Por eso creo que los grandes maestros, como Rozhdéstvenski, Menuhin, e incluso Messiaen, a edad muy avanzada, seguían teniendo el mismo brillo en los ojos. Recuerdo a Montsalvatge cuando me hablaba de su ópera El gato con botas, que tuve la suerte de dirigir en el Teatro Real hace unos años. Sus ojos eran los mismos que los de un niño que acaba de aprender a tocar el violín y esa es la esencia, por eso siempre quiero estar rodeado de juventud, juventud de cualquier edad.
¿Sueños?
Tantos… ¡Estoy muy agradecido! Hay orquestas con las que me gustaría consolidar un proyecto a largo plazo, repertorios que deseo poner en pie, quiero hacer que el ADDA vaya construyendo un contenido creativo propio aún más fuerte, su propia orquesta residente y la verdad, lo más importante, quiero encontrar un poco más de tiempo para mis hijos y el mar que amo tanto.
Deja una respuesta