Por Roberto Montes
No cabe duda de que La Bohème es una de esas óperas por excelencia que todo aficionado de pro ha de conocer, o al menos, todo ser viviente con algo de cultura ha de acercarse, al menos una vez en la vida, como musulmán a la Meca, a esta ópera italiana de alcance internacional.
La bohemia de Leoncavallo
Como bien narra el experto musicólogo Kart Pahlen, Puccini no dejó una autobiografía escrita. Pero hacia el final de su existencia contó muchas cosas sobre su vida a un joven amigo y admirador. En las descripciones de éste se contempla el siguiente recuerdo de 1893: “Una tarde lluviosa en que no tenía nada que hacer, cogí un libro que no conocía: la novela de Henri Murger me golpeó como un rayo…”. En seguida tomó la decisión de componer una ópera a partir del libro. En otoño del mismo año, 1893, Puccini se encontró en Milán con su viejo amigo Leoncavallo, el compositor de Pagliacci. Entusiasmado, contó al compañero de los años difíciles de juventud que estaba trabajando en una nueva ópera: una musicalización de La Bohéme de Murger. Leoncavallo pegó un salto y se puso a despotricar, no sólo porque estaba trabajando en el mismo tema, sino porque él mismo había llamado la atención de Puccini sobre aquel libro, pero Puccini no había mostrado interés por él. Puccini había olvidado el asunto, pues los comentarios de Leoncavallo no le habían causado ninguna impresión. En un instante, los amigos se convirtieron en enemigos. Comenzó la carrera por una ópera sobre la bohemia. La ganó Puccini; su obra se estrenó en Turín el primero de febrero de 1896 y se difundió con mucha rapidez, a pesar de la fría acogida que tuvo. La ópera de Leoncavallo, que ostentaba el mismo título, se estrenó en Venecia, un año después y muy pronto cayó en el olvido.
Sin renunciar aún a la idea de componer sobre el cuento de La loba, Puccini, impresionado por la novela Scènes de la vie de Bohème, Escenas de la vida bohemia del escritor parisino Henri Murger, que se publicó en 1846 en una revista de la capital gala y más tarde en forma de libro, con ese mismo título, optó por componer la nueva ópera tomando como tema el de esa obra literaria. Para poner en marcha su proyecto sobre La bohème, Puccini llamó a los libretistas Luigi Illica y Giusuppe Giacosa. Con ellos ya había trabajado en Manon Lescaut y con ellos también habría de formar una suerte de sociedad que, aparte de la ópera que nos atañe, daría posteriormente a tan importantes frutos como Tosca y Madama Butterfly. Después de dos años de estricto control sobre los libretistas, llegando incluso a tirantes relaciones, con continuas exigencias y correcciones, o instando además a llevar hasta el final un trabajo que primero Giacosa y luego Illica quisieron abandonar, Puccini inició la composición en enero de 1895, terminando su trabajo en noviembre de ese mismo año.
Un libreto escrito a trancas y barrancas
En un prólogo, los libretistas Giacosa e Illica atribuyen modestamente a Murger, a quien siguieron, los méritos del libreto. No se refieren con ello a la novela, sino a la versión teatral, que apareció en 1849. Pero en realidad cambiaron algunas cosas esenciales. El decisivo personaje de Mimi no aparece en Murger: sus características se reparten en el original entre distintas figuras femeninas. Inútil también es la busca de un Rodolfo en Murger: allí se llama Jacques. El primer encuentro entre Rodolfo y Mimi, que en la obra de Murger se llama Francine, se produce de una manera diferente: no es el hombre el que encuentra las llaves y las oculta, sino la joven.
No obstante, Puccini encontró en este libreto el argumento ideal para sus inclinaciones y su capacidad. Cada detalle está descrito de manera magistral, la calidez de las melodías se enciende en un texto que simpatiza con los sentimientos humanos. La vida bohemia de Rodolfo y de Mimi, de Marcello y de Musetta fueron una realidad trágica de la Francia anterior a la Tercera República. La prosa de Henri Murger y la pluma poética de Giacosa e Illica estilizaron ese triste testimonio del París del siglo XIX y en particular ese sector de la sociedad en el que convergían los llamados propiamente “bohemios”: poetas, filósofos, estudiantes de medicina, activistas políticos, con operarias de fábrica, costureras, vendedoras de flores y de castañas calientes.
Los personajes de esta famosa obra parecen salidos de la vida real. Yendo un poco más allá, el musicólogo Mosco Carner comprobó la similitud del poeta Rodolfo con el propio Murger, de manera que escenas de la vida bohemia, sería, al menos en parte, una obra autobiográfica. El pintor Marcello tendría su origen en un escritor de apellido Champfleury y en dos pintores, Lazar y Tabar; el músico Schaunard se llamaba Alexandre Schainne en la vida real. A juicio de Mosco Carner, el filósofo Colline sería el retrato de dos tipos estrafalarios, Jean Walon y un tal Trapadoux. Musetta se habría llamado en la vida real Marie Roux, amante de Champfleury. Mimí fue una creación de Illica, Giacosa y Puccini, puesto que en la novela de Murger sus cualidades y vicisitudes se reparten entre varios personajes femeninos, cuyos modelos en la vida real habrían sido María Vidal, Lucille Louvet y otras.
Como se afirmó en un anterior artículo consagrado en esta misma revista a La Bohème, aunque desde los primeros momentos de la ópera la amorosa Mimì está definida por el mismo final trágico, la muerte, que sus también desventuradas e ilustrísimas colegas Eurídice, Violeta, Isolda, Tosca, Carmen, Cio-Cio-San, Salud, Mélisande, Liù o Salomé, nuestra protagonista es una sencilla y bordadora sin otro rasgo caracterizador que su lenta y progresiva tisis. Su amado Rodolfo es un vulgar poeta sin éxito de entre los muchos que pululan por el Barrio Latino, un muerto de hambre que se ve obligado a incendiar sus propios escritos para alimentar una estufa que se antoja insuficiente para calentar a la moribunda Mimì. Tampoco su amigo el pintor Marcello ha corrido mejor suerte en la vida. “Pintor de brocha gorda” le dice su querida y “casquivana” Musetta en la muy señora bronca que sostienen al final del tercer acto. “Víbora” le responde el pintor. Salvo el rol del filósofo Colline, al que Puccini encomendó la bella aria del cuarto acto “Vecchia zimarra” y de las dos parejas protagonistas, las personalidades de los restantes intérpretes están escasamente desarrolladas; dramática y musicalmente. Por iniciativa del propio Puccini, los libretistas Illiaca y Giacosa eliminaron la relevancia que en el original de Murger desempeña el personaje del músico Schaunard en el cuarto de los amigos bohemios, que, sin embargo, sí se encuentra amplia y hábilmente desarrollado en la de Leoncavallo. Los demás personajes, Benoit, Alcindoro, Parpignol, carecen de especial relieve vocal o escénico y su presencia está limitada a momentos episódicos.
Momentos musicales de enorme éxito
No obstante, Puccini supera el verismo con la melodía íntima, pues moderniza el romanticismo y llega al estilo que desde entonces será su característica inconfundible. Hallamos una partitura magistral en la que gran cantidad de detalles maravillosamente logrados se unen para configurar una totalidad magnífica. Como ocurre en las obras maestras, no hay un solo compás prescindible, sino una serie de puntos culminantes que se han vuelto mundialmente famosos y muy populares. A ellos pertenecen las dos primeras arias de Rodolfo y Mimi, “Che gelida manina” y “Mi chiamano Mimi”, el dúo que entonan ambos al final del primer cuadro, “O soave fanciulla” el vals de Musette, el cuarteto del cuadro tercero, que no tiene comparación por su atmósfera invernal y melancólica, y, después del dúo de Rodolfo y Marcel, la escena de la muerte de Mimi. Todo son momentos absolutamente memorables así como páginas imprescindibles en la historia de la ópera.
Podríamos pensar que quizás lo que en un principio molestó al espectador de su época fue el argumento que veraz, realista y vívido lo sumerge inmediatamente, le hace identificarse con los personajes y lo subyuga hasta la lágrima. En aquella época los espectadores no estaban acostumbrados a esa inmediatez, porque hasta Puccini existía una separación entre el público y la escena impuesta por el libreto histórico donde los personajes principescos protagónicos de las óperas estaban muy lejos de la realidad cotidiana del público y por lo tanto de su identificación con ellos. Puccini involucra al público, le hace partícipe en forma inconsciente e inesperada, moviliza su interior. No pasó mucho tiempo hasta que las opiniones se aunaran, concitando que frente a La bohème habían de encontrarse ante una de las máximas creaciones del género lírico, portadora de posteriores éxitos que no muchas obras operísticas pueden ostentar. Nellie Melba y Enrico Caruso fueron la Mimì y el Rodolfo que aseguraron su éxito. Más cerca de nuestro tiempo, Maria Callas y Giuseppe di Stefano, Renata Tebaldi y Carlo Bergonzi, Victoria de los Angeles y Jussi Björling han derretido todos nuestros corazones.
ALGUNAS VERSIONES DISCOGRÁFICAS
A continuación se destacan los principales papeles y el orden en que aparecerán relacionados los nombres de los cantantes en las grabaciones comentadas: Mimi, Rodolfo, Marcello, Musetta, Colline, Schaunard, Benoit/Alcindoro
Coro y Orquesta de la Ópera alla Scala de Milán
Director: Humberto Berrettoni
NAXOS 8.110072-73
2 CD
Muchas son las Bohèmes aparecidas en el mercado, pero esta de más de setenta años de antigüedad es todo un testimonio irrefutable de una era del canto ya desaparecida. Eso sí, los amantes de Puccini y los incondicionales de La Bohème tienen una oportunidad exquisita de disfrutar de una cantante como Licia Albanese en los albores de su carrera. Su voz es entusiasta, llena de arte, con una técnica sin mácula, para una Mimi ideal, parangonable, treinta años más tarde, con los logros de Mirella Freni. Un tenor de los que marcan época como Beniamino Gigli le acompaña como Rodolfo, un tenor de los de emisión natural, sin impostaciones, sin exageraciones, que emociona desde el principio por su energía y juvenil personificación. La Musetta de Tatiana Menorri y el Marcello de Afro Poli son reseñables, brillantes en todo momento y destacables sobremanera en sus momentos solistas. Bien el resto del elenco, dirigido en La Scala en directo en 1938 por Umberto Berrettoni, director prácticamente inédito en disco, capaz de emitir una juventud y carisma muy especial que impregna toda esta versión “italianísima”.
Coro y Orquesta de la RCA.
Dirección: Thomas Beecham
EMI CLASSICS 5 67750 2
2 CD
Esta señera grabación de EMI concita algunos de los grandes intérpretes de mediados del siglo XX en el campo de la ópera italiana. Dos grandísimas voces dan vida a Rodolfo y Mimí: la barcelonesa Victoria de los Ángeles y el sueco Jussi Björling, artífices de un milagro de emoción y belleza canora, brillo vocal y enorme musicalidad de ambos. Contagiados por la batuta jovial, lúdica, lúcida y poética del gran Thomas Beecham, la irrepetible pareja conmueve por la indescriptible belleza de sus milagrosamente ensambladas voces. Por su parte, Merrill es un encantador Marcello de muy bella voz en este registro del año 1956. Tampoco vamos a llenar este espacio con líneas inútiles que intenten definir uno de los mayores logros de la fonografía en el campo lírico. Tan sólo podemos invitar a iniciar el interés por La Bohème con la que se supone una de las versiones más clásicas y doctas del mercado. Puede ser un buen comienzo, en efecto, pero el oyente quedará verdaderamente extasiado desde el primer acto, pues la pareja de Björling y De los Ángeles sigue siendo una de las mejor avenidas y empastadas.
Niños Cantores de Schöneberg
Coro de la Ópera Alemana de Berlín
Orquesta Filarmónica de Berlín
DECCA 421 049-2
2 CD
Pocas grabaciones como ésta se han convertido por derecho propio en un hito discográfico tal que ninguno de los más preciados melómanos puede esperar a encontrarle hueco en su colección de discos. Ya décadas que este registro sonoro de la romántica ópera pucciniana es todo un clásico de lujo. Ha de comenzarse a resaltar la gloriosa dirección de Karajan, atento a cada compás al flujo musical, a la conjunción de voces y orquesta y, ante todo, el control del volumen de ésta, absolutamente espectacular. Pero los cantantes no son menos importantes en su labor, pues nos encontramos con cuatro grandes nombres que, allá por 1972, representaban la cima en este repertorio: Freni, Pavarotti, Panerai, Ghiuarov… La maravillosa y delicada soprano italiana empeña toda su gran sensibilidad en el papel de Mimí, secundada por el Rodolfo de pasión, luminosidad y voz excepcionales encarnado por Luciano Pavarotti. Ambos están espléndidos en la pareja protagonista a lo largo de todos los actos, en todos los números, desde las famosas arias hasta los febriles dúos de amor. Los otros dos cantantes de renombre, el italiano Panerai y el búlgaro Ghiaurov, completan el lujoso reparto.
Coro y Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara
Director: Bertrand de Billy
DEUTSCHE GRAMMOPHON 477 6600
2 CD
El electrizante dúo formado por la soprano rusa Anna Netrebko y el tenor mejicano Rolando Villazón hizo saltar chispas desde su célebre Travíata de Salzburgo. Se trata, por tanto, de su primera ópera completa con Netrebko desde La traviata. Bertrand de Billy busca explorar el fascinante colorido de la partitu¬ra más que recrearse en el desbordante caudal de pa¬sión que posee el libreto de Illica y Giacosa, da vida a una Bohéme más sosegada que la de las versiones de referencia. Sin perderse por ello un ápice de belleza, nos presenta a unos personajes más reflexivos, que su¬fren y padecen más internamente. Villazón y Netrebko acomodan por tanto sus hermosos timbres a este planteamiento y nos brin¬dan un Rodolfo y una Mimí, menos impulsivos, rehu¬yendo la espectacularidad en pro de una vocalidad más austera y límpida, de una sola pieza. Por si fuera poco, se incluye una secundaria de lujo como Nicole Cabell dando vida a una Musetta cascabelera, menos hístriónica de lo que se la suele pintar, pero sumamente sensual. El resto de cantantes, no demasiado conocidos, cum¬plen a la perfección con su cometido dentro de esta vi¬sión que matiza aspectos poco poten¬ciados de esta maravillosa partitura.