por Isabel Mª Ayala Herrera
De no haber sido lo que fue, a Debussy le hubiera gustado ser marino. Él mismo lo reconoció en la entrevista concedida a una joven inglesa en 1889. Tiempo después, poco antes del estreno de la que ha sido denominada su “única sinfonía”, el músico francés escribía a su amigo Jacques Durand: “El mar ha sido muy bueno para mí. Me ha desvelado todos sus caprichos”. Y es que la sincera pasión que el compositor sentía por este elemento de la naturaleza nació con él y le acompañó a lo largo de toda su vida. De hecho, en su adolescencia estuvo destinado “a la grata carrera de marinero”, circunstancia bastante probable teniendo en cuenta que su padre trabajaba como oficial de la marina, lo cual se vio truncado por las vicisitudes de la vida. Únicamente traicionó este lazo en sus últimos años cuando, preso de una enfermedad en su torre de marfil, el océano le parecía lo suficientemente triste y huraño como para hacerle llorar. Esta mezcla agridulce de sentimientos y percepciones inunda de contenido los tres esbozos que componen La Mer, desde la serenidad del alba hasta el tumultuoso viento que agita el oleaje, en un cuadro visual donde la música lo invade todo.
El término hacía referencia a la escuela pictórica del mismo nombre que comenzaba su declive, caracterizada no por contornos precisos, sino por pinceladas de color que el espectador debía reconstruir en su retina para conformar la imagen final. Al igual que en Monet, lo importante en la música de Debussy no es la construcción rígida (aunque en sus comienzos y en su etapa final se interesó por la música abstracta –no poética- y por principios estructurales de economía formal próximos al Neoclasicismo), sino la forma abierta y su capacidad de evocación. Recientemente muchos autores (Morgan, Thompson) coinciden en establecer un paralelismo más evidente entre la música de Debussy y otras manifestaciones artísticas del momento, en especial, la literatura simbolista (poemas de Mallarmé, Verlaine o Baudelaire constituyeron el programa de muchas de sus obras), precisamente por el valor sonoro que concedían a la palabra más que su a significado inmediato.
Debussy recibió su educación musical en el Conservatorio de París, donde fue tachado de “alumno difícil”. De hecho, era frecuente su distanciamiento de las normas al seguir un postulado estético fundamental, reproducido por G. Gourdet en su monografía sobre el compositor: “No hay teoría, basta con oír: EL PLACER ES LA REGLA”. Sin embargo, tendrá que aprenderlas para poder infringirlas. En alguna ocasión, su profesor de armonía, E. Guiraud, quien no era ajeno a la naturaleza extraña pero inteligente de su alumno, le reprochó aquella tendencia “hedonista” de componer lo que sentía en cada momento, llegando a anotar con respecto a Debussy en un informe: “escribe mal la música”. Realmente podríamos sorprendernos con esta sentencia y, más aún, si leemos la curiosa entrevista citada al comienzo de estas líneas, donde a la pregunta “¿con qué faltas es usted más indulgente?”, el compositor responde sin dudarlo: “Con las faltas de armonía”. A pesar de todo, consiguió ganar en 1884 el codiciado Prix de Rome con su cantata L´Enfant Prodigue, gracias a lo que pudo estudiar en Villa Medicis y Roma. A lo largo de su vida realizó innumerables viajes (Italia, Londres, Rusia), ocupando a partir de 1902 un lugar de privilegio en el panorama cultural parisino de principios de siglo. Su prosperidad se vio truncada en 1909, momento en el que le diagnosticaron un cáncer, enfermedad que acabaría con su vida en medio de los acontecimientos finales de la Primera Guerra Mundial.
La Mer constituye un punto central en su producción. Para muchos críticos y expertos supuso un notable giro en su escritura, menos etérea y evocadora que el Preludio o Pelléas, volviéndose más tangible. Quizá la obstinada pretensión de Debussy de renovarse, de ir más allá de lo que había conseguido, fue la responsable de este cambio. Comenzada en 1903, tras el estreno de Pelléas, fue finalizada dos años después, en un proceso de trabajo duro y entrecortado, regado por los sinsabores de su “caótica” vida amorosa. La nueva obra fue concebida durante las vacaciones en un lugar de mar, Bichain, en casa de los padres de su primera mujer, Rosalie Texier. Desde allí, hizo partícipe a su amigo André Messager del nuevo proyecto y, para que no se imaginase ese mar de Burdingan como un “paisaje de estudio”, el compositor se refirió a sus “innumerables recuerdos”, con los que justificaba, al mismo tiempo, este tributo al mar. Los tres esbozos sinfónicos, titulados en primera instancia: Mar bello en las islas sanguinarias, Juego de olas (mantenido en la versión final) y El viento danzando con el mar, cobraron forma en Jersey y Dieppe, donde residió en 1904 y fueron concluidos en Eastbourne, pequeño lugar de la costa inglesa.
Grabaciones:
- Obra orquestal de Debussy y Ravel. Jean Martinon. Orquesta Nacional de l´Ortf y Orquesta Sinfónica de París. EMI Classics. Ref. 7243 575526 2 2
- RAVEL: Integral de las obras orquestales Coro y Orquesta Sinfónica de Londres. Claudio Abbado Deutsche Grammophon 469 354-2
- RAVEL: La mer, etc. Orquesta Sinfónica de Montreal Charles Dutoit. Decca. 460 217-2
Glosario:
Arpegio: Término derivado de la técnica del arpa consistente en la ejecución sucesiva pero continuada de las notas de un acorde.
Pedal: Nota mantenida sobre la que se suceden distintos acordes o melodías, ejerciendo de polo de atracción de la tonalidad de la pieza o pasaje.
Desarrollo motívico: Procedimiento compositivo distinto a la yuxtaposición consistente en explotar un motivo rítmica, melódica, armónica, tímbrica o texturalmente para crear nuevo material compositivo. Este trabajo del material musical fue una constante del período Clásico-Romántico.
Forma abierta: Estructura sin repeticiones y sin verdadera unidad temática.
Escala de tonos enteros: Aquella escala que divide la ocatava en seis partes iguales, distando entre sus sonidos un tono (do-re-mi-fa#-sol#-la#-do), confiriendo una sonoridad “enigmática”. Aunque Debussy no fue el primero en introducirla en la música occidental (contando con precedentes como Liszt), sí fue el que la utilizó de forma sistemática.
Modos: Escalas o sistemas de organización sonora cuya peculiaridad sonora radica en la distinta ubicación de los tonos y semitonos. A diferencia del sistema tonal, no existe una red de relaciones jerárquicas entre los grados de la escala o funciones perfectamente delimitadas. Hasta la implantación de la tonalidad en el siglo XVII, la música occidental se basaba en una serie de modos de los que se primaron dos, dando lugar al mayor y menor). A finales del XIX, algunos compositores se vieron fascinados por la música modal, como alternativa a la armonía tonal y rescataron algunos de estos modos “medievales” (dórico, frigio, lidio, mixolidio, eólico, etc.) y otros exóticos o procedentes del folklore de su país.
Trino: Ornamento melódico consistente en la alternancia rápida de una nota dada y la conjunta superior.