La viola de Joaquín Arias conquista el Intercentros Melómano
Por Susana Castro
Joaquín Arias Fernández (Madrid, 1995) es un recién llegado a la viola, lo que no le ha impedido alzarse con el Primer Premio de Grado Superior en el Intercentros Melómano 2019. Tras toda una vida dedicada al violín, decidió hacer un cambio de rumbo en su vida como intérprete y parece que hasta el momento este giro le ha dado muy buenos resultados. Comenzará pronto su gira como ganador de este concurso, lo que le permitirá empaparse de nuevo repertorio y grandes experiencias que le ayudarán a confirmar (estoy segura de ello) que este es su sitio y que la viola ha llegado a su vida para quedarse.
Tus hermanos mayores, Fernando y Luis, son grandísimos y reconocidos músicos. ¿La música llegó a ti por tradición familiar?
Mis padres decidieron que tanto mis hermanos como yo hiciésemos algo de deporte y algún tipo de formación artística desde pequeños, así que todos fuimos a natación y a música. Al final la natación se acabó muy pronto y la música perduró en el tiempo hasta hoy.
¿Tus hermanos y tú sois la primera generación de la familia que se dedica a la música?
Sí, mi madre es gallega, de Lugo, y tiene mucha familia que toca el acordeón y la gaita, que toca en las fiestas de los pueblos, autodidactas, pero nunca tuvieron una formación. Por su parte, mi padre cantaba mucho cuando era joven, pero tampoco ha tenido nunca una formación. En toda mi familia, creo que solo nosotros tres tenemos formación académica.
¿A qué edad comienzas con tus estudios musicales y por qué te decides por el violín?
Empiezo a los casi 5 años. Mi padre pensaba que a los 7 u 8 estaría bien, pero empecé con un muy buen profesor, Sergio Castro, que imparte clase en la Academia CEDAM, y él consideró que cuanto antes empezase, mejor. Yo estaba entre el violín y el violonchelo, pero mis padres consideraron que como mi hermano ya tocaba el violonchelo, mejor yo me dedicase al violín. Mi profesor había sido también profesor de mi hermano Fernando en música de cámara y, si no me equivoco, Sergio tenía en muy alta estima a Fernando y al estar mi madre embarazada, y tener un hijo más de los mismos padres, creyó que iba a ser talentoso para la música, lo dio por hecho. Así que tuve la enorme suerte de comenzar directamente a tomar clases con Sergio Castro, que tenía una lista de espera tremenda y es muy bueno dando clase a niños. Mucha gente empieza primero con otros profesores y luego se pasan a él, pero yo tuve la suerte de comenzar desde el principio con él.
¿Y cuándo empezaste con la enseñanza reglada?
Estuve con Sergio desde los 5 hasta los 12 años, más años que con ningún otro maestro. Después empecé a estudiar con Anna Baget en el Conservatorio Profesional de Música «Adolfo Salazar» de Madrid. Mis otros dos hermanos, Fernando y Luis, ya habían estudiado allí también, y yo quise ir a estudiar con Anna Baget porque amigos de Fernando, como Miguel Colom o Alejandro Bustamante, ya habían estudiado antes con ella y estaban muy contentos.
¿En cuánto tiempo terminaste el Grado Profesional?
En el tiempo estipulado, hasta los 18 años. Seguí mi formación de manera normal, sin saltos de curso.
Cuando llegó el momento de elegir qué hacer en un futuro, te decidiste por hacer el Grado Superior. ¿Qué te llevó a elegir la música frente a otras posibilidades formativas?
Te voy a ser muy honesto: un factor muy determinante fue la inercia. Me encanta tocar con amigos, disfruto mucho en los cursos de verano y me encanta hacer música, disfruto mucho yéndome con la orquesta de acá para allá, pero en parte fue la inercia. Llevaba tanto tiempo haciendo esto con un nivel de implicación tan alto que sentí que el siguiente paso era hacer el Grado Superior, ya que la música era aquello en lo que me había volcado toda mi vida. No hubo una gran reflexión sobre ello. Lo había hecho durante toda mi vida, durante muchísimas horas, era el principal enfoque de mi vida y decidí continuar.
¿Y no te planteaste compatibilizar tus estudios con alguna otra cosa?
Quizá alguna fantasía que tiene uno de adolescente, por ejemplo en algún momento me planteé ser abogado, no sé por qué, y algún otro abanico de profesiones, pero siempre fueron fantasías momentáneas, sin una verdadera vocación de dedicarme a ello.
Fue entonces cuando realizaste las pruebas para acceder a Musikene. Hasta la fecha esta etapa es la única en la que has vivido fuera de Madrid. ¿Cómo fue la experiencia?
En conjunto fue una experiencia genial, la recuerdo con muchísimo cariño. San Sebastián es una ciudad preciosa y si encima vives la experiencia de ser estudiante y compartes piso con amigos, no tiene nombre. El primer año fue bastante caótico porque estaba en una residencia en la que había demasiadas distracciones a mi disposición, así que no fue mi mejor año, quizá supuso más una transición. Los tres años que estuve allí los disfruté mucho, aprendí mucho, y tuve muy buenos profesores.
Quiero mencionar, entre otros muchos, a Anne Landa, de Técnica Alexander, que era una profesora magnífica, que no solamente nos daba las clases habituales, sino que sacaba tiempo extra para grabarnos actuando y valorar las actuaciones desde el punto de vista de la Técnica Alexander. Y también recuerdo especialmente a Benedicte Palko, mi pianista repertorista (a veces el trabajo de estos profesionales pasa desapercibido), directora del Festival Joaquín Turina de Sevilla, una músico espectacular. Allí fui a estudiar con Keiko Wataya que, a entre otros, ha dado clase a los violinistas del Cuarteto Quiroga, tiene muchísimo renombre. Después me fui a terminar cuarto curso a la Escuela Superior de Música Reina Sofía.
¿Te resultaron muy duras las pruebas de acceso?
Yo veía muy complicado entrar. Tenía varias opciones presentes: Ana María Valderrama en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, Aitor Iturriagagoitia en Musikene, y a Marco Ricci y Zakhar Bron en Reina Sofía, pero a este último lo veía muy complicado, porque ya había audicionado para él anteriormente sin éxito. Me lo planteé con una filosofía acertada, que fuese una oportunidad para rodar el programar, ponerme nervioso y tocar bajo presión, a quién no le viene bien, y creo que esa filosofía me funcionó y tuve éxito, ya que entré a trabajar a con Zakhar Bron y su asistente, Yuri Volguin.
¿Cómo fue la vuelta a Madrid?
La vuelta a casa fue genial. Yo en San Sebastián estuve muy a gusto, fue maravilloso, y aunque la vuelta a casa podría parecer un paso atrás, no fue para nada así. En casa estoy maravillosamente bien y con respecto a la Escuela, es cierto que tienes una cantidad de trabajo enorme, ya que en ocasiones se duplica el número de horas que tienes que estudiar con respecto a otros centros. Por ejemplo, en el caso de instrumento, aunque depende de la cátedra, tienes más o menos dos clases por semana con el asistente y, cuando viene el titular, unas cuatro clases. Tienes una carga lectiva mucho mayor, pero a mí me gusta, la verdad. No tienes tiempo para aburrirte o distraerte, estás a tope y aprendes. Estás en seguida muy en forma, ya que cuando no estás preparando una clase, estás preparando la siguiente, y todo el rato intentando interiorizar todo lo que te van diciendo de una semana a otra. Es un sistema un poco estresante pero muy efectivo, y aunque sí que sufrí un poco, también disfruté.
Después decidiste obtener también tu posgrado en esta Escuela. Hay muchos músicos españoles que están decidiendo irse al extranjero para continuar con sus estudios. ¿Qué te llevó a tomar esta decisión?
Hubo muchísimos factores que influyeron en la decisión. Creo que en España ahora mismo hay muy buenos profesores y muy buenos centros. No sé cómo era la situación hace veinte años porque no fue mi momento, pero aquí todo funciona muy bien. Todo el mundo sabe que Musikene tiene una plantilla excelente y que Reina Sofía es espectacular. Yo me quedé en parte por mis profesores y en parte porque estaba en mi ciudad, en mi casa, y con la cuestión económica resuelta, porque la Escuela te beca en caso de que no puedas pagarlo. Todo era positivo en el hecho de quedarme, por qué iba a irme fuera. Nunca tuve muchas referencias de quién hay fuera y quién me puede ayudar a mí porque nunca me interesó al estar satisfecho donde estaba.
En esta etapa como violinista sí te presentaste a algún concurso. Por ejemplo, obtuviste un Segundo Premio en el Concurso Internacional de Violín de Llanes.
La verdad es que me arrepiento de no haberme presentado a más, porque ahora, con 24 años, hay muchos concursos que ya no puedo hacer. Ojalá me hubiese presentado a más porque creo que es una muy buena oportunidad para rodar repertorio, aprender a tocar bajo presión y aprender a tener más inteligencia emocional, porque en estos concursos es muy fácil «hundirse» o que te pase todo lo contrario. Creo que te enseñan a tener temple y relativizar. Es muy buen ejercicio para la mente y como instrumentista. También participé anteriormente en Intercentros como violinista, sin éxito.
Has tenido muchísima actividad camerística en tus años como violinista. ¿Te gusta más trabajar con otros que el trabajo como solista?
Creo que quizá me gusta un poco más. Me gusta mucho estar con compañeros, debatir y dialogar, aunque si hay un director es obvio que su opinión va a primar, sería un caos hacerlo de otra forma. Sí que es verdad que cuando estudio solo me cuesta menos ir al grano y ser más perfeccionista. Cuando estás con gente entre las risas, los comentarios, que todo el mundo tiene su visión y no puedes hacer a rajatabla lo que quieres, quizá es un poco más difícil ser perfeccionista. Yo me quedo con tocar con gente, pero creo que hay pros y contras.
¿Has tocado como violín solo con orquesta?
Sí, con 16 años toqué con la orquesta del Conservatorio Profesional de Música «Adolfo Salazar» el primer movimiento del Concierto de Mendelssohn en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música. Fue una experiencia preciosa. También toqué en el curso de Llanes (con la orquesta de jóvenes que se forma allí) el Concierto para dos violines de Mozart junto a Ana Sobrino, que por aquel entonces era alumna de Anna Baget.
Pero entonces, llega un momento, con 22 años, en el que le das un giro a tu carrera y decides pasarte a la viola. ¿Qué pasó?
Pues pasó Jonathan Brown (risas). Le conocí en 2015 en un curso en Rascafría (Santa María del Paular). Yo tocaba con mi amigo el violista Héctor Cámara y tuve la oportunidad de dar clase de música de cámara con él. Antes de comenzar el curso 2018-19 de nuevo coincidí con él en Vic, en un festival de cuartetos, y me encantó. Quise de alguna manera tener contacto con él y fue el que tuvo la idea de probar con la viola. Ya me lo habían comentado en alguna otra ocasión por mi tamaño, y es verdad, con el violín siento que estoy como cohibido, no sé explicarlo bien… Sobre todo con los intervalos muy pequeñitos, hay que hacer virguerías para los semitonos arriba, y no estoy del todo cómodo, con la viola lo estoy mucho más. Jonathan propuso el cambio y cómo le iba a decir que no… Así que empecé a hacer viola con él en Reina Sofía y me encantó desde el principio. Aparte de que me gustó el instrumento, me encantaba la idea de cambiar de repertorio, de profesores, me parecía algo refrescante. Esto le ha pasado a mucha gente, yo no he descubierto nada. En febrero de 2019, después de cuatro meses con Jonathan Brown, decidí dedicarme a tiempo completo al instrumento y hacer las pruebas para ingresar en Reina Sofía. Pero yo sigo tocando el violín.
¿Qué te dijo tu familia cuando tomaste esta decisión, después de tantos años?
A mis hermanos, que son muy prudentes, les pareció buena idea. A mi padre, por supuesto también muy prudente, creo que le sorprendió, le chocó un poco. Es un nuevo instrumento, y hasta que no me escuchen tocar, en situaciones de estrés, tampoco pueden saber si me va bien o no.
¡Creo que ahora te va muy bien con este premio!
Parece que va mejor que el violín, sí. Yo no me arrepiento del cambio, estoy realmente contento. Estoy mucho más cómodo, muchísimo más, me permite tocar abierto, de verdad, es otra cosa…
Es que hasta te irá mejor a nivel de agarrotamiento, porque eres altísimo.
Sí, mido 1,91. Teniendo los dedos largos, estás en séptima posición con el violín y tienes que bailar con los dedos para poder hacer los semitonos. Para poder hacer una octava yo no dejo caer los dedos y ya está, no, los tengo que dejar caer, encogerlos, acercarlos y hacer la octava. Estos pequeños detalles hacen que siempre la afinación cueste un poquito más. Seguro que hay forma de ser grande y tocar el violín sin estar agarrotado, pero yo fui siempre incapaz de hacerlo. Y con la viola siento que toco abierto, con un gesto generoso, natural.
¿Nunca antes te habías planteado el cambio a la viola? ¿Solo llegó la posibilidad en ese momento?
Alguna vez más lo había pensado. Hice un curso en 2015 con Stephan Picard y él mismo me dijo que debía probar con la viola por mis dimensiones. Me pareció un comentario curioso, pero no le di muchas vueltas, aunque un poquito caló… Yo he sido toda la vida violinista y por un comentario aislado tampoco me iba a pasar a la viola. Hay gente que cree que te puedes pasar del violín a la viola porque el primero no se te da bien y puede ser una manera más «fácil» de buscarte la vida y tener éxito, así que quizá les daba apuro sugerirme el cambio.
Estás encantado, descubriendo nuevo repertorio…
Encantado, sí, nuevo repertorio, nuevos compañeros, nuevos profesores, estoy muy contento, es muy refrescante. Después de tantos años tocando el violín, es otra burbuja y me gusta, es novedoso.
Decidiste presentarte al Intercentros Melómano en tu primer año de estudios reglados. ¿Cómo tomaste esta decisión tan rápido?
Es cierto que llevo cuatro meses como alumno oficial de viola, pero con Jonathan llevo ya trabajando más tiempo, un año y medio. Decidí participar en Intercentros sin ninguna pretensión. Preparé muy a conciencia la Prueba de Clasificación, para ver si lograba pasarla, y mi intención era ponerme a prueba, rodar, ponerme nervioso y saber gestionarlo, lo que es aprender de un concurso, pero francamente no me esperaba nada. Sí es cierto que uno siempre cuando va a un concurso fantasea con ganarlo, pero no era más que eso, una fantasía. En ningún momento me lo planteé seriamente, ni siquiera era consciente de cuál era el premio…
Hablas de ponerse nervioso, pero yo te veo un hombre tranquilo, me cuesta mucho creer que te pones nervioso. Durante las pruebas te vi con una calma tremenda.
La procesión la llevas por dentro, pero intento no exteriorizarlo porque eso contribuye a que me ponga aún más nervioso. El día que tengo un concierto, desde que me levanto por la mañana intento hacerlo todo despacito y con buena letra, como se suele decir. Esto de alguna manera de tranquiliza, pero por dentro te aseguro que me pongo nervioso.
¿Qué se te pasó por la mente cuando fuiste seleccionado como Semifinalista? Parece que con la viola iba mejor la cosa.
Me daba con un canto en los dientes. Sí, la verdad es que noté que con la viola iba mejor, pero no solo por el hecho de pasar a la Semifinal, sino porque también me encontré muchísimo más cómodo tocando. Cuando pasé, me sentía ya satisfecho, pero como luego me sentí muy bien tocando, la verdad es que desee pasar al Concierto de Finalistas. Si no hubiese pasado, me habría llevado una pequeña decepción.
Me resultó llamativo que el repertorio de las dos primeras rondas fuese para viola sola. No es tan habitual, la gente suele venir con su pianista acompañante.
Mi hermano, que era mi pianista acompañante, tenía tanto trabajo que traté de hacer las dos primeras rondas por mi cuenta. Aunque a priori puede parecer que no es la mejor estrategia llevar repertorio a solo, sí que creo que te da más libertad tocar tú solo. En el caso de la Sonata opus 25 núm. 1 de Paul Hindemith, se trata de una obra muy desgarrada, y si tienes la absoluta libertad (dentro de los márgenes de la música, obviamente) de tomarte tu tiempo, de hacer cosas distintas en el escenario, eso es positivo. No creo que sea un error tocar con tu instrumento solo, sin acompañamiento de piano, en un concurso de estas características.
En el Concierto de Finalistas tu hermano Luis te acompañó. Viajó desde Madrid in extremis para llegar a tu audición.
Mi hermano tiene un mérito tremendo. Más de cuatro horas de coche desde Madrid, llegar, calentar conmigo y al escenario. En cuanto terminó todo, de vuelta a Madrid, adonde llegamos a las 2 de la madrugada y al día siguiente, trabajo. Y encima sin haber tenido mucho tiempo para ensayar. El que se merece esta entrevista es mi hermano Luis (risas). Me sentí muy cómodo con él durante toda la actuación.
Ahora que has tenido un poco de tiempo para reflexionar, ¿cómo afrontas la gira que se viene por delante? Conociéndote, seguro que con calma.
Con calma seguro, eso se da por hecho. Y con muchísimas ganas. La idea de tocar me apetece muchísimo, la idea de viajar… Además, tocar diferentes repertorios para diferentes formatos, incluso con orquesta, me apetece muchísimo. Creo que es por esto por lo que todos queremos hacer música. Y encima, si va acompañado de viajar, genial.
Con una vida tan llena de música, ¿qué tiempo te queda para hacer otras cosas? ¿Tienes alguna otra afición?
La música lleva mucho tiempo, pero el día tiene 24 horas, se puede sacar tiempo para muchas más cosas, aunque a veces el problema puede ser más de falta de energía. Me inquieta mucho el tema del cambio climático y lo sigo muy de cerca. Estoy siguiendo especialmente las Primarias que hay ahora en EE. UU. en el Partido Demócrata, que será el que se enfrente a Trump, por toda la cuestión climática. Creo que es algo que debería importarnos a todos. Podríamos decir que ese es mi hobby. Voy a todas las manifestaciones que puedo y, de hecho, debido a las fechas del concurso, me quedé sin participar en la gran manifestación que hubo en Madrid con motivo de la COP25. Procuro también que mi dieta vaya en esta línea.
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