Por Víctor M. Burell
Las Labèque, Katia y Marielle, han vuelto a visitar con gran éxito España, concretamente el Festival de Canarias.
Desde el principio estamos de acuerdo: cualquier maridaje, para que funcione, tiene que estar basado en las diferencias. Ser demasiado parecidos es un punto de fricción. Katia y Marielle son casi el antagonismo que demuestra el atractivo de los polos opuestos.
¿Nunca habéis pensado en carreras individuales? Tocar a dos pianos suele ser un juego de momentos.
Es seguramente esa parte de juego la que nos ha fascinado desde niñas como para seguir todavía disfrutando del mismo; pero sí tenemos nuestras experiencias individuales -contesta Katia.
Es posible que fuese un juego auténtico el de los creadores que componían para dos pianos o para piano a cuatro manos, ¿qué pensáis al respecto?
Estoy segura -afirma Marielle. Si la música es un recurso contra la soledad; ésta puede interrumpirse con una participación humana más directa. ¿Qué mejor que la pequeña música de cámara para sentirse acompañado?
O para no sentirse solo, ¿crees que es lo mismo?
No exactamente. Partiendo de un estado de ánimo bajo mínimos se puede hacer una música, estando en máximos, o sea alegre, muchas veces es necesario compartir otra.
¿Cómo intenta ser vuestra música -pregunto a Katia- en la medida de esta reflexión?
De la segunda manera casi siempre. Creo que, cuando la tristeza es mucha, se inclina uno un tanto a mimar el dolor y con él la soledad. Creo que por esto el romanticismo no tiene demasiada música para dos pianos.
¿Son entonces los dos pianos el mayor exponente de participación?
Se trata exactamente del mismo lenguaje y, en gran parte, ha sido hecho para que el compositor entablase diálogo con algún ser querido mirándole a los ojos.
Es cierto que las imágenes poéticas no pueden faltarnos cuando hablamos de música; ¿pero no es posible que el fénix de la lírica esté en el romanticismo?
Marielle me contesta de inmediato.
A mí ese período me apasiona más que a Katia. Mis huidas de nuestra vida agitada van en esa dirección. Beethoven, Brahms… me parecen una esencia a descubrir, aún, de mil maneras.
Katia interviene para aclarar el tema.
Naturalmente que me parece un período importante. Nunca he querido abordarlo por respetarlo demasiado. Digamos que mi talante tiene mucho menos que ver con el romanticismo que con el barroco, el clásico y el contemporáneo.
¿Es que ves conexiones en estos tres períodos?
Muchísimas. En los tres casos se trabaja más con la imaginación sobre la técnica que con los sentimientos. La música se aborda como una participación en libertad. Se destacan el ritmo interno y una línea que después se transforma de manera incesante. Es todo esto lo que me ha acercado al «jazz» desde hace ya mucho tiempo. Ornamentaciones, fraseos, articulaciones diferentes que son imposibles de escribir. Con cuatro notas pueden hacerse cien variaciones como si fuera un milagro.
Hablas de música divertida, arte no introspectivo sino implicado, pero sin complicaciones, en la propia naturaleza de la vida.
Sí, podríamos decir que esta forma de arte es más un exponente de vida que una explicación de la misma.
¿Entonces has hecho jazz?, ¿dime cómo?
Volviendo a la libertad, que me fascina, me parecía que la mejor manera de adquirirla en música era tocar acompañando ese género, y tuve la ocasión de poder hacerlo con Chick Corea. Participación e independencia son las bases de ese género que por lo mismo me seduce.
(Marielle) Sé que es necesario entenderlo para ir más allá de disfrutarlo como yo desde luego lo disfruto. El jazz me produce miedo interpretativo, por llamarlo de alguna manera.
Los caracteres se van definiendo en esas subyugantes diferencias. Ambas, naturales, tan jóvenes como su música, van hablando de todo con soltura (mejor con su español que con mi francés).
Las hermanas Labeque han nacido en Hendaya. Recuerdan perfectamente haber compartido sus juegos infantiles con multitud de niños españoles.
Indudablemente son latinas, de padre francés y madre italiana. Desde pequeñas cultivaron el espíritu de la música.
Nuestra madre -recuerda Marielle- adoraba el «bel canto», no en balde nació en Torre del Lago, el mismo lugar de donde procedía Puccini. Nuestra vocación surgida así, derivó después por caminos bien diferentes.
Caracteres distintos, historia artística común. ¿Qué ha dado esto como resultado en el campo interpretativo?
La posibilidad de discutir al máximo cada obra con la que nos enfrentamos. Supongo que en todas se notará la mezcla de ambas influencias. Después no nos hacemos más preguntas. Ahí comienza el juego -continúa Katia-, aunque parezca difícil, para un trabajo tan en común, nos damos la suficiente libertad como para que nunca se implante la rutina. Claro, que contamos con la ventaja de conocernos casi perfectamente.
Los conceptos manejados por ellas me encuentran absolutamente permeable. Me identifico. Saco a colación mi teoría de que la «música clásica» se ha convertido, en cuanto a la forma, en demasiado «museable».
Ambas pianistas están de acuerdo y me cuentan de su renovación incluso en el traje. En definitiva, rechazan ese atuendo tan extendido de «vestidos para bodas, bautizos y comuniones».
Somos incapaces de tocar con apariencia demasiado ceremonial. Pienso que influiría nuestra interpretación necesariamente natural, y esa sólo proviene de estar relajadas.
Marielle da la palabra a su hermana Katia, que pone como ejemplo de la naturalidad más absoluta el «flamenco».
Admiramos el flamenco, nos parece, con el folklore hindú, el único absolutamente auténtico y totalmente popular. Incluso lo que podría ser una limitación (no saber leer una partitura) se convierte habitualmente en una ventaja. A nosotras nos falta ese tipo de disciplina. Quieras o no, la partitura, nuestro único medio de decir, encorseta, entras dentro de otra fórmula radicalmente distinta. ¿Para qué quieren leer partituras Tomatito, Vicente Amigo o Paco de Lucía?
Saltar de Antonini e Il Giardino Armonico a Berio y Melchor de Marchena no es ni mucho menos una contradicción. Dado este talante, entro a saco con algunas preguntas más.
¿Qué pensáis del marketing y del disco?
Ambas cosas nos parecen inevitables. Hoy, sin el disco no puede hacerse carrera y sin la publicidad tampoco. Sabemos que el disco ha producido otra manera de escuchar la música y creemos que esto hay que tenerlo presente.
Reseñar aquí cuál de las dos pianistas habla parece inútil. Ambas intervienen completándose como ante los pianos, y cuando la una dice, la otra asevera con el gesto.
Lo mismo ocurre cuando les hablo de pararse un poco para meditar muchas de las cosas que parecen preocuparles.
El nivel de conciertos lo hemos bajado de cientoveinte aproximadamente hasta unos ochenta; pero parar, parar, es perder naturalidad en los escenarios. A la escena hay que salir exactamente… (dudan), como Pedro por su casa, aclaro.
Ambas exhiben la simpatía de sus risas.
No creen en los concursos ni por los resultados a largo plazo, ni por la necesidad de empaparse de un repertorio alucinante cuando aún no se tienen años, en general, para asimilarlo. ¿Cuántos pianistas quedan de verdad después de tantas medallas?
Cuando les pregunto por el nombre del pianista admirado, Marielle cita nerviosa, levantando dos dedos de una mano como los niños en el colegio.
¡Radu Lupu!
Katia, naturalmente, recuerda a Glenn Gould.