Por Roberto Montes
Intentamos repasar con él muchos de sus logros, además de arrancar, casi sin éxito, algún punto débil de su bien conducida carrera.
Este artista, ya español y que se siente como en casa (más raro se siente incluso entre sus propios compatriotas de Cuba), que tiene grandes amigos aquí, como el compositor Antón García Abril, y numerosas responsabilidades derivadas de su anhelada estabilidad (entre ellas su venerada familia y un joven concurso internacional de piano), nos abrió de par en par las puertas de su mente y corazón, dejando pendientes las de su arte, que procuraremos descubrir a continuación.
Recuerdo el primer concierto en que conocí a Leonel Morales. Fue en Arganda, hace unos ocho años, desafortunadamente ejecutado con un piano desafinadísimo.
Sí, recuerdo que era un Young Chang. En mi opinión es uno de los peores pianos en los que se puede tocar.
Por si fuera poco, el programa era totalmente exigente: «Corpus Christi» de Albéniz, la «Rapsodia Española» de Liszt, la «Soleá» de Tomás Marco, la «Sonatina» de Antón García Abril, etc..
En efecto, el programa era muy bonito y «ligero» (risas).
¿Fue éste el peor concierto de su vida?
Lo de peor concierto no es por tener un mal instrumento, sino cuando sales disgustado por no hacer lo que podías haber hecho, por no ir lo suficientemente preparado (cosa que hace años ya no me pasa), o tienes un día malo. Si el instrumento ya está peor, no es responsabilidad de uno. De hecho, recuerdo que fue un concierto que gustó mucho, porque el público de esa sala está acostumbrado a ese piano y siente la diferencia del pianista que toca hoy y el que toque mañana, aunque no sea un gran instrumento. El concierto no fue malo, pero sí fue uno de los pianos más raros en los que he tocado.
En la revista Melómano, concretamente en el número de febrero de 1998, apareció una entrevista suya en la sección de «Promesas cumplidas». Ahora, cuatro años después y con treinta y ocho de edad, ¿cree sentirse con una madurez suficiente?
Por supuesto que albergo más madurez, pero la madurez es algo que determinan los oyentes, que van siguiendo a uno y van viendo la evolución. Eso sí, el enfoque de una obra a la hora de acercarme al instrumento es diferente con respecto a hace dos años. Ya no me interesa la superficialidad, nada va enfocado al brillo, al virtuosismo de por sí, lo que no quiere decir que siga tocando obras de juventud de mi repertorio, como la «Rapsodia española» de Liszt o una gran «Petrushka» de Stravinsky, pero, hoy por hoy, me interesan las obras de peso musical y filosófico, de intelectualidad. Tengo una grandísima preocupación por reflexionar en la obra, penetrar en el mensaje interior, por saber qué nos deja y nos dice. Pienso más en la obra desde fuera del piano que con el propio piano.
Y tras su ya larga etapa (doce años) de residencia en nuestro país, ¿qué queda de ese entrañable joven cubano?
Yo llegué siendo un pianista muy preocupado por la técnica, por la brillantez de la que hablaba antes, con grandes dosis de ingenuidad, frescura y don de la diversión al tocar música.
Desde hace dos o tres años ya me siento aquí como en casa; más raro me siento con compatriotas que con españoles. Esta es una tierra a la que he de agradecer mucho, pues me recibió con los brazos abiertos y eso no lo olvidaré nunca. Por lo demás, me siento totalmente integrado en el panorama cultural (y musical) español. Todo el mundo me conoce y me reconoce, a unos gusto más que a otros. Sólo he de preocuparme de la calidad que he de dar, como es deber de todo artista, sea español o sea japonés.
Ahora bien, mi forma de interpretar ha cambiado porque empiezo a recuperar esa frescura gracias a la estabilidad de mi familia (mis hijos, mi matrimonio), mi carrera, que son una base sólida. Todo ello ha provocado que la frescura vuelva a aparecer, la transparencia… una segunda juventud, pero con la madurez del que ha sufrido, unión providencial que me está ayudando mucho al piano.
Dados sus orígenes, ¿no se ha sentido nunca atraído por la música latinoamericana, tipo ritmos caribeños, salsa, buen jazz, «crossover»,…?
No, y teniendo en cuenta que en el conservatorio estudiábamos juntos músicos clásicos y populares (Gonzalo Rubalcaba fue mi compañero), influencia de la que nos alimentábamos. Hoy es tanta mi preocupación por llegar a lo más alto en la interpretación que mi cabeza no tiene tiempo para otra cosa. Sí sigo oyendo música de salsa, de jazz, en el coche, etc., porque me gusta, pero no interpretarla.
Hábleme de la estrecha colaboración que existe entre el compositor y el intérprete.
Independientemente de los compositores muertos o antológicos, a los que hay que acercarse a menudo como indiscutible patrimonio de la literatura pianística española (Albéniz, Falla, Granados, etc.), también se trata en serio la música contemporánea. Ahora se pretende dar a conocer obras más actuales (de autores recientemente fallecidos o todavía vivos), hacerles promoción, publicidad, para que lleguen a los pianistas de hoy.
De vez en cuando las introduzco en mis recitales, e incluso mi esposa y yo hemos creado el CIPCE (Concurso Internacional de Piano «Compositores de España»), donde cada año se da impulso internacional a un compositor actual.
De hecho, ese tipo de relación entre Antón García Abril y usted dio como fruto el «Preludio de Mirambel nº2». ¿Qué le proporcionó esta generosa dedicatoria? ¿Cómo le guió el autor turolense hacia el fondo de la partitura?
Muchas veces me acerco a la obra de los compositores actuales a través de mi relación personal con ellos. Cuando una persona, por su calidad como ser humano, me interesa, me vinculo con la obra desde un gran interés. Por eso, cuando García Abril terminó este «Preludio» a mí dedicado, casi no tuvo que explicarme nada. Ya había interpretado otros «preludios», los dos «conciertos para piano», su «Sonatina», había escuchado otras obras suyas (orquestales, camerísticas) y, además, existía un vínculo como vecinos, y sigue existiendo, también, como amigos. Siempre me llama para que vea en lo que está trabajando.
Cuando me entregó la pieza, alguna cosa me dijo, pero me sonreía y decía: «¡Qué bien, ya me conoces!». Pero eso no tenía ningún valor, pues si, después de haberme imbuido en su estética y haber tocado tantas obras suyas, no le conociera ya, bien me podría retirar del piano.
La tendencia actual en los planteamientos de los concursos actuales es primar el corazón sobre la técnica. ¿Lo cree así?
Hace dos años y poco más que soy jurado en concursos internacionales de piano, recientemente estuve en el «Cidade do’Porto», de gran prestigio. En general ya dábamos por hecho que los que pasan la primera vuelta movían los dedos. Como meta primera nos fijamos eliminar pianistas que venían simplemente a obtener experiencia o a escuchar a los buenos.
Tras ello subimos el listón, no para ver quién tocaba más limpio o más sucio, sino quién tenía algo nuevo que proponer. Escogimos a los que eran más artistas, captamos la verdadera esencia de los jóvenes. Queríamos escuchar a cinco o seis músicos, no cinco o seis máquinas.
Hace tiempo que las finales de los concursos no dan un buen pianista, y es porque se están dando premios a gente que toque perfecto, pero no son artistas. Se abre una nueva corriente de búsqueda de un buen artista, pues si no el premio se desprestigia también. En la última edición del concurso de Santander quedó desierto el primer premio. Es natural: si no hay un pianista que lo merezca, se espera.
¿Supone entonces mucha responsabilidad para usted, siendo tan joven, presidir el jurado de un concurso?
Más responsabilidad tienen los que llevan cincuenta años de jurado en un concurso y no saben tocar. He compartido labor de jurado con gente muy mayor, de las que parecía su hijo, siempre personalidades mayores de sesenta años.
Los concursantes se acercan a mí. Saben que he estado donde ahora están ellos, por tanto, cercano a su esfuerzo. Me respetan más que a otros que tienen nombre pero que los concursantes reconocen que no saben tocar. El pianista respeta al pianista, da igual la edad que tenga.
¿Un concurso es un elemento esencial de proyección para una carrera?
Pienso que un concurso es imprescindible para los pobres mortales, entre los que me encuentro, que no tenemos un don especial descubierto en la infancia, como Kissin o Barenboim, para hacer carrera. El concurso te obliga a perfeccionarte, a crear un hábito de estudio muy riguroso, permite enfrentarte a grandes repertorios y mantenerlos, (si no vas a un concurso, te limitas a los exámenes del conservatorio, y punto), ves lo que se está cociendo, cómo tocan los mejores de tu generación y, por último, es un escaparate para darte a conocer. Siempre cae algo en un concurso, conoces gente importante y te ofrecen cursos, conciertos,…
En los concursos que participé nunca me fui con las manos vacías. Mi primera gira por Alemania fue a raíz de quedar finalista en un certamen.
Lo que sí es importante es no vivir de los concursos. Hay una edad para eso. Considero que los veintiocho años son una edad preciosa para dejar de competir. Con lo que has hecho, y perfeccionándolo, es momento de buscarte la vida como pianista.
Una vez que uno ya es un pianista profesional, ¿cuál debe ser la respuesta del intérprete al mundo actual?
Lo que yo pueda aportar o no lo tienen que decir y reconocer los demás, no yo. No estoy aquí para aportar nada, yo toco el piano porque no puedo vivir sin él. Me siento músico desde los pies a la cabeza, no puedo vivir sin la música, la respeto y me parece lo más valioso que existe, y me siento feliz como intérprete.
¿Y la situación actual del mundo de la música, cómo la ve?
Se me escapa de las manos. Habría que contemplar muchas cosas. El mundo actual es el resultado de una política de muchos años de consumismo, grabaciones mediocres, saturación de mercado, bajada de precios…, un mecanismo absolutamente diabólico. Por ejemplo, el pirateo es un producto del avance tecnológico. El mercado se irá acomodando a la situación. Eso sí, está en crisis; pero, después de una crisis viene un período de recuperación…
Pero por lo que me he de preocupar es por consolidar mi carrera, mi interpretación y mi forma de decir las cosas, y ya llegarán las discográficas, porque si mi manera de tocar va a más y el resultado es maduro y positivo, todo eso terminará por llegar.
Por último, sabemos qué ha cumplido y qué pasó desde Arganda hasta hoy, pero coménteme cómo va ahora su carrera, qué planes de futuro tiene.
Estoy concentrado en aspectos de proyección de mi carrera internacional, e intentando mantener la trayectoria en España haciendo conciertos selectivos, dando la mayor calidad posible. Hubo una etapa en mi vida que me interesaba más la cantidad. Hoy eso ha cambiado y me interesa más la calidad.
Como proyectos, en general, contemplo consolidarme en España, con mucha música que quiero hacer. Este año es especial, ya que se cumplen los setenta años del nacimiento de Antón García Abril, para cuyas celebraciones se cuenta conmigo, además de María Orán, Asier Polo, Teresa Berganza, Ainhoa Arteta, etc., artistas que tradicionalmente han interpretado su obra.
También se celebran los sesenta años desde la muerte de Rachmaninov, conmemoración para la que Vladimir Viardó (Primer Premio Vancliburn del año 1971) me invita a viajar a los Estados Unidos a efectuar un recital con las «Sonatas» de este compositor y un concierto en un festival californiano dedicado a compositores rusos (también existe un concurso).
Pero, sobre todo, mi pretensión es que mi mayor logro radique en que la interpretación sea sincera, profunda, que yo me convierta en el vehículo entre ellos y la obra, el autor. Cuanto más estudio y trabajo, mayor es el sentimiento de que me queda mucho por aprender.
Seguro que le quedan muchas obras por preparar, en el tintero…
Por supuesto, le tengo muchas ganas a las «Sonatas» de Brahms, sobre todo la «nº3», pero no tengo tiempo por los compromisos y conciertos. Logré hacer el «Concierto nº1» de Bartók en Bilbao, y ahora he hecho el de Britten. Salen cosas que te cubren todo el año y no puedes dedicar mucho tiempo a piezas que verdaderamente te interesan.