Por Martín Llade
Quien piense que los hermanos Renaud (n. 1976) y Gautier (n. 1981) Capuçon son un dúo al estilo de las hermanas Labeque o las gemelas Pekinel se equivoca. Para empezar, no sólo les separan los instrumentos- Renaud es violinista y Gautier toca el violonchelo- sino que ambos han seguido carreras muy distintas. Nacidos en Chambery (Francia), comenzaron sus estudios en París. Renaud fue alumno de Gérard Poulet y Veda Reynolds y posteriormente fue a Berlín, a estudiar con Thomas Brandes e Isaac Stern. Invitado por Claudio Abbado, estuvo durante tres veranos en la Gustav Mahler Jugendorchester, donde tocó a las órdenes del director italiano y de Pierre Boulez, Seiji Ozawa, Daniel Barenboim. Posteriormente ha tocado con orquestas como la Filarmónica de Berlín o la Sinfónica de Boston. Gran amante de la música de cámara, ha interpretado obras con Helene Grimaud, Mijail Pletnev, Jean-Yves Thibaudet o su propio hermano. Entre sus últimos discos destacan los conciertos para violín de Schumann y Mendelssohn con la Orquesta de Cámara Mahler dirigida por Daniel Harding; el Concierto para violín de Dutilleux y las Sonatas para violín de Brahms, con Nicholas Angelich.
Gautier, en cambio, pasó de sus primeros estudios en París a Viena, donde fue alumno de Heinrich Schiff. En 1997 y 1998 fue miembro de la Joven Orquesta de la Comunidad Europea y de la Gustav Mahler Jugendorchester y trabajó a las órdenes de los directores antes citados. Ha tocado con orquestas como la Deutsches Symphonie-Orchester de Berlín, la Orquesta de la Radio de Moscú o la Orquesta de Cámara de Europa. Entre sus grabaciones destacan los conciertos para violonchelo de Haydn con Daniel Harding y la Orquesta de Cámara Mahler. Gautier toca un Matteo Goffriler de 1701.
A pesar de desarrollar carreras separadas, los hermanos Capuçon tienen el placer de encontrarse en numerosas ocasiones y tocar juntos. Con amigos como el violista Gerard Caussé y el pianista Frank Braley han grabado para VIRGIN, sello del que son artistas exclusivos, el quinteto La trucha de Schubert o El carnaval de los animales de Saint-Saëns. También han grabado los tríos de Brahms con Nicholas Angelich, pero acaso su experiencia más satisfactoria haya sido tocar con la pianista Martha Argerich, que ha contribuido mucho a la popularidad de Gautier y Renaud invitándolos a tocar con ella en varias ediciones del Festival de Lugano, registradas en disco por EMI.
RENAUD
Sorprendentemente, no había tradición musical en su familia.
Por parte de nuestros padres, no, pero tenemos una hermana que toca el piano. De niño me llevaron a un festival de música y como seguía el ritmo, me hicieron estudiar música. Alguien dijo que tenía buen oído y me recomendaron estudiar violín.
Encontramos en su discografía a Schubert, Schumann, Brahms; en definitiva, mucho autor romántico. ¿Elige usted siempre el repertorio a grabar?
Es mi elección, en efecto. Nunca me he sentido obligado a realizar ninguna grabación. Todas esas obras las he tocado porque las siento muy cercanas a mí. Es el repertorio que amo. Me hubiera gustado grabar algo de Mozart pero de momento no lo haré, porque ya lo están haciendo muchos. Pronto tocaré a Bach, algo para lo que llevo esperando diez o quince años. Mi repertorio abarca desde el barroco al siglo XX.
Hace un par de años grabó el Concierto para violín de Schumann, una obra que se consideró en su día irregular, porque Schumann estaba ya enfermo. ¿Cómo se decidió a registrarla?
Me encanta. Me parece el concierto más sorprendente que se haya escrito para mi instrumento, a la vez que uno de los más profundos y también de los más ‘locos’. Lo grabé junto al de Mendelssohn porque considero que ambos están a la misma altura en ese terreno.
A propósito del concierto de Mendelssohn, su versión es más atemperada de lo que se acostumbra. En realidad, más acorde a cómo lo imaginó el compositor…
Quería hacerlo acorde a mi manera de tocar. Si bien es un concierto romántico, rebosa clasicismo. Digamos que está en la frontera entre ambos conceptos. Si echas un vistazo al manuscrito puedes ver que comienza en ‘pianissimo’, ya que en realidad es una obra muy íntima. Igualmente, siguiendo las indicaciones del compositor, el segundo movimiento es un ‘adagio’ que hay que interpretar en andante; hacerlo más lento haría que sonase más romántico, más wagneriano. De todos modos esa es mi concepción actual; quien sabe si en diez años o más puedo cambiar de idea.
¿Le tienta la viola?
Sí, de hecho voy a tocarla con el pianista Stephen Kovacevich. Íbamos a hacerlo pero se puso enfermo. Me gustaría tocar obras como las dos sonatas para viola de Brahms (originalmente escritas para clarinete). Es uno de los planes que tengo, pero de momento no me sobra el tiempo.
¿Qué supone tocar a las órdenes de Claudio Abbado a los 21 años?
Algo inolvidable, porque gracias a ello adquieres unos conocimientos musicales increíbles. La experiencia no fue grande por tratarse de Abbado, sino porque es un gran músico. Cuando estás con él te sientes apoyado, algo primordial a los veinte años, cuando necesitas más que nunca que alguien te diga, «esto está bien, esto no». Abbado es muy claro a la hora de transmitirte lo que quiere y de transportarte a su mundo.
Iba a preguntarle por su Stradivarius, que perteneció a Fritz Kreisler, pero creo que ya no lo tiene.
Hace tres meses tuve ocasión de cambiarlo por un Guarnieri del Gesù. El Stradivarius es fantástico y he estado tocándolo durante cinco años que han sido muy importantes en mi carrera. Pero un banco suizo me compró el Guarnieri y su sonido me parece sorprendente, muy ‘salvaje’. No podría compararlo con el del Stradivarius. Es como si me preguntasen si tengo que elegir entre una mujer rubia o una morena.
¿Cómo fue la experiencia de tocar las sonatas de Brahms con su amigo el pianista Nicholas Angelich?
Aquel fue el último disco que grabé con mi Stradivarius. Lo grabamos en Lugano con un tiempo maravilloso y como las sonatas fueron escritas en Suiza y por la noche, durante las sesiones sentíamos algo muy especial, casi como si Brahms anduviese por allí.
Martha Argerich les ha dado a conocer en gran medida a su hermano y usted. ¿Es tan misteriosa como dicen?
Sí que es misteriosa. Ella comparte todo, no se queda nada para sí. Cuando tocas con Martha no sabes adonde va a llevarte, pero es muy coherente y te insufla mucha energía. Es uno de los músicos más grandes con los que me he encontrado.
¿Cómo se lleva el hecho de que se hable de los hermanos Capuçon?
Somos dos personas distintas. Tocamos juntos y separados, no es como el caso de nuestras amigas las hermanas Labeque. Ahora bien, sería una tontería no tocar juntos si podemos. Hemos interpretado muchas veces música de cámara, con amigos como el violista Gerard Caussé o Nicholas Angelich y nos complementamos muy bien. Nuestras carreras se desarrollan por separado pero es gratificante encontrarnos.
¿Cuál es su sueño?
Me gustaría ser capaz de tocar música durante toda mi vida y sintiendo siempre algo. No quiero ser un intérprete que toca por rutina.
GAUTIER
¿Por qué se decantó por el violonchelo?
Mi hermana tocaba el piano y mi hermano el violín, así que supongo que por eso me dieron el instrumento. Ahora bien, desde la primera vez que pusieron uno en mis manos adoré su forma y tacto y me di cuenta al instante de que deseaba tocarlo.
¿Son verdaderamente las suites de Bach la Biblia los chelistas?
Casals las tocaba a diario. Yo empecé a tocarlas en mis primeros conciertos y siempre que puedo las interpreto. El verano pasado di las seis en concierto. Se dice que es necesario llegar a una edad avanzada para hacerlo, pero no estoy de acuerdo. Si escuchamos a un intérprete en una grabación y lo volvemos a oír veinte años después haciéndolas, ¿hay que pensar que la segunda versión será siempre la mejor? Cada una corresponde a distintas etapas y experiencias de la vida de ese intérprete.
Adoro las suites, porque siento que es una música que me habla directamente.
En el momento actual nos encontramos con unos cuantos chelistas con personalidad como Mischa Maisky, Truls Mork, Anne Gastinel. ¿Vivimos una era dorada del instrumento?
Quizás los chelistas sean ahora más técnicos que antes. Hoy hay muchos con una técnica extraordinaria, aunque para mí no es tan importante como para otros. Yo creo que la técnica ha de estar al servicio de la música y ser sólo un medio para conseguir lo que quieres. No basta con quedarse en ella, hay que tener una personalidad musical. Cuando voy a un concierto lo que quiero es escuchar música y ver a un intérprete convencido de lo que está haciendo. La música no va sólo en una dirección, es un acto de comunión con el público y si no das emoción, no la recibirás.
¿Se podría considerar al violonchelo, como alguna vez se ha dicho, un instrumento ‘más intelectual’ que el violín?
No lo creo, y se me ocurren dos razones: la posición del violonchelo, a ras de suelo, resulta más natural que la del violín a la hora de tocarlo. Es como si se tratara de un hombre que sujetase delicadamente a una mujer. Por otro lado, el sonido del violonchelo es más parecido al de la voz humana que el del violín. No sé si esto lo hace menos intelectual, pero sea como fuere, no me importa. Lo único que sé es que amo mi instrumento.
¿Qué épocas abarca su repertorio?
Empieza en Bach y acaba en Sofía Gubaidulina. Pero lo más importante no es el repertorio, sino saber ser honesto y satisfacer tanto al compositor como al público. En primer lugar, no toco una pieza si no la entiendo o no me gusta. ¿Cómo podría transmitir a otros lo que no comprendo yo? Respecto al público, aunque se trate de gente que no sepa música sí sabes si está sintiendo contigo. Y si están abiertos a tu música, puedes conectar con ellos.
Usted grabó los dos conciertos de Haydn más un tercero apócrifo que durante mucho tiempo se tuvo por verdadero. Es la primera vez que se registraban los tres juntos. ¿Cómo enfocó desde el punto de vista histórico la interpretación de estas obras?
Recuerdo que cuando salió el disco me preguntaron si me decantaba por una interpretación romántica o clásica. Yo simplemente dejé que la música hablase por sí sola. Es importante documentarse y conocer otras visiones, pero luego eres tú el que decide lo que quieres hacer. Haydn escribió una música sin artificiosidades. Respecto al concierto apócrifo, no me importaba que no fuese o no de Haydn, sino que me atrajo por ser una obra hermosa e interesante.
La línea de los conciertos para violonchelo es bastante curiosa cronológicamente: Haydn, Schumann, Dvorak, Elgar, Prokofiev, Shostakovich… Parece que los sinfonistas de primer orden no se preocuparon por escribir conciertos para el instrumento.
Dándole la vuelta a esa cuestión, es verdad que hay más obras violín, pero yo creo que hay muchas piezas para violonchelo que no se interpretan casi nunca. Ahí tenemos el concierto de Walton, el Nº 2 de Shostakovich y otros muchos que no se tocan apenas, lo que es muy triste.
¿Ha tenido algún modelo a la hora de tocar?
Es cierto que puede haber alguien que te deslumbra cuando empiezas con el instrumento, como Fournier, Casals, Dupré… Pero yo he tratado desde siempre de buscar mi propia personalidad, intentando expresar sentimientos. Hay muchas cosas que no se pueden decir con palabras y la música permite hacerlo, por eso me parece tan grande, porque se puede expresar cualquier emoción. Es importante desarrollar la propia personalidad.
¿Qué director destacaría de aquellos con los que ha trabajado?
Muchos. Cada uno es una experiencia distinta. No tiene que ver nada trabajar con Claudio Abbado que con Bernard Haitink, Seiji Ozawa o Pierre Boulez. Me quedaría quizás con mi estancia en la Orquesta de Cámara Gustav Mahler, a las órdenes de Abbado.
¿Hay mucha diferencia a la hora de abordar el repertorio contemporáneo respecto al tradicional?
No importa cuándo se haya escrito una música, sino que esa música te diga algo. Pero es cierto que somos afortunados de contar con músicos como Dutilleux a los que preguntarles qué quieren decir en una obra y cómo desean que la toques. Muchas veces te sorprendes gratamente porque te dicen «tócalo como lo harías tú». Eso es algo importante.
¿Qué le gustaría que fuese su vida?
Experimentar el placer de tocar, conocer gente y compartir con ella ese placer, y que todo ello dure el mayor tiempo posible.