Por Diego Manuel García
Miguel Fleta perteneció a aquella importantísima generación de tenores, postcarusianos, que podría acotarse entre 1884 y 1897, compuesta por magníficas voces que realizaran grandes carreras durante prácticamente toda la mitad del siglo XX. Entre los más veteranos: el irlandés John McCormack (1884), Aureliano Pertile y Giovanni Martinelli, ambos nacidos en 1885 y en la misma localidad italiana de Montagnana. Y, en cuanto a los epígonos generacionales: Miguel Fleta, el francés Georges Thill y el danés Helge Roesvaenge, los tres nacidos en 1897. Entre ellos, otras grandes voces tenoriles: Francesco Merli e Hipólito Lazaro ambos de 1887, Tito Schipa (1889), Beniamino Gigli y Laurizt Melchior de 1890 y, finalmente, el valenciano Antonio Cortis (1891), junto a Giacomo Lauri-Volpi y Richard Tauber, ambos nacidos en 1892.
Miguel Fleta
Nació el 1 de diciembre de 1897 en Albalate de Cinca, un pueblecito aragonés en la margen izquierda del río Cinca. Fue el decimocuarto hijo de Miguel Burro y María Fleta, labradores que regentaban un modesto café. Miguel tuvo que empezar a ganarse la vida a partir de los diez años en diferentes oficios, siendo contratado por un rico labrador llamado Ventura Morera. En su finca Miguel tenía que trabajar en duras faenas de labranza. En el pueblo que estaba cerca de su centro de trabajo recibió las primeras lecciones musicales, a cargo del párroco de aquella localidad, Mosén Cosme. Su afición por la música había comenzado a manifestarse desde su más tierna infancia, cuando escuchaba a su padre cantar –bastante bien- jotas. Ya con dieciocho años se presentó en el Teatro Principal de Zaragoza a un concurso de jotas, sin conseguir ninguno de los premios, ya que el nivel de los participantes era muy alto. Afortunadamente, este fracaso le hizo olvidar dedicarse a la profesión de jotero y, dado que su voz tenía grandes posibilidades, según el comentario de algún experto, pensó que podía dedicarse al mundo de la lírica. Su padre le envió a Barcelona en 1918 con el propósito de que estudiase canto en el conservatorio del Liceu. Sin embargo, fue rechazado para recibir clases gratuitas, al estar cubierto el cupo de alumnos varones, pero tuvo la fortuna de ser admitido en la clases de canto para chicas de la profesora Luisa Pierre-Clerc, conocida en el mundo artístico como Luisa Pierrick, quien había actuado como brillante soprano en óperas de Giacomo Meyerbeer y de Jules Massenet, y había abandonado su carrera al contraer matrimonio con un violinista de la Orquesta del Liceu, dedicándose a la enseñanza. Miguel Fleta, bajo la tutela de la Pierrick, aprobó en solo dos cursos los estudios musicales correspondientes a cinco.
Gracias a Luisa Pierrick –doce años mayor que Miguel- convertida en su mentora, profesora y amante, consiguió una audición en el Teatro alla Scala de Milán, que le sirvió para debutar en el Teatro Comunale Giuseppe Verdi de Trieste el 14 de diciembre de 1919, en el papel protagonista de Paolo il bello de la Francesca da Rimini de Riccardo Zandonai. También en este mismo teatro, en enero de 1920, cantó el Radamés de Aida. La voz de Fleta entusiasmó de tal manera a Zandonai que le encomendó el papel protagonista en el estreno mundial de su nueva ópera Giulietta e Romeo en el Teatro Costanzi de Roma el 14 de febrero de 1922. Aquel mismo año se produjo su presentación en la Volksoper de Viena con el Ruggiero de la pucciniana La Rondine. También en 1922 debutó en el Teatro Real de Madrid con el don José de Carmen, y sus actuaciones causaron un verdadero delirio, convirtiéndose desde entonces en una extraordinaria figura del mundo de la lírica, siendo requerido por todos los grandes teatros del mundo.
En 1923 tuvo lugar su debut en el neoyorkino Metropolitan, como Cavaradossi junto a la Tosca de María Jeritza y el Scarpia de Antonio Scotti. Durante los dos siguientes años se convertirá en un asiduo de este teatro, donde cantará el Amico Fritz de Mascagni junto a Lucrecia Bori, Aida con Elisabeth Rethberg o Carmen junto a Florence Easton.
Su debut en la Scala se produjo en 1924, interpretando al duque de Mantua en Rigoletto, junto a la Gilda de Mercedes Capsir y el Rigoletto del gran barítono Carlo Galeffi, con dirección de Arturo Toscanini; y, como no, los aficionados milaneses escucharían su don José, junto a la Carmen de Gabriela Besanzoni.
También embelesó al público barcelonés del Liceu, desde su presentación en noviembre de 1925, con una Carmen especialmente recordada por haberse transmitido en un naciente medio radiofónico la “Romanza de la flor” a cinco teatros barceloneses. Durante los dos años siguientes, Miguel Fleta se convirtió en un asiduo del teatro de las ramblas interpretando Tosca, La Bohème,, Aida, Rigoletto, La africana, La favorita, Lohengrin, Marina, Manon y Mefistófeles. Ello da idea de la versatilidad del gran tenor aragonés para abordar con extraordinaria brillantez variopintos repertorios.
Sin embargo, por aquellos años de gran brillantez, el gran acontecimiento en la carrera de Fleta será su participación como príncipe Calaf en el estreno del Turandot pucciniano, dirigido el 26 de abril de 1926 por Arturo Toscanini, en el Teatro alla Scala. Las críticas fueron excelentes, entre ellas la de un jovencísimo Gianandrea Gavazzeni, que posteriormente llegaría a ser un reputado director operístico muy asociado al teatro milanés, y que siempre comentó con verdadera devoción la actuación de Fleta en aquella premiere scalígera.
Alejado de la tutela y disciplina que le imponía su pigmalión Luisa Pierrick, con quien había tenido dos hijos, Miguel y Alfonso, ya en 1928, la voz comenzó a sufrir un prematuro declive. El año anterior, Fleta había contraído matrimonio con Carmen Mirat, una chica de la buena sociedad de Salamanca, con la que tuvo cuatro hijos: Pedro, Elia, Paloma y Miguel Ángel.
Hasta 1930 la voz se mantuvo en relativas buenas condiciones, pero a partir de entonces sufrió una rápida decadencia, refugiándose en la Zarzuela. Su última aparición teatral fue en Lisboa cantando Carmen en 1937. En enero de ese mismo año, en Salamanca, había sido uno de los portadores del féretro de don Miguel de Unamuno. Miguel Fleta murió prematuramente, y casi olvidado, con apenas cuarenta años el 30 de mayo de 1938 en una aldea de A Coruña.
Una voz poderosa y de extraordinaria belleza
El crítico y musicólogo Rodolfo Celletti, en su libro Voce di tenore, define la voz de Fleta como una de las más extraordinarias que hayan podido oírse en el siglo XX, y, en muchos aspectos, la más completa. Oscura, compacta, potente, extensa, squilante y dotada de una extraordinaria calidad tímbrica, junto a un color sensual. Y, a pesar de su gran volumen y de la intensa vibración, tenía la flexibilidad de un “tenor de gracia”. En las medias voces mantenía el color voluptuoso de la voz plena, a lo que unía la capacidad de apianar los agudos más potentes con larguísimos filados. El fraseo era de gran riqueza. Su don José representó, verdaderamente, en su contraste con Carmen, la expresión más palpable del conflicto en la relación hombre-mujer en la ópera postromántica.
También merece la pena citar el ajustado comentario sobre la voz del tenor aragonés realizado por Giacomo Lauri-Volpi en su libro Voces paralelas: “voz completa, con notas bajas, altas, medias, todas cálidas y aterciopeladas, flexibles y potentemente vivas”.
Es preciso citar lo que sobre la voz de Fleta apunta en su excelente Diccionario de cantantes líricos españoles ese gran experto en voces que es Joaquín Martín de Sagarmínaga, sobre todo refiriéndose a las grabaciones que el tenor maño realizó entre 1922 y 1925: “un instrumento brillante, pulido hasta en sus últimas aristas, bruñido, con tintes casi baritonales, y sobrado de temple, color, extensión y belleza, lo último hasta las lindes mismas del escándalo. Pero, además, el estimulo y la ayuda de su maestra y primera compañera sentimental en esa época, Luisa Pierrick, eran constantes. Junto a ella, vocalizaba, afianzaba la técnica, a través de sus consejos y de su formidable intuición, profundizando en los aspectos psicológicos de los personajes que debía interpretar”.
Cuando entrevisté a Franco Corelli, en julio de 1994 el gran tenor italiano mostraba su gran admiración por Miguel Fleta, reconociendo que en su etapa de formación escuchó con gran atención y verdadero deleite sus grabaciones, tomando buena nota de ellas. Ciertamente, y salvando las distancias –la dicción de Corelli era peor- las voces de ambos compartían ciertas semejanzas, por volumen, bellísimo timbre, extensión (el tenor de Ancona, también llegó a emitir el re bemol, algo impensable en voces de grandes dimensiones) y como en el caso de Fleta, tenía una gran capacidad para regular la voz de forte a imperceptibles pianissimi, con bellísimos efectos de sfumature, que diluían el sonido en el espacio.
Su legado discográfico
En una época como la actual, tan dada a realizar ediciones discográficas completas de diversos artistas, tenemos como ejemplos las integrales que el sello NAXOS ha dedicado a Enrico Caruso. Sin embargo, y muy lamentablemente, aún no se ha editado un “Tutto Fleta”. La discografía de Miguel Fleta es muy extensa, ya que abarca unas cien referencias grabadas en un período cronológico que va desde 1922 a 1934, con adscripciones a cuatro géneros diferentes: ópera, zarzuela, canciones populares y jotas, con grabaciones de EMI (References), ARIA recording, ATRIUM y NIMBUS.
Muy recomendable escuchar el CD del sello ATRIUM, que da una idea de la evolución de su voz desde las primeras grabaciones de 1922, realizadas en Milán, cuando la voz estaba en unas condiciones extraordinarias, y ello se hace palpable al escuchar “E lucevan le stelle” de Tosca, “Il fior che avevi a me tu dato” de Carmen y “Giulietta, son io!” del Giulietta e Romeo de Zandonai. Ya en 1923, los fragmentos grabados en Londres “A te, o cara” de I Puritani de Bellini, donde el tenor eleva la voz con pasmosa facilidad al do sostenido, “Presago il cor… O terra addio” de Aida y “Amaro sol per te” de Tosca. De 1924, “La donna e mobile” de Rigoletto, realizada en EEUU. Siguen una serie de fragmentos grabados en España en 1927, donde la voz ha perdido algo de esa frescura e insolencia inicial, se perciben ciertos manierismos y un ostensible vibrato: “Da voi lontan” y Cigno fedel” de Lohengrin de Wagner; “Spirto gentil” y “Una vergine, un angiol di Dio” de La Favorita de Donizetti; “Che gélida manina” de La Bohème de Puccini; “O dolce incanto” de la Manon de Massenet; “Celeste Aida”; una “Vesti la giubba” de I Pagliacci, que no tiene nada que envidiarle a las versiones de Caruso. “O paradiso” de La Africana de Meyerbeer. El último fragmento también grabado en España en 1930 es la “Canción del mercader indio” de Sadko de Rimsky Korsakov, donde la voz está en peores condiciones, habiendo perdido parte de ese aliento casi infinito para realizar regulaciones y kilométricas filaturas. Miguel Fleta destacó sobremanera cantando –como nadie- canciones como el “Ay, ay, ay”, “Princesita” y otras muchas, junto a arias de zarzuela recopiladas por el sello ARIA recording, en varios CD. En fin, una magnífica ocasión para recuperar una serie de grabaciones que dan idea del arte de Miguel Fleta.