Por Alejo Palau
Miguel Harth-Bedoya es una de las batutas más interesantes de la actualidad. Director titular de la Orquesta de la Radio Noruega y de la Orquesta Sinfónica de Fort Worth (EEUU), este peruano afincado en Texas tiene claro que la música es la mejor arma para llegar a cualquier parte. En nuestro país, se ha convertido en una de las batutas extranjeras más queridas. Muestra de ello es que estos días será el encargado de dirigir a la Orquesta Sinfónica de RTVE.
Usted es titular de la Orquesta de la Radio de Noruega, aunque reside en Texas, con su mujer e hijos. ¿Cómo compagina su vida profesional con la familia?
Antes de Noruega ya vivimos en Nueva Zelanda, hasta 2005. Allí trabajé diez años y todavía tenemos una casa, a la que pensamos irnos algún día. El haber tomado la titularidad en la Orquesta de Noruega tiene para mí una implicación muy grande. Primero, a nivel internacional, porque la Orquesta de la Radio de Noruega es la orquesta nacional que da servicio a todo el país. Ello me ha motivado a aprender cosas que no se me habrían ocurrido antes, como el noruego. Respecto a conciliar mis viajes con la familia, hoy en día se puede ir a cualquier parte muy fácilmente y el 90% de las veces viajo a un lugar y regreso a mi casa al día siguiente. Por ejemplo, cuando estuvimos en Madrid con Juan Diego Flórez, primero habíamos actuado en Omán, pero entre Omán y Madrid me quedaron cuatro días libres y me fui a mi casa.
¿Y no se cansa de tanto avión?
Lo bueno de los vuelos largos es que logro leer mucho de forma ininterrumpida. Un viaje de diez, doce o quince horas, como cuando voy a Sidney, por ejemplo, me da una continuidad para poder leer, a no ser que esté durmiendo parte del vuelvo.
Supongo que leerá a Vargas Llosa…
Bueno, prácticamente leí ya todo de Vargas Llosa. Ahora leo a otros Premios Nobel. Justamente hablando de Noruega, estoy leyendo a un Premio Nobel de hace muchísimo tiempo, Knut Hamrun, y también me gusta Ibsen.
¿Lee en noruego?
Los leo en castellano porque en Oslo hay una librería muy buena que tiene una sección de literatura noruega en muchos idiomas, es el único lugar que se consigue de esa manera, y tiene una sección en castellano. Prefiero leerlas en castellano que en inglés, obras de esa calidad no las podría entender en noruego. Mi noruego es coloquial, de diario, para trabajar y ver la televisión.
¿Cómo se trabaja en el norte de Europa?
Son muy callados, en general la cultura es muy callada. Es algo que no solo se aplica en la música, en el fondo hay que instigar un poco para que haya alguna respuesta. Pero la música es su vida y su vocación. En estos países la música está tan considerada, tiene un nivel tan alto, que ser músico es un honor. Cuando voy a Perú y digo “soy músico”, la gente responde con “¿y de qué vives?”, no se entiende. En Noruega, Finlandia o Suecia dices “soy músico” y “¡Ay, caramba! ¡Te felicito!”.
¿Tienen un sistema de orquestas que funciona bien?
Sí, porque son sistemas que retribuyen al músico por su trabajo, lo protegen desde muchos puntos de vista y lo incentivan a que mejore. Por ejemplo, estas orquestas tienen semanas de trabajo en las que cada uno está en su casa, es tiempo para que los músicos estudien. Me acuerdo de Colin Davis, que dijo una cosa genial: “A mí no me pagan por ser director de orquesta, a mí me pagan por pensar”, porque al final lo que uno hace es consecuencia del pensamiento. La gente cree que las ideas vienen de la nada, pero no es cierto, las ideas aparecen porque uno ha pensado. Eso lo dice Vargas Llosa, él se sienta a escribir todos los días, escriba o no escriba algo, hay días que no sale ni una sola frase. Pero si no se sienta a hacer ese ejercicio mental, la cosa no sale. Resumiendo, el sistema es muy bueno.
Claro, aunque siempre se necesita el apoyo gubernamental y de la sociedad…
La unión de sociedad y arte es vital. En muchos casos eso es más importante que una solución política o dictámenes económicos o tributarios. La música puede resolver muchos estados anímicos, es como el fútbol. Lo que pasa es que cuando pierdes el partido no tiene la misma emoción. Quedó clarísimo cuando España ganó el Mundial de fútbol o la Eurocopa, que se olvidó de la crisis por un momento. El ánimo del ser humano es parte de la vida, no es que uno se levante y trabaje para comer. En el fondo, el ser humano apunta a cosas mayores. Y creo que es donde la música, hablo de música como expresión del ser humano, es tal vez la más directa de las artes.
Pese a que lleva muchos años fuera, sigue teniendo una fuerte vinculación con Perú, país en el que ha jugado un papel importante en el establecimiento de la Filarmónica de Lima.
Estuve de 1994 a 2000, siete temporadas de titular. Mi sucesor fue Eduardo García Barrios, mexicano, y después la orquesta pasó a la Universidad de Lima, para tener subvención. Antes era un modelo muy al estilo inglés, en el que uno sobrevive por medio de su propia gestión. Mi vínculo con Perú, no es solo a nivel familiar. A nivel musical debuté a los 19 años con la Orquesta Sinfónica de Perú, que tuvo unas épocas tremendas en los años 60 y 70.
La Filarmónica de Lima fue un proyecto que en parte nació de usted.
Sí, porque Lima como ciudad ya daba abasto para atender más actividad. Para desplazarse hoy por Lima uno se demora muchísimo, porque no hay metro y el hecho de tener puntos aislados facilita que se pueda escuchar un espectáculo en un lugar más o menos lejano, sin tener que cruzar Lima de un lado al otro. En el primer año vino Plácido Domingo a cantar con nosotros y ese fue el único concierto que no canceló cuando murió su madre, porque ella fue muy querida en Lima durante años, por las temporadas de zarzuela.
También fue fundamental su labor en la creación de la Compañía Contemporánea de Ópera.
La Compañía de Ópera nació 1993, un año antes que la Filarmónica, porque entonces comenzó a salir una nueva generación de jóvenes cantantes, entre ellos Juan Diego Flórez. Estábamos ensayando una obra en casa de mi madre con Juan Diego y otros cantantes más. Había invitado al tenor Ernesto Palacio, y en ese momento Ernesto entra, conversando con mi madre, y comienza a escuchar a Juan Diego cantando y ahí se lo presenté. Recuerdo que en una de las óperas que hicimos el que es hoy manager de Juan Diego Flórez cantaba el primer rol y él hacía el segundo tenor. ¡Cosas que yo encuentro providenciales pero que uno no las ve hasta años después!
Por eso siempre se ha volcado mucho en los músicos jóvenes y los ha apoyado mucho.
Porque a mí me han ayudado mucho. Creo que es una cosa de retribución. Si no fuera por el Instituto Curtis de Filadelfia, que en esa época no exigía ningún papel, título o prueba, ningún certificado para poder dar un examen de admisión, yo no estaría haciendo lo que hago. La gente siempre fue muy generosa conmigo, siempre me dieron su tiempo; después fui asistente de Kurt Masur y colega de Esa-Pekka Salonen. Lo tomo como que es algo innato a lo que uno hace.
En conjunto, ¿cómo evaluaría la situación musical peruana?
No estoy muy involucrado, pero es modesta, siempre se necesita más ayuda e infraestructura. El Gobierno tiene, por lo menos en Lima, tres elencos: la Orquesta Sinfónica Nacional, el Coro Nacional y el Ballet Nacional, que es ballet clásico. Además de la Escuela de Baile Folclórico. El Gran Teatro Nacional, que supuestamente es la residencia de estos tres elencos, está licitando su gerencia por todo el mundo. ¿Qué va a pasar? Estoy convencido de que los cuerpos del Estado terminarán por no tener su hogar ahí. Porque si estás licitando empresas para que generen dinero, vas mal. Van a tener que hacer, simplemente, espectáculos que produzcan dinero. Ese es el modelo que se está anunciando y, sinceramente, no le veo gran futuro.
Como comentaba, se marchó del Perú para ir a estudiar a Estados Unidos. ¿Qué recuerda de sus años ahí?
Fueron unos años de oro. Cuando llegué a Filadelfia, Riccardo Muti era el director titular de la Sinfónica. Él me dio mi diploma de graduado y era muy generoso con los pocos alumnos de dirección. Teníamos las puertas de la Orquesta de Filadelfia abiertas, para cualquier ensayo o concierto. Las escuelas en sí, eran de lujo por la gente que enseñaba, como Jascha Brodsky o Szymon Goldberg. Después llegué a Nueva York para hacer mi maestría en la Juilliard, que es una entidad gigante, porque es parte del Lincoln Center, donde está la Metropolitan Opera, el Ballet, el Teatro de Drama, la Sala de Conciertos de la Filarmónica de Nueva York y el Carnegie Hall está muy cerca. Dio la casualidad que, apenas me gradué en Juilliard, me ofrecieron mi primer trabajo en la Filarmónica de Nueva York como asistente, donde seguí aprendiendo por otros cuatro años. Kurt Masur me dijo que allí iba a aprender y tenía razón, uno aprende mirando a los otros maestros, mirando cómo ensayan, qué pasa en los ensayos, en los conciertos… No sé cómo hay muchachos que quieren aprender en uno o dos años, quizás tienen más aptitudes que las que tuve yo u otro.
En España dirige la Orquesta Nacional con asiduidad, ¿qué vínculo tiene con el conjunto?
Una amistad de colegas, porque la primera vez que dirigí fue hace diez años, por lo menos. Son agrupaciones, como las de Chicago o Filadelfia, donde uno termina siendo colega. Uno nunca sabe si terminan siendo, además, amigos porque, a fin de cuentas, el tiempo que pasamos es en el trabajo.
¿Cuáles son los programas que más le devanan los sesos a la hora de estudiarlos?
Un caso muy específico fue cuando la ONE me pidió hacer una obra de Manuel Martínez Burgos para el concierto de los 25 años del Auditorio Nacional y me lo tomé como un desafío. La obra de Manuel era tan diferente que me llamó la atención, le dediqué una cantidad de horas inmensa. Además, fue la partitura que más ensayamos en ese concierto porque lo merecía. Mi labor como director es facilitar la transmisión de una obra y punto. Porque el director no produce absolutamente nada, literalmente no, poéticamente sí.
¿Qué función tiene la música clásica en un mundo tan globalizado como el actual?
Me tienes que explicar primero a qué llamas música clásica. Yo prefiero llamarla música de concierto, la que se presenta en vivo. Eso para mí es lo más relevante hoy en día con la globalización y con la tecnología, que crea un conflicto. Debemos dejar establecido que hay un mecanismo de expresión en vivo, un concierto o recital, que es irremplazable. No es lo mismo el pescado fresco y la lata de atún. Es lo mismo que el fútbol, no es lo mismo que te digan el resultado a seguirlo. Son otras opciones, parecidas y a veces muy remotas porque, cuando uno escucha la música sin verla, estás perdiendo una dimensión porque los sentidos son varios a la vez. Ver la música es algo que nadie te puede explicar.