Por Roberto Montes
Historia de un milagroso cambio de rumbo
De tal modo se rompía el importante contrato con Merelli, quien confiaba ciegamente en Verdi y le animaba a seguir componiendo. Una tarde de invierno, ambos se cruzaron por la calle y el empresario le puso al maestro en las manos el manuscrito del nuevo libreto de Temistocle Solera, rechazado por el compositor alemán Otto Nicolai, basado en la biografía del rey babilónico Nabocodonosor II.
Verdi se topó con un libreto que no tenía intención alguna de leer, y apenas llegó a casa lo dejó caer encima de su escritorio. A consecuencia de este gesto, las hojas se abrieron y el compositor vino a leer un verso que le llenó de curiosidad: «Va’ pensiero sull’ali dorate» (Vuela pensamiento, sobre alas doradas). Siguió leyendo y quedó tan fascinado que pasó toda la noche completando la lectura del libreto, aprendiéndoselo casi de memoria. Pero aquello no terminó de disuadirle del propósito de dejar la música. Quiso devolverle el manuscrito a Merelli, pero éste no quería oír excusas: le metió de nuevo los papeles en el bolsillo e, indicándole la puerta, le invitó a quedarse el libreto para que lo musicase. El destino cumplía fielmente su curso: cinco meses después arrancaba del piano las primeras notas del aria de la muerte de Abigail. Así pues, los versos de Solera habían entrado en el corazón de Verdi para, día tras día, encontrar la fuerza para componer su nueva ópera, concluida en otoño de 1841. Entonces, por ironías de la vida, el músico buscó a Merelli e insistió en que incluyese Nabuccodonosor en la temporada de carnaval de 1842. El gerente se mostró dubitativo porque para entonces ya tenía previstas tres óperas inéditas de otros tantos afamados autores, pues había que estimar el riesgo que suponía insertar el título de un autor desconocido, por lo que retrasó el estreno hasta la primavera, a comienzos de marzo.
¿Un libreto histórico?
El autor del libreto de esta ópera en cuatro actos fue Temístocle Solera (1815 – 1878), quien se basó libremente en el drama homónimo de los franceses Auguste Anicet-Bourgeois y Francis Cornue, puesto en escena en 1836 en el Teatro Cómico Ambigú de París, además de en el ballet homónimo del coreógrafo Antonio Cortesi presentado en la Scala milanesa en 1838. Solera narra la invasión del reino de Judea por parte del rey babilónico Nabucodonosor II en el año 586 a. de C., cuando fue destruido el templo de Jerusalén y los vencidos hebreos deportados a Babilonia. Con Temistocle Solera, el maestro de Roncole se adentra en la etapa más temprana de su producción. Los sentimientos patrióticos azuzados por Nabucco también se expresaron en óperas verdianas posteriores: Los lombardos, Los dos Foscari, o Juana de Arco, que hicieron de Verdi el músico de la causa nacional por excelencia durante dos décadas, hasta que Italia venció (y nació) con la coronación del rey Víctor Manuel II de Saboya (1861).
En lo temático tales óperas tienen el común denominador de exaltar valores patrios y libertarios, que en los tiempos del «risorgimento» italiano provocaban el delirio del público, más aun cuando la música se presentaba llena de fáciles, rítmicas e incluso marciales melodías.
Si bien los personajes no pasan de la convención dramática de la ópera italiana, Verdi comienza a conocer ya en mayor profundidad las voces, en aras de su brillantez y fuerza dramáticas, apoyadas en una orquestación cada vez más rica y efectista. Los tres personajes principales de la obra (Nabucco, Abigail y Zacarías) tienen un peso vocal específico que marca, sin duda alguna, un antes y un después en las artes creativas del maestro de Busetto, sin contar la influencia sublime del coro.
Abigail, para soprano dramática, exige potencia, agilidad, gran extensión y un arrojo comparables a los de la Semíramis de Rossini, compatriota en localización argumental y empleo vocal. Destaca en sus dos arias, cada una en los dos primeros actos, y en el dúo del tercero con Nabucco. Precisamente este personaje, para barítono de gran potencia, aun siendo protagonista y el que da nombre a la ópera, tiene un curso regular en la obra y destaca especialmente en los momentos concertantes, y avanza ya el carácter paternal y/o protagónico de futuros papeles para barítono de Verdi. Por fin, Zacarías, para un bajo no muy amplio en su registro, es, paradójicamente, un papel de más peso y que da más salida a situaciones dramáticas.
Y como mencionábamos, el coro es el gran protagonista, no sólo por el emotivo aspecto patriótico, sino que, a la manera del coro en la tragedia griega, redondea, comenta, delimita y empuja la acción, dándole una importancia increíblemente novedosa (importada de la lírica francesa) con un inconfundible pueblo protagonista en Nabucco.
El primer gran éxito de Verdi
Nabuccodonosor sólo obtuvo ocho representaciones debido a que se programó al final de la temporada, pero el éxito fue inmenso y acompañaría a Verdi hasta el final de su vida. Al reabrirse la temporada en agosto de 1842, la ópera contó con otras sesenta representaciones hasta fin de año. Posteriormente, innumerables teatros italianos y extranjeros la acogieron en sus temporadas (a España llegó por vez primera a Barcelona, el 2 de mayo de 1844). En uno de estos, el San Jaime de Corfú (Grecia), en septiembre de 1844, tanto el nombre del protagonista como el título se convirtieron definitivamente en Nabucco.
Más allá de una ópera de tema bíblico
Nabucco fue el gran éxito juvenil que decidió la larga y brillante carrera operística de Verdi y le hizo popular y amado en Italia. A pesar de los innegables valores musicales de la partitura, que sigue la tradición de la ópera romántica del momento y ahoga mucho del dolor personal sufrido en su momento por su autor, contribuyeron sin duda a ese éxito los sentimientos patrióticos del pueblo italiano oprimido por el Imperio austriaco, que se vio identificado en la historia bíblica del pueblo de Israel oprimido por Babilonia. Porque Nabucco no representa sólo una ópera de tema bíblico o el mencionado drama político-amoroso de sus protagonistas -de conflictos humanos bien definidos-, sino un fresco coral estático, siendo el pueblo hebreo en su conjunto quien alcanza el nivel más alto de eficacia escénica y de lirismo. Un ejemplo evidente es el mencionado coro del tercer acto «Va’ pensiero sull’ali dorate» que los hebreos prisioneros condenados a trabajos forzados cantan a la orilla del río Éufrates añorando su patria, número musical que hubo de repetirse la primera noche de su estreno.
«Va’ pensiero», casi un himno nacional, se convirtió en el grito de reunión para la resistencia italiana a la ocupación austriaca. El pueblo italiano anhelaba la coronación de Víctor Manuel de Saboya como rey de la Italia unificada. Y hasta el mismo nombre Verdi pasó a ser símbolo de la causa patriótica, ya que sus siglas indicaban en acróstico «Vittorio Emanuele Re D’Italia», burlando así la censura de la temida policía austriaca.
Más de medio siglo después, el 27 de enero de 1901, murió Giuseppe Verdi, el más grande operista de la Historia, y cientos de miles de personas acompañaron sus restos entonando espontáneamente el «Va’ pensiero».