Por Diego Manuel García
Tiene una voz importante, es una mujer guapa y de bonita figura. Desde su debut en la Europa Occidental, concretamente en Lucerna en 1990, con Leonora de «Il Trovatore», -sin duda uno de sus roles más emblemáticos-, su carrera está jalonada por importantes éxitos como: «Un Ballo in Maschera» en Covent Garden o un «Otello» en La Arena de Verona, -flanqueada por Plácido Domingo y Renato Brusson-. Sus visitas a los estudios de grabación, en los últimos años, son también frecuentes: «Aida», «Requiem» de Verdi, diferentes grabaciones de música rusa, entre ellas una integral, de todas las canciones de cámara, compuestas por Igor Stravinsky, etc.
Nacida en Moscú, por motivos familiares, su infancia y adolescencia, así como, sus primeros estudios musicales, transcurren en Siberia, trasladándose de nuevo a Moscú, para recibir, esa completa formación, que imparten los conservatorios rusos.
Voz lírica ancha, de tintes oscuros, con una impostación italiana, -cosa rara en las voces de origen eslavo-, buena técnica de emisión, capaz de alternar el canto piano y forte, con un poderoso fiato, que le permite bellas regulaciones de sonido, así como filados y efectos de sfumature, sus agudos resultan timbrados y squilantes. Con estas características vocales, Olga Romanko se ha enfrentado a los grandes roles verdianos: las Leonoras de Il trovatore y La Forza del Destino, las Amelias de Un Ballo in Maschera y Simón Boccanegra, Elizabetta de Don Carlo Desdémona de Otello y Aida, así como, Butterfly, Liú de Turandot, Adriana Lecouvreur o Tatiana de Eugene Onegin; afrontando -de un modo inteligente-, estos roles, siempre, desde la perspectiva de sus posibilidades vocales.
Hábleme de sus comienzos en el mundo de la ópera.
Realizo mis estudios musicales y de canto en Moscú graduándome en 1.983, debutando como cantante de operetas de autores como Lehar y Strauss, entonces mi tesitura era de soprano lírico-ligera; para mi fue una experiencia muy importante, tenía que cantar, bailar, recitar y actuar en escena. Fue entonces cuando comprendí la importancia que tenían los directores escénicos.
En 1987 se produce mi debut operístico, en el Teatro Bolshoi de Moscú, con Traviata y la Mussetta de «La Bohème»; al año siguiente debuto en la Ópera de Sofia con Elvira de «Ernani». Mis compañeros de reparto eran el tenor Fabio Armiliato y el barítono Vladimir Chernov. En 1990 gané el primer premio del Concurso Internacional de Parma. Ello me supone poder realizar en esta ciudad cursos de perfeccionamiento con los Maestros Battaglia y Furlotti. Con ellos logré cambiar mi impostación, ensanchar el centro, consiguiendo una tesitura vocal de soprano «lírica-ancha», y todo ello sin que se resintiese el registro agudo.
En la actualidad, los directores escénicos son los auténticos protagonistas del fenómeno operístico. Parece que Ud. mantiene buenas relaciones con ellos.
Se dice que los escenógrafos están arruinando el mundo de la ópera, -pienso que no es cierto-. La ópera es teatro, donde los actores deben cantar, pero también tienen que actuar y hacerlo de la mejor manera posible, y de ello es responsable el director escénico. Por tanto, su labor es de gran importancia, siempre, -en una intima colaboración, con el director musical-, si esto funciona, el éxito está asegurado.
En mi carrera he trabajado con importantes escenógrafos como Hugo de Ana, Luca Ronconi, Peter Much Bach (con él he trabajado bastante, en diferentes teatros de Alemania), también con Paolo Trevissi.
En España hay excelentes directores de escena como Emilio Sagi, -con quien he trabajado en un montaje de, «Il Trovatore» en El Liceo y unas «Bodas de Fígaro» en Málaga-, Jaime Martorell -director escénico de «Un Ballo in Maschera» en Santander-. Tengo que citar a otro gran escenógrafo, Giuliano Montaldo, también director de cine; él fue el responsable escénico del «Otello» que canté en La Arena de Verona en 1994 junto a Plácido Domingo y Renato Brusson, con dirección musical de Daniel Oren; aquella fue, sin duda, una de las experiencias más importantes, de mi carrera.
Cuando estudia una ópera. ¿Escucha diferentes grabaciones que le aproximen vocal y estilísticamente a un nuevo personaje?
Por supuesto, intento oír el máximo de grabaciones posibles, antiguas y modernas y de este modo he podido conocer a grandes cantantes del pasado como Ponselle, Muzio, Caniglia, Milanov…, y entre las modernas Callas, De los Ángeles, Caballé… De todas ellas quien más me ha impresionado, ha sido Claudia Muzio, -la Divina Claudia, como la llamaban en el Teatro Colón de Buenos Aires-, gran cantante, extraordinaria artista, capaz de afrontar un amplio repertorio, con unas interpretaciones de gran brillantez vocal y escénica, matizando al máximo cada personaje. Muzio no ha tenido sucesora. Se decía que Renata Tebaldi, tenía paralelismos vocales con ella, pienso que Tebaldi, -aunque poseía un bellísimo centro-, siempre tuvo problemas con el registro agudo, -que en muchas ocasiones sonaba muy forzado y calante-, nunca he llegado a entender el fenómeno Tebaldi. Claudia Muzio, para mí, ha sido, una de grandes voces del siglo.
Entre los tenores, mi favorito es, sin duda alguna, Franco Corelli. Escuchar su voz emociona, te llega al corazón: qué timbre, qué extensión, qué capacidad para apianar. Una voz grande como la suya era única, no ha tenido sucesor. Tuve la suerte de conocerle como presidente del jurado, en el concurso de voces de Caltanissetta en 1.990 en el que conseguí el primer premio, -él me dijo, que tenía una voz ideal, para cantar Aida-.
Ud. también ha cantado repertorio francés y, obviamente, el ruso.
Del repertorio francés, he cantado, Margarita del «Fausto» de Gounod, personaje que le va muy bien a mi voz. En los comienzos de mi carrera, también canté la Micaela de «Carmen». Otra ópera francesa con la que conseguí un importante triunfo fue «Armide» de Gluck. Una última aproximación a este repertorio ha sido, «Jerusalem» de Verdi. Estuve preparando esta bellísima ópera con una pianista francesa ya muy mayor, Janine Rice, que había trabajado con María Callas. Las representaciones tuvieron lugar en El Teatro Reggio de Torino, con dirección musical de Bruno Campanella y supusieron un importante triunfo en mi carrera.
En cuanto al repertorio ruso, he cantado todas las óperas de Rimski-Korsakov, Tatiana de «Eugene Oneguin» de Tchaikovsky y una preciosa ópera de Prokofiev, «Magdalena». Espero cantar próximamente la Natascha de «Guerra y Paz». Participo con cierta frecuencia en recitales con canciones de autores rusos y, sobre todo, la música de cámara compuesta para voz por Stravinski.
¿Cómo ve el mundo operístico en España?
Muy bien. Hay muchos y magníficos teatros, con temporadas estables, y un público bastante entregado, ya que, en general, las representaciones tienen un buen nivel, y sobre todo, hay una generación de jóvenes cantantes como: Ana María Sánchez, María José Moreno, Ana Rodrigo, Carlos Álvarez, Beatriz Lanza, Carlos Moreno…, que están desarrollando interesantes carreras. El momento operístico en España es óptimo.