La revista Melómano ha tenido la ocasión de entrevistar en exclusiva a Semyon Bychkov, considerado uno de los mejores directores vivos del primer circuito mundial. En este artículo le ofrecemos la primera parte de esta entrevista.
Para muchos el gran representante de la escuela de la dirección rusa, este heredero del gran director y pedagogo Ilya Musin nos permite conocer de primera mano algunas de las claves de su trayectoria vital: sus inicios en la Unión Soviética, su estancia en Estados Unidos, su amor por Wagner y Strauss, etc. Puede leer la segunda parte de la entrevista en el siguente enlace.
Felix Ardanaz: Usted nació en San Petersburgo, una de las ciudades con más tradición musical desde el siglo XIX. ¿Cómo recuerda su relación con la música durante su infancia?
Semyon Bychkov: Desde que tengo uso de razón recuerdo ser un apasionado de la música. En mi familia, mi madre recibió clases de piano durante su juventud, pero tuvo que dejarlo cuando la Segunda Guerra estalló en Rusia. Su padre, mi abuelo, era músico de profesión, pero también compositor amateur. Ellos dos me transmitieron desde la cuna su amor por esta disciplina.
Además, el padre de mi abuelo, mi bisabuelo, fue director de orquesta en la Ópera de Odessa a finales del siglo XIX. La única persona que sobrevivió al trauma de la Guerra fue mi abuelo, el resto de mi familia fue desgraciadamente asesinada. Cuando me contaron que mi bisabuelo —el maestro Kreizberg— fue también director, me pregunté si pudo haber razones genéticas que expliquen mi amor por la dirección.
Semyon Bychkov: “Desde que tengo uso de razón recuerdo ser un apasionado de la música”
A los 5 años empecé a tocar el piano, y dos años más tarde fui admitido en la Escuela de Coro Glinka, que gozaba de una gran tradición desde la época de los zares. Recuerdo muy bien que realicé las pruebas de acceso en 1960, y la competencia fue grande: más de quinientos niños de unos 7 años de edad se peleaban por una de las veinte plazas disponibles.
Diez años más tarde, solo trece de esos veinte logramos terminar la formación, que fue naturalmente muy intensa. Más tarde, continué en el conservatorio mis estudios de piano y dirección de orquesta.
F. A. : ¿En qué momento decidió volcarse en la dirección de orquesta?
S. Bychkov: En la Escuela Glinka estudiábamos música todos los días conjuntamente con el resto de asignaturas. Ensayábamos por lo menos una hora en el coro de niños —todos varones—. La persona que nos dirigía fue para mí el primer prototipo del director. Fue desde este momento cuando me percaté de que eso era exactamente lo que yo quería hacer: dirigir.
A partir de los 13 años, en esta escuela empecé a recibir lecciones de dirección coral. Pero en ese momento me di cuenta de que el coro no me bastaba: también necesitaba aprender el repertorio sinfónico y el operístico. Entonces comencé a prepararme para entrar en la clase de Ilya Musin, el gran pedagogo de la dirección en Rusia. Siendo aún estudiante en la Escuela Glinka, asistía como oyente a las clases de Musin tres o cuatro veces por semana.
F. A. : ¿Cómo accedió a la clase de Musin?
S. Bychkov: Lo viví como una oportunidad única. Entré en su clase en 1970. El acceso fue extremadamente duro: había setenta y ocho candidatos para una sola plaza. Afortunadamente, yo fui el seleccionado. Sin embargo, en esta época se esperaba que el estudiante de dirección de orquesta fuera una persona muy madura en todos los sentidos, y gozara de una amplia formación artística.
Yo entré en la clase de Musin con solo 17 años. Evidentemente, no poseía unos conocimientos muy amplios. Pero el destino decidió que, siendo aún adolescente, pudiera aprender de alguien tan grande.
F. A. : ¿Cómo podría describir el aprendizaje con esta leyenda? Algunos lo comparan pedagógicamente con otro grande de la dirección de orquesta y de la enseñanza de la misma: Sergiu Celibidache.
S. Bychkov: Fue la primera persona en la historia que formuló las bases del arte de la dirección. Celibidache lo hizo bastante después. Musin comenzó su trabajo de pedagogo en 1920. También hizo una gran carrera como director desde el podio, pero eso no le impidió involucrarse en la enseñanza. Después de setenta años impartiendo clase, creó una hueste de grandes músicos en su cátedra.
Él consideraba acertadamente que esta profesión es única en el mundo, porque contrariamente a lo que hacen los instrumentistas o los cantantes, el instrumento que tenemos no está en contacto directo con nosotros: el coro, los cantantes, la orquesta o los solistas. Depende de otras personas.
“Mi trabajo es el producto de una mezcla de diferentes países y escuelas”
Por ello, tenemos que aprender cómo comunicar la esencia de la música con la técnica adecuada que permita a los otros músicos sentir que forman una sola entidad, respirando y fraseando juntos. Como yo lo llamo, es “el arte silencioso”. Algo parecido a la danza: tanto el bailarín como el director deben contar una historia a través de los gestos.
Musin fue pionero al encontrar por primera vez los principios de la técnica del director de orquesta. Su objetivo era buscar los gestos idóneos que no dejaran ningún lugar a la duda por parte de los intérpretes. Pero, naturalmente, cada persona tiene un físico diferente, un alma distinta y unas posibilidades divergentes. Su genialidad consistía en adaptarse al físico y al corazón de cada alumno concreto, sacando lo mejor posible de todos y cada uno de ellos.
F. A. : Se ha hablado en ocasiones del paralelismo entre usted y Valery Gergiev: dos grandes maestros alumnos de Musin, pero con una técnica de la dirección muy distinta y personal.
S. Bychkov: Exactamente. En la escuela de Ilya Musin no se imponía una única forma de concebir esta disciplina.
F. A. : A los 22 años emigró a los Estados Unidos, contando hoy en día con la nacionalidad americana. Para muchos músicos es usted un simbólico emblema de la gran Escuela Rusa. ¿En qué medida siente que pertenece a una o a otra nación?
S. Bychkov: Considero que mi trabajo como intérprete es el producto de una mezcla de diferentes países y escuelas, no unívocamente ruso. Es algo inevitable. ¿Qué es una escuela? Una escuela son las raíces, y cada uno tiene unas propias. Mis raíces son rusas y, naturalmente, siempre estarán ahí. Sin embargo, las experiencias vitales pueden enriquecer las raíces.
En mi caso, el hecho de abandonar la Unión Soviética para instalarme en Estados Unidos, iniciando allí una nueva vida en el seno de la cultura americana, fue sin duda enriquecedor.
F. A. : ¿Fue complicado empezar desde cero en Estados Unidos?
S. Bychkov: Fue extremadamente duro. En esa época salir de Rusia era una auténtica odisea. Por eso en la época soviética se construyó el muro de Berlín: principalmente para que los rusos no pudiéramos dejar nuestro país. Tuve la suerte de conseguir el visado para abandonar la Unión Soviética en 1975, pero por ello tuve que pagar un precio: se me retiró la nacionalidad rusa, entre otras cosas. En tal caso, me fui sabiendo que no podría volver, algo traumático. Pero el deseo de ser libre pudo con todo, y fue el que me guió.
F. A. : En los Estados Unidos se trazaron los primeros pasos de su carrera internacional. Interpretó Carmen en la New York City Opera, la Orquesta de Buffalo, etc. ¿Qué piensa de la realidad musical estadounidense en comparación a la europea?
S. Bychkov: Cuando llegué a Nueva York en 1975 todo lo que yo conocía era la vida musical de la Unión Soviética —Leningrado, Moscú, etc.—. No conocía en absoluto lo que sucedía en Europa central y occidental. De repente, descubrí otra realidad completamente distinta: la música en América, que no deja de ser una reflexión del modo de vida americana.
En América tuve acceso instantáneo a un gran número de obras contemporáneas que en la Unión Soviética estaban vetadas. Fue un nuevo mundo paralelo, que ni siquiera sabía que existía. En Estados Unidos, todo estaba disponible. El límite para aprender lo establecía uno mismo, con su propia curiosidad. Por eso lo defino como el inicio de mi segunda vida.
F. A. : Me gustaría mencionar las dos orquestas europeas en las que usted trabajó como director principal: la Orquesta de París y la Orquesta Sinfónica de Colonia. ¿Cómo recuerda estos años de intenso trabajo? Muchos piensas que usted confirió en las dos formaciones la clara personalidad que ahora poseen.
S. Bychkov: Trabajé como titular nueve años en París y trece años en Colonia, precisamente. Fue una época muy enriquecedora. En el binomio director-orquesta, la relación ha de caminar en dos sentidos. Cuando tenemos un proyecto, lo compartimos con los músicos de la orquesta, naturalmente. Pero ellos también aportan muchísimo al propio director.
Es algo que decía muchas veces Musin: él aprendía tanto de sus alumnos como lo que él mismo intentaba transmitirles. Es un proceso recíproco de osmosis: el director modifica a los músicos y es modificado por ellos, algo que se ve aún más claramente en el ámbito de la música de cámara, donde todos proponen y escuchan al mismo tiempo.
En una orquesta es más complejo que en la música de cámara, porque la cantidad de criterios distintos se multiplica. Por ello hay que encontrar un compromiso entre todos, algo que lleva su tiempo. No se consigue de un día para otro. Hace falta años.