Por Diego Manuel García
Sian Edwards tuvo un importante éxito con la Orquesta Ciudad de Granada, durante los días 7, 8 y 9 del pasado mes de Mayo. Sabiendo combinar la fuerza, en la Sinfonía de cámara de Shostakovich y una suave sensibilidad, en las Danzas sacra y profana de Claude Debussy. Haciendo un alto en su apretado programa, nos concedió la siguiente entrevista.
En el mundo hay pocas mujeres directoras de orquesta.
Es cierto. Las mujeres han destacado como concertistas y, sin embargo, la dirección orquestal ha sido una parcela exclusiva de los hombres. En los últimos años se está produciendo un cambio profundo. Cada vez hay más mujeres que, una vez terminados sus estudios musicales, se orientan hacia la dirección orquesta. La imagen del director de orquesta también ha cambiado sustancialmente y voy a ponerle un ejemplo concreto: Simon Rattle triunfó desde muy joven, asumiendo en 1980, con apenas 25 años, la dirección de la Orquesta Sinfónica de Birminghan, desarrollando con este conjunto una incesante actividad durante los años ochenta y noventa, dentro y fuera de Inglaterra. Rattle daba una imagen fresca, simpática y juvenil, bastante alejada de la imagen tradicional del director de orquesta.
Háblame del programa que está usted dirigiendo estos días en Granada…
Es un programa que me gusta mucho, sobre todo por la oportunidad de dirigir una obra de Shostakovich, cuya música me fascina. Es sin duda uno de los grandes compositores del siglo XX. Su música es fuerte, vibrante y directa, lo que se hace patente en este Cuarteto de cuerda nº10 (orquestado por Rudolf Barshai) sobre todo en su segundo movimiento «Allegretto furioso», con una actividad instrumental frenética, incesante, casi al límite. Cuando, en 1969, Shostakovich estrena su maravillosa 14ª Sinfonía, la dedica a su amigo Benjamin Britten, una de cuyas obras juveniles se incluía en este concierto: Las variaciones y Fuga sobre un tema de Frank Bridge y que constituye junto a Las variaciones y Fuga sobre un tema de Purcell una de las pocas aportaciones de Britten en el terreno sinfónico. En cuanto a las Danzas sacra y profana de Claude Debussy, he de destacar la magnífica prestación de Isabel Maynés verdadera virtuosa del arpa, quien consigue sacar delicados matices de este instrumento. Mencionar finalmente la dificultad que tiene la ejecución de la 2ª Sinfonía de Arthur Honegger, ya que los instrumentistas tienen que plasmar toda la tensión y dramatismo que emana eta obra compuesta solamente para cuerda.
Usted es inglesa pero parte de su formación es rusa. Hábleme de su carrera musical.
Yo nací en el campo, al sur de Inglaterra. En mi familia no había antecedentes musicales, aunque mis padres eran bastante aficionados a la música clásica; en casa había un piano y en él recibí mis primeras lecciones. Cuando tenía diez años, mi padre consiguió un trabajo en Oxford trasladándonos a este famoso centro universitario. Es allí donde comienzo – en serio – mis estudios musicales de piano y violín. Siempre me había gustado la música sinfónica y pensaba que algún día podría dirigir sinfonías de Beethoven o Tchaikovsky. Me gradúo en el Royal Nothem of Music, estando ya mi vocación muy definida por la dirección orquestal. Poco después de mi graduación conozco al director de orquesta Neeme Järvi que entonces, al comienzo de los años ochenta, estaba muy ligado a la Scottish National Orchestra; él había estudiado en el conservatorio de Leningrado, con Evgeni Mravinski y también con Alexandre Musin, quien tenía en esta misma ciudad una escuela de dirección orquestal. Järvi me aconseja marchar a Leningrado y ponerme en contacto con Musin. Con apenas veinte años marcho a la Unión Soviética y entre 1983 y 1985 soy alumna en Leningrado de Alexandre Musin, un hombre muy duro, que imponía una gran disciplina en la formación de sus alumnos. Haciendo un pequeño paréntesis en mi estancia en Leningrado, vuelvo a Inglaterra para presentarme al concurso de dirección orquestal en Leed, ganando el primer premio. Es entonces cuando comienza mi carrera como directora de orquesta.
Durante su estancia en Leningrado, ¿llegó a conocer a Valery Gergiev?
Sí le conocí. Entonces Gergiev actuaba como asistente de Yuri Temirkanov en el Teatro Kirov. Le vi por primera vez dirigiendo un magnífico Lohengrin. Años después, ya como director musical y artístico del Teatro Marinsky y en una de sus giras por Inglaterra, le volví a ver dirigiendo esa misma ópera en el Covent Garden. Gergiev es uno de los grandes directores actuales; tiene una increíble capacidad de trabajo, prácticamente no duerme, es una fuerza de la naturaleza. Cada vez es más grande su influencia en el mundo musical estadounidense, siendo en la actualidad el director principal invitado del Metropolitan.
Usted dirige ópera con mucha frecuencia, habiendo afrontado repertorios muy diferentes: inglés, italiano, francés, ruso, checo y también óperas mozartianas. ¿Con que repertorio se siente más identificada?
Mi debut en la dirección operística se produjo en 1986, con una producción para la ópera Escocesa de un título de Kurt Weill El ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny. En 1988 debuto en el Covent Garden, con una nueva producción de The knot garden de Tipett (es un compositor que me gusta mucho), y he dirigido también en este Teatro producciones de Rigoletto, Il Trovatore y Madama Butterfly. En Glyndebourne dirigí mi primer Janacek Katya Kabanova y, ya como responsable musical de la ópera Nacional Inglesa, volví a dirigir otro gran título de este autor, Jenufa (Janacek es autor que me interesa mucho, su música tiene una gran fuerza). También he dirigido, con cierta asiduidad el repertorio mozartiano: Las Bodas de Fígaro, Don Giovanni y uno de mis próximos compromisos será el Così fan tutte en los festivales de Aspen del próximo mes de Julio. Las óperas de Mozart tienen una tremenda dificultad. Para mí, dirigir Mozart es un auténtico reto. Estoy también muy interesada por el repertorio ruso: he dirigido El Jugador de Prokofiev, así como El Rey de Espadas de Tchaikovsky.
Mi reto futuro es dirigir óperas de Britten y también esa extraordinaria ópera de Shostakovich que es Lady Macbeth de Mtsensk. Una de mis experiencias más interesantes fue, en los comienzos de mi carrera, actuar de asistente de Carlos Kleiber en el Covent Garden, en una producción de Otello que cantaba Plácido Domingo. Kleiber es uno de los grandes directores actuales, y sus actuaciones -dada la escasez con que se prodiga- auténticos acontecimientos musicales.
El mundo de la ópera es fascinante. Sin embargo, en la actualidad, está muy mediatizado por la labor de los directores escénicos, que se han convertido en los auténticos protagonistas. Las relaciones entre registas y directores musicales no son demasiado buenas. Lo sé por experiencia. Esto está perjudicando seriamente al espectáculo operístico, en detrimento de quienes son sus protagonistas principales: la música y las voces.
Parece que en la actualidad hay una gran crisis de voces. ¿Cuál es su opinión en este tema?
Existen voces y muy buenas, sobre todo en Rusia (los cantantes formados en el Marinsky, alrededor de Gergiev) y E.E.U.U. (con una gran proliferación de cantantes lírico-ligeros). Lo que realmente escasea son la voces, tanto masculinas como femeninas, de carácter más dramático, idóneas para el repertorio verdiano y wagneriano. Tengo noticias de una joven generación de cantantes españoles que están desarrollando una interesante carrera. Sin embargo, Italia que ha sido fuente inagotable, en el pasado, de grandes voces, arrastra una importante crisis, posiblemente debido a la carencia actual de buenos profesores; los Arrigo Pola, Ettore Campogalliani que formaron a cantantes como Bergonzi, Freni y Pavarotti, no han tenido sucesores. La vida de un cantante es muy sacrificada; cantantes que prometen, cuanto empiezan a ganar dinero, llevan un tipo de vida poco adecuada para conservar la voz. Creo que el problema no está en las voces; al asistir a diferentes concursos puede verse la calidad que exhiben los jóvenes cantantes. Lo que no puede preverse es la duración futura de sus carreras. Muchos cantantes con buenos medios terminan arruinando su voz al afrontar repertorios no idóneos para sus características vocales.
Usted ha realizado diferentes grabaciones discográficas. ¿Qué le gusta más, dirigir en directo o en un estudio de grabación?
Me gusta más la música en directo, con la posibilidad de recibir el calor del público, que es fundamental para un músico que trabaja y se esfuerza. Las grabaciones discográficas tienen algo de artificioso, puedes repetir y repetir hasta que se consiga el efecto deseado. La música hay que oírla en directo, aunque en muchas ocasiones no sea posible. En su defecto, tenemos las grabaciones discográficas, siempre disponibles y que también sirven, a veces, como una aproximación a la espera de poder escuchar música en directo.
¿Cuáles son sus directores de orquesta favoritos?
Mi director favorito en el pasado era Arturo Toscanini. He podido ver filmaciones de los años cuarenta donde, ya octogenario, se le veía dirigir con una increíble energía; su influencia se nota en directores actuales como Riccardo Muti, a quien podría considerarse un sucesor de Toscanini. Ya le comenté anteriormente lo mucho que me gustan Simon Rattle y Carlos Kleiber.
¿Cuándo piensa volver por España?
Mis únicas actuaciones en España han sido aquí en Granada. El pasado año tuve ocasión de dirigir por primera vez esta magnífica Orquesta Ciudad de Granada. Estoy muy contenta, el público siempre me ha recibido con calor. Espero volver pronto a España.