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¡Viva la música!. Homenaje a Antonio José
Por José Prieto Marugán
Las escasas referencias existentes sobre Antonio José Martínez Palacios le llaman «músico olvidado», «modesto compositor de provincias» y cosas parecidas. Podríamos llamarle «músico literario», en el sentido de que su nombre sólo es conocido gracias a lo escrito. Incluso, en estos tiempos dominados por la tecnología y la informática podríamos llamarle «músico virtual».
A finales del pasado año 2002, se cumplieron cien del nacimiento de este músico castellano al que se recuerda más por la forma en que desapareció que porque su música suene en nuestras salas de concierto.
Los primeros pasos
Antonio José (él mismo prescindió de sus apellidos al firmar sus obras) nace en Burgos el 12 de diciembre de 1902 y tiene sus primeros contactos con la música participando en el coro de la Congregación de los Jesuitas, donde el director, un joven seminarista llamado Julián García Blanco, y el organista José María Beobide, le enseñaron las primeras lecciones.
Los progresos de Antonio José son rápidos y en 1920, cuando llega a Madrid para continuar su formación, ya ha terminado los estudios básicos de armonía y piano y, lo más sorprendente, ha escrito unas 70 obras, aunque no pasen de ser páginas de estudiante. En la capital estudia con Conrado del Campo y Emilio Vega y trabaja esporádicamente para poder subsistir, porque la beca de la Diputación con la que ha llegado no da para demasiadas alegrías.
En 1924 vuelve a Burgos con un bagaje técnico importante y, sobre todo, con un claro y determinado interés por la investigación, la interpretación y la conservación del folclore castellano en general y del burgalés en particular. Antonio José, además de utilizar los tratados y colecciones de música popular existentes -como ya veremos al hablar de su obra- es de los que recorre los pueblos buscando las canciones de los campesinos.
Su etapa de formación termina, si es que en un músico termina alguna vez, en París donde pasa los veranos de 1925 y 1926 empapándose del ambiente musical de la capital francesa.
De Málaga a Burgos
En 1925 le encontramos en Miraflores del Palo (Málaga) como profesor en el Colegio de San Estanislao, de los jesuitas. Este destino ha sido gestionado por José María Beobide que sigue creyendo en sus cualidades y ayudándole en lo que puede. En la tranquilidad de este lugar escribe alguna de sus más importantes obras. Cuatro años después, también por influencia de Beobide, vuelve a Burgos para hacerse cargo del Orfeón Burgalés y de la Escuela Municipal de Música. Es para Antonio José un momento feliz:
«Volví a Burgos [escribe el 20-4-1929] a mis asuntos particulares, y me admiré del entusiasmo de todos por el Orfeón Burgalés. Es un coro formidable. Tengo una cuerda de bajos (más de 30) de colosal potencia. Me recibieron como al Mesías. Les hablé para saludarles y comunicarles mis proyectos. Y me aclamaron y me dieron vivas como a los arzobispos en los pueblos…»
Solo en un par de meses Antonio José consigue presentar al Orfeón en un concierto en el que se interpreta su Himno a Castilla. En el Orfeón no sólo dirige y ensaya, sino que enseña música de manera más general. El resultado es que el conjunto se convierte en una masa coral capaz de medirse con los grandes orfeones vascos y catalanes que tienen más tradición.
Pero Burgos es una ciudad provinciana, estrecha de mente y encerrada en sí misma, en la que todo el mundo se conoce y todo se sabe, independientemente de que sea verdad o no. Antonio José encuentra demasiada abulia y escaso interés por sus obras y por la música. Incluso el sostenimiento del Orfeón, que por otro lado obtiene grandes triunfos en sus giras por la provincia y fuera de ella, es casi un milagro. No es extraño que la llegada de la República, en 1931, sean para Antonio José motivo de alegría porque espera mucho de ella. En este ambiente está, sin duda, el origen de su brutal desaparición, porque la envidia fue la «enfermedad» que acabó con su vida.
Reconocimiento y final
En 1932 obtiene Antonio José una de las grandes satisfacciones de su carrera musical: el Premio Nacional de Música por la recopilación de sus canciones burgalesas; al año siguiente es nombrado académico de Bellas Artes. Su nombre adquiere un prestigio notorio, pero su espaldarazo definitivo como músico de primer nivel, llegará en abril de 1936, en el III Congreso Nacional de Musicología, celebrado en Barcelona, en el que presenta sus trabajos folclóricos gracias al apoyo de Higinio Anglés. En las sesiones de aquel congreso a las que asistieron Pablo Casals, Conrado del Campo, Oscar Esplá, Manuel de Falla, Roberto Gerhard, José Subirá, Joaquín Turina, Curt Sachs, Macario S. Kastner y Ernst Krenek, Antonio José compartirá con ellos sus inquietudes, entusiasmos y conocimientos. Lejos está de saber que este reconocimiento será el último de su vida.
A finales de agosto de 1936, a los pocos días de haber comenzado la guerra, es detenido, y sin juicio ni expediente previos, fue fusilado, en un monte cercano a Burgos. Era la madrugada del 11 de octubre. Nadie contestó a su pregunta: «¿Es posible que mi vida, consagrada exclusivamente al estudio y a la exaltación de Burgos, merezca ahora este odio, este desprecio y este espantoso trato?».
Dicen que momentos antes de ser ejecutado gritó: «¡Viva la música!».
La persona
La escasa documentación existente sobre Antonio José le presenta como un hombre bondadoso, desprendido, amable, simpático, amante de los libros y de la fotografía que en él resultaban verdaderas manías. ¿Por qué, entonces, su fusilamiento? ¿Por qué, incluso, prohibió la dictadura mencionar su nombre?
Antonio José trabajó para y con las organizaciones populares y aunque parece que no intervino directamente en actividades políticas, sí es cierto que al abrigo de alguna organización sindicalista (UGT ¿?). tuvo un importante intervención en la propagación de la cultura entre los obreros. Constan sus contactos con la Institución Libre de Enseñanza. Creó un coro de «obreros y campesinos», y fue un «educador musical del pueblo», en palabras de Ángel Sagardía. Era un hombre importante, de prestigio reconocido dentro y fuera. Todo esto despertó envidias, como es fácil imaginar. Ya se sabe que la envidia es mala consejera, y si a ella unimos las actividades «peligrosas» de acercarse a la cultura y llevarla al pueblo, en momentos en los que la barbarie se aprovecha del «río revuelto», las consecuencias pueden ser como lo fueron.
A quienes decidieron la suerte de Antonio José no les bastó con su muerte sino que trataron de borrar sus huellas en este mundo. En 1977, Andrés Ruiz Tarazona escribía: «Ningún diccionario musical español, ningún libro sobre la moderna música española, acoge siquiera el nombre de Antonio José». Años después, en 1986, coincidiendo con el cincuenta aniversario de su fallecimiento se celebró un homenaje en su memoria propiciado por la Junta de Castilla y León y circunscrito a media docena de localidades castellanas: Burgos, Salamanca, Zamora, Aranda de Duero, Miranda de Ebro y Valladolid. Es decir, un homenaje «casero» en el que no faltaron críticas a la ausencia de representación oficial del Ayuntamiento burgalés. Un par de discos, hoy inencontrables, fueron parte del intento de «rescatar» la figura.
Poco han cambiado las cosas. El «delfín de la música española», como lo definió Regino Sainz de la Maza, uno de sus amigos más incondicionales, sigue esperando que alguien haga escuchar sus obras. Sólo cuando esto ocurra podremos comprobar si Ravel tenía o no razón cuando dijo: «Antonio José llegará a ser el gran músico español de nuestro siglo».
La obra
Fue Antonio José un compositor precoz y prolífico, cuyo catálogo abarca unas 150 obras, entre las cuales hay media docena de importancia. Son las que citamos a continuación.
Himno a Castilla, para seis voces mixtas fue estrenado el 29 de junio de 1929 en el concierto de presentación del Orfeón Burgalés. Es una obra sencilla, solemne, noble y natural, según calificación del propio Antonio José, que añade: «puede cantarse en cualquier momento sin ayuda instrumental, con voces ásperas y de tesitura corriente».
El Mozo de mulas. ópera en tres actos con texto de Manuel F. Fernández Núñez y Lope Mateo, basada en el capítulo XLIII de la primera parte del Quijote. La música fue compuesta entre 1926 y 1936 y sólo se conocieron en vida del autor un par de fragmentos: el Preludio y una Danza popular, estrenados por la Orquesta Arbós el 11 de noviembre de 1934 en el Monumental. En 1986 la Junta de Castilla y León encargó al compositor Alejandro Yagüe la orquestación y puesta a punto de la ópera, que Antonio José dejó inacabada.
Sonata gallega. Página para piano escrita en 1926, durante su estancia malagueña, fue premiada en un Concurso celebrado en Galicia en el que actuaban como jurado Conrado del Campo, Antonio Fernández Bordás y Joaquín Larregla. Se editó en 1929 y se estructura en los tres tiempos clásicos: un «Allegro appasionato», en el que los dos temas representan, según el propio Antonio José, al hombre y a la mujer gallegos; un Andante cantabile, formado por un tema dulce y otro vigoroso, y un Rondó que resulta curioso porque el estribillo es una canción gallega y los cuplés son el resto de temas que han ido apareciendo en la obra.
La Colección de cantos populares burgaleses, Premio Nacional de Música en 1932, es una de sus obras más ambiciosas y fruto de su actividad investigadora. Comprende 178 tonadas y para cada una de ellas anota Antonio José quien se la canta, donde, cuando y con qué motivo se canta, incluso toma fotografías del momento de la recuperación. Esta colección tuvo que ser escondida bajo tierra por sus familiares durante la época franquista, para que no fuera destruida. Se editó en 1980.
Sinfonía castellana. Escrita en 1923, en Madrid, tomando como base una Sonata castellana, para piano que data de 1921, fue encontrada por Miguel Ángel Palacios Garoz en los archivos de la SGAE. Consta de cuatro tiempos titulados, El campo, Paisaje de atardecer, Nocturno y Danza burgalesa, respectivamente. En ella aparecen temas del Cancionero, de Federico Olmeda, obra que fue determinante para el descubrimiento del canto popular por parte de Antonio José.
La Sonata para guitarra, escrita en 1933, fue dedicada a Regino Sainz de la Maza. Para Tomás Marco «es la aportación más definitiva de su autor a la música, por la ambición de sus dimensiones y lo acertado de su estructura, que hacen de ella una obra singular en el abundante, pero casi siempre desconsolador, panorama de la guitarra española en nuestro siglo». Se estructura en cuatro tiempos. El primero, Allegro moderato, sigue la forma sonata tradicional y presenta dos temas, el primero rítmico y el segundo más lírico. Un elegante Minueto, ocupa el lugar del segundo tiempo. El tercero es una hermosa romanza titulada Pavana triste, y el cuarto, Rondó. Allegro con brio, es el único en el que aparece material folclórico. Obra capital del repertorio guitarrístico del siglo XX no fue editada hasta 1990.
Otras obras de cierta importancia son: 3 Cantigas de Alfonso X, (1932), estrenadas por Ángeles Ottein, Romancillo para guitarra, y Suite ingenua, para orquesta de cuerda, ambas basadas en temas populares burgaleses. Como referencias complementarias: Cazadores de Chiclana, para piano, escrita a los 12 años, su primera obra; Tota Pulchra, para cuatro voces y órgano escrita a los 13 años bajo la influencia clara de su maestro Beobide; Danzas burgalesas, para piano; Evocaciones, también para piano, aunque una de ellas fue orquestada y convertida en un poema sinfónico, y una solemne Misa en Re. Para acabar la relación, anotemos Marcha para soldados de plomo. Iba a ser un ballet en la línea de Stravinsky y Ravel, pero no pasó de ser un proyecto.
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