Por Marco Antonio Molín Ruiz
«Las cuatro estaciones» es la tarjeta de presentación de Vivaldi, famoso por dicha obra, donde la inspiración más fresca llevó a la partitura un reflejo maravilloso de la naturaleza, no sólo la de los fenómenos atmosféricos, sino también la humana. Pues aparte de esa colección, el veneciano compuso muchas obras de carácter descriptivo. En lo instrumental, ha dejado una veintena de conciertos que llevan título, diez de los cuales se analizan aquí, primera entrega de este ensayo. Se ha tomado el criterio del catálogo de Peter Ryum.
El artista del siglo XVIII vive en una época donde la sociedad experimenta cambios muy notorios, a raíz de múltiples avances y descubrimientos. Lo más exótico de ciudades perdidas e islas desiertas fueron la inspiración de escritores, pintores y músicos. Éstos, a la luz de tantos fenómenos, que entonces ignoraba el mundo, se sintieron con el compromiso y, ni qué decir tiene, la satisfacción de mostrar mediante su talento muchísimas vivencias. La propia naturaleza (arrinconada por el academicismo más abstracto, volcado a menudo en la frialdad conceptual del pensamiento y la técnica) ocupa el podio, y de esta manera el arte se abre a la contemplación general, esto es: un público que al instante reacciona porque se ve identificado ante la belleza que siempre rodeó al hombre.
De aquí surge el descriptivismo, aquella corriente que representará a través de un lenguaje las cosas y las sensaciones expresando su esencia, cualidades y circunstancias. En este campo, la música va a ser apasionante: el compositor, que deja correr la imaginación y que renuncia a imperativos teóricos, impacta en el oyente, cuyo oído se enriquecerá de tal manera que poco a poco irá asociando el lenguaje musical a situaciones de la vida que le son familiares.
Antonio Vivaldi es uno de los compositores que cultivó el carácter descriptivo. Genialmente, supo trascender el elemento físico para hablarnos de la actitud humana frente a la vida, en todas sus dimensiones. Por ejemplo, «Las cuatro estaciones» va más allá del canto de los pájaros y de la lluvia, y se percibe la euforia y ansiedad, dos rasgos de la personalidad de Vivaldi.
«Las Cuatro Estaciones»
- «La primavera»
En el movimiento primero se imita el canto de los pájaros con trinos, trémolos y notas descendentes muy rápidas que parecen de adorno. Una frase sinuosa para el agua de los manantiales, que se convierte en río con la entrada de los chelos, que hacen visible su caudal. Llega la tormenta, con escalas ascendentes para el relámpago y notas batidas veloces para el trueno. Vuelta a la alegría con trinos en grados ascendentes. El «largo» tiene tres planos: el violín, que habla del descanso del pastor; los violines primeros y segundos, la vegetación movida por el viento, y la viola, con un acompañamiento «in ostinato», haciendo el ladrido. Sirve el «allegro» una danza pastoral en 12 por 8, típico de la siciliana. Abundantes notas sobre pedal, pasajes de dobles cuerdas que le asemejan a la zampoña o a la gaita. Riqueza temática, armónica.
- «El verano»
Abatimiento por el calor en el movimiento primero: silencios que expresan cansancio. Irrumpe el cuco en voz del solista, en un pasaje fogoso que recurre al trémolo para reproducir el canto del ave. Después, se unen la tórtola y el jilguero en una música que otorga fidelidad tímbrica a dichos animales. Tras ellos, soplan vientos: el céfiro, las bóreas (de la mansedumbre a la cólera). Nueva intervención del violín (acompañado por el bajo continuo): en un largo pasaje de escritura cromática se dibuja la inquietud del campesino, que duda si la tormenta le echará a perder todo. Llega el segundo movimiento, que imita a los insectos, en un obstinado rítmico en puntillos y para los truenos una batida violenta de la cuerda. «Tiempo impetuoso del verano» encabeza al movimiento tercero. La semicorchea, que casi constituye un «moto perpetuo». Verdadero furor de escalas en todas direcciones. Entrada enloquecida del violín, con intervalos enormes que deparan mucha violencia. El comienzo es algo trepidante: parece que una tromba hace que el agua vaya subiendo de nivel. Las escalas descendentes parecen el azote del viento. - «El otoño»
Melodía rústica para el canto de los campesinos. Las dobles cuerdas evocan el ambiente de taberna. Líneas descendentes y escalas interrumpidas para la borrachera, en el tiempo de la vendimia. El borracho se tambalea, se cae, tiene hipo. En el segundo movimiento, un sueño profundo en notas sin fin. Y concluyendo, una escena de cacería: una presa que huye (el violín), los toques de los cuernos (dobles cuerdas), escopetas y perros (trémolo-estampida). Al final, se conjuntan los motivos de la persecución de los cazadores y de la presa huyendo. - «El invierno»
Su «allegro» inicial toma un fraseo corto picado con trino para el frío; una filigrana del solista introduce el viento. Después, un tema espiritoso, que habla de correr por la nieve: el solista se ensueña con una melodía fascinante, que resume las sensaciones aportadas por la estación. Fusas en dobles cuerdas para el rechinar de dientes. En el segundo movimiento hace su entrada la lluvia, con un «pizzicato»: el solista representa la felicidad del hombre, ante la hoguera de su casa, transmitiéndose también la radiación del calor hogareño (en el bajo continuo). Suena el tercer movimiento con unos recursos explotados por Vivaldi. Muy curiosa la cantilena que hay a la mitad, en modo mayor, quizá el lamento porque el invierno toque a su fin.
«El jilguero»
con dos aportaciones (R.V. 90 y 428), tiene en su primer movimiento una cadencia a placer, que desencadenará trinos y escalas ascendentes, figuras en semicorchea, ornamentación profusa y un diálogo constante del solista y la orquesta a modo de gorjeo. El segundo movimiento es una siciliana apacible y nostálgica donde la melodía sencilla evoca al mismo canto del pájaro. Y el «allegro» final, libertad: toda suerte de onomatopeyas. Da la impresión de que el jilguero se ha escapado de la jaula, y, por eso, la música es irrefrenable.
«La sospecha»
(R.V. 199) deja al corazón en un puño: los violines segundos frasean rítmicamente reposando en la parte fuerte del compás, de forma que acentúan el tema de los primeros violines, que lo rodean todo obsesivamente. «Cantabile» con ese tono agridulce tan característico en Vivaldi. Y cerrando la obra, un movimiento que disipa las mínimas dudas en música de pulso tan seguro que hasta se podría bailar.
«La inquietud»
Puede que (R.V. 234) sea una de las obras donde Vivaldi se retrata: en este concierto, para violín, en re mayor, se oye su voz extravertida y reprimida, dos caracteres que a menudo se funden. Sí. La satisfacción y el descontento, sin límites definidos. El movimiento primero es una música que sale a borbotones: irrumpe el solista como si brincare. Para el segundo movimiento, una oleada de melodía que van de arriba abajo y de izquierda a derecha. Al comienzo, se nota inhibición, algo justificado en la tonalidad, sin determinar del todo. Cuando entra el violín, la inquietud se plasma mucho mejor, en una textura cromática muy intensa, a la que sucederá un sosiego pasajero, difuminado pronto en el conflicto del tema, más desarrollado, hasta desembocar en, si menor. El movimiento tercero arranca con una tensión extraordinaria, cuyo ritmo hace pensar en el trote. Entra el violín, serpeando por la escala y con trazos incisivos. Retorna la orquesta, con la novedad de trémolo. Episodio nuevo del violín, que divaga. Reentrada de la orquesta, con un motivo en trémolo descendente, que recuerda la tormenta de «El verano». Nueva rutina del solista, que dialoga con el «tutti». Vuelta al tema inicial, que se remata efusivamente. Orquesta, con un fondo de trémolo, analogía de un mal superado. Delirio final.
«La tempestad»
Aquí, con toda razón de ser, el compositor entrecruza las escalas ascendentes y descendentes dotando a la música de una tensión apasionante. En ese sentido, con los violines representa el movimiento normal de las olas, y con los chelos, el choque de éstas con la embarcación o el acantilado (en escalas ascendentes). Hacia la mitad hay un choque trascendental del «solo» y el «tutti», metáforas del hombre y la naturaleza, respectivamente. El violín da varias sacudidas, que provocan la retirada de las olas (la cuerda grave, en movimiento de retroceso). En el segundo movimiento encontramos una relación entre las notas y la cábala: se repite la constante de siete notas, que representa a Dios en su perfecta unidad; como si la superación de la tempestad fuere el restablecimiento del orden. En el movimiento tercero el ambiente es festivo.
«El reposo» (para el Santísimo Nacimiento)
El compositor ratifica su genialidad en este concierto, donde emplea la sordina, lógicamente, para no despertar al Niño. El primer movimiento es de un comienzo gratísimo: los violines, en intervalos de tercera mayor, crean una escena de ilusión profunda, a la que contribuyen también algunas frases en contrapunto y la línea ascendente con efecto de canon, algo que Vivaldi usó en el aria «Cum dederis dilectis suis somnum» (del «Nisi Dominus») y en el concierto R.V. 442. El acompañamiento es rico: cuatro notas rítmicas (la cuna), dos notas en anacrusa (arrullo de la Virgen) y una nota sobre pedal (gozo sin límites). En el segundo movimiento todo el misterio de la Navidad se concentra, y crea un ambiente esotérico, de una abstracción tal que recuerda el «Et incarnatus est» de su credo R.V. 591. ¡Las campanas! Repiquetean las campanas en el último movimiento, donde los violines y las violas hacen preguntas y respuestas. El violín se deja llevar por el júbilo.
«El afectuoso»
Ésta es una obra que lleva el número de catálogo 271, un concierto para violín en mi mayor, donde se nos habla de los sentimientos. Aquí se oye ternura y pasión. Primer movimiento entrañable, donde parece que Vivaldi da sin miedo todo lo que lleva dentro. El violín frasea dulcemente, perfumando nota a nota con su lirismo (líneas ascendentes y descendentes, motivos recelosos que son auténticos suspiros, etcétera). Después, en el segundo movimiento, suena compromiso. Expresividad en solitario del violín, acompañado con un «ostinato» de la cuerda alta y media que son la sombra de uno mismo: el incierto gozo de amar, que conlleva un profundo sufrimiento. La segunda parte, con sus cromatismos, es sollozo puro, que recuerda el violín en obligado del «Erbarme dich, mein Gott» de Bach. Y coronando esa trayectoria de afectos, un tercer movimiento que transmite triunfo. Todo fructifica. La música se hace más luminosa, sin perder la delicadeza que encontrábamos en el movimiento inicial. El violín canta toda la magnitud del amor, mostrado ahora confiadamente.
«La noche»
Éste es un concierto para flauta de la opus 10 número 2. Penumbra y misterio en el «largo» inicial, sostenido en un ritmo con puntillo que crea expectación; los pasajes con trino de la flauta, que se mantienen largamente, expresan algo que al anochecer es como si saliere de la tierra. «Fantasmas» opta por convulsiones, ya que la figura con puntillo se pronuncia mucho más; una escala ascendente rapidísima refleja el espanto. Llega la calma en el «largo»: desaparece la síncopa y la melodía cambia paulatinamente del modo menor al mayor. ¿Acaso representa esto una familiarización con la noche? Con el «presto» todo se torna violento, con rupturas imprevistas y trazos quebradizos en un «tutti» que da sacudidas. Le sigue el «sueño», de notas largas que se pierden en la distancia. Finalmente, un «allegro» de frases ondulantes: la flauta se desinhibe, metáfora del hombre, que termina adentrándose en la noche, y sale a celebrarlo.
«Concierto fúnebre»
Contrario al pensamiento general, lo luctuoso no ha hecho que Vivaldi tome el modo menor; en su lugar, ha preferido desarrollar la idea en los timbres instrumentales: el caramillo y la viola a la inglesa (que integran la plantilla de este R.V. 579) poseen sonoridades penumbrosas. En el movimiento primero hay notas sueltas a modo de toques solemnes, una presentación del tema que encontramos en su ópera «Tito Maglio» de 1719. A continuación, flujo musical de la cuerda, intercalada con los oboes. Cascadas en líneas descendentes. Y por medio de un «attaca» se accede a un corto movimiento lleno de bruma. Se ha modulado de mayor a menor. ¿Es esto la ilusión, que se quiebra, como el hielo? Comienza el cuarto movimiento, y se vislumbra la liberación, y el llanto va quedando atrás. Abundantes cromatismos en la tonalidad de si bemol mayor, que une al sufrimiento con el gozo; a la sombra con la luz. Despacio, la música encuentra su camino; por fin, no tropieza a su paso con obstáculos. Algún pasaje recuerda las dos composiciones de Vivaldi con el título «Al santo Sepulcro». ¡Es el reencuentro con la vida en los albores de la Resurrección!.
Algunas versiones discográficas
- «Las cuatro estaciones»
-Ayo e I Musici, PHILIPS 426943-2
-Hogwood, DECCA 410126-2
-Menuhin, EMI 754205 2
-Il giardino armonico TELDEC 14619 - «El jilguero»
-Petri y Marriner, PHILIPS 412874-2
-Limouse, ACCORD 206582
-Dambine y La Partita, HÄNSSLER 91110 - «La sospecha»
-Vicari e I Musici, PHILIPS 422493-2 - «La inquietud»
-Manze, HARMONIA MUNDI 054627742
-Biondi, VERITAS 545424 2 - «La tempestad»
-Carmignola, ERATO 8573-80225-2
-Il giardino armónico, TELDEC 14619 - «El reposo»
-Cotogni e I Musici, PHILIPS 422493-2
-Biondi y L’Europa galante, VIRGIN VERITAS 561275 2 - «El afectuoso»
-Ayo e I Musici, PHILIPS 426943-2 - «La noche»
-Orquesta «La pastorella», por De Roos, RICERCAR 206392
-Orquesta de «El siglo de las luces», LINN CKD 151
-Gazzeloni e I Musici, PHILIPS 426949-2 - «Fúnebre»
-Chailly, DECCA 430697-2
-Biondi y L’Europa galante, VIRGIN VERITAS 561275 2