Samuel Sanders, Paul Coker, Jean-Yves Thibaudet, piano
Academia St. Martin-in-the-Fields
Director: Neville Marriner
Orquesta Sinfónica de Baltimore
Director: David Zinman
Orquesta de Cleveland
Directores: Christoph von Dohnányi; Vladimir Ashkenazy
Orquesta Sinfónica de Montreal
Director: Charles Dutoit
Orquesta Royal Philharmonic
Director: Andrew Litton
DECCA 475 6175
No termina aquí la presencia de Brahms en el disco, ya que se incluye el evanescente adagio de su Concierto para violín, escrito para Joachim, en el que Bell adopta un aire soñador y modesto, como si se sintiera turbado por la gran belleza que está contribuyendo a crear. Curiosamente, parte de la selección ha seguido el peculiar criterio de ceñirse a otros segundos movimientos de conciertos que el solista ya registrase completos en su momento con óptimos resultados. Así, nos encontramos la “Romanza” del único Concierto aportado por Tchaikovski al género, donde una tristeza serena impregna el conjunto, apoyada en el lamento del violín que Bell opta por presentar resignado, dejándose llevar por el transparente tejido orquestal.
El adagio del Concierto que abrió a Max Bruch las puertas de la inmortalidad se basa en un único tema, que el solista desarrolla aquí en la versión de St. Martin-in-the-Fields, con Marriner a la cabeza. La intensidad progresiva que Bell concentra en su instrumento provoca que el sonido de éste mane alcanzando unos niveles de pureza casi insostenibles, que, a pesar de convertir al violín en el epicentro sonoro en torno al cual orbita como un halo la orquesta, en absoluto acaba por desbordarse.
El segundo movimiento del Concierto de Wieniawski, de carácter puramente virtuosístico, exige una presencia agotadoramente constante a Bell, que va alternando distintos grados de intensidad en el acento melancólico que caracteriza a este “Romance”.
Un último concierto, mucho más reciente, es el de su compatriota Samuel Barber, de un lirismo tal que no desentona dentro de esa recopilación. La idílica calma de atardecer que recrea la orquesta invita al solista a una entrada tardía y discreta, como si temiera alterar ese efecto, cosa que sucede finalmente, embraveciéndose la atmósfera hasta desembocar en una tormenta de pasiones que se apaga al retornar la mansedumbre inicial.
El resto de las obras incluidas son pequeñas miniaturas de cámara, con especial presencia del mago del violín Fritz Kreisler, cuyas piezas destilan en el arco de Bell viejos sones de salón vienés, fragantes de sensual perfume. El primer movimiento de una Sonata de Cesar Franck, expuesto junto al pianista Thibaudet, con la ternura de una oración; el refulgente “Rondó” de la Sinfonía española de Lalo, recreado con una incisividad cortante; y la “Meditación” de Thaïs, pletórica de ensoñación y candor infantil, completan un disco que rezuma poesía por los cuatro costados