Amilcare Ponchielli nació en la localidad de Paderno, (llamada hoy Paderno Ponchielli en su honor) en Cremona, el 31 de agosto de 1834. Al igual que Puccini, la llamada de la música le vino por un padre organista, que lo mandó a estudiar al Conservatorio de Milán. Tras concluir sus estudios, el joven comenzó a trabajar de organista en Bérgamo, logrando estrenar su primera ópera, I promessi sposi en 1856. No fue un éxito, y Ponchielli estuvo varios años dedicado a la enseñanza, hasta que alguien le persuadió de que revisara esta primera ópera. Su reestreno consiguió el aplauso del público milanés dieciséis años después de la première.
Por Luis M.ª Fernández Martín
Giulio Ricordi, en aquel momento al frente de la célebre editorial musical descubridora de Rossini, Donizetti, Bellini y Verdi (y posteriormente, Puccini), se interesó por él y le encargó que pusiera música a un libreto de Antonio Ghislanzoni, I lituani, que fue estrenada en el templo de la lírica por excelencia, el Teatro alla Scala, siendo muy aplaudida. Aquellos que creían erroneamente que Verdi ya no era capaz de ofrecer nada se interesaron por este nuevo compositor, que acababa de cumplir cuarenta años. Uno de los que trabó contacto con él fue el polifacético Arrigo Boito (quien sería autor de Mefistófeles y libretista del último Verdi) que le ofreció un libreto para que escribiese una nueva ópera para Ricordi.
Ponchielli aceptó pero se quedó enormemente perplejo cuando Boito puso en sus manos el drama Angelo, tirano de Padua de Víctor Hugo, estrenado en 1835, que había sido parcialmente utilizado no mucho antes por Saverio Mercadante. La historia, ambientada en la Venecia del siglo XVII, abundaba en situaciones dramáticas en exceso, tanto que al compositor no le hizo ninguna ilusión la propuesta. Hombre bonachón y cortés, Ponchielli trató de presentar sus objeciones a Ricordi, que hizo oídos sordos, insistiéndole en que concluyese en breve tiempo la música. Resulta sorprendente comprobar esta postura del editor, teniendo en cuenta que casi veinte años más tarde permitiría que Puccini, aún sin un gran éxito en su haber, tardase tres años en acabar Manon Lescaut obligando a trabajar en ella a ocho libretistas.
Un éxito inmediato… y solitario
Según Ponchielli, las numerosas situaciones dramáticas requerían de una música un tanto áspera que en abundancia acabaría por desagradar al público; también le parecía que para plasmar a la perfección el carácter de los personajes era necesario contar con nada menos que seis voces de una talla tal que acaso no las encontrasen en Italia entera. También temía el músico caer en el mal gusto y hacer más hincapié en la actuación que en el lirismo; en definitiva, que no le gustaba el libreto. Pero Boito hizo caso omiso y no cambió nada pese a que a él tampoco debía de gustarle demasiado, ya que lo firmó con un pseudónimo: Tobia Gorrio (anagrama de su propio nombre).
Poco más de un año tardó Ponchielli en completar los veintiséis números de la partitura, que, sin embargo, y pese a las prisas con la que se la impusieron, no se estrenaría hasta un año después, el 8 de abril de 1876. Hay que decir en favor del músico que la labor era más que sobresaliente para lo poco que le agradaba el cometido.
El estreno fue un éxito tal que la obra dio muy rápidamente la vuelta al mundo. De esta manera, y durante unos pocos años, La Gioconda pareció augurar a Ponchielli el papel de sucesor de Verdi. Pero el público no contaba con que el maestro parmesano aún tenía cosas que decir y, lo más importante, que estaba por llegar un nuevo movimiento destinado a revolucionar la lírica y adaptarla al naturalismo literario que iba a despuntar en Europa. De esta manera, Ponchielli quedaría para muchos como exponente de la decadencia de la ópera romántica e, inconscientemente, como precursor del verismo. Sin embargo, la escritura conservadora del autor de Cremona, indudablemente influida por algún destello wagneriano, estaba lejos de tal propósito y hoy en día se sigue juzgando a su obra más por lo descompensado de su argumento y su brutal desenlace, que por su música, cuyo principal defecto es la tosquedad con la que se funde con los alambicados versos de Boito, que en algunos momentos parece haber olvidado que estaban destinados a ser cantados.
El principal mérito de esta partitura es la sabiduría demostrada por Ponchielli a la hora de distribuir los números, permitiendo que la música respire y no se convierta en una acumulación de escenas efectistas. Por otro lado, hay una gran inventiva melódica que le permite crear diversos números de gran interés, en absoluto de fácil interpretación. También es importante resaltar la influencia de la impronta wagneriana que a pesar de cierta aspereza en la orquestación, se deja sentir con fuerza a lo largo de toda la partitura.
Sin embargo, las restantes obras de Ponchielli, pese a tener cierto éxito en su momento, desaparecieron sin excepción del repertorio y es bastante dudoso que sean recuperadas alguna vez, ya que el autor mostró todo lo que tenía que mostrar en el título que ahora comentamos.
Acto I
La ópera se divide en cuatro actos. En el primero de ellos tiene lugar antes de la celebración de las regatas que tienen lugar durante la celebración de los carnavales venecianos, en el siglo XVI. El coro festivo de la multitud, integrada por marineros y gentes del pueblo enmascaradas anuncia la alegría de la jornada, que muy pronto se verá empañada por la aparición de Barnaba, un espía del Consejo de los Diez, enamorado de Gioconda, una hermosa y joven vagabunda, cuya madre es una anciana ciega. Gioconda deja a su madre un momento sola y parte en busca de su amado el marinero Enzo. La pasión por Gioconda de Barnaba, que está disfrazado de juglar, es tal que idea una estratagema para hacerla suya. Acusa a la ciega de haber echado mal de ojo a la barca de uno de los perdedores de la regata, Zuane y la multitud se enfurece, queriendo llevar a la anciana a la hoguera, por bruja. En esto intercede el matrimonio formado por Alvise y su esposa Laura. Alvise es uno de los jefes de la Inquisición y Laura pide que se libere a la anciana, regalándole ésta en agradecimiento un rosario. Barnaba contempla la forma de mirarse de Enzo y Laura y al saber que están enamorados, se acerca a él después y le revela que ha descubierto su verdadera identidad: es el príncipe Enzo Grimaldo de Santafior, un proscrito en Venecia. Barnaba convence a Enzo para embarcarse esa noche y llevarle a Laura, aprovechando que Alvise estará reunido en el Consejo. Enzo acepta sin sospechar la verdadera intención del espía: delatarlo para que muera y así vengarse de Gioconda, que rechaza su amor. Barnaba denuncia al notario Isepo que Laura huirá esa noche con Enzo en barco, pero Gioconda, escondida, lo ha oído todo y huye.
Acto II
En el segundo acto es de noche y tiene lugar en la laguna. Barnaba e Isepo disfrazados contemplan la llegada del bergantín donde huirán los amantes e Isepo corre a preparar la celada. Barnaba conduce a Laura hasta Enzo, que previamente ha dado rienda suelta a sus sentimientos con el popular aria ‘Cielo e mar‘ (que cantantes como Caruso incluían a menudo en su repertorio, manteniendo viva la fama de esta ópera) y entonan su dúo de amor. La acción entonces se precipita: Laura se queda un momento sola y aparece Gioconda dispuesta a matarla con un puñal, pero al ver el rosario de su madre comprende que es Laura quien la salvó. Entonces decide ayudarla a escapar de la emboscada de Barnaba, metiéndola en su propia barca y poniéndole su máscara. Cuando Enzo vuelve a cubierta, Gioconda le dice que Laura ha huido abandonándole y suena un cañonazo, señal de que el Consejo los ha mandado prender. Enzo prende fuego al barco y huye.
Acto III
En el tercer acto, Alvise, enterado de la traición de Laura decide envenenarla, para lo cual prepara un frasco que quiere hacer beber a su esposa. Gioconda sustituye el veneno por un narcótico que le otorgará una muerte aparente (como la de Julieta en la obra de Shakespeare). De esta manera, salva a su rival amorosa, que cae inconsciente, creyendo Alvise que ha muerto.
Posteriormente, la acción se traslada a una sala del palacio de Alvise, contigua a la estancia donde reposa el supuesto cadáver de Laura. Badoero ordena que se baile la chispeante ?danza de las horas?, la página más popular de la ópera, que Walt Disney llevó a la pantalla en Fantasía con avestruces, hipopótamos y cocodrilos bailarines. Cuando ésta termina aparece Barnaba arrastrando consigo a la ciega, a la que ha hecho prender.
Enzo, creyendo que Laura ha muerto, se presenta ante Alvise revelando su identidad, lo que equivale a entregarse a sus verdugos. Gioconda entonces se ofrece a Barnaba si salva a su amado.
Acto IV
En el último acto, que tiene lugar en la isla de Giudecca, Gioconda hace traer el cuerpo inconsciente de Laura. Dudando entre matarla y no tener rival en el amor de Enzo, considera también darse muerte, en un gran momento de la obra ‘Suicidio! In questi fieri momenti’. Entra Enzo y revela su intención de morir, al creer muerta a Laura. Gioconda le dice que la tumba está vacía porque ella se ha llevado el cuerpo. Él quiere matarla, pero entonces Laura despierta y los amantes comprenden lo sucedido. Laura y Enzo dan gracias a la muchacha, que ha preparado la huida de ambos en una góndola. Cuando llega Barnaba, Gioconda se suicida antes que entregarse a él, y el espía, furioso, le grita que ha mandado matar a su madre sin que ella pueda oírle ya.