Por José Luis García del Busto
Unas y otras fueron, muy a menudo, sonatas en trío o trío-sonatas en lo que se refiere al dispositivo instrumental empleado, entendiendo lo de «trío» no con carácter numérico restrictivo, sino como idea: son dos voces «cantantes» y un «acompañamiento» o, mejor dicho, un basamento armónico dado por el bajo continuo y que puede estar confiado a uno o a varios instrumentos e instrumentistas. Como corresponde a un compositor cuya inmensa producción obró a modo de resumen enciclopédico del saber y de los usos musicales de su tiempo, en J. S. Bach encontramos ejemplos de Sonatas en trío, de Sonatas para un instrumento melódico (violín, flauta) con acompañamiento de teclado (clave) e incluso de Sonatas a solo, y tanto según los moldes de la sonata da camera como de la sonata da chiesa. Pero si, en tiempos más modernos, la evolución de los instrumentos de teclado hasta llegar a la eclosión del piano ha tenido tantísima relación con la evolución del género sonatístico y con la fijación de sus formas, justo será dar de nuevo cancha a un italiano en esta sucinta historia, pues Domenico Scarlatti -medio napolitano, medio madrileño- erigió desde su clave al servicio de doña Bárbara de Braganza, reina de España, un bellísimo monumento a la sonata. Sus centenares de composiciones con este título supusieron un paso hacia la fijación de la sonata clásica. El modelo de la sonata scarlattiana -la sonata preclásica- es en un solo movimiento, escindido en dos partes cada una de las cuales suele repetirse. Tal esquema de sonata en un movimiento, bipartita y a menudo monotemática, será profundizado unos lustros más tarde, finalizando ya el XVIII, por Antonio Soler, aquel genial monje escurialense venido de Olot y Montserrat. Tanto Scarlatti como el P. Soler escribieron sonatas en varios movimientos, pero ni son las mejores de su producción ni tuvieron la fuerza de lo que se erige en modelo. Corresponde a los inmensos talentos de dos «vieneses», Haydn y Mozart, la fijación del molde sonatístico que iba a echar raíces para constituir un esqueleto formal que resultaría casi ineludible, en toda Europa, durante siglo y medio de historia riquísima para la música instrumental. La sonata clásica, a la que comúnmente apuntamos cuando decimos simplemente sonata, fue adoptada por estos dos grandes compositores, de manera que se diría «natural», a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, y quedó establecida como una estructura en cuatro movimientos que, por ser una sucesión basada en el contraste agógico, recuerda a la sonata da chiesa y, por contener un movimiento de danza, recuerda a la sonata da camera. En todo caso, más que una síntesis del pasado, era la adopción de una forma que se revelaba extraordinariamente útil, rica en posibilidades, para ordenar un discurso puramente musical («música pura») de manera que liberara al compositor del trabajo de idear cada vez un molde y, de paso, garantizara la fácil comunicabilidad, hacia sus posibles oyentes, de música que nacía con ambición estética, pero sin contenidos religiosos, ni dramáticos, ni argumentales, ni textuales en los que apoyarse. Como excepciones de lo expuesto en el cuadro de la página anterior, muchas obras que se atienen al modelo genérico de la sonata son en tres y no en cuatro movimientos: cuando esto sucede, es del tercer movimiento (el minuetto o scherzo) del que se prescinde, quedando un esquema rápido-lento-rápido. Los conciertos para instrumento solista y orquesta son, casi sistemáticamente, sonatas en tres movimientos. Con relativa frecuencia encontraremos sonatas (es decir, sonatas o sinfonías) en cuatro movimientos que invierten el orden de sucesión de los dos movimientos centrales, quedando el minuetto/scherzo como segundo y el lento como tercero. En fin, las variantes sobre estos esquemas son tan abundantes y ricas como diversos e imaginativos son los talentos de los compositores que las han practicado. Por eso es tan interesante el análisis. Nos pondremos a ello.