Por Sergio Vacas
En 1979 pasó a ocupar el puesto de Concertino con la Orquesta Titular de la Zarzuela y fue invitado por la Orquesta de Oviedo para actuar como Concertino en la Temporada Oficial de ópera de esta ciudad. Además ha colaborado, como violínista, con la Orquesta Nacional de España, la ORTVE y las Sinfónicas de Bilbao, Málaga y Sevilla.
Su relación con la viola comienza en 1981, cuando decide estudiar de forma autodidacta. Poco después obtiene por oposición el puesto de solista con la Orquesta Sinfónica de Madrid, que ocupa en la actualidad.
Ha realizado grabaciones para RNE de compositores contemporáneos, tanto de violín como de viola. Fundador del Cuarteto Arbós ha estrenado obras de compositores como Tomás Marco, Claudio Prieto, Manuel Balboa y Pablo Millar, entre otros, con las que ha obtenido un gran éxito.
Actua asiduamente con el Cuarteto Ibérico en los conciertos de la Fundación Juan March y grabando programas para RTVE. También forma parte de la Orquesta de Cámara Reina Sofía que está galardonada con el Premio Nacional de Disco y es, habitualmente, concertista de viola en el Auditorio Nacional de Música con la Orquesta Sinfónica de Madrid y de la Comunidad de Madrid. Sergio Vacas Pintado, se acerca a Melómano para ofrecernos una mirada especial sobre la viola.
Cuando me ofrecieron escribir este artículo acepté casi sin dudar, pues comprendí que me estaban brindando la oportunidad de acercar un poco más este instrumento al gran público, pues creo que todavía no se le conoce en su justa medida.
La viola es un instrumento que, aunque a simple vista es igual que el violín, tiene algunos detalles que la diferencian. El más importante es el tamaño, pues la viola mide entre seis y ocho centímetros más que el violín, sólo en la caja de resonancia. Además, mientras que entre dos violines distintos no hay apenas diferencia, entre dos violas puede haber entre tres y cinco centímetros de una a otra.
También la técnica en algunas cosas varía un poco, sobre todo en el arco pues, aunque pesa entre tres y cuatro gramos más, requiere un poco más de presión, especialmente en el registro más grave. Otra diferencia importante estriba en el vibrato, efecto técnico-sonoro que en cualquier instrumento -sobre todo en los de cuerda- sirve para conseguir una mayor expresividad. En el caso de la viola tiene que ser un poco más lento y abierto que en el violín.
Es mucho lo que se está investigando desde el siglo XIX para mejorar y revalorizar su sonoridad, y establecer así un tamaño ideal para poder asistir al renacimiento, y a su vez reconocimiento, de la viola como instrumento solista, pero todavía hay ciertas discrepancias. Mientras que algunos piensan que haciéndola corriente en cuanto a la longitud, pero mucho más ancha en general, se conseguiría una sonoridad robusta y llena -sin pensar tal vez que esto puede representar muchos problemas para manejarla -, otros, como ya hiciera el Lutthier Sprenger -al parecer con bastante éxito-, la prefieren de longitud normal, pero más ancha en su parte baja y muy abombada la tapa superior.
Parece ser que este instrumento le gustaba mucho a Hindemith, que por cierto era un gran intérprete de la viola. Eso explica su producción musical para este instrumento.
Un pensamiento generalizado es que hay pocos compositores que hayan escrito conciertos para la viola como solista pero, si hacemos un repaso más o menos cronológico, veremos que desde el barroco hasta hoy en día algunos compositores han escrito alguna obra para este instrumento, y nos daremos cuenta de que hay más de las que en un principio pudiéramos pensar.
Por ejemplo Telemann, compuso un concierto para viola, y otro para dos violas y orquesta. Bach, en su Concierto de Brandemburgo nº 6, para dos violas, dos violas de gamba, Violoncello y Bajo Continuo. De Stamiz tenemos un concierto para viola y orquesta, y de Mozart, su célebre sinfonía concertante para violín y viola.
Entre los siglos XIX y XX son de destacar las obras escritas por compositores como Berlioz, con la sinfonía poemática de Harold en Italia, o Hindemith con su música de concierto para viola y orquesta, o su Der Schwanendreher.
Milhaud contribuyó al renacimiento de la viola con dos conciertos y el Concertino d´été para viola y orquesta de cámara.
Pero quizá los exponentes más claros del renacimiento de la viola como solista son William Walton y Béla Bartók, con sendos conciertos para viola y orquesta, aunque este último murió antes de poder concluirlo, labor que asumió un alumno suyo llamado Tibor Serly. Podemos hacer mención a otros conciertos de autores menos conocidos, como por ejemplo Iván Handoshkin, en cuanto al período clásico; York Bowen; y como más contemporáneos, Sandro Gorli con su obra Superflumina, y Valetín Bentancur, obras estas últimas que yo personalmente he tenido la oportunidad de interpretar.
Por lo que respecta a su labor en grupos de cámara y orquesta sinfónica, hay que decir que, tanto en tríos como en cuartetos y orquesta de cámara, la viola ha tenido casi siempre un papel muy importante, no sólo, como decíamos al principio, armónicamente, sino también técnicamente. Como nombrarlos a todos sería muy extenso, baste decir que sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII es cuando se empieza a prestar más atención a este instrumento.
Otra cuestión es la orquesta sinfónica y de ópera. En esta parcela diremos que es al final del siglo XIX, y sobre todo en el XX, cuando los compositores le otorgan a la viola un papel muy cercano al del violín.
Los exponentes más claros en este sentido son R. Wagner, en prácticamente todas sus óperas, y R. Straus, tanto en las obras sinfónicas como en sus óperas. Un claro ejemplo de este último es su ópera Elektra, que en la misma partitura escribe viola 1ª y violín 4º, utilizando para ello la tesitura más aguda de la viola.
Hindemith, Stravinski, Britten, Shostakovich y un largo etcétera son también un claro ejemplo.
Espero haber cumplido mi objetivo, y contribuir así a acercarles un poco más a ese bello, pero a la vez desconocido y misterioso instrumento.