
Desde las primeras páginas, Roger Bartra deja claro el marco de trabajo de su libro: ni él es músico ni su análisis va a ser exhaustivo desde el punto de vista musical. Además, su labor de ‘traducir las expresiones musicales a palabras’ se aborda desde una perspectiva emocional y marcadamente expositiva, lo que orienta al texto hacia un carácter divulgativo y de descubrimiento de autores poco conocidos.
Su rastreo de la melancolía en la música se limita a obras que incluyen dicha palabra en su título o en sus indicaciones de carácter, con las Lachrimae de Downland, la Sérénade mélancolique de Chaikovski, el ‘Andantino melancolico’ de la Partita de Gracewicz o la Melencolia I de Harrison Birtwistle como algunas de las paradas más destacadas.
Sin embargo, y más allá de este argumento principal, el volumen esconde un tratado práctico sobre la relación entre música y palabra. Aunque Bartra se resiste a participar en una discusión estética, sus observaciones constantes le colocan del lado de aquellos que defienden el análisis extramusical como una vía legítima de disfrute: ‘la música vive en la sociedad, donde interactúa con la esfera de la palabra. Es escuchada y gozada por personas que la comentan (…) Es lo que hago en este libro: hablar de lo inefable’.
Las canciones y la ópera contribuyeron a crear la relación entre expresiones musicales y sentimientos, el nacionalismo imbuyó de contenido social a las obras y el siglo XX colocó a la historia como eje (bien para rechazarla, bien denunciar los acontecimientos). Bartra incide en estos elementos transversales como puntos esenciales de la investigación y concluye, de hecho, colocando al entramado cultural como protagonista último del viaje: ‘creo que los compositores han reconocido esta textura cultural y, cada uno en su época y a su manera, la tradujeron a obras musicales que mantienen, por decirlo así, el aroma de la melancolía’.
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