
La idea de pentimento, esa alteración que aparece en el cuadro donde los trazos primeros se permean a través de las líneas finales, es lo que primero que evocan estas transcripciones para quinteto de vientos que José Luis Turina hizo de las obras originales de su abuelo Joaquín.
Fue el quinteto Azahar quien encargó al Turina nieto algunas transcripciones para paliar la falta de consideración que el canon español ha tenido con este orgánico durante la primera porción del siglo XX. A juzgar por los resultados, a José Luis no le resultó difícil retomar su ascendencia musical.
Sin duda se extraña ese universo de timbres y acentuaciones que el compositor trabajó hasta fundir en la sonoridad del piano, ese colchón armónico de los sonidos graves y el cristal de los acordes abiertos en el registro agudo. Porque aunque la asignación de voces que hizo el transcriptor se escuche conveniente y el Azahar logre sonar casi siempre como un único instrumento, sin cuerdas ni percusión, la amalgama no termina de realizarse. Trasvasadas a quinteto para vientos las líneas más variadas del piano o de la orquesta se reúnen en unos pocos afluentes caudalosos. Y esa exposición descarnada, de colores vívidos, dificulta la rápida separación de figura y fondo. Así, en el nuevo formato la música de Turina suena cruda y directa. Como si se tratara del bosquejo inicial, se oye como el pentimento del cuadro.
Tal vez la intensidad lumínica no convenga tanto a las postales de Sevilla o al retrato de las Mujeres Españolas, pero sin duda consigue que en cada una de las disonancias de la Oración del Torero resuene el rito trágico antes que el folclore estilizado con el que lo matizó el Turina abuelo.
El disco cierra con unas variaciones sobre temas de Turina que José Luis le regaló a su padre. Un collage de la obra del abuelo, un epílogo que resume, en su catálogo de modos y colores de nueva intensidad, la restauración del canon español.
Por Sandra de la Fuente
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