François Chaplin, piano
Mandala-Harmonia Mundi 4919 DDD
La segunda serie de Mazurcas de Scriabin, la que porta el Op. 25, posee acaso menos inspiración que la anterior, pese a su vecindad con obras cumbres. El discurso, de influencia también en este caso muy chopiniana, hace gala de una depuración formal aquilatadísima. Chaplin, dentro de su magnífica forma, acusa este realtivo empobrecimiento del estro scriabiniano, adoptando un tono en ocasiones más rotundo y de menor confidencialidad pero, pese todo, es un maestro en el arte del contraste y de la ejecución de los matices.
Las dos últimas piezas Op. 40, reconcentradas, aforísticas, suenan en los dedos chaplinianos ya casi como otra cosa, y nos dan cuenta de que el estilo de su autor está sufriendo una mutación, al desligarse progresivamente de los lazos con la tonalidad, y la fórmula se le quedaba chica por momentos.
Conclusión: una edición de incuestionable oportunidad, por referirse a un corpus infrecuente en estudios discográficos y salas de concierto. Casi sin mirar a la cara a su adversario, displicentemente, François Chaplin bate con amplitud a Artur Pizarro, autor de la otra integral existente en el sello Collins. El oyente sólo podía acceder antes a versiones de Mazurcas sueltas -bien es vedad que siempre de un elevado nivel interpretativo-, debidas a especialistas consumados, además de grandes artistas, como eran Samuel Feinberg (que en un fascinante volumen de Le chant du mond destinado a nuestro compositor y sus intérpretes firma siete Mazurcas como jamás nadie las ha ofrecido) o Vladimir Sofronitsky (que no le anda muy a la zaga en la entrega nº 11 de la mastodóntica edición que Arlecchino consagró al genial pianista petersburgués). El bueno de Sviatoslav Richter probablemente sólo tiene grabadas las dos pertenecientes a la Op. 40, que acaban de ser distribuidas dentro del sello Classics Live, y no es otro que el propio autor, Alexander Scriabin, quien cierra el fausto cortejo con una grabación de su última obra dentro de este campo, la Op. 40 nº 2.