Más de 100 años después de la muerte inesperada y abrupta del gran maestro y pianista catalán Enrique Granados (1867-1916), seguimos respirando el aroma embriagador de su creación, cuyo acento melódico y melancólico nos envuelve en la elegante, poética e intimista obra que hoy, cien años después, seguimos admirando.
La ternura y la dulzura de sus compases hablan con voz propia. Granados prefiere lo delicado a lo monumental. Su música es confesión personalísima, como personalísima era su forma de interpretarla y de enseñarla. Granados habla en dos idiomas: el romántico y el español. Sus pentagramas eternos traspasan épocas y fronteras.
Por Paula Coronas
El contexto del maestro Enrique Granados
Los maestros catalanes Enrique Granados e Isaac Albéniz supusieron dos fuertes pilares de la generación del 98. En ningún momento dejaron de admirar y evocar los aspectos más genuinos y pintorescos del paisaje, la vida y las costumbres del pueblo español.
Muestra de ello son obras capitales para el piano como la Suite Iberia de Albéniz o las famosas Goyescas de Granados, obra cumbre del piano de nuestro siglo, que deja constancia a través de un arte depurado, lleno de gracia, de la vida y pasiones de los majos y las majas madrileños del siglo XVIII, inmortalizados en los lienzos de Goya.
Enrique Granados alternaba su españolismo goyesco y variamente regional con su romanticismo de aroma y nostalgia vagamente europea, introduciendo sus piezas de salón, breves, muy refinadas y nunca vulgares. Como paradigma citaremos sus famosos Valses poéticos, en un principio titulados Valses de amor, dedicados a su amigo y colaborador, e intérprete de moda en la época, Joaquín Malats.
Una aproximación al personaje
De carácter tímido, cuando tocaba para sus amigos, al ser aplaudido, casi se escondía para no recibir estos aplausos. Con largas melenas de un cuidado descuido, aventajada estatura, ojos fáciles a entornarse, mostachos con lejanos destinos, susurrante hablar, “mezcla de ángel y de árabe”, ardiente capacidad de invención, soñadora la vena, pulcra la forma, elegante el giro, se nos ofrece Granados como el prototipo de compositor en el que influyen dos cosas fundamentalmente: España y el Romanticismo.
Añadamos un tercer elemento de estímulo: el piano. Granados salva las fronteras del siglo XIX y persiste en el siglo XX como un islote que no sabe de renovaciones, no por ello queda estancado, sino que evoluciona hacia una un estilo personal e inconfundible.
Pero quizás destacó más que ninguno de los compositores de su generación por su faceta de pianista, como gran concertista e improvisador. Su dominio técnico e interpretación rigurosa son apreciables desde los primeros recitales, a muy temprana edad.
Por ello, su carrera como intérprete se abre paso pronto por todo el mundo, seleccionando para sus programas obras del gusto romántico -Chopin, Schubert, Schumann, Brahms, etc.-, de ahí que se le haya llamado el último romántico.
Su peculiar estilo se aleja bastante de la música nacionalista española, en el sentido de poseer un carácter menos incisivo, podíamos decir, en el manejo de la temática de raíz popular, pero no por ello olvidando parcelas del folclore español. En este ámbito citaremos su famosa colección de Doce danzas españolas para piano -con títulos tan emblemáticos como Andaluza, Valenciana, Oriental y otros-, que causó sensación en toda Europa.
Una faceta muy destacable en la trayectoria de Granados es la pedagogía. Fue un profesor excepcional, había heredado de Felipe Pedrell el respeto a los gustos y al temperamento de sus alumnos, así como la habilidad para transmitir sus conocimientos a los discípulos.
En 1901, fundó la Academia que lleva su nombre, junto con su colaborador Frank Marshall, y que fue dirigida por el maestro catalán hasta su marcha a América. Después fue continuada y hoy sigue vigente gracias a figuras de la talla de pianistas como Rosa Sabater, Conchita Abadía o nuestra embajadora de música española, y gran intérprete, Alicia de Larrocha.
Ha nacido un gran maestro
Si nos remontamos a los orígenes de este leridano nacido el 27 de julio de 1867, Enrique Joaquín Granados Campiña fue hijo de Calixto Granados Armenteros, de origen cubano, capitán del Ejército de Navarra, y Enriqueta Elvira Campiña, natural de Santander. Enrique se crió en Lérida, donde su padre se encontraba destinado en este momento, pero poco después la familia se trasladó a Canarias, al ser nombrado el padre Gobernador Militar de Santa Cruz de Tenerife.
Los Granados permanecieron en Canarias durante tres años y medio, dejando este lugar una profunda huella en el imaginario infantil del músico. Recordará siempre con afecto aquellos años de aromas entre huertos de naranjos y limoneros, que veía desde su ventana de su casa como “el paraíso de su infancia”, tal y como el propio maestro definió años después.
En 1874 su padre sufrió un grave accidente al caer de su caballo -motivo por el cual un tiempo después fallece tras serias complicaciones de salud-, por lo que la familia decidió regresar a Barcelona, donde se afincan.
Allí ya mostró el joven Granados inclinaciones por la música y comenzó a estudiar solfeo y piano con profesores locales como Javier Jurnet, director de la Escolanía de la Mercé y, posteriormente, en 1880, tras la muerte de su padre, inicia su aprendizaje bajo la dirección del maestro Juan Bautista Pujol, considerado el mejor profesor de piano de Barcelona en aquella época, y verdadero artífice de una gran Escuela Catalana de Piano.
En 1883, ganó el Concurso de la Academia para pianistas noveles, donde sus interpretaciones de la Sonata en Sol menor de Schumann y un estreno del compositor Martínez-Imbert fueron muy elogiadas por un jurado exigente, integrado nada más y nada menos que por Isaac Albéniz y Felipe Pedrell, siendo esta la primera toma de contacto del crítico, musicólogo, profesor y compositor con nuestro protagonista.
Granados comienza, poco tiempo después, con sus estudios de armonía y composición, iniciando así una fructífera relación como discípulo de Pedrell que, con los años, se convertiría en amistad.
Pero las dificultades económicas que atravesaba la familia, especialmente tras el fallecimiento de sus padres, dificultaban la situación personal del joven creador, por lo que se vio obligado a concluir pronto sus estudios con el maestro Pedrell y buscar el sustento en unos escasos ingresos que recibía por su trabajo como pianista en algunos cafés de Barcelona.
Fue entonces cuando el empresario catalán Eduardo Conde decidió sufragar parte de su carrera artística contratándolo como profesor privado de música de sus hijos, asignándole el entonces exorbitante salario de cien pesetas al mes y realizando sus primeras apariciones públicas en el Ateneo de Barcelona, en algunos conciertos con el pianista Ricardo Viñes.
Sin embargo, ante las dificultades, el maestro no ve claro su horizonte profesional en España, y decide partir rumbo a París en septiembre de 1887, gracias al apoyo material que Conde continúa brindándole.
El camino hacia la fama: formación, primeros grandes éxitos y actividad incesante de Enrique Granados
Desafortunadamente, Granados contrajo la fiebre tifoidea a su llegada a París, por lo que no pudo acceder a las pruebas de ingreso en el Conservatorio. Por este motivo decide tomar lecciones privadas del gran músico Chales de Bèriot, uno de los maestros más influyentes en la época y de mayor fuste en este Conservatorio parisino.
Entre los alumnos de Bèriot se encontraban un jovencísimo Maurice Ravel, y el ya anteriormente mencionado intérprete Ricardo Viñes, con quien Enrique Granados compartió alojamiento en el Hotel de Cologne et d’Espagne de la Rue de Trèvise.
Durante esta etapa aprendió con precisión la técnica en el uso de los pedales y el refinamiento de la interpretación, que sería una característica heredada directamente de Bèriot, junto a la capacidad de improvisación que marcará una constante en el discurrir musical de Granados.
Aunque fue un periodo intenso plagado de conocimientos personales que enriquecen la vida del maestro –traba contacto y amistad con Albéniz, Fauré, Debussy, Ravel, Dukas, D’Indy, Saint-Saëns, etc.-, sin embargo, Enrique Granados no se dejó deslumbrar por los encantos del Impresionismo, y se guió más bien por la influencia de la Escuela franco-belga de César Franck, empapándose de un estilo más romántico, virtuoso, con reminiscencias temáticas de una estética más tradicional.
Tras una estancia de dos años en París, y tras varios intentos infructuosos de atraer el interés de los editores parisinos hacia sus partituras, Enrique Granados decide regresar a España. Instalado de nuevo en Barcelona, comienza a negociar la publicación de sus Doce Danzas Españolas con la prestigiosa Casa Dotesio de Barcelona.
Editadas individualmente a principios de 1890, las piezas de esta colección suponen el primer gran reconocimiento internacional de su trayectoria, siendo elogiado por maestros de la talla de César Cui, Massenet, Saint-Saëns y Edward Grieg.
Durante esta década de los 90 comienza a debutar como pianista en importantes escenarios del país, destacados círculos catalanes como el Salón Romero -donde conoció al joven y prometedor cellista Pablo Casals-, el Orfeó Catalán y el Teatro Liric de Barcelona, donde ofreció un memorable recital con obras de Saint-Saëns, Bizet, Mendelssohn, Chopin, Beethoven y páginas de autoría propia.
Será en 1892 cuando el maestro conoce a Amparo Gal y Lloberas, hija del industrial valenciano Frances Gal, con quien contrae matrimonio en 1893, formando una familia que se ampliará con la llegada de seis hijos: Eduardo, Solita, Enrique, Víctor, Francisco y Natalia.
Esta es una etapa paralelamente fecunda en su producción, editando y estrenando nuevas composiciones y desplegando una intensa actividad concertística y de promoción de la música en el panorama barcelonés, especialmente en el ámbito de la música de cámara.
Granados fundó la Societat Fiharmònica en 1897, escenario en el que ofreció más de 25 conciertos en siete años, a menudo con Casals, y con el aliciente de dar a conocer estrenos propios como sus inspiradísimos Valses Poéticos, calurosamente acogidos por el público, o la Sonata para violín y piano, opus 75 de Saint-Saëns, muy poco habitual en las programaciones de aquellos años.
En Madrid también dejó muestra de su labor compositiva, como el estreno de su primera obra escénica, la zarzuela María del Carmen, que llegó a obtener un rotundo éxito en el llamado género chico. Como huella de su afán divulgativo, apreciamos la creación de la Sociedad de Conciertos Clásicos, creada por él en 1900.
Legado: resplandor de Goyescas
Debemos mencionar algunas de sus obras más maduras: Allegro de Concierto, obra que fue premiada en un concurso por Bretón en 1904, muy virtuosa y brillante, página de grandes vuelos pianísticos y preciosa línea melódica, intimista y dulce a la vez, llena de color, dedicada también a su amigo pianista Joaquín Malats; Seis piezas sobre cantos populares españoles con marcado acento folclorista; sus inolvidables Escenas románticas; y la brillantez del famoso Pelele, entre otras.
El compositor catalán sintió siempre una profunda admiración por la figura del pintor Francisco de Goya y el ambiente casticista genialmente captado en los lienzos del artista. Granados poseía gran habilidad para la pintura y el dibujo, llegó a auto retratarse disfrazado de “goyesco”.
De esta devoción nacen los cuadernos de Goyescas para piano, con el subtítulo de Los Majos enamorados. Estas impresiones musicales distribuidas en siete escenas que ilustran el desarrollo de una pasión amorosa entre los majos poseen un fuerte carácter de improvisación, y están narradas con el uso del leitmotiv de origen wagneriano.
La valiosa producción fue estrenada en 1911 en el Palacio de la Música Catalana, aunque la consagración mundial tuvo lugar en la Sala Pleyel de París en 1914, por la que se le concedió al músico la Legión de Honor de la República Francesa. En esta misma ambientación goyesca debemos citar las Tonadillas para voz y piano, escritas sobre textos de Fernando Periquet, donde Granados recrea el ambiente madrileño de finales del siglo XVIII y principios del XIX.
A raíz de este apabullante éxito de la suite pianística Goyescas, la Ópera de París le encargó la versión operística de la genial partitura, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial invalidó este proyecto francés y el Metropolitan Opera House de Nueva York se ofreció para la primicia.
El matrimonio Granados zarpa del puerto de Barcelona en noviembre de 1915 en el buque Montevideo, en el que también viajaba el guitarrista Miguel Llobet, por lo que la travesía se hizo amena y entretenida hablando de música y de cosas de Barcelona. Se instalan en Nueva York el 15 de diciembre, comenzando una actividad frenética de preparativos, contactos y ensayos con la orquesta.
La sociedad neoyorquina consideró un honor contar en la ciudad con un artista europeo de tal prestigio, por lo que nuestro protagonista fue agasajado constantemente e invitado en los mejores círculos y recepciones de la ciudad.
El estreno tuvo lugar finalmente el 26 de enero de 1916, siendo dirigida la orquesta por el maestro Gaetano Bavagnoli y el coro por Giulio Setti, cosechando un éxito apoteósico con ovaciones históricas al autor. Granados escribió a su amigo Viñes: “Por fin he visto realizados mis sueños. Toda mi alegría actual la siento más por todo lo que tiene que venir que por lo que hecho hasta ahora”.
El prematuro final de Enrique Granados
Con esta inmensa satisfacción en su memoria, los Granados emprenden su viaje de vuelta a España. Tenían los pasajes para el día 8 de marzo, pero para poder asistir a la recepción de la Casa Blanca pospusieron la fecha del viaje tres días.
Se embarcan el 11 de marzo de 1916, tras una despedida muy emotiva con destino a Falmouth, y dirigiéndose posteriormente a Londres para tener varios encuentros con empresarios británicos y proponer la representación de Goyescas en la capital británica, que resultó sin éxito.
Finalmente, el 24 de marzo zarpan en el vapor Sussex con rumbo al puerto francés de Dieppe, donde fue detectado por el submarino de guerra alemán UB-29, que lo torpedeó partiéndolo por la mitad. El camarote de los Granados se hallaba en la popa, la parte menos afectada del barco, pero en el momento del impacto el matrimonio se encontraba en otra zona de la embarcación.
Enrique Granados se lanzó al agua y fue izado al poco a bordo de una de las lanchas de salvamento, pero al ver poco después a su esposa debatiéndose entre las olas, se lanzó a rescatarla, siendo engullidos ambos por el mar.
Un adiós emocionado fue la despedida y el reconocimiento sincero de la humanidad a este compositor grande cuya poesía siempre permanece en la iconografía musical de todos los tiempos. ¡Bravo, maestro!