Pese a su corta vida, el legado de la compositora croata Dora Pejačević (1885-1923) incluye una extensa obra vocal, para piano y de cámara, así como diversas composiciones orquestales. Han tenido que transcurrir 100 años desde su muerte para que esta gran creadora, silenciada durante décadas, empiece a recibir el reconocimiento mundial que merece.
Por Carmen Martínez-Pierret
‘Flotando en el más invisible de los mundos, en lo más profundo de mí… solo entonces me convierto en mi propio Yo, y ese Yo, que ahora se siente completamente lleno de sí mismo, en ese lejano y celestial escondite, busca su expresión, busca su liberación de esa alta presión espiritual, que es en sí misma una especie de éxtasis — y esa liberación se realiza al componer’.
Dora Pejačević
Rebelde con causa
Dora Pejačević nació en Budapest, el 10 de septiembre de 1885. Su padre, el conde Theodor Pejačević, se convertiría, en 1903, en ban (virrey) de Croacia; su madre, la condesa húngara Lilla Vay de Vaya, fue una mujer de múltiples talentos. Lilla cantaba —poseía una excelente formación vocal—, tocaba el piano y pintaba, además de organizar numerosos eventos culturales en el palacio familiar de Našice, un impresionante edificio construido en 1812. Si bien la compositora heredó las dotes artísticas de su madre, pronto se abriría una brecha —cada vez mayor— entre la autoritaria Lilla y una joven e independiente Dora, que deseaba, por encima de todo, huir de las rígidas normas propias de su estrato social.
En cualquier caso, Dora creció rodeada de una rica atmósfera cultural, recibiendo el estímulo musical temprano de su madre y alimentando su intelecto en la impresionante biblioteca familiar, tal como nos revela su Diario de Lectura, en el que anota los títulos de grandes obras de la literatura y de la filosofía universal que lee, habitualmente, en el idioma original. Pejačević debía su conocimiento de varias lenguas —además de una sólida educación general— al hecho de haber estado bajo la tutela de Miss Davison, una excelente institutriz inglesa que también la acompañaría en muchos de sus viajes. Todo ello hizo que Dora pudiese abrir su mente y expandir sus horizontes; pero también avivó el anhelo de libertad que la llevaría, años más tarde, a rebelarse contra los representantes de su clase, e incluso contra su propia familia.
Un pabellón de madera en la orilla
El palacio de Našice poseía un hermoso jardín inglés, con un lago artificial y una isla central en forma de cisne. En su orilla, había un pabellón de madera en el que Dora se refugiaba para leer. Allí empezó a componer, con solo 12 años, sus primeras piezas para piano: Berceuse, opus 2 (1897); Gondellied, opus 4, Chanson sans paroles, opus 5, Papillon, opus 6, Menuette, opus 7 (1898); e Impromptu, opus 9a (1899); así como Rêverie, opus 3 (1897), y Canzonetta, opus 8 (1899), para violín y piano. Algo lógico, si pensamos que eran los dos instrumentos que la joven dominaba a la perfección. El nuevo siglo ve nacer (¿influencia materna, quizá?) sus primeras obras vocales: Ein Lied, opus 11 (1900), y Warum?, opus 13 (1901), esta última sobre un poema propio.
En 1903, cuando, a consecuencia del nombramiento de su padre como ban, los Pejačević se trasladan a Zagreb, la formación musical de Dora se confía a los profesores del Instituto Musical Croata, del que la condesa Vay de Vaya es mecenas. Unos años después, una vez establecido que el impulso creativo y el talento musical de Dora van más allá del mero divertimento aristocrático, sus padres toman una decisión trascendental: permitirán que la joven amplíe su formación musical en el extranjero. A partir de 1909, estudia composición en Dresde con Percy Sherwood, y en Múnich con Walter Courvoisier. Ambas ciudades le ofrecerán experiencias artísticas memorables, como el estreno del Rosenkavalier de Richard Strauss en la Ópera de Dresde, el 26 de enero de 1911. Poco a poco, su música empieza a abrirse camino, más allá de los círculos de salón, para ser interpretada por célebres artistas de la época, como los pianistas Walther Bachmann y Alice Ripper, o el violinista Joan Manén.
Durante esos años, su sed de conocimiento y de nuevas experiencias la lleva a visitar asiduamente los grandes centros culturales europeos del momento, como Viena, Praga o Budapest; pero también a descubrir Egipto, un exótico paraíso cuya ancestral cultura la deslumbra completamente. Es también una invitada habitual en el castillo de Janovice, en Bohemia, hogar de su gran amiga, la condesa Sidonie Nádherny von Borutin. A través de ella, Pejačević entra en relación con algunos de los principales artistas e intelectuales de la época: los escritores Rainer Maria Rilke y Annette Kolb, la escultora Clara Rilke-Westhoff, la pianista Alice Ripper y, especialmente, el escritor y periodista Karl Kraus (1874-1936), una de las mayores figuras del pensamiento europeo durante las primeras décadas del siglo XX.
Con todo, tras cada uno de sus viajes, Dora regresa a su hogar en Našice, a su pabellón de madera, en el que recupera la paz y la concentración que tanto necesita para componer.
Nuevos horizontes
En Našice se reencuentra también con su espléndida biblioteca. Ya he mencionado su Diario de Lectura, en el que anotaba todo lo que iba leyendo. Pejačević compuso canciones a lo largo de toda su vida creativa, desde aquel Ein lied de 1900 hasta las Tri dječje pjesme, opus 56, de 1921. Su obra vocal refleja un proceso de constante maduración artística que se manifiesta, de entrada, en la elección de los poemas. Paul Wilhelm, Wilhelmine von Wickenburg-Almásy, Ernst Strauss, Anna Ritter y la propia Dora, firman los versos de las canciones compuestas hasta 1911. Su temática es, básicamente, el amor juvenil con sus luces y sombras, mientras que su lenguaje musical es aún, a pesar de su seductora belleza, algo convencional, siguiendo los modelos de Chopin, Grieg o Schumann.
Pejačević alimentó su inspiración musical, en parte, de forma autodidacta, guiada por su insaciable curiosidad y por su inquietud creadora. Sin embargo, los contactos arriba mencionados fueron determinantes para la apertura de horizontes intelectuales inéditos, inspirándole, sobre todo, nuevos criterios a la hora de escoger sus textos poéticos. Verwandlung,opus 37 (1915), sobre el poema del mismo título de Karl Kraus, señala el inicio de una fase más introspectiva, en la que Dora buscará poesía de otro tipo, apostando a menudo por el verso libre. En cualquier caso, su obra vocal de madurez quedará marcada a fuego por los encuentros con Kraus, Rilke y Nietzsche.
Dora Pejačević sintió una especial fascinación por este último: ‘He sucumbido al poder de Nietzsche…’, escribe a su amiga y futura cuñada, Rosa Lumbe-Mladota, el 6 de junio de 1920. Se trata de un sentimiento que comparte con ilustres colegas, como Strauss —Also sprach Zarathustra— y Mahler —¿cómo olvidar el O Mensch! gib Acht! que abre el cuarto movimiento de su Tercera sinfonía?—.
Etapa de madurez
El legado de Pejačević consta de un total de 57 opus —escritos en un lapso de 26 años, de 1897 a 1922—, de los que 24 son para piano solo. De hecho, los tres grupos en que puede dividirse cronológicamente su obra pianística —miniaturas de juventud, opus 2 a 14, compuestas de 1897 a 1902; ciclos opus 17 a 28, escritos entre 1903 y 1910; y piezas de madurez, opus 32 a 54, de 1912 a 1920— marcan también, grosso modo, sus etapas compositivas.
Durante la Primera Guerra Mundial, Pejačević alcanza la madurez como creadora, produciendo sus obras más significativas y de mayor formato. Ya en 1913, había escrito el Concierto para piano en Sol menor, opus 33, primera composición croata de este género, que se estrenaría el 5 de febrero de 1916 en el Teatro Nacional de Zagreb; la Élégiepara violín y piano, opus 34; y la Sonata para violonchelo y piano en Mi menor, opus 35. La Sonata Eslava para violín y piano,en Si bemol menor,opus 43, data de 1917. Entre 1915 y 1918, compone el Quinteto con piano en Si menor, opus 40, en paralelo a su Sinfonía en Fa sostenido menor, opus 41, escrita entre 1916 y 1917, pero revisada en 1920. Como su admirado Mahler, Dora Pejačević reexaminará frecuentemente sus composiciones, espoleada por una rigurosa autoexigencia.
Pejačević exhibe, en esta etapa, un lenguaje completamente personal e independiente, afirmándose como una de las principales representantes del Modernismo musical de su país. Un concierto celebrado el 4 de abril de 1918, en el Instituto Musical Croata, reúne a los mejores intérpretes del país en torno a su obra de cámara, obteniendo un rotundo éxito. Poco antes, el 25 de enero de 1918, la Tonkünstler-Orchester de Viena, con Oskar Nedbal a la batuta, interpreta dos movimientos de su Sinfonía. La Sinfonía completa, en su versión revisada, será estrenada en Dresde el 10 de febrero de 1920, bajo la dirección de Edwin Lindner. El concierto cosecha otro éxito decisivo, hasta tal punto que Arthur Nikisch decide incorporarla al repertorio de la Leipzig Symphony; pero el inesperado fallecimiento del legendario director hace que el proyecto se frustre. A partir de ese momento, el interés por la obra de Pejačević declina progresivamente, hasta que, poco después de su muerte, su nombre desaparece por completo de los programas de concierto. Solo la celebración del centenario de su nacimiento, en 1985, despertará un nuevo interés —circunscrito, en un primer momento, a su país natal— por la figura y la obra de la compositora.
El desgarro postbélico
Dora Pejačević vivió la Primera Guerra Mundial de forma muy distinta a la mayoría de los miembros de su estrato social. Cuando los heridos empezaron a llegar a Našice, desempeñó un activo papel como enfermera. Tras la contienda, la sensible y humanitaria Dora quedó hondamente conmocionada, no solo por la brutalidad de lo acaecido en las trincheras, sino también —muy especialmente— a causa de la fría indiferencia exhibida por la aristocracia local.
Como otros intelectuales de ideas progresistas, Pejačević buscó información sobre la Grande Guerre y la Revolución Rusa en diversas lecturas de carácter político y filosófico, como el diario Die Fackel de Karl Kraus o los escritos revolucionarios de Alexander Herzen y Karl Kautsky, que alimentaron aún más, si cabe, su profunda decepción ante la actitud de los representantes de su clase. Dora vuelca sus sentimientos en una carta a Rosa Lumbe-Mladota, del 22 de julio de 1920:
Sencillamente no consigo entender cómo la gente puede vivir sin trabajar— especialmente la ‘más alta’ aristocracia… La gran mayoría de los hombres (y de los jóvenes) no conoce otro propósito en la vida que el póker y el bridge; a pesar de haber vivido una guerra mundial de cuatro años y de haberse enfrentado a una desgracia universal sin precedentes, son incapaces de otras reflexiones y solo se alarman cuando se ven amenazados con la pérdida de parte de su riqueza —mientras que ni siquiera se inmutaron ante los más miserables atropellos de la guerra, mostrándose vacíos de todo sentimiento elevado, de cualquier forma de humanidad— para mí esas personas no son aristócratas en absoluto, sino todo lo contrario…Lo cierto es que no consigo encajar con los miembros de mi clase…
Meses después, da un paso que tiene mucho que ver con el deseo de distanciarse definitivamente de su entorno social y familiar. El 14 de septiembre de 1921, Dora contrae matrimonio en Našice con el hermano de su amiga Rosa, Ottomar von Lumbe. A finales de ese mismo año, se traslada a Múnich, donde residirá con su marido.
Ruhe nun!
Der Einsamste,opus 53 núm. 3(1920),sobre un poema de Nietzsche,es una de las últimas canciones compuestas por Dora Pejačević. Una atmósfera de resignación, que concluye con las palabras Ruhe nun!(¡Descansa ahora!), impregna los primeros versos:
Ahora que el día
del día está cansado, y los arroyos de todo anhelo
con nuevo consuelo murmuran,
también todo cielo, suspendido en una telaraña de oro,
al fatigado dice: ‘¡Descansa ahora!’,
A continuación, tres preguntas, que expresan tanta inquietud y desesperanza como ansias de evasión:
¿por qué no descansas, corazón sombrío?
¿qué te incita a esta huida con los pies destrozados?
¿qué es lo que anhelas?
¿Es necesario recordar que, para Pejačević, la elección de los textos poéticos es el vivo reflejo de cada uno de sus momentos vitales? Dora acompaña musicalmente la pregunta final, Wess harrest du?,con un trazo melódico descendente que representa una rendición total, presagiando, tanto en la música como en la vida, el adiós de la compositora. Una carta a su marido del 29 de octubre de 1922, escrita solo tres meses antes del nacimiento de su primer hijo, está marcada por ese fatal presentimiento:
Dios quiera que nuestro hijo (si tuviera que dejarlo contigo) sea una alegría para ti — que se convierta en un auténtico, abierto y gran ser humano… Permite que se desarrolle como una planta, y si muestra algún gran talento, dale todo lo necesario para alentar ese talento; por encima de todo, dale libertad, cuando la busque. Porque a causa de la dependencia de los padres o del entorno familiar, muchos dones pueden malograrse —esto lo sé por propia experiencia— actúa del mismo modo, tanto si es un chico como una chica; cada talento, cada muestra de genialidad, requiereigualconsideración, y no debe permitirse que el sexo intervenga en este asunto.
El 30 de enero de 1923, Dora da a luz a su hijo Theo. Cuatro semanas después, el 5 de marzo de 1923, muere de insuficiencia renal en el hospital de mujeres de Múnich. Sus últimas voluntades evidencian el definitivo distanciamiento con respecto a su linaje: desea ser enterrada en Našice, pero fuera del panteón familiar; y solicita que, en vez de adquirir flores para su funeral, se hagan donativos a las familias de los músicos necesitados. En su lápida, tan solo su nombre, Dora, junto al verso de su admirado Nietszche: Ruhe nun!, ¡Descansa ahora!
Bibliografía
Kos, Koraljka: Dora Pejačević. Zagreb, Croatian Music Information Center, 2008.
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