Por Roberto Montes
¿Una ópera para niños?
En muchas ocasiones salta la pregunta de si Hansel y Gretel es una ópera para niños o para adultos. La respuesta puede ser que sí. Los niños, y el niño que todos llevamos dentro, lo pasan en grande con sus canciones directas y juegos musicales, su cómica bruja con sus monstruosos hábitos alimenticios y sus apariciones sobrenaturales, culminando en la secuencia del Sueño Pantomima que, en las producciones tradicionales, hace salir al escenario catorce ángeles que descienden una escalera para vigilar el sueño nocturno de los niños en el bosque. Por otra parte, los adultos probablemente subrayarán la rica orquestación y la sutil armonía de Humperdinck, su consistente y fuerte invención melódica nacida de la complejidad wagneriana u vecina de la exuberancia y la liviandad de Johann Strauss.
Los hermanos Jacob Ludwig (1785-1863) y Wilhelm Carl Grimm (1786-1859) fueron unos distinguidos académicos alemanes y pioneros del folclorismo. Publicaron una importante serie de volúmenes sobre gramática, vocabulario y usos de la lengua germana, pero su obra más famosa era la colección de cuentos para niños de 1812, que se ha postergado hasta nuestros días generación tras generación con el sobrenombre de Cuentos de los hermanos Grimm. Antes de ellos sólo se había publicado un pequeño número de cuentos de hadas en cualquier idioma, pero el éxito de su versión animó a muchos colectores a reunir otros cuentos por toda Europa, dejándolos impresos para la posteridad y dando pie a un género literario nuevo y de gran influencia.
Un famoso cuento de los hermanos Grimm
Esta extraña ligazón psicológica entre la madrastra y la bruja se ve reforzada en la ópera con el hábito de encarnar ambos papeles la misma cantante, aunque no eran las verdaderas intenciones de Humperdinck. Otra tradición interpretativa, especialmente común en Alemania, es la de dejar el papel de la bruja a un tenor disfrazado. Pero la versión del cuento operístico no sólo permite a Gertrud, la madre, seguir viva sino que incluso reunirse finalmente con gran regocijo con sus niños, confiriendo al final una calidez emocional que no difiere en profundidad con el cuento de los Grimm pero que le asegura mayor popularidad a la ópera.
Un nuevo género musical bajo el prisma wagneriano
No obstante, se podría afirmar que la ópera de Humperdinck pertenece a una subcategoría de ópera alemana llamada Märchenopern u “ópera de cuentos de hadas”. La novedosa tradición se desarrolló con el despertar del interés en el folclore o los cuentos de hadas iniciado por los hermanos Grimm, y alcanzó su máximo esplendor en el cambio de siglo. Un notable número de compositores se especializó en el género, con Humperdinck a la cabeza, quien también visitó a los hermanos Grimm para Die sieben Geislein (Los siete críos) en 1895, pasó por la colección de cuentos del francés Perrault para su Bella Durmiente en 1902, y utilizó también un cuento inventado de Ernst Rosmer, seudónimo de la dramaturga Else Bernstein-Porges, quien sobrevivió al campo de concentración de Terezin, para sus Königskinder (los hijos del rey) en 1910. El otro mayor exponente en este género de fábula fue, claramente influenciado por Humperdinck, el hijo de Richard Wagner, Siegfried (1869-1930), de cuyas dieciocho óperas puede considerarse cierto número como Märchenopern, un género que permitía tratar fantásticamente complicados asuntos morales y emotivos, como ocurre en su ópera Schwarzschwanenreich (el reino del cisne negro) de 1910 o en Friedensengel (el ángel de la paz) de cuatro años más tarde y en las que encontró su valiosa voz individual.
Pero el verdadero logro de Humperdinck en Hansel y Gretel es, ante todo, la sencillez de planteamiento en la partitura frente a posibles complejidades que a priori pudiera encontrar el espectador ante el acervo musical de su autor. Escuchar en sus páginas una música sinfónica de tanta calidad, que para bien o para mal hace incomprensible buena parte del texto, contradice el inveterado concepto actual de la obra musical infantil. A pesar de todas las objeciones particulares aparentemente previstas por el melómano más reticente, es una obra brillante, llena de melodías que se desarrollan con facilidad y naturalidad, llena de armonías expresivas, de ritmos vivos y variados y con una instrumentación muy rica, redundando en una música descriptiva de una excepcional perfección. Así destacan números como la mágica Obertura, una reunión de temas soberbiamente contraída, la Danza Dúo del acto primero, tan fresca y viva, la encantadora Plegaria Vespertina y la sucesiva Pantomima del Sueño en el segundo, el breve Preludio del Tercero, la alegría musicalizada del momento en que los protagonistas acaban con la Bruja y la cuarta escena, en que los niños de pan de jengibre vuelven a ser humanos, concluyendo en la feliz reunión de los niños con sus padres.
Dado el carácter de la ópera, se antoja claramente que la interpretación del dúo protagonista habría de estar a cargo de dos niños de más edad, pero surge inmediatamente la pregunta en torno a qué voces infantiles puede existir que sean capaces de superar semejantes dificultades musicales y tengan la fuerza suficiente para hacerse oír por encima de una orquesta ampliamente wagneriana. Por lo tanto, suelen ser dos voces femeninas las que encarnan los papeles de los malogrados protagonistas. Ésta es en la práctica la única posibilidad, pero difícilmente se puede considerar la solución ideal.