
La figura de Hélène de Montgeroult representa uno de tantos casos paradigmáticos de invisibilización femenina en la historia de la música europea. Nacida en Lyon en 1764 como Hélène-Antoinette-Marie de Nervo, es considerada un puente esencial entre el estilo clásico y la sensibilidad romántica de las primeras décadas del siglo XIX.
Por Fabiana Sans Arcílagos & Lucía Martín-Maestro Verbo
Procedente de una familia de la nobleza, Hélène de Montgeroult pasó parte de su juventud en el París del Antiguo Régimen, donde tuvo la oportunidad de tomar lecciones de piano con algunos de los grandes maestros de la época, como Nicolas-Joseph Hüllmandel y Jan Ladislav Dussek. También se le atribuye haber estudiado con Muzio Clementi durante sus estancias en Londres, aunque de este dato carece de verdadera constancia documental.
Hélène se casó en primeras nupcias con el marqués André Marie Gautier de Montgeroult en 1794, matrimonio que le otorgó el título de marquesa. Para entonces, su talento pianístico ya era ampliamente reconocido en los salones parisinos más reputados, como los de Madame Vigée-Lebrun, el de la familia Rochechouart o el de Madame de Genlis. Nuestra protagonista se movía por los circuitos artísticos más elevados de París, y entre sus allegados figuraban personajes como el violinista Giovanni Battista Viotti, a quien conoció en 1785, o el pianista Johann Baptist Cramer, quien al parecer fue su alumno en su juventud.
Pero la que parecía una vida noble de ensueño se truncó con la llegada de la Revolución Francesa. Durante sus primeros años, Hélène y su marido frecuentaban los círculos moderados y se declaraban partidarios de la instauración de una monarquía constitucional. Además, formaban parte de la Sociedad de Amigos de la Constitución. Las turbulencias sociopolíticas los impulsaron a dejar Francia en julio de 1792 e instalarse en Londres. Sin embargo, su exilio fue breve: en diciembre de ese mismo año, regresaron debido a una ley que autorizaba la confiscación de bienes a los emigrados.
Sin cejar en su empeño por abandonar el país, en julio del año siguiente emprendieron un viaje a Nápoles. Al atravesar el Piamonte fueron detenidos por las fuerzas austriacas junto con toda su expedición. Durante esta larga detención, ambos fueron fuertemente maltratados, y el marqués terminó perdiendo la vida. Gracias a la intervención de François de Barthélémy, ministro de Francia en Baden, Hélène logró ser liberada.
La detención de los Montgeroult en Austria los puso en el punto de mira de los revolucionarios, y se publicó una carta en la que se les acusaba de ‘poco patriotas’, alegando que solo se interesaban por Francia cuando tenían miedo y necesitaban ser salvados. De hecho, Hélène llegó a ser juzgada.
Existe una historia, tal vez algo legendaria, que circula desde mediados del siglo XIX, publicada por primera vez por Eugène Gautier. Según esta versión, Hélène fue detenida y llevada ante el tribunal revolucionario por su estatus de nobleza. Bernard Sarrette, fundador del Conservatorio de París, alegó que su valía como pianista y docente eran esenciales, por lo que su pena debía ser condonada. El tribunal le facilitó un clave, y ella improvisó tan magistralmente sobre el tema de La marsellesa que los convenció unánimemente, salvándose así de ser decapitada en la guillotina. En realidad, de este curioso hecho no tenemos ninguna referencia anterior a la de Gautier, aunque sí otras contemporáneas a esta, con ligeras variaciones. En todo caso, a pesar de la ausencia documental, este hecho se ha aceptado tradicionalmente y no se ha puesto en duda. Parece que, de hecho, fue la propia pianista quien contó esta historia al trompista Louis François Dauprat, alumno del conservatorio durante el periodo revolucionario, quien contó esta anécdota en una carta dirigida a Gabriel Lucas de Montigny.
El 3 de agosto de 1795 se promulgó la ley que fundó el Conservatorio Nacional de Música de París, para el cual se convocaron seis plazas de profesor de clave. Hélène participó en el concurso, superando con creces a sus adversarios y convirtiéndose en la profesora de piano de la sección masculina, considerada en la época como de ‘primera clase’. Fue la primera mujer en obtener este puesto y en recibir un salario igual al de sus colegas varones. Ocupó el cargo durante dos años y medio, hasta que presentó su dimisión, aparentemente por motivos de salud.
Es probable que debido a su estatus social y a las estrictas normal que imperaban en la época, sobre todo en lo que a la labor de las mujeres se refiere, su carrera concertística no fuera especialmente prolija. No obstante, la marquesa siguió compartiendo su música en el salón de su lujosa casa parisina, donde organizaba los ‘lunes de Madame Montgeroult’, y reunía a músicos de la talla de su amigo Viotti, Cherubini o Kreutzer.
Ese mismo año, Hélène comenzó a publicar sus composiciones, esencialmente para piano. Su catálogo incluye nueve sonatas, tres fantasías, seis nocturnos, entre otras piezas. Sin embargo, su gran aportación a la literatura pianística es su Curso completo para la enseñanza del pianoforte, un volumen monumental de 972 páginas que contiene 114 estudios, temas con variaciones, tres fugas, una fantasía, varios preludios y fragmentos teóricos. Esta obra va mucho más allá de un simple método: constituye una visión completa y exhaustiva del arte pianístico, no solo en cuanto a técnica, sino también en expresión musical. Su lenguaje se adelanta a su tiempo en cuanto a recursos armónicos, texturas y lirismo. De hecho, su sensibilidad expresiva es a menudo comparada con la de Frédéric Chopin.
Una de las cuestiones que plantea, y que es de las más interesantes, es, precisamente, considerar el piano como una extensión de la voz humana. Montgeroult se adelanta al pensamiento romántico al tratar al piano como un instrumento capaz de ‘cantar’, componiendo líneas melódicas de un marcado carácter vocal, con gran libertad rítmica y fraseos que evocan el canto.
Es más que probable que los grandes románticos tuvieran conocimiento de este Curso completo. De hecho, se ha especulado con la posibilidad de que Chopin lo conociera durante sus años en París. En todo caso, pianistas de la talla de Maria Szymanowska o Marie Bigot declararon haberlo usado en sus clases. Incluso Sigismond Thalberg aseguraba conocerlo de memoria, hasta el punto de incluir pasajes literales en el prefacio de su tratado El arte del canto aplicado al piano.
Hélène de Montgeroult es una figura clave cuyo legado debemos reivindicar. Su obra resulta indispensable para conocer las transformaciones estéticas que darían lugar al Romanticismo y, además, nos ofrece una perspectiva que viene a completar y enriquecer el conocimiento sobre el desarrollo del piano moderno.
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