
Querido lector, probablemente hayas escuchado La oración del torero de Joaquín Turina por un cuarteto o una orquesta de cuerda. Sin embargo, es muy posible que nunca la hayas oído en su versión original. Sí, sí, esta obra no fue escrita ni para cuarteto ni para orquesta: La oración del torero fue compuesta para cuarteto de laúdes, concretamente para el Cuarteto Aguilar.
Por Ana Juanals Bermejo
La oración del torero, el regalo de Turina al cuarteto de laúdes
Este año 2025, se cumplen cien años de la composición de una de las obras más singulares del repertorio camerístico español del siglo XX: La oración del torero, compuesta por Joaquín Turina (1882-1949) entre el 31 de marzo y el 6 de mayo de 1925. La obra fue escrita originalmente para cuarteto de laúdes, aunque el compositor la adaptó posteriormente para cuarteto de cuerda, orquesta de cuerda y violín y piano. En la actualidad, encontramos numerosas adaptaciones y transcripciones para diferentes formaciones, por ejemplo, para cuarteto de saxofones o quinteto de viento. Esta pieza encarna una fusión entre el lirismo impresionista y el sustrato emocional profundamente andaluz que caracteriza gran parte de la obra del compositor sevillano.
Inspirada en una tarde de toros en la antigua plaza de toros de Madrid, esta obra se centra en el instante de introspección que el torero realiza en la capilla antes de realizar el paseíllo y adentrarse al coso: el momento íntimo en que el torero, aislado del bullicio de la plaza, pronuncia una plegaria silenciosa antes de enfrentarse a su destino. En este sentido, Turina no representa la fiesta brava como espectáculo, sino como rito, como ceremonia cargada de tensión espiritual. Barberi Archidona, en la revista El Ruedo (1944), expone cómo Joaquín Turina pensó y escribió esta composición:
‘Una tarde de toros en la Plaza de Madrid, en aquella plaza vieja, armónica y graciosa, vi mi obra. Yo estaba en el patio de caballos. Allí, tras de una puerta pequeñita, estaba la capilla llena de unción, donde venían a rezar los toreros un momento antes de enfrentarse con la muerte. Se me ofreció entonces, en toda su plenitud, aquel contraste subjetivamente musical y expresivo de la algarabía lejana de la plaza, del público que esperaba la fiesta, con la unción de los que ante aquel altar lleno de entrañable poesía venían a rogar a Dios por su vida, acaso por su alma, por el dolor, por la ilusión y por la esperanza que acaso iban a dejar para siempre dentro de unos instantes en aquel ruedo lleno de risas, de música y de sol.’
Desde el punto de vista estilístico, La oración del torero se enmarca dentro de una estética cercana al impresionismo francés —cuyo influjo recibió Turina durante sus años de formación en París— pero teñida de un cromatismo propio que bebe tanto del folklore español como de la tradición litúrgica. La textura fluida y envolvente, la escritura melódica de gran expresividad y la armonía rica en matices evocan un clima sonoro de recogimiento, casi místico.
La pieza, sin una estructura formal claramente definida, se desarrolla de manera orgánica, alternando secciones de tensión contenida con momentos de resolución melódica que parecen suspender el tiempo. El discurso musical no busca el virtuosismo ni la exhibición, sino la sugerencia, la evocación emocional. Es una obra breve, pero intensamente concentrada en su mensaje, donde cada nota parece cuidadosamente elegida para expresar una emoción específica.
La oración del torero es, en definitiva, un ejemplo refinado del nacionalismo musical español en su vertiente más introspectiva. Turina logra transformar un gesto personal —la oración solitaria del torero— en una imagen sonora de alcance universal, donde el individuo se enfrenta a lo desconocido con una mezcla de miedo, fe y dignidad.
Como se señaló al inicio de este artículo, La oración del torero fue escrita para cuarteto de laúdes. Pero, ¿por qué decidió Turina escribir una obra de tal envergadura para una formación casi desconocida? En 1924, Joaquín Turina estableció un vínculo artístico con el Cuarteto Aguilar, un joven conjunto de laúdes cuya colaboración habría de dejar una huella profunda en su música y definir, al mismo tiempo, el rumbo futuro del cuarteto. Fue tras escuchar la interpretación de su obra Fiesta mora en Tánger por parte del cuarteto, que Turina decide, no solo realizarles transcripciones de otras obras suyas como Orgía, sino componer para ellos La oración del torero. El día 2 de junio de 1925, Joaquín Turina hace entrega de la obra al Cuarteto Aguilar, quienes la interpretan en privado para el autor cinco días más tarde. Su estreno en público se produciría en 1926.
La obra original está escrita para dos bandurrias, bandurria tenor y bandurria bajo, pero a partir de 1930 los Aguilar, y con el objetivo de conseguir una sonoridad y un timbre nuevo (en el siguiente epígrafe se amplía esta información), sustituyeron la segunda bandurria por la bandurria contralto.
El Cuarteto Aguilar
Pero, ¿quién fue el Cuarteto Aguilar? Sin lugar a dudas, el Cuarteto Aguilar ha sido el cuarteto de laúdes con mayor repercusión internacional de nuestro país. En palabras del crítico Leopoldo Hontañón para el diario ABC: ‘Este cuarteto, merecería, sin lugar a duda, ser conocido por cuantos en este país sienten algún interés por el acervo histórico de nuestra interpretativa musical y culta’.
El Cuarteto Aguilar estuvo formado por cuatro de los hermanos Aguilar: Paco, Pepe, Ezequiel y Elisa, todos ellos músicos desde la infancia. Aunque su formación estuvo ligada a diferentes instrumentos, como la guitarra, el piano o el violín, siempre sintieron especial predilección por la bandurria. Se iniciaron en el plectro bajo la tutela del profesor Pantaleón Minguella, aunque fue el maestro Germán Lago la persona que más les influyó en el perfeccionamiento de la bandurria, y quien ‘plantó la semilla’ para el nacimiento del Cuarteto Aguilar —inicialmente un sexteto junto a sus dos hermanos, Lola y Juan—.
En un principio, el cuarteto se conforma de la siguiente manera: Ezequiel y Pepe tocarían el laudín, Elisa tocaría el laúd y, por último, Paco tocaría el laudón. Este último instrumento fue construido y desarrollado por los hermanos Aguilar con el objetivo de buscar una consonancia tímbrica y de color en los cuatro instrumentos que formaban la agrupación. Esta formación camerística estaba fundamentada en el cuarteto de cuerda (dos violines, viola y violonchelo), sin embargo, ellos siempre buscaron asemejarse al cuarteto de voces (soprano, contralto, tenor y bajo), encontrando así cuatro registros diferentes. Para ello, y años más tarde, incorporarían un nuevo instrumento, el laudete, que sería sustituto del segundo laudín. La creación de este nuevo instrumento fue una idea del Cuarteto para obtener así una nueva sonoridad y un timbre original para el grupo, manteniendo el color de la familia de laúd. Finalmente, el cuarteto quedaría establecido de la siguiente manera: Ezequiel, que tocaría el laudín, Pepe, el laudete, Elisa, el laúd y, por último, Paco, el laudón. Todos los instrumentos utilizados por el Cuarteto Aguilar tienen una característica común: fueron construidos por el lutier español Domingo Esteso, buscando de esta forma la mayor homogeneidad posible en la construcción.
Probablemente, te haya sorprendido leer las palabras laudín, laudete, laúd y laudón, en lugar de bandurria, bandurria contralto, bandurria tenor y bandurria bajo. Por desgracia, durante años, se huyó de la palabra bandurria por ser considerada un ‘instrumento popular estridente y que desafinaba con asiduidad’. Esta razón llevó al Cuarteto Aguilar a querer separarse de la palabra ‘bandurria’ y optar por ‘laúd’ como genérico de la familia.
La vida concertista del Cuarteto Aguilar se llevó a cabo entre 1923 y 1941. Aunque el grupo se funda y realiza sus primeros conciertos en 1923, su primera gira por España no será hasta el año siguiente. El éxito cosechado por el cuarteto fue enorme, y en un año llegaron a dar más de cien conciertos en auditorios, teatros y casas aristocráticas.
En 1924, se produjo un hito que marcó de manera trascendental la carrera musical del Cuarteto Aguilar: su encuentro con el compositor español Joaquín Turina —si bien este acontecimiento ha sido abordado en el epígrafe anterior, estimo que su relevancia en la trayectoria artística de los hermanos Aguilar justifica una reiteración, a fin de subrayar su impacto en el desarrollo de su carrera—. El día que se conocieron, el Cuarteto interpretó frente al autor una de sus obras más célebres, Fiesta mora en Tánger, y fue este mismo quien afirmó: ‘Ya no volveré a tocar más al piano esta obra’. Todas las palabras que dedicó Turina al cuarteto fueron de agradecimiento y alabanza. Este encuentro será el punto de partida de un enorme vínculo de amistad, respeto y admiración entre el compositor y el grupo. Será gracias a este encuentro que Joaquín Turina decide componerles y dedicarles una de sus obras más destacadas: La oración del torero.
Desde el año 1925 hasta 1927, los hermanos Aguilar continúan realizando conciertos en los teatros y auditorios más destacados del panorama nacional. En este periodo destaca un hecho clave en la trayectoria del Cuarteto Aguilar: el estreno público de La oración del torero de Joaquín Turina en 1926. Los conciertos en España no solo permitieron conocer y dar prestigio al Cuarteto Aguilar a nivel nacional, sino también a nivel internacional. Las críticas ya presagiaban el papel tan importante que llevaría a cabo el cuarteto fuera de nuestras fronteras. 1928 fue un año clave para los hermanos Aguilar, pues fue entonces cuando su música cruzó fronteras y emprendió el viaje hacia Europa, dando el gran salto que transformaría su destino artístico para siempre.
Desde 1928 hasta 1933, el Cuarteto Aguilar realizó giras por Estados Unidos, Europa e Iberoamérica. Aunque realizaron conciertos en España, la mayoría de sus actuaciones se celebraron fuera de nuestras fronteras, consiguiendo un gran prestigio internacional. Diversos diarios, tanto nacionales como internacionales, se hicieron eco del prestigio del Cuarteto Aguilar a través de críticas que claman el excelente trabajo musical de la agrupación y muestran el triunfo y la buena acogida que tuvieron entre el público. Durante estos años, los Aguilar hicieron su aparición en la BBC, quien les dedicó uno de sus programas, ‘Aguilar Lute Quartet’.
Cabe destacar el concierto celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid el 2 de junio de 1933, ya que no solo fue el más importante a su regreso tras la gira internacional, sino que también fue el último que ofrecieron en España. En 1936 estalló la Guerra Civil Española y el cuarteto no volvió nunca a su tierra natal. Tras este último concierto en España, el Cuarteto Aguilar marchó de gira a América, donde ofreció sus últimos conciertos. En 1941 se produjo la separación del Cuarteto Aguilar, aunque desde 1936 el número de conciertos había disminuido notablemente. El último concierto del que se tiene constancia se llevó a cabo en Piedmont (Estados Unidos) el 20 de enero de 1941. El estallido de la II Guerra Mundial, la Guerra Civil española y la dictadura franquista fueron tres de las razones más importantes de su disgregación, a las que podrían añadirse, posiblemente, problemas personales y familiares.
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