Por Andrés Moreno Mengíbar
Otro factor que dota a Otello de inmutable valor histórico y artístico es la colaboración entre Verdi y Arrigo Boito. Pocas veces a lo largo de la historia de la ópera se ha dado una conjunción de astros creadores de carga energética similar, sólo comparable a las confluencias Mozart-Da Ponte y Strauss-Hofmannsthal. El encuentro no fue ni casual ni fácil. Boito, cabeza rectora de la Scapigliatura milanesa que pugnó por renovar los aires artísticos de la Nueva Italia, había dedicado en su juventud duras palabras hacia Verdi y el modelo de melodrama que su obra representaba. Si bien el poeta atemperó posteriormente sus fogosidades juveniles, con alguna que otra mano tendida tímidamente hacia Verdi, los primeros intentos del editor Giulio Ricordi por hacerles colaborar no llegaron a término y hubo que esperar hasta 1879 para establecer un primer contacto. Se trató de una auténtica «encerrona» urdida al alimón por Ricordi, la condesa Maffei y el director Franco Faccio. Durante una cena, Ricordi condujo la conversación, como por acaso, hacia Shakespeare, «Otello» y la adaptación realizada por Boito: «Vi a Verdi que me miraba con recelo, pero con interés. Me había entendido inmediatamente, ciertamente había vibrado», contaría en una carta Ricordi. Unos días más tarde, también de forma «casual», se presentaba en casa de Verdi su amigo Faccio acompañado de Boito, quien llevaba bajo el brazo el esbozo del libreto. Verdi lo recibió con cortesía e interés, pero ninguna palabra de compromiso salió de sus labios de momento. Hasta pasado un año no se iniciaría el intercambio epistolar Verdi-Boito, puestos ya ambos a la tarea de alumbrar una nueva ópera. Pero, antes, el compositor quiso poner a prueba (como ya hiciera con Ghislanzoni) a Boito encargándole el «aggiornamento» del «Simon Boccanegra», lo que el poeta efectuó a plena satisfación del exigente y desconfiado Verdi. Hasta 1884 no dieron comienzo realmente las tareas compositivas de la nueva ópera, que estuvo terminada (no sin nubarrones de malentendidos entre músico y poeta que a punto estuvieron de sepultar el proyecto) a finales de 1886 y que recibió su bautismo en el Teatro alla Scala de Milán el 5 de febrero de 1887. El éxito fue apoteósico: el público acudió bajo las ventanas de Verdi y le obligó a salir a saludar, junto al tenor Francesco Tamagno, que había encarnado al celoso moro y que tuvo que cantar varias veces el estremecedor «Esultate». En sólo un año de vida, «Otello» ya viajaba por Argentina, Checoslovaquia, Hungría, Alemania, México, Holanda, Turquía, Estados Unidos y Uruguay.
Sorprende, a quien conozca el texto shakespeareano, la sensacional adaptación realizada por Boito. El poeta se centra exclusivamente en la relación triangular Otello- Yago- Desdémona, interesándose obsesivamente por el drama interior y por la circulación de pasiones, sospechas y autodestrucción. Para ello, resultan eliminados por completo el «acto veneciano» de Shakespeare y toda mención a la posible relación (doblemente adulterina) entre Otello y la esposa de Yago. De esta manera, el drama todo bascula sobre la oposición entre el Bien y el Mal, entre la Virtud y la Sospecha, una concepción dualista del Universo que caracteriza el pensamiento de Boito desde sus primeros poemas y que se materializa en libretos como los de «La Gioconda» (para Ponchielli), «Mefistofele» o «Nerone» (ambos para sí mismo). En todos ellos, el Mal emerge como esencialmente inseparable de la condición humana («Son scellerato/perchè son uomo», reconoce Yago en su famoso «Credo») y como el elemento dinámico de la Naturaleza frente al estatismo del Bien. Es Yago, llevado de su propia naturaleza inspirada por un Dios Cruel («che m’ha creato simile a sè»), más que por el resentimiento profesional, quien desencadena la tragedia y lleva a la perdición a cuantos se cruzan en su deambular vital. Frente a él, el Bien encarnado por Desdémona, inocente e ignorante de cuanto pasa a su alrededor, y que es capaz de interceder desinteresadamente por Casio incluso en los momentos más inoportunos y comprometidos. En cuanto a Otello, campo de batalla donde se libra la eterna pugna entre el Bien y el Mal, nada lo define mejor que las propias palabras de Boito en carta a Verdi: «Otello es como un hombre que da vueltas en torno a una pesadilla y a la fatalidad y creciente dominación de esta pesadilla; piensa, actúa, sufre y lleva a cabo su terrible delito». La pesadilla no es sino la «idra fosca» de los celos. Ya lo dijo Calderón: «Celos aún del aire matan».