Anticipamos el editorial que, firmado por Alfonso Carraté, publicaremos en nuestro número de Melómano de abril
Real y Zarzuela, ¿dos en uno?
Hace tan solo unos días, saltaba a la prensa, fruto de una filtración, la noticia de la fusión inminente del Teatro Real y el Teatro de la Zarzuela en una fundación que gestionaría a partir de ahora ambas instituciones. Las reacciones de los diferentes estamentos del sector se multiplicaron de forma inmediata, y fueron objeto de noticias, entrevistas y declaraciones por parte de unos y otros en numerosos medios de comunicación, especializados y generalistas. Con el ambiente muy caldeado e inmersos como estamos en una realidad cambiante cada día, quiero aprovechar la ocasión para lanzar algunas preguntas al aire y dar mi opinión sobre lo que sería más beneficioso para los aficionados y para la zarzuela, como género, por encima de los intereses más o menos egoístas de las partes implicadas.
A fecha de hoy conocemos, por la asamblea de trabajadores del INAEM y de sus diferentes unidades de producción, la intención de convocar con carácter indefinido una serie deparos parciales estratégicos, en fechas y horarios muy concretos, algo que podría paralizar gran parte de la actividad cultural madrileña de forma muy peligrosa. El presidente del Comité de Empresa del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Javier Figueroa, manifestó su esperanza de que estas movilizaciones sirvieran para paralizar el proyecto y sentarse a negociar. Pero para que tengan lugar estas conversaciones con el Ministerio, el asunto a tratar no debe ser en ningún caso, en palabras de Figueroa, la forma de traspasar la gestión de La Zarzuela a una fundación, sino cómo mejorar su gestión desde la propia administración pública. El secretario de Estado de Cultura, Fernando Benzo, ha dejado claro que, en su opinión, el Teatro de la Zarzuela no debe ser gestionado por el INAEM, y que su integración en una fundación como la que gestiona el Teatro Real puede beneficiar de forma notoria su funcionamiento. Aun suponiendo que esto fuera cierto, mi primera pregunta es ¿por qué integrarlo en la Fundación del Teatro Real en lugar de crear una fundación específica para La Zarzuela? y ¿a quién beneficia esa integración?
El intento de vendernos la imagen de París como modelo a seguir, con la gestión unificada de dos de sus teatros más importantes, me parece sencillamente una gazmoñería provinciana de marca mayor. Ni el hecho de que los parisinos tengan ese modelo lo convierte en bueno, ni, puestos a mirar otros modelos europeos, como el berlinés, podemos afirmar que sea el único que funciona ni que sea más deseable que otro en el que cada institución mantenga su independencia. Es más, mi opinión rotunda al respecto es que es indispensable que cada teatro mantenga sus respectivos equipos intactos. Ni el Real, con Matabosch al frente, ni La Zarzuela, con Daniel Bianco, han conocido momentos más dulces que el actual en su historia reciente. Los logros de cada uno de ellos en su campo de juego respectivo son más que sobresalientes y eso está fuera de toda duda. El solo hecho de que ciertos medios de comunicación hablen de París, con Lissner a la cabeza, pone de punta los pocos pelos que quedan en la mía. A punto de concluir el contrato del afamado más que eficiente Lissner en París, ya se le hace un guiño para que vuelva a aparecer por nuestros pobres teatros líricos. Y me pregunto yo, ¿qué sabe este señor de zarzuela? Y ¿qué sería del Teatro Real y su apuesta por los cantantes españoles con un Lissner al frente? No hubo mayor penuria en este terreno, en todos los años de la nueva era del Real, que cuando otro extranjero se hizo cargo de su dirección artística. Todavía recuerdo estremecido los años del señor Mortier.
Cada mochuelo, a su olivo. Y si fuera realmente inevitable la fusión administrativa, si realmente esto sirviera para mejorar la gestión económica de La Zarzuela y sus presupuestos, así como la difusión del género y su refuerzo ante la sociedad española y también fuera de nuestro país, si realmente se respeta el estatus laboral de los trabajadores y se mantiene a cada dirección artística en su lugar, si se aprovecha la situación para mejorar el rendimiento de cuerpos estables obsoletos en su funcionamiento como lo es el Coro del Teatro de la Zarzuela, si se mantienen los precios populares para los ciudadanos que quieren acercarse a nuestro género lírico, si no cunde el ejemplo y el INAEM acaba siendo desmantelado… si todas estas condiciones se dan y sale algo bueno del cambio, Melómano podría llegar a aplaudir la iniciativa.
Tan intolerable resulta a mis ojos la imposición de un nuevo modelo para satisfacer oscuros intereses que nunca saldrán a la luz como la defensa a ultranza y la demagogia utilizada por algunos, dando por hecho que cualquier cambio habría de significar una catástrofe, antes de conocer los detalles. La precipitación de los acontecimientos ha sido nefasta en todos los sentidos. Algo así no debería plantearse nunca a mitad de una temporada, sin consultar con todos los implicados y sin asesorarse adecuadamente. Y, si el secretario de Estado se ha asesorado, ya le digo yo que cambie de asesores. ¿Dos en uno?, depende de cómo y cuándo. Pero así, no.
Alfonso Carraté
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