Texto: Sofía M. Gascón
Ilustración: Iciar L. Yllera
‘Sonia haz esto, Sonia haz lo otro’ al final siempre me toca ir a mí a por el pan… ¡Bien! Por fin llega el ascensor.
Pero unos pasos taconean por la moqueta de esa misma planta, y de pronto tuerce la esquina el señor Guzmán.
Papá siempre me dice que no hable con él, que es un señor raro al que no le gusta la gente.
Sonia entra apresurada y, fingiendo no haber advertido al intruso, pulsa rápida los botones para que cierren las puertas.
Una voz ruda y áspera corta el aire.
—¡Espera!
Una mano se interpone entre las puertas del ascensor.
—Creí que no llegaba— Sonríe, con el ceño aún fruncido.
No sé qué pasa con el señor Guzmán, pero a papá no le gusta un pelo. Cuando nos encontramos con él, siempre me coge del brazo y me tira muy fuerte para que no me separe. Y luego ni siquiera hablan, pero yo siempre noto que papá está incomodo, como si estuviésemos delante de un lobo y yo solo fuese un cordero.
Se cierran las puertas. Ya no hay salida. El ascensor comienza el descenso.
Se tardan 40 segundos en bajar los ocho pisos. 40 segundos aquí dentro sin poder salir. Comienza la cuenta atrás. 40, 39, 38, 37…
—¿Y se puede saber qué hace una cría como tú yendo sola a ninguna parte?
—No voy a ninguna parte… Bueno sí, pero a ninguna parte no. Voy a un sitio.
—Pues tal vez no deberías ir a ninguna parte. Hay gente muy mala en el mundo, ¿sabías? Y tú eres muy joven para que te pase algo malo. O tal vez nunca se es demasiado joven para que te pase nada malo…
El ascensor se mueve con lentitud, pesado y tembloroso, entonando con gravedad una melodiosa sinfonía del espanto. O al menos así lo sentía la cría. Suena el Réquiem de Mozart y en la cabeza de Sonia retumban los graves que casi como por arte de magia parecen hechos para esa ocasión. Casi como si la música emanase del extraño señor Guzmán.
28, 27, 26, 25, 24… ¿Cuánto se supone que tarda un ascensor en bajar ocho ridículos pisos?
—Y dime Sonia ¿Tienes novio o novia?
—No… ¿Cómo sabes que me llamo así?
—Porque soy mayor y los mayores lo saben todo, ¿sabías?— Un estruendo, la música vibra entre los dos. —Pues resulta que a mí me gustan las niñas como tú. Las que son tan bonitas y valientes que se van solitas a hacer recados para sus papás. ¿O no te esperan tus papás en casa?
15, 14, 13,12… ¿ será que cada vez cuento más rápido o que el ascensor va cada vez más lento? A medida que pasan los segundos noto como si las paredes fuesen estrechando el hueco del diminuto ascensor. Ya no queda espacio casi ni para el aire. Sé que el señor Guzmán me está mirando, y que lleva haciéndolo durante los 28 segundos que llevo contados, pero me da miedo mirarle para confirmarlo.
La chiquilla baja la cabeza y mirando al suelo, murmura miedosa:
—¿Y por qué me miras con esos ojos tan grandes?
—Para verte mejor, caperucita.— Sonríe mientras se pone en cuclillas a la altura de la niña. Y dime, ¿vendrás algún día a mi casa a jugar con mi hija? También es una cría valiente, como tú.
—Pero si usted no tiene hijas…
—¿Ah no?
¡¡¡5, 4, 3, 2, 1!!!
Y de pronto, un pitido interrumpe la melodía. Se abren las puertas.
0. Por fin…
Pero al otro lado de las puertas una niña de largo pelo cobrizo corre como loca hacia el lobo. Y sin mayor explicación, se lanza al cuello del señor Guzmán, que la estrecha entre sus brazos como si llevase semanas sin verla.
La música aterradora ya no suena y yo tengo cara de tonta.
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