Quienes nos dedicamos a la cultura lo sabemos: trabajamos con un bien público esencial. Hoy te invito a descubrir cómo surge una de las orquestas más emblemáticas, la Boston Symphony Orchestra, y el aprendizaje que podemos sacar de uno de sus proyectos más destacados, la Boston Pops Orchestra.
Por Miguel Galdón
Viajamos en el tiempo hasta el año 1881 (sí, has leído bien) y estamos en la ciudad de Boston. El empresario Henry Lee Higginson lleva más de veinticinco años con un plan en la cabeza, y lo va a llevar a cabo. En sus propias palabras, en una carta que envió a Sir George Grove, su visión era:
‘Dar conciertos orquestales de la mejor calidad y carácter posibles a un precio que admitiera a todos y cada uno de los que pudieran interesarse por tales cosas —mi esperanza era atraer poco a poco a una clase social más amplia y menos educada—. Tenía la intención de contratar una orquesta y un director que estuvieran a mi entera disposición porque solo así podría pedir y obtener una práctica suficiente en cantidad y calidad para alcanzar el nivel de las grandes orquestas alemanas’ (Higginson, September 20, 1882, Letter to Sir George Grove describing the founding of the BSO for the 1883 printing of Grove’s Dictionary of Music and Musicians).
Y así surgió la Boston Symphony Orchestra (BSO), una de las grandes orquestas del panorama internacional. Tan solo cuatro años más tarde, en 1885, el propio Higginson propuso una serie de conciertos estivales con un repertorio más popular, los llamados Promenade Concerts, para dar más trabajo a los músicos de la BSO que, en aquella época, tenían que buscar otro empleo durante seis meses al año. Estos conciertos pronto pasaron a llamarse Popular Concerts, y de ahí la abreviatura Pops que hoy conocemos. Así, en 1900 surgió la Boston Pops Orchestra, un proyecto ligado a la BSO que tuvo una gran evolución en el siglo XX debido a la cercanía de su repertorio con la sociedad. Entre los directores que han estado al frente de la Boston Pops destaca la figura de John Williams, que lideró la formación durante 15 años (1980-1995).
La historia de Higginson es, como la de muchos otros, una inspiración para todos los que soñamos con cambiar el mundo a través del arte. Además, este ejemplo nos permite profundizar en algunos de los aspectos clave que toda organización cultural debe tener en cuenta.
Identidad
Cada proyecto cultural es único y distinto: tiene unos valores, objetivos y virtudes, pero también tiene limitaciones, carencias e ineficiencias. En esa mezcla de elementos identitarios radica la originalidad de cada propuesta.
Definir las reglas que deben guiar el rumbo de un proyecto cultural no es sencillo y requiere de una visión clara de lo que se pretende conseguir. En este caso, parece que Higginson sabía muy bien lo que quería para su orquesta y logró sacarlo adelante.
En la actualidad, las instituciones culturales públicas de nuestro país tienen esa identidad definida por ley, ya que la cultura es un bien público esencial, como se ha reconocido recientemente en la Declaración de Cáceres. Esto permite salvaguardar los objetivos de interés general que tienen las organizaciones culturales independientemente de quien lidere los proyectos en cada momento.
Contexto
Otro de los factores que influye notablemente a la hora de desarrollar un proyecto cultural es el contexto en el que sucede. Desde luego, nada tiene que ver organizar un festival de música clásica en una localidad turística de la costa alicantina con realizar una lectura dramatizada de El Quijote en un colegio público de un lugar de La Mancha.
Por contexto entendemos también todas las circunstancias específicas que afectan directamente al desarrollo del proyecto cultural, desde apoyos institucionales o subvenciones, a la posibilidad de contar o no con personal cualificado, pasando por las siempre necesarias infraestructuras y condiciones técnicas o la sostenibilidad económica.
Una vez comprendidas las bases sólidas sobre las que debe asentarse cualquier proyecto cultural, retomo el ejemplo inicial para hacer énfasis en un aspecto que me parece fundamental. Higginson apela a la calidad musical, la accesibilidad económica y la ampliación de la audiencia, pero desde un punto de vista muy moderno: el repertorio.
En mi opinión, existen dos grandes canales de influencia para la conexión del arte con la sociedad. El primero de ellos, del que ya estamos hablando, tiene que ver con la propuesta de valor de las propias obras artísticas y su selección. De este modo, como sucede con el caso de la Boston Pops Orchestra, la elección de un repertorio popular permite que se convierta en un producto cultural de masas, mientras que los conciertos de la Boston Symphony Orchestra tenían una propuesta de valor distinta para una audiencia diferente.
Sucede algo similar con la BBC Philharmonic Orchestra que, en su labor por acercar la música clásica a los jóvenes, ha propuesto conciertos con géneros cruzados. Según comentaba su director general en una entrevista:
‘Cada año celebramos Philharmonic Presents, un concierto en el que tocamos con artistas de pop y rock, como The Pet Shop Boys, Boy George, Clean Bandit, John Grant, The 1975, Jarvis Cocker, Richard Hawley y The XX’.
Otro proyecto interesantísimo es el que ha realizado la Ulster Orchestra con ‘Tune in to the Sounds of Yoga‘ para conectar con parte de su público a través de la práctica del yoga, con música original de Graeme Stewart y la guía de la instructora de yoga Tanya Ross.
Esta elección del repertorio, curación de las obras de arte que formarán parte de una exposición o líneas temáticas que elige un festival para sus conciertos, influye directamente en la percepción social de una determinada institución cultural y la conexión emocional que se genera entre las personas y estas organizaciones.
Como se puede ver a través de los ejemplos, no existe una fórmula mágica. Cada entidad busca desde su identidad y con su contexto herramientas que le permitan lograr sus objetivos. Por cierto, no te he dicho cuál es el otro gran canal de influencia en la relación de la sociedad con el arte… ¿te animas a decirme cuál puede ser?
Diego Ortiz dice
Un ejemplo, de los muchos que existen, es Sinfonía por el Perú encabezado por Juan Diego Florez que abarca música clásica, música popular peruana y sudamericana, integra a más de 8000 jóvenes talentos de los estratos más pobres materialmente, que han logrado llegar a las más altas cotas de calidad y excelencia en su interpretación.