El precio de la inmortalidad
Por Diego Manuel GarcíaEn la famosa producción de esta ópera, del Festival de Salsburgo en agosto de 2011 -que será ampliamente comentada más adelante-, antes de comenzar la obertura, y a modo de prólogo, en una especie de un recinto cerrado y acristalado, insertado lateralmente en un muy atractivo decorado, que nos recuerda los interiores de las casas proyectadas por Walter Gropius, en su famosa Bauhaus o de otro genio de la arquitectura como Le Corbusier, dos mujeres, una mayor y otra joven, hablan entre ellas sobre la duración de la vida, y fumando con delectación un cigarrillo, la más joven realiza el siguiente comentario filosófico: “para aquellas personas privilegiadas, muy necesarias para la humanidad y predestinadas –mil como máximo- para dejar una importante huella postrera, la vida resulta demasiado corta; y para esos seres tan especiales, debería al menos durar trescientos años, unos cincuenta de infancia y adolescencia, cien de aprendizaje, otros cien de pleno desarrollo vital, y otros cincuenta de optimizada decadencia.” La más mayor pregunta cuál sería el criterio de selección de esos mil elegidos: ¿por votación, a criterio de la Academia Sueca? Y la más joven le responde: “es algo más sencillo: la herencia de la longevidad se debería ir transmitiendo de mano en mano.” La más mayor muestra cara de perplejidad y la otra le responde “¡Usted, desde luego, no estaría entre las elegidas!”
Esta podría ser la tesis del dramaturgo Karel Capek en su comedia-dramática El caso Makropulos, de 1922, adaptada y musicada por Leoš Janáček, en su ópera homónima, cuyo estreno tuvo lugar en Brno, el 18 de diciembre de 1926, y que constituye uno de los grandes hitos del género en el siglo XX.
La larga marcha de Leoš Janáček hacia el reconocimiento y la fama
Leoš Janáček (Hukvaldy, actual República Checa, 1854 – Loravská, Ostrava, República Checa, 1928), este gran compositor checo, puede asociarse a la generación de Giacomo Puccini (1858-1924) y Gustav Mahler (1860-1911), e incluso de Richard Strauss (1864-1949), diez años más joven que Janáček, a quien puede considerarse heredero de la gran escuela musical checa representada por Smetana y Dvorak.
La música de Janáček es tremendamente original y muy concatenada con el folclore checo, del que fue un activo investigador. Para introducirse mejor en los orígenes de la canción popular morava, Janáček frecuentó el país de los Lachs y Valaquia, en compañía de su principal colega de Brno, František Bartos. Estudió, anotó y coleccionó con Martin Zeman, no solo las figuras melódicas y rítmicas, sino también la interpretación de los ejecutantes de dichas canciones moravas, y escribió Las Danzas del País de los Lachs (1893), para piano, orquestada más tarde. Se trata de un conjunto de seis piezas que no fueron interpretadas públicamente hasta 1926 (el año del estreno de El caso Makropulos). Pero más que estas piezas emparentadas con las celébres Danzas eslavas de Dvorak, la originalidad de Janácek se manifiesta en los coros masculinos como Zárlivec (El celoso) de 1904, Kantor Halfar (1906), Marycka Magdónova (1906-1907), Parina (1914) o Postuly Sélenec (El loco errante) de 1922. En todos estos casos el compositor no solo respeta la prosodia natural del lenguaje hablado, sino que incluso ofrece su “vibración afectiva”.
El propio Janácek afirmaba: “no hay mayor arte que la música del lenguaje humano, pues no existe ningún instrumento que pueda permitir a un artista expresar sus sentimientos con una verdadera semejanza a la música del lenguaje hablado.”
Janácek compaginó su actividad como compositor con una intensa labor de organización de actividades culturales como en la Sociedad de Amigos del Arte en la ciudad de Brno. También, estableció una importante colaboración con el Circulo Ruso de esta ciudad checa, participando en la Exposición Universal Rusa, que se celebró en San Petersburgo en 1903. Sin embargo, tardará muchos años en conseguir cierto grado de notoridad, con el estreno de su ópera Jenufa, cuya larga gestación se extiende entre 1894 y 1903, y cuyo estreno se produjo en 1904. Tendrán que pasar bastantes años, hasta 1916, para que esta ópera fuera conocida por el público de Praga. La razón de este tardío estreno en la capital checa fue debida al menosprecio que los jerifaltes que dominaban el cotarro musical en Praga sentían por Janáček, al que consideraban un compositor provinciano.
A la creación de Jenufa le siguió Osud (Destino), que no llegó a estrenarse, y en una versión abreviada hasta 1934, y ya en su versión definitiva en 1958. Entre 1908 y 1917 trabajó en la ópera Las excursiones del Señor Broucek, con la que se confirmó una vez más, como un autor lleno de originalidad, y también capaz de crear una ópera plena de comicidad e ironía.
La época de mayor esplendor creativo de Janácek se produjo en los años 20 del pasado siglo, cuando el compositor ya había soprepasado los 65 años. Entre 1921 y 1928 compone cuatro magníficas óperas: Katia Kabanová (1921), La zorrita astuta (1924), El caso Makropulos (1926) y Desde la casa de los muertos, concluida en 1928, y cuyo estreno se produjo en 1930, dos años después de su muerte. Por tanto, El caso Makropulos es la última ópera que Leos Janáček estrenó en vida.
Una historia de ciencia-ficción
Elina Makropulos, durante ese larguísimo período vital, ha adquirido diferentes identidades, siempre con las siglas E.M: Ekaterina Myskin, Elsa Müller, Eugenia Montez, Ellian MacGregor y, por último, el de Emilia Marty, una diva operística de gran renombre.
La trama consiste en una especie de drama judicial en el que Albert Gregor afirma ser el heredero del difunto Barón Josep Prus de un crédito impugnado por su descendiente Jaroslav Prus. Como Emilia Marty conoce la verdad, ya que en uno de sus múltiples períodos vitales anteriores, y con el nombre de Ellian MacGregor, era la madre de los antepasados de Albert Gregor, se compromete a ayudar a resolver el caso. Sin embargo, su verdadero motivo es encontrar un pergamino antiguo que contiene la formula de la mágica poción “Makropulos” que produce la inmortalidad. Marty, valiéndose de sus encantos, junto a tretas y artimañas femeninas, logra hacerse con el pergamino, pero es reconocida por un antiguo amante, el barón Hauk-Sendorf. Sometida a un agresivo interrogatorio por parte del abogado Dr. Kolenatý, junto a Albert Gregor, el Barón Jaroslav Prus y Vitek (secretario judicial) y padre de Krista, aspirante a cantante de ópera y gran admiradora del arte y la belleza de Emilia Marty, termina confesando su identidad ante el asombro de todos. Y, aunque ha conseguido su propósito de recuperar el pergamino que contiene la fórmula de la inmortalidad, en una impresionante escena final revela que ya ha vivido suficiente y entrega el pergamino a Krista para que lo utilice en sus propósitos de llegar a ser una gran cantante de ópera como ella. Sin embargo, quema el pergamino y Marty rápidamente envejece y muere.
Una música originalísima y de gran atractivo
Ya desde el mismo arranque de la ópera podemos escuchar una intensa obertura, de unos cinco minutos de duración, que nos da la pauta del mundo sonoro de Janáček. Esta obertura es solo un preámbulo de un discurso musical continuo, que discurre como absoluto protagonista junto al instrumento vocal de Emilia Marty y del resto de los intérpretes que tienen importantes intervenciones, a lo largo de la ópera, insertados con absoluta precisión en ese suntuoso entramado musical siempre construido en función de la acción dramática.
La música discurre entre momentos de intenso lirismo, muy en la línea pucciniana, en contraste con otros en los que aparecen fuertes disonancias que pueden asociarse a la música ofrecida en esa misma época por compositores como Igor Stravinski y Bela Bartok. La música adquiere momentos auténticamente mágicos en ese extraordinario acto III, cuando la acción dramática llega a un verdadero paroxismo. También en este acto III podemos encontrar acordes que nos recuerdan algunos momentos sinfónicos del gran Dimitri Shostakovich, obviamente influenciado por Janáček, aunque, téngase presente que en 1926, el año del estreno de Makropulos, un jovencísimo Shostakovich de 19 años ofrecía como trabajo de graduación su Sinfonía nº 1. Cómo no, también podemos escuchar en esta genial partitura ecos lejanos de las fanfarrias mahlerianas
Desde el punto vocal, esta ópera transcurre en su mayor parte por las sendas del canto de conversación, con momentos de derivación a un cierto tipo de “arioso”, con puntuales subidas verticales hacia el agudo. Un canto fuertemente asociado a la prosodia del idioma checo, y también, ¿porqué no decirlo?, a ese estilo pucciniano influenciado por la música impresionista y que se manifiesta claramente en La fanciulla del West, Il Tabarro de Il Trittico y en su genial Turandot, curiosamente estrenado en 1926, el mismo año que Makropulos.En suma, la música compuesta por Janáček para esta ópera resulta fascinante y demuestra la gran categoría como músico y orquestador del compositor checo.
La presencia casi continua de Emilia Marty en escena la hace, junto a la orquesta, la protagonista absoluta de esta ópera, y requiere una soprano lírico-spinta (hablando en términos italianos), pero, sobre todo, una actriz dramática de primerísima magnitud, para expresar cantidad de matices asociados a una cambiante situación anímica. Ello no es óbice para destacar las intervenciones del resto de los intérpretes, en una serie de largos, intensos y dramáticos dúos con la protagonista, sobre todo los que mantiene con ella Albert Gregor, que requiere un tenor lírico ancho con entidad vocal y capacidad dramática. Y, en contraposición con los dúos con Albert (Bertie) Gregor, donde la Marty lo insulta y humilla dada la debilidad del personaje, está el que canta con el Barón Jaroslav Prus (rol para un barítono de buena línea vocal y actuación teatral) en su escena con Marty del comienzo del acto III, donde, materialmente, la acorrala, al estar en posesión de conocimientos sobre ella y sus diferentes roles históricos, al haber leído una serie de cartas de Ellian MacGregor a su antepasado y amante Josep (Pepi) Prus. Totalmente diferente de Bertie Gregor, su antagonista en el litigio Jaroslav Prus, es un personaje ya maduro pero con indudable atractivo; hombre de mundo que conoce bien a las mujeres, pero que, sin embargo, sucumbe ante los aparentes encantos de Marty, quien lo utiliza para recuperar el famoso pergamino. Después de su cita íntima con ella, se siente engañado y estafado: ¡es una mujer de hielo, una muerta viviente! Todo ello, aderezado por una música de carácter trágico. Y, a continuación, una acción y música de carácter alegre y jocoso entre el vejete y estrafalario Hauk-Sendorf, antiguo admirador-amante de Eugenia Montez (otro de los personajes adoptados por Elina Makropulos), quien ha descubierto en Emilia Marty los rasgos físicos de su antigua amada.
Sin embargo, el momento culminante de esta ópera, es ya, casi al final, en ese triste y desencantado monólogo de Emilia Marty en un estilo de canto –es un punto de vista personal- muy pucciniano, donde realiza una aguda y amarga reflexión sobre el tiempo que se escapa, la duración de vida y la muerte, que nos recuerda, un poco, el que realiza “La Mariscala” en el straussiano El caballero de la Rosa:
“He sentido cómo me agarraba la muerte ¡no es tan horrible! Sus duros interrogadores le dicen: Hemos sido crueles con usted, y su admiradora Krista le dice: ¡lo siento de veras! Marty, ya en su verdadero rol de Elina Makropulos, continua: estáis todos aquí como si no estuvierais ¡sois objetos y sombras! A lo que ellos responden: ¡somos objetos y sombras! Para proseguir su parlamento: morir marcharse… es todo lo mismo ¡Ay, no se debería vivir tanto tiempo! ¡Si supierais lo fácil que es vuestra vida! ¡Estáis tan cerca de todo! ¡Todo tiene sentido para vosotros, sois tan felices! Ellos contestan como una suerte de “corifeo” ¡Somos tan felices! y ella continúa: ¡el estúpido azar os deja morir pronto! ¿Creéis en la humanidad, en la grandeza y en el amor! ¡No podéis pedir nada más! Y ellos contestan: ¡no podríamos pedir nada más! Y prosigue: ¡pero en mí la vida se ha detenido ¡Dios Santo! ¡Ya no puedo seguir! ¡Esta terrible soledad! Y dirigiéndose a Krista le dice: todo es en vano, cantar o estar callada. Acabas cansándote de la bondad. Acabas cansándote de la maldad. La tierra resulta aburrida, ¡el cielo te aburre! Y sientes que tu alma muere dentro de ti. Y, refiriéndose al pergamino, dice: ¡ya no lo quiero! Vamos, cogedlo ¿nadie lo quiere? Krista, querida, te arrebaté a tu amado. Eres hermosa ¡cógelo! ¡Serás famosa! ¡Cantarás como Emilia Marty! ¡Cógelo muchacha, coge el material Makropulos!
Y Emila Marty se despide entonando el ¡Padre nuestro que estás en los cielos! Envejece rápidamente y muere”.
La ópera concluye cuando Krista quema el pergamino con la fórmula del elixir de la eterna juventud.
A propósito de “Elina Makropulos… a Emilia Marty”
Santiago Martín Bermúdez, buen amigo mío y gran conocedor de la música de Leos Janáček, comenta en uno de sus muchos escritos sobre esta ópera: Emilia Marty (Elina Makropulos) nos recuerda a la Lulu, pero Emilia tiene 337 años; pese a su aspecto juvenil, le viene la capacidad de dominio, más que de seducción, de todos los personajes a su alrededor; Lulu de Wedekind y Alban Berg es una joven tierna con toques perversos, porque su aprendizaje no debió de ser para menos, de una sensibilidad y una belleza que subyugan (también a todos). La poética de Lulu es que es mortal, y morirá pronto, como una elegida de los dioses que pasa por los bajos fondos camino de los cielos. La poética de Emilia Marty es que no puede morir y habrá de hallar la receta de la inmortalidad o bien renunciar a una vida que es ya una carga demasiado onerosa, precisamente porque no tiene caducidad. Hay semejanzas en las reacciones de los subyugados de Lulu y de Marty, pero no entre ellas.
Algunas grabaciones
Se trata de una ópera puesta en muy relativa circulación en los veinte últimos años, y me refiero a los teatros europeos y norteamericanos, y cuando digo europeos, no me refiero a las Islas Británicas, donde sí se conoce bastante, y desde hace mucho tiempo, en concreto desde 1964, en que fue estrenada de la mano de Sir Charles Mackerras (Schenectady, Nueva York, 1925 – Londres, 2010), verdadero estudioso y gran especialista en la obra de Leos Janáček, y del que hablaremos más en profundidad al citar su magnífica grabación de Makropulos realizada en 1978.
Me confieso un admirador absoluto de esta ópera, que descubrí al final de los años 70 con esa grabación de Sir Charles Mackerras. Sin embargo, en una obra tan eminentemente teatral como esta, escucharla solamente se queda bastante corto. Ya en 2005 tuve ocasión de asistir a una representación en el Festival de Santander, y tres años después pude verla en el Teatro Real de Madrid, interpretada por la gran Angela Denoke.
Casi al mismo tiempo de la representación en Santander, pude contemplarla en un DVD, tomado en el Festival de Glyndebourne de 1995, con una atractiva escenografía, y dirección musical de Andrew Davis, y la magnífica Emilia Marty de la soprano alemana Anja Silja. Esta grabación fue comentada en nuestra sección dedicada a DVD, en el año 2005. Anja Silja fue la intérprete del estreno de Makropulos en España, concretamente en el Liceu de Barcelona el 22 de noviembre de 1999.
Recomiendo dos grabaciones: la de Sir Charles Mackerras en CD de 1978 y otra muy reciente, tomada en DVD, en el Festival de Salzburgo en agosto de 2011.
Grabaciones recomendadas:
2 CD DECCA.
Elisabeth Söderström, Peter Dvorský, Dalibor Jedlicka, Vladimir Krejcík, Václav Zítek.
Orquesta Filarmónica de Viena.
Director: Sir Charles Mackerras.
Terminada la SegundaGuerraMundial, Charles Mackerras marchó a Checoslovaquia para conocer la obra de Leos Janáček. El entonces joven director estudió con el director de orquesta checo Václav Talich, quien había estrenado en 1926 la Sinfonietta del músico checo. Mackerras incluso aprendió checo para poder sumergirse mejor en la obra de Janáček, hasta convertirse en su gran especialista a nivel mundial. Esta grabación cuenta con la suntuosa Filarmónica de Viena, extraordinariamente dirigida por Mackerras, cuyo exhaustivo conocimiento de esta partitura, le permite profundizar en todos los recovecos de esta partitura. El otro gran aliciente es la presencia de la gran soprano sueca Elisabeth Söderström (Estocolmo, 1927–Estocolmo, 2009), versátil intérprete de diferentes repertorios, y gran especialista de las heroínas creadas por Janáček: Jenufa, Katia Kabanova y, por supuesto, esta Emilia Marty, de la que realiza una versión antológica, aquí aunando una atractiva y poderosa vocalidad, junto a una gran capacidad para matizar este calidoscópico personaje. Lástima que no podamos disponer de alguna toma en vídeo para contemplar también su creación teatral. La grabación cuenta con un acertado e idiomático reparto de cantantes checos, donde destaca la presencia del tenor Peter Dvorský, como Albert (Bertie) Gregor, cuya voz empasta muy bien en los intensos dúos con Emilia Marty.
Ángela Denoke, Raymond Very, Peter Hoare, Jurdita Adamonytte, Jahan Reuter.
Orquesta Filarmónica de Viena.
Director: Esa-Pekka Salonen.
Ya se ha hablado en el comienzo del estudio de esta ópera de esta grabación, en cuyo preámbulo dos mujeres filosofan sobre el tema de alargar la vida a seres predestinados. Esta grabación se realizó los días 8 y 30 de agosto de 2011, en el Festival de Salzburgo, con una excelente toma televisiva, magníficamente planificada por Hannes Rossacher. Aquí de nuevo tenemos a la Filarmónicade Viena, magníficamente dirigida por un muy expresivo Esa-Pekka Salonen. El director finlandés realiza una vibrante y contrastada lectura de esta partitura, tanto en los monumentales tutti orquestales, como en aquellos momentos de más encendido lirismo. Fascinante la creación de la gran soprano-actriz alemana Angela Denoke, a quien entrevisté para Melómano en enero 2006, coincidiendo con su interpretación de la Lulu de Alban Berg en el Liceu de Barcelona. Entonces, para la soprano alemana solo era un proyecto cantarla Emilia Marty. Ya en 2008 pudimos ver-escuchar su matizada interpretación en las representaciones de esta ópera que tuvieron lugar en el Teatro Real de Madrid. Desde entonces ha ido paseando por diferentes teatros este personaje, hasta conseguir esta imponente creación salzburguesa, donde se nos presenta como una atractiva mujer, con los ojos muy pintados, que le confieren un aspecto vampírico. En su primera aparición escénica va ataviada con un vestido blanco ocupado significativamente por una gran cruz que le da una apariencia de “cruzado” en su particular guerra para mantenerse viva eternamente.La Denoke está bien secundada por el tenor Raymond Very, como Albert Gregor y, sobre todo, por el gran trabajo interpretativo del barítono Johan Reuter, como Jaroslav Prus. También, resaltar la excelente interpretación de la soprano Jurgita Adamonyté como Krista. Una grabación de las que hacen época.