Antonín Dvorák fue una de las figuras principales de la música nacional de Bohemia, junto con Bedrich Smetana y Zdenek Fibich.
Por Laura Recio
La vida de Antonín Dvorák se desarrolla en un periodo decisivo de la historia, donde las ideas nacionalistas crean fronteras por razones ideológicas, étnicas, religiosas y/o culturales.
A su vez, el siglo XIX es el siglo de la revolución industrial, lo que conlleva a un crecimiento desmesurado de la desigualdad entre las diferentes clases sociales; la búsqueda de la conquista de derechos sociales, el reparto del bienestar y riquezas, así como la lucha de clases, dan lugar a constantes reivindicaciones.
Mientras tanto, las artes, que siguen evolucionando según las reglas marcadas por el Romanticismo, empiezan a ser influenciadas en cierta manera por las ideas nacionalistas: como resultado, los artistas comienzan a posicionarse.
Todo esto quedará patente en el arte y concretamente en nuestro caso, la música; los compositores harán de este movimiento y de estas reivindicaciones su bandera. De este modo nacen diferentes corrientes autóctonas que, sin abandonar los principios románticos o clásicos, nos muestran una música más cercana al folklore de cada territorio o país. Por ejemplo, Nikolái Rimski-Kórsakov y Aleksandr Borodín en Rusia o, por citar un ejemplo más cercano, Enrique Granados y Manuel de Falla, en España.
Este es el caso también de Antonín Dvorák, convertido en uno de los máximos representantes de la escuela nacional de Bohemia del siglo XIX, junto con Bedrich Smetana y Zdenek Fibich.
Su Concierto para violonchelo representa una de las obras culmen dentro del repertorio concertante de este instrumento, y en él conviven y se desarrollan todas las tendencias hasta ahora mencionadas.
Las formas clásicas dotan a la obra de una gran coherencia estructural donde desarrollar todo el material temático, el Romanticismo otorga momentos de gran sensibilidad y, por último, el Nacionalismo concede una música llena de vitalidad y ritmos propios.
La vida del compositor
Antonín Leopold Dvorák nació el 8 de septiembre de 1841 en Nelahozeves, un pequeño pueblo situado al norte de Praga. A los 14 años se trasladó a Zlonice para aprender alemán y es allí donde inició sus estudios de viola, órgano y piano. En 1857 entró en la Escuela de Órgano de Praga, mientras ejercía como profesor de orquesta para ganarse la vida.
Más tarde pasó a formar parte como violinista de la Orquesta del Teatro Nacional de Praga, dirigida por Bedrich Smetana. Fue en esta época cuando empezó a componer sus primeras obras musicales. De este periodo son sus dos primeras sinfonías, la ópera El rey y el carbonero, así como sus primeros lieder, entre los que se encuentra el ciclo de canciones Cipreses.
Dvorák participó en tres representaciones de obras del compositor alemán Richard Wagner, dirigidas por este último. Wagner fue una gran fuente de admiración para Antonín, pudiéndose percibir en algunas de sus obras una fuerte influencia wagneriana.
Entre los años 1871 y 1878 el compositor ejerció como organista en la iglesia de Saint Adalbert en Praga y, a pesar de las dificultades económicas que sufrió en estos momentos, pudo dedicarse completamente a la composición.
La cantata para voces masculinas Hymnus fue la obra que le haría popular, sobre todo entre sus compatriotas, por su fuerte carácter nacionalista. La obra está basada en la epopeya histórica de los héroes de la montaña blanca.
Gracias a su Sinfonía núm. 3, en 1874 obtuvo una beca de 400 florines por parte del gobierno austríaco. Entre el jurado se encontraba el compositor alemán Johannes Brahms; desde ese momento entre los dos compositores se forjó una fuerte amistad. Brahms le dio a conocer al editor Simrock (una importante editorial de partituras) con el que publicó la primera serie de Danzas Eslavas y los Cantos Moravios. Dichas obras le dotaron de renombre, haciéndose gracias a ellas un hueco entre el público inglés.
El 13 de marzo de 1884 se estrenó en el Albert Hall de Londres el Stabat Mater, en el que fue el primero de sus nueve viajes a Inglaterra. Así pudo conocer ciudades como Londres, Birmigham, Cambridge y Leeds, donde también estrenó algunas de sus obras.
Dvorák conoció en Praga al compositor Piotr Ilich Chaikovski y, aceptando la invitación de este último, presentó su obra en Moscú y San Petersburgo. Estas visitas y la historia del país le servirían de inspiración para escribir la ópera Dimitri.
En 1889 el emperador Francisco José I le otorgó la Orden de la Cruz de Hierro. Además, un año más tarde fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cambridge.
Debido a los ingresos económicos obtenidos en Inglaterra y otros países, el compositor consiguió una de sus grandes ambiciones: una casa en el campo de Vysoká, al sur de Bohemia, que le sirvió de retiro espiritual y fuente de inspiración, y adonde se trasladaba frecuentemente con su familia.
Unos años más tarde, comenzó a impartir clases de composición en el Conservatorio de Praga, sin embargo, estas clases quedaron interrumpidas debido a su traslado al Conservatorio Nacional de Nueva York, donde fue invitado por Jeannete Thurber, para dirigir dicha institución.
Una vez allí, Dvorák se interesó por la música popular estadounidense y afroamericana y como fruto de este interés compuso su Novena sinfonía, la Sinfonía ‘del Nuevo Mundo’. Esta obra se estrenó el 16 de diciembre de 1893 en el Carnegie Hall de Nueva York, bajo la batuta del director de orquesta húngaro Anton Seidl.
De este periodo, además de la Novena sinfonía, son obras como el Cuarteto en Fa mayor, más conocido como el Cuarteto Americano, los Cantos Bíblicos o el Concierto para violonchelo y orquesta. Realiza entonces también Te Deum, a petición de Thurber, en conmemoración al cuarto centenario del descubrimiento de América.
Dvorák formó a una serie de alumnos, que posteriormente se convertirían en figuras destacadas de la vida musical estadounidense, entre los que se encuentran Rubin Goldmark y Rowe Shelley.
La nostalgia por su patria le llevó de regreso a Praga en abril de 1895, donde volvió a ejercer como profesor de composición en el Conservatorio de Praga. A partir de 1901 y hasta su muerte se convirtió en director de esta institución.
En este periodo de madurez escribió poemas sinfónicos como Vodník y Polednice, y dedicó gran parte de su tiempo a la composición de óperas como Armida, datada en 1904. Esta fue la última ópera que escribiría, y a la que intentaría dotar de un carácter internacional, sin embargo, no consiguió el éxito esperado, y fue una de sus óperas anteriores, Rusalka, la que obtuvo un mayor éxito.
Rusalka fue escrita en 1901 y está inspirada en cuentos de Hans Christian Andersen, entre otros autores. Tres años más tarde de la composición de esta ópera, y con 62 años de edad, Antonín Dvorák fallecía en su patria, el 1 de mayo de 1904.
El compositor se interesó por diferentes corrientes musicales. Investigó la música folclórica checa y eslovaca, también la popular estadounidense, muy enriquecedora debido a las diferentes culturas que siempre allí han convivido. Sus obras también han estado influenciadas por las obras de otros compositores como el austríaco Franz Schubert o el alemán Ludwig van Beethoven. Durante toda su carrera las óperas de Richard Wagner fueron fuente de gran inspiración.
Concierto para violonchelo
El Concierto para violonchelo y orquesta en Si menor fue compuesto entre noviembre de 1894 y febrero de 1895 en Nueva York. Dvorák dirigió su estreno el 19 de marzo de 1896 en Londres con Leo Stern como solista.
La obra fue concebida y compuesta en los últimos meses de su estancia en Estados Unidos. Esta carece de componentes folclóricos norteamericanos, como sí los tienen sus primeras obras escritas en territorio americano, sino que más bien está fuertemente ligada al espíritu de su Bohemia natal. Así muestra el compositor su deseo de retorno a la patria.
Este concierto para violonchelo está incluido dentro del repertorio general de piezas de este instrumento, siendo una de las obras más representativas e interpretadas. Dvorák se la dedicó a Hanus Wihan, que estaba considerado el violonchelista más distinguido de la época.
En el Romanticismo se compusieron muy pocos conciertos para violonchelo, esto es debido a la problemática de su sonido, que puede ser fácilmente superado por una gran orquesta. Por el contrario, y como es de suponer, en el Clasicismo hay un mayor número de este tipo de obras, producido en gran parte porque las orquestas eran mucho más reducidas.
Antonín se ve tentado a desafiar este gran reto no una, sino dos veces. El compositor ya había intentado componer, a los 24 años de edad, un concierto para violonchelo, sin embargo jamás llegó a orquestarlo. Fue en esta época cuando se enamoró de una alumna, llamada Josefina Cermák.
Josefina, sin embargo, no correspondía a ese amor, el compositor pensó que si componía canciones se ganaría su amor. En vez de dedicar su tiempo a orquestar el concierto, se dedicó a escribir el ciclo de canciones Cipreses. A pesar del entusiasmo del compositor, Josefina seguía indiferente. Más tarde Dvorák se enamoraría de Anna, la hermana menor de Josefina, con la que finalmente se casó.
Cuando Dvorák estaba componiendo el segundo movimiento del Concierto para violonchelo se enteró que Josefina se encontraba gravemente enferma. Esto llevó al compositor a incluir en ese movimiento algunos motivos del lied, que había sido el favorito de ella. Un mes después del regreso de Dvorák a Praga, moría Josefina. En ese momento el compositor decidió cambiar el final de la obra, realizando una larga sección a modo de homenaje hacia la mujer que había amado durante muchos años.
La obra hereda la estructura clásica del concierto en tres movimientos. El primer movimiento, Allegro, está compuesto en el esquema clásico de forma sonata. Este comienza con una exposición de dos temas, que es interpretada por la orquesta. El primer tema es perfilado por los clarinetes, mientras que el segundo es introducido por un solo de trompa y acompañado finalmente por el resto de la formación. A continuación, se inicia la segunda exposición con el solo de violonchelo en el que se elaboran de nuevo ambos temas. En esta segunda presentación aparece una corta variación sobre el primer tema, así como una parte cadencial que da lugar al desarrollo.
En el desarrollo, Dvorák utiliza inteligentemente la variación para conseguir el máximo rendimiento sonoro y expresivo del violonchelo. Debido a que en esta sección se lleva a cabo exclusivamente el desarrollo del primer tema, en la reexposición es desarrollado el segundo. El movimiento da paso a una extensa coda con la que culmina el primer movimiento.
El Adagio ma non troppo, segundo movimiento, está compuesto en forma de lied. El clarinete expone un motivo, que es seguido por el violonchelo, que desarrolla este tema de forma muy expresiva y emotiva. El violonchelo introduce el segundo motivo, basado en el lied, anteriormente compuesto y en memoria de su amada Josefina, Lass’mich allein (Déjame solo, en castellano). El retorno del tema inicial y una coda finalizan este movimiento.
El último movimiento, Allegro moderato, está compuesto bajo la forma de rondó. Comienza con una introducción parecida a una marcha que lleva a cargo la orquesta, a continuación el violonchelo retoma la obra con el tema principal, al que le sigue una nueva sección que se vuelve a intercalar con el estribillo, así sucesivamente, el material se va intercalando y desarrollando. El violonchelo cierra este movimiento evocando los temas principales de las demás secciones e incluyendo la melodía Lass’mich allein, que es ejecutada junto a los violines con una profunda tristeza. Una agitada coda a cargo de toda la orquesta finaliza la obra.
En definitiva, la historia de este concierto está ligada fuertemente a la vida personal del compositor. El final de la obra que conocemos es totalmente distinto a la idea original que Antonín Dvorák había desarrollado.